Disclaimer:

Escrito basado en los personajes y el Universo de Suzanne Collins,

Esta historia participa en el mini reto "Una pareja para..." para el foro: El diente de león


Chapter 1:

Teorías de una Tortura


No era ironía, era sarcasmo, con una gota de crueldad en sus comentarios, la frialdad de sus acciones, la negativa absoluta a la compasión, la capacidad innata de mantener a distancia a las personas.

Sus actos no funcionan con su manera de pensar... De vez en cuando a él le ha tentado caminar al borde del precipicio.

Eso no cambia ninguna noche, mientras la ve caminar por los pasillos y en un ataque de conocida imprudencia, sigue sus pasos con el mismo sigilo que ha tenido por años.

Por esos momentos, el trece es su bosque y ella la criatura salvaje que debe cazar.

Pero es astuta, complicada, temible, incontrolable... Y cuando lo nota, el simple hecho de correr riesgo le parece acertado.

–Deberías irte– ella gira en su dirección y su mirada inexpresiva lo atraviesa sin dificultad.

–Me has estado siguiendo– él sonríe, al instante nota su figura en la oscuridad.

Incontrolablemente perdida, interiormente hecha pedazos y presa de aquello que él nota, pero que ella se niega a aceptar.

–Puede que si–

–No te lo estaba preguntando–

Se extingue en la lejanía el pensamiento junto con el eco de sus palabras sarcásticas, y ella siente el tacto en sus brazos, deduce inequívoca, que el tonto jugueteo no ha acabado.

– ¿Qué te ha pasado?– el desliza sus dedos por las cicatrices alrededor de sus muñecas, hace que un espasmo recorra su cuerpo y una sobria sonrisa baile en sus labios.

No existe una respuesta al momento y él se limita a no insistir, pero ella no, minutos después las palabras heladas llegan.

–Las torturas en el Capitolio son muy creativas– se niega a olvidar, es más que el simple masoquismo... la paranoia, el terror, el dolor que la corroe.

Ahora es él quien se ahoga con las frases entreveradas, deja sus dedos recorrer la piel fría, temiendo al rechazo por segundos y sabiendo de aquella vil compasión con la que ella tomara el gesto.

Ajena a sus pensamientos, la luz de un rayo perdido perfila su figura en el gris del pasillo... Alta, sobria, fina y bella a pesar de la calvicie.

Su cuerpo se estremece cuando siente los brazos rodearla, la calidez consume su ser y suspira cuando dos sentimientos opuestos chocan en su pecho susurrándole que huya.

Por un lado es odio, fricción real, compasión sin sentido y nada sano que pueda rescatar.

Por otro, es aquella necesidad que niega, esa calidez embriagadora que separa sus pies del suelo, que aleja sus lúgubres pensamientos por segundos de eternidad.

Quiere irse, pero él aferra su cintura, la obliga a colocar sus manos en su pecho, la hace sentir la intrigante familiaridad del contacto con cada parte de su cuerpo.

La devuelve a la realidad él hostigador fantasma, el movimiento de las manos de él subiendo por su espalda, y sus ojos que antes habían estado fijos en nada, ahora se posan en la otra mirada.

–Debes dejar de recordarlo– sus palabras llegan sin sentido, pero ella las traduce y las entiende. Sin embargo, niega.

Mientras aún están aferrados el uno al otro, solo piensa en que decir, pero el calor que irradia la piel de él traspasa la fina tela de su ropa y le impide pensar con claridad.

Él lo nota, más aún cuando con suavidad aspira sobre su cuello y ella tiembla, haciendo que él lo haga.

Es inevitable que sus ojos se desvíen a sus labios y es irrevocable que ella lo noté, es entonces cuando sabe que el control vuelve a sus manos, tan entrañable, tan familiar,

Es poder, simple, abstracto. Hace que sonría, que mueva sus dedos hacia la espalda de su compañero y lo acerqué a ella con maldad.

–Juegas demasiado mal– le dice sobre sus labios, y por un momento se aleja.

Él lo impide, une sus labios con los de ella en un roce de brusquedad que los sega, es más que la frialdad que los rodea, que la oscuridad, que un juego que les pertenece y que recién empieza.

Es tensión, incertidumbre, lujuria, dolor, deseo, poder, perdida, el hielo que cede y aquel fuego que se apodera.

El abandona sus labios, vuelve a su cuello y deja pequeños besos en la piel tierna, recorre con sus manos las marcas de una tortura, ella se tensa, esperando un gesto repulsivo que nunca llega.

Los labios del chico de la Veta, suben hasta el lóbulo de su oreja, hace que aferre sus manos a su espalda, que sus piernas cedan y que su consideración racional casi desaparezca.

Deja que él la bese, su rostro, sus mejillas, su frente, su cuello... Lo deja ser y lo disfruta mientras sabe que tiene la batalla ganada, pero cuando cree que es momento de frustrarlo y llevar a cabo su propia tortura, se aparta.

–Johanna...– él susurra su nombre, y es la primera vez que reconsidera la idea de arrepentirse. Ella con la respiración trémula, sonríe con superioridad antes de dejar un veloz beso en la comisura de sus labios.

–Es mi juego, Hawthorne–

Y en su subconsciente, es ese momento que no se olvida... En el que el cazador se convierte en presa.