No había nada más tedioso que levantarse un lunes en la mañana y tener que atender al colegio.
Mis ojos aún estaban cerrados incluso cuando yacía sentado en el borde de la cama.
Cuando por fin pude abrirlos, me quede mirando el vació, tratando de evitar la tentación de acostarme en mi cama, taparme y volver a dormir. Dure así como por dos minutos.
Luego de un tiempo, decidí que ya debía alistarme para ir a la escuela. No importa cuantas ganas tuviera, he faltado demasiadas veces y si falto una más, estoy seguro de que me mandan a castigo.
Mi nombre es Frisk, tengo 16 años. Soy un chico bastante normal, con notas promedias y un estilo de vida que nadie envidiaría.
Reviso el despertador que se encuentra al lado de mi cama; ¡ya son las 7:22 am! Si no me apresuro llegaré tarde por tercera vez esta semana. Y créanme, no estoy de humor como para oír al profesor regañandome por llegar tarde otra vez.
Después de ir asearme y vestirme, y con mi mochila en la espalda, me despido de mi madre y le deseo un buen día, a lo que ella responde con un "igualmente, cariño!".
Ya estoy algo grande como para que me siga llamando así, pero supongo que el amor de mamá nunca envejece.
Con un rostro serio, comienzo mi caminata hacia el colegio.
Un día como cualquier otro acaba de comenzar.
