Capítulo 1: Storm
-¡Sshhhhh... ! ¡No hagas ruido!
-James, tienes 21 años. Tus padres no te van a decir nada por llegar tarde.
-No son mis padres de los que me escondo sino de Maguie.
James y Sirius volvían a la mansión de los Potter después de estar toda la noche fuera con los compañeros de la academia de aurores. Acababan de terminar los exámenes y dentro de una semana tendrían los resultados. El cielo se aclaraba en el horizonte por donde el sol asomaría en pocos segundos. Se encontraban agachados bajo uno de los grandes ventanales de la fachada principal de la casa. James miró su reloj.
-Son las seis menos cuarto. Dentro de quince minutos exactos, Maguie retirará los encantamientos que protegen la casa por la noche y saldrá a recoger flores al jardín. Dejará la puerta abierta y luego volverá a entrar. Eso nos da casi cinco minutos para colarnos dentro y subir a mi cuarto sin que nos vea.
-¿Y por qué no quitas tú los encantamientos protectores y entramos antes de que se levante?
-Porque se daría cuenta de que alguien ha deshecho los hechizos y ponerlos de nuevo nos llevaría más de diez minutos. Tiempo suficiente para que nos descubra y empiece de nuevo con uno de sus discursos favoritos sobre sentar la cabeza y abandonar la vida de juerguista irresponsable que llevo.
-Sólo es el ama de llaves...
-Sí, un ama de llaves que ha cuidado de mí desde que nací y que me conoce mejor que mi propia madre. Como se nota que ya no vives aquí. Ahora es mucho peor que antes. A propósito, ¿se puede saber por qué no te vas a tu casa?
-No todos tenemos cinco elfos domésticos a nuestro servicio recogiendo todo lo que destrozamos a muestro paso, ¿sabes? ¡A ti también te daría miedo dormir allí!
-¡SSHHH... ! ¡Baja la voz! Puede salir en cualquier momento...
-¡Vale, vale... ! Pero estaba pensando en algo. Si tan agobiante es como dices vivir aquí, ¿por qué no te mudas conmigo?
-¿Tal y como está tu apartamento? Tú lo que quieres es un criado que limpie tu porquería y los dos sabemos que yo tampoco soy precisamente ordenado. Además todavía no sé si me han aceptado en el cuerpo de aurores por lo que actualmente estoy en el paro. Eso quiere decir que no hay dinero para facturas. Mejor dicho, no hay dinero para nada.
-¿Y qué más da eso? James, por si no te has dado cuenta tu familia es... rica. Mira esta casa. ¡¿Qué digo casa! ¡Mansión! ¡Hay un plano cada dos pasillos para evitar perderse! Y por lo de la suciedad no te preocupes tus padres seguro que nos dejan un par de elfos...
-¡Aja! Al fin llegamos al meollo del asunto. Ya sabía yo que tú lo único que querías era alguien que te limpiara la casa... Olvídalo. Cuando reciba mi primer sueldo ya pensaré en vivir en mi propia casa. Ya he convivido demasiado tiempo contigo. ¡Mira en lo que me he convertido!
-En un juerguista irresponsable, ¿tal vez?
Pero esa no era la voz de Sirius. Los dos se dieron la vuelta poco a poco desde el ventanal por el que estaban mirando al interior de la casa. Sobre el camino de piedra que llevaba al jardín se encontraba una mujer ya entrada en años con el pelo casi blanco y gafas pequeñas y redondas en la punta de la nariz. En una mano llevaba unas tijeras de podar y con la otra se sujetaba el bajo del delantal que a modo de bolsa contenía un variado surtido de flores. En la cara, el ceño fruncido y una mirada inquisidora.
-¡Buenos días, Maguie! ¿También tú has salido a contemplar el amanecer-intentó James sin mucho éxito.
-¡James Harold Potter, entra en la casa ahora mismo, date una ducha y ven a verme antes de que me vaya porque esta vez me vas a oír!
-¿Te vas?
-Sí, tengo que ir a Londres. El Minis... ¿Qué estoy diciendo? ¡Eso no importa ahora! ¡Entra y lávate! ¡Y tú, Sirius, o te vas a tu casa o haces lo mismo que él pero YA!
-¡Señor, sí, Señor-dijeron los dos a la vez y subieron corriendo los escalones de la entrada.
-¡Es SEÑORAAA! –gritó tras ellos pero sus espaldas ya habían desaparecido a través de la puerta principal. Ahora que ya no podían verla, dejó escapar la sonrisa que estaba intentando ocultar desde que les vio agachados como dos chiquillos jugando al escondite.
-¡Sirius, sal ya del baño! Necesito lavarme los dientes. Si la jefa me huele el aliento tendremos que aguantar también la charla sobre los perjuicios del alcohol.
James aporreaba la puerta del baño de su habitación. Había más de veinte baños en la casa pero la experiencia le decía que, después de haber llegado casi a las seis de la mañana, si ensuciaban más de uno, Maguie no se limitaría a gritarles durante diez interminables minutos, les pondría a fregar todos y cada uno de los baños de la casa. Eso como mínimo.
-¡Ya está! –dijo Sirius al tiempo que salía del baño cerrando la puerta tras de sí-. Yo también me estaba lavando los dientes. No hace falta armar tanto escándalo. Por cierto, he usado tu cepillo.
James estaba a punto de explotar. Tenía una resaca horrible, Maguie no le dejaría dormir y, seguramente, le esperaba un día entero de trabajos forzados. Y Sirius, desde luego, no estaba siendo de mucha ayuda.
-¡¿Qué! –Sirius lo miraba sin comprender por qué de pronto parecía que su mejor amigo lo iba a asesinar-. El mío lo dejé en casa.
-¿Y si tenías planeado dormir aquí por qué no pensaste en traértelo?
-Esa es una pregunta estúpida, querido Prongs. ¿Desde cuándo pienso yo las cosas?
-Me rindo. Déjame pasar.
-Faltaría más, compañero. Yo te cierro la puerta.
Para cuando James salió del shock en el que había entrado al ver el baño, Sirius ya había cerrado e insonorizado la puerta con el hechizo más potente que conocía y aun así se pudo oír claramente la voz de James.
-¡¡¡¿QUÉ LE HAS HECHO A MI CUARTO DE BAÑO! ¡¡¡TÚ... TÚ... CRIMINAL SIN ESCRÚPULOS!
El desayuno ya estaba sobre la mesa cuando cruzaron el comedor para llegar a la cocina. Sirius se sentó en la silla que solía ocupar los domingos cuando les visitaba para comer y comenzó a servirse grandes cantidades de huevos revueltos. James no dijo nada porque Sirius se merecía lo que le iba a pasar en cuanto probara un bocado de aquella deliciosa comida. Lo que hizo fue seguir andando hasta la cocina donde encontró a Maguie llenando de agua un jarrón de cristal para después colocar las flores que había recogido anteriormente. James le sostuvo la puerta para que pasara al comedor donde dejó el adorno justo en el centro de la mesa.
-Ser amable no te librará de lo que tengo que decirte, James –dijo la anciana mientras daba los últimos retoques a las flores-. No obstante, gracias.
-De nada. Ya sé que he perdido tu confianza –dijo James en tono dramático- pero tú también deberías saber que no puedo negarle mi ayuda a una dama en apuros –y aquí es cuando lanza su sonrisa asesina y le derrite el corazón a quienquiera que sea su víctima-.
Esta vez le fue imposible a Maguie esconder la sonrisa pero paso desapercibida pues en esos momentos Sirius se levantó de golpe tirando su silla al suelo. Había escupido un trozo de bacon con gran dificultad y ahora se acariciaba la lengua compulsivamente mientras sus ojos registraban la mesa en busca de una jarra de agua.
-¡¡¡ABUA, ABUAAA... !
-¿Qué ha sido esta vez? –pregunto James curioso observando como Sirius corría alrededor de la mesa sin hacer el mínimo esfuerzo por acabar con su agonía-.
-Supuse que a alguno de los dos sería lo suficientemente "inocente"como para creer que os serviría el desayuno sin oponer resistencia. Les dije a los elfos que pusieran un pequeño hechizo...
-¿Y que hace exactamente este pequeño hechizo-insistió James mientras Sirius agarraba el jarrón, arrojaba las flores sobre la mesa y se bebía el agua de un trago- ¡Uuhhh... vas a pagar por eso, amigo!
-¿Estaba demasiado caliente para su gusto, Sr. Black-Maguie dijo esto con un tono excesivamente dulce y una sonrisa de oreja a oreja que se tornó en una mueca severa en menos de una fracción de segundo- ¡Te lo tienes bien empleado! ¡Ahora llena ese jarrón de nuevo y coloca todo como estaba! ¡YA!
Llevaban casi una hora aguantando los mismos argumentos de siempre ("Ya eres mayorcito para andarte con estas tonterías... Deberías olvidarte de todas esas amiguitas tuyas. Busca una buena chica y sienta la cabeza... Tu madre ya te ha dicho millones de veces que ya es hora de que la hagas abuela... blah, blah, blah...") cuando el reloj de la sala de invitados anunció que eran las siete. Maguie volvió de nuevo a la realidad, tenía que haberse marchado hace veinte minutos. Comenzó a andar de un lado para otro, entrando y saliendo de las habitaciones como un vendaval a la vez que les gritaba por encima del hombro que no se había levantado dos horas antes con idea de dejar todo listo sólo para que ellos llegaran y la hicieran perder el tiempo. De pronto se paró en seco, haciendo tropezar a James que la había estado siguiendo en su alterado recorrido por la casa (Sirius se había quedado dormido durante la charla sobre una de las sillas del comedor). Se dio la vuelta y sentenció:
-Haréis todas mis tareas ya que ha sido vuestra culpa que no las haya terminado y después os podréis acostar. Les diré a los elfos que no os ayuden y que no os dejen dormir hasta que se haya hecho todo lo de esta lista –dijo sacando un rollo de pergamino que, fácilmente, podía medir desplegado unos dos metros y medio-. Y tres palabras más: nada de magia. Ya seguiremos nuestra conversación cuando regrese esta noche.
Dicho esto se dirigió a su habitación, se cubrió con una capa, se enfundo unos guantes y un gorro de lana, volvió a la entrada, le exigió a James que llamará al autobús noctámbulo y, cuando este llegó, subió, pagó, y se marchó lanzando una última mirada de advertencia.
La vieja ama de llaves de los Potter no era bruja, era squib. Por eso no podía llamar al autobús. No es que no pudiera hacer nada de magia. Tenía suficiente poder para llevar a cabo los hechizos necesarios para mantener una casa, cocinar, fregar,... en general, hechizos de escaso esfuerzo mágico. Además el padre de James había modificado los encantamientos de protección de la casa para que reaccionasen a la voz de la anciana por lo que podía activarlos y desactivarlos cuando quisiera. También gozaba de pleno poder sobre los elfos domésticos, a quienes dirigía en sus labores, y sobre James, por lo que había influido en su educación tanto como sus padres. James la quería como si fuera la abuela que perdió cuando tenía un año y que era la única familia (a parte de sus padres y Sirius) que le quedaba. Los Potter no eran una familia muy longeva que se diga. No por problemas de salud o nada parecido sino porque la tradición en la familia era convertirse en auror y esta no es la profesión más segura del mundo, por decirlo de alguna manera. El caso es que Maguie fue quien le vio salir su primer diente definitivo, quien sufrió sus primeros indicios de magia y quien le castigó sin ir a los Mundiales de Quidditch por haber inundado el sótano para que él y el resto de los merodeadores tuvieran una piscina (Algo bastante absurdo ya que los Potter tenían su propio lago con agua de manantial y tres pequeñas lagunas dentro de sus dominios).
James miró al autobús alejarse, lo cual no le llevó mucho tiempo dada la velocidad del vehículo, y después entró en la casa, cerró la puerta y se dispuso a despertar a Sirius.
-¡Arriba, pequeño holgazán! Es hora de trabajar.
Concretamente la lista de cosas por hacer medía dos metros y veintitrés centímetros y a mediodía no llevaban hecho ni la mitad. Los padres de James estaban de viaje, así que nadie podía rescatarlos de aquella tortura (Tampoco era probable que les retiraran el castigo de haber estado allí). Cerca de las cinco convencieron a los elfos para que les dejaran comer algo y por convencieron quiero decir amenazaron.
Hacía rato que el sol se había puesto cuando terminaron todo y Maguie aún no había vuelto. Tampoco es que la echaran en falta.
-Habrá ido a ver a su sobrina que vive en Londres. Con suerte se quedará a dormir allí y pasaremos una noche tranquila sin discursos ni castigos.
Pero nadie le escuchaba. Sirius roncaba dulcemente (Dentro de lo dulce que puede ser el sonido de un tractor atrapado en el barro luchando por salir) desparramado sobre un sofá y James no tenía fuerzas para despertarlo cuando ni siquiera él tenía ganas de hablar. Entró en la cocina, se hizo un sándwich, se lo comió de un bocado y levitó a Sirius hasta una de las habitaciones del segundo piso. Cuando llegó a su habitación no se molestó siquiera en quitarse la ropa. Se tiró sobre la cama y se quedó dormido antes incluso de que su cabeza tocara la almohada.
James se levantó sobresaltado. "¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué lo había despertado?" Y entonces volvieron a golpear la puerta como si les fuera la vida en ello. "¡Ah, eso! Bueno, Maguie abrirá la puerta yo todavía puedo dormir otro poquito más", pensó James aliviado y volvió a recostarse. Pero entonces volvieron a llamar a la puerta y empezó a preguntarse por qué Maguie no abría. Y otra vez más, ahora tardaría siglos en volverse a dormir. "¿Por qué nadie abre esa maldita puerta?". Porque, según parece, dijo otra voz en su cabeza, Maguie no va a hacerlo y estás loco si crees que un poco de ruido va a despertar a Sirius. Mejor te levantas y echas tú mismo al energúmeno que te ha despertado a las... (Miró el reloj de la mesilla de noche)... ¡¡¡DOS DE LA MAÑANA! Bien, ahora James estaba cabreado, MUY cabreado. Apenas había dormido tres horas y ahora tenía que ir a ver quien llamaba a su puerta a una hora tan irrespetuosa.
Abrió la puerta, preparado para asesinar a aquel que había osado interrumpir el sueño en el que ganaba los Mundiales, pero se quedó mudo ante lo que se encontró al hacerlo. Ante él estaba una mujer empapada, pues llovía a cántaros, con un bebé en brazos sobre el que se inclinaba para evitar que se mojara. Una cortina de pelo empapado y pelirrojo cubría la cara de aquella mujer que rondaría su misma edad y un corte enorme sangraba en uno de los brazos con los que sostenía a la criatura. Parecía exhausta y a punto de desmayarse. Extendió los brazos y James interpretó aquello como una petición para que tomara al niño. Lo recogió según se lo daba y nada más hacerlo la mujer cayó al suelo encharcado de la entrada.
James no se lo pensó dos veces. Corrió a la sala de invitados, dejó cuidadosamente al bebe sobre uno de los sillones y volvió a la entrada. La mujer seguía allí (Evidentemente), ajena a las gotas que no cesaban de caer sobre ella o al suelo frío y duro sobre el que yacía. Llevaba una especie de camisón blanco de tirantes que estaba empapado y se clareaba perfectamente. James la cogió en brazos al tiempo que el niño comenzaba a llorar, estaba helada.
-¿Qué pasa, Prongs?
Sirius bajaba las escaleras que daban al recibidor. Al ver la escena corrió a su lado y lo ayudó a llevar a la muchacha hasta la sala de invitados donde descubrió al causante del ruido que lo había despertado: ¿un bebé?.
-Esto hará muy feliz a tu madre pero tu padre te va a matar.
-¡Cállate, Sirius! Cierra la puerta, ¿quieres?
-Sí, amo.
Sirius fue a cerrar la puerta mientras James trataba de despertar a la desconocida... o tal vez no tan desconocida... Había algo en ella que le recordaba a alguien pero no conseguía... El niño seguía llorando así que, viendo que la mujer no parecía tener mucha intención de levantarse y calmarlo, se acerco al niño y, cogiéndolo como si fuera una bomba a punto de estallar, comenzó a pasearse por la habitación. Tal vez el movimiento lo calmara... o tal vez no. El bebé seguía llorando y la mujer había empezado a temblar débilmente.
-Tú sí que tienes buen gusto –dijo Sirius, que acababa de volver del recibidor, mientras le apartaba el pelo a la joven-. ¿No tomasteis precauciones?
-¡Sirius! No me estás ayudando, ¿sabes? Además, no es mío. ¡Ni siquiera sé quién es esta mujer!
-Tranquilo, amigo. Cálmate. ¿Qué necesitas?
-No es aconsejable realizar hechizos en menores de un año, ¿no, y este no parece tener más que unos meses, así que tendremos que secarle con toallas.
-Muy bien, toallas –con un movimiento de varita, Sirius conjuró dos toallas-. ¿Algo más?
-Sí –añadió mientras extendía una toalla sobre la mesita de café y, después de tumbar al bebé sobre ella, comenzaba a retirarle el pijamita que llevaba, ve a la habitación de mis padres y trae algo de ropa de mi madre...
-¿Alguna preferencia? Yo creo que el vestido negro le quedaría como un guante pero también...
-¡¿Quieres callarte y hacer lo que te digo antes de que se muera de una pulmonía! Una bata servirá.
Sirius volvió a abandonar la habitación y el niño se quedó callado. "¡Por fin!", pensó James aliviado.
-Te entiendo perfectamente. Si no tuviera 21 años yo también lloraría cada vez que le veo.
Le secó con la otra toalla que le había dado Sirius y conjuró una mantita en la que lo envolvió como un rollito de primavera. Después se sentó en el sillón más cercano al sofá donde habían dejado a la madre y lo acunó en sus brazos esperando que se durmiera mientras observaba de forma pensativa aquella cara tan familiar. La chica seguía temblando así que, sosteniendo el niño con un brazo y moviendo su varita con la otra, le aplicó un encantamiento calentador. El camisón, su pelo y su piel se secaron pero seguía teniendo la cara pálida y los labios morados. Entonces vio el corte del brazo de nuevo, sangrando sobre el blanco puro del camisón. Otro movimiento de su varita y la piel se unió de nuevo sin dejar más señal de que allí hubiera habido un corte que la mancha de sangre en sus ropas.
Hacía un par de minutos que el niño no se movía. James lo miró de nuevo. Se había quedado dormido, sonriendo. Dejó su varita para poder sostenerlo con ambas manos. Parecía tan relajado y feliz.
Lily
Lily se despertó lenta y confusamente. No había abierto los ojos pero sabía que no estaba en su casa... Comenzó a recordar los últimos acontecimientos de forma desordena pero cuando revivió la llegada al umbral de la casa donde trabajaba su tía todo se volvía borroso y no podía recordar más. "¿Dónde estoy ahora? ¿Y Emily?", se preguntó. Ya no hacía frío y el brazo ya no le dolía. Se tocó el lugar donde había estado la herida con la otra mano pero ya no había nada. Entonces abrió los ojos.
Estaba tumbada sobre un sofá en una habitación lujosamente amueblada. Frente a ella había una mesita de café con un par de tollas empapadas y el pijamita de Emily. Un poco más allá una chimenea donde las llamas bailaban y calentaban el aire. A sus pies, en un sillón a juego con el resto de la habitación estaba sentado un hombre joven. Tenía el pelo alborotado y negro como la noche y unas gafas cubrían sus ojos castaños. En sus brazos mecía a Emily de quien no apartaba la vista. Parecía preocupado.
Inconfundible. James Potter. "¿Me habrá reconocido? Imposible, ha pasado mucho tiempo", meditaba sin dejar de mirarle. En ese instante él levantó la vista y la miró a ella. Y ahora sí que la había reconocido. En un apartado rincón de su mente Lily confiaba en que no se habría olvidado de sus ojos. Y no se equivocaba.
Ahora estaba a salvo.
Se quedaron mirándose uno a otro durante un minuto o dos y entonces entró Sirius rompiendo el encanto.
-Aquí tienes –llevaba la bata de su madre sobre el hombro y con las manos sostenía una bandeja con tres tazas de té humeantes, un azucarero y una jarrita de leche.
-¡Vaya! –añadió al ver a Lily despierta-. ¡¡Buenos días, princesa!
Lily no dijo nada. Se limitó a incorporarse y a tomar la bata que Sirius le alcanzaba. Se la echó sobre los hombros y volvió a mirar a James.
-¿Me la devuelves? –dijo extendiendo los brazos hacia el bebé.
-Sí, claro –la depositó en sus brazos-. Está dormida. No sé por qué creí que era un niño.
-Es muy pequeña para diferenciarlo a simple vista pero... ¿No la has cambiado tú?
-Sí, pero no la he cambiado de pañal así que... tampoco me iba a poner a mirarlo.
-No quiero ser descortés ni nada parecido –intervino Sirius- pero creo que no es momento para discutir frivolidades. Más bien, deberíamos discutir quién eres, qué te ha pasado y por qué o cómo has llegado aquí.
-¡Sirius! –le reprendió James por la rudeza.
-¡¿Qué! No podemos ayudarla si no nos cuenta nada.
-Tiene razón –esta vez habló Lily-. No me he presentado porque pensé que me habías reconocido.
-¿Te conocemos? –preguntó Sirius esforzándose por recordarla.
-Es Lily –le informó James que había fijado su mirada en las llamas-. La sobrina de Maguie.
Lily apartó la vista de Emily y la dirigió hacia James. Después de todo sí la había reconocido aunque la forma en que dijo "La sobrina de Maguie" la ofendió un poco. Habían pasado casi tres años desde que se despidieron. Lo recordaba perfectamente. Ella estaba sentada sobre las escaleras que llevan fuera del castillo de Hogwarts, su baúl a un lado y su gata, Eurídice, adormilada sobre sus piernas...
-Te estás volviendo muy perezosa, Eurídice. Empiezo a creer que estás enferma...
-No le pasa nada fuera de lo normal pero dentro de un tiempo sí que estará agotada. Va a tener gatitos.
James había salido de la nada, es decir, de debajo de su capa de invisibilidad.
-Te dije que no vinieras. Ya nos despedimos anoche.
-Todavía no ha amanecido –dijo sentándose a su lado y acariciando a Eurídice con cautela, así que técnicamente todavía es de noche y mi tiempo todavía no se ha acabado.
-Pero ya no hay nada más que decir, James. Enseguida llegará mi carruaje y... no nos volveremos a ver. Esto no tiene sentido.
-Sólo quiero pasar todo el tiempo posible contigo.
-No. Lo que quieres es que cambie de idea y eso no va a ocurrir.
-Tu tía siempre dice que la carrera sólo termina cuando el caballo ganador cruza la línea de meta.
-¿No entiendes verdad?
James intentó protestar pero Lily lo interrumpió.
-Es que si lo comprendieras no estaríamos teniendo esta conversación otra vez. Pero si lo que quieres es que te lo repita lo haré. Es muy sencillo. Tu vas a entrar en la academia de Aurores lo que te dejará un tiempo libre de... vamos a ver... cero. Yo me marcho a investigar con el Profesor Russel y no volveré a pisar Inglaterra en dos años por lo menos. James, eres listo, no creo que sea necesario que te diga lo que eso significa. Los dos sabemos que no podemos mantener una relación por correspondencia. ¡Ni siquiera es una relación! ¡Apenas llevamos saliendo unas semanas!
-¡Ya lo sé pero... no puedo, no quiero aceptarlo!
-Pero lo harás –dijo esto mirándole directamente a los ojos-. Vamos, James, sólo tenemos diecisiete años. No es como si yo fuera el amor de tu vi...
-¿Y si lo fueras?
-James...
Él la miraba con tanta seguridad que por un momento pensó que... ¡No! Por Merlín, no podía echarse atrás ahora.
-A mí también me duele pero dentro de un tiempo te habrás olvidado de mí. ¿Vas a tirar tu futuro por algo que podría no funcionar?
James se quedó callado y el carruaje de Lily se paró frente a ellos con la puerta abierta esperando a su pasajera.
-Eso es lo que tú piensas, ¿no? Para ti es más importante irte a recorrer mundo con ese chiflado, más... más importante que yo. Pensé que sentíamos lo mismo.
Eso había sido un golpe bajo. Era precisamente lo que Lily temía que iba a pensar. Y no era así. Esta era una gran oportunidad, cierto, pero lo habría rechazado sin pensarlo de haber creído que lo suyo iba a funcionar... pero eso era imposible. No con un futuro Auror y Lily jamás le haría renunciar a sus sueños por ella. Ahora él creía que todo el tiempo que habían pasado juntos había sido una farsa... un juego. Aunque pensándolo bien,... mejor que lo creyera así.
-Si eso te va ayudar a olvidarme... Sí. Lo hemos pasado bien, James. Pero... ¿en serio creías que íbamos a casarnos, tener hijos y vivir felices para siempre?
Sabía que le estaba haciendo mucho daño pero si la odiaba tal vez la olvidara antes. A ella le costaría mucho más, en cambio. Ahora estaban los dos de pié frente al carruaje y James, paralizado, la miraba con los ojos brillantes y una profunda confusión pero ella sabía que acabaría por aceptarlo. Levitó el baúl hasta el interior del carruaje y con Eurídice en brazos subió el pequeño escalón, se sentó y cerró la puerta. No pudo evitar asomarse a la ventanilla y mirarle de nuevo... por última vez. Se le partió el alma al ver una lágrima cruzando su mejilla pero ya no había marcha atrás.
-Supongo que no volveremos a vernos así que... Adiós.
El carruaje se puso en marcha. Se sentó de nuevo en el asiento, subió las piernas y abrazándolas enterró la cabeza entre sus rodillas. Eurídice comenzó a frotarse contra ella, maullando... llorando con su dueña.
-¡¿Lily! –Sirius la sacó de su trance, aparentemente no habían pasado más que segundos. A Lily le había parecido una vida entera-. ¿De verdad eres tú? ¡Guau, sí que has cambiado! Pero, James, ¿no decías que no la conocías?
-Al principio no –estaba tomando una de las tazas de té de la bandeja. La echó dos cucharadas de azúcar, le dio un sorbo y continuó- pero sí me resultaba familiar. Luego abrió los ojos y... es la única chica que conozco que tiene ojos verdes.
-Por un momento creí que os habías olvidado de mí –dijo con una débil sonrisa.
-Bueno, eso era lo que tú querías, ¿no?
Adiós, débil sonrisa. Hola, sentimiento de culpa.
Sirius, medio dormido como estaba, no notó el tono de reproche en la voz de James. Sí se dio cuenta en cambio de que algo no concordaba...
-Un momento. Nosotros creímos que estabas en Londres, con tu tía.
-¿Cómo? ¿Mi tía no está aquí? –el miedo se apoderó de cada uno de los gestos de Lily.
-Se fue esta mañana. Según parece la habían llamado del Ministerio para algo... no nos dijo mucho. Cuando vimos que no volvía pensamos que se habría quedado a dormir en tu casa.
-¡Nooo- le faltaba el aire al decir esto-.
Se levantó tan repentinamente que Emily, quien todavía estaba en sus brazos, se despertó y comenzó a llorar de nuevo. James estaba confundido por la reacción de Lily y Sirius mareado por los berridos de la niña. Lily miraba en todas direcciones al tiempo que hablaba para sí, pues el llanto de Emily no dejaba entender lo que decía. James se puso en pie también y la obligó a mirarle a los ojos poniendo sus manos en las mejillas de ella.
-¡Cálmate, Lily! ¿Qué pasa?
-Tengo que ir a buscarla. Cuida de Emily- dijo y empujó a la niña contra su pecho lo que obligó a James a soltarle la cara y agarrar al bebé.
-¡¿Pero que dices! ¿Por qué...?
-¡Está en peligro!¡¿De dónde crees que he huido!
Diciendo esto salió de nuevo a la entrada, James y la niña detrás de ella, y se desvaneció en el aire. El pop característico de las apariciones ni siquiera se oyó entre el ruido que producían la niña y la tormenta juntas. Lo que sí podía oír James eran los engranajes de su cerebro quejándose por el esfuerzo. Pero por fin cogieron el ritmo.
-¡Sirius!
-¡Estoy a tú lado! No hace falta que chilles.
-Toma , la niña.
Igual que había hecho Lily con él, se la puso en los brazos. Después, conjuró su capa y comprobó sus bolsillos.
-Haz algo para que se duerma. Yo voy a... me voy. En cuanto sepa algo me comunicaré contigo por el espejo.
Y también desapareció. Sirius cerró la puerta y no tuvo que hacer nada para dormir a la niña porque, con tanto trajín de un lado para otro, se había quedado frita.
-Eso está mejor.
