Flores exóticas

Anatema no recordaba en dónde había leído por primera vez sobre las Flores Lunares, si en uno de sus grimorios heredados o en alguna revista de interés para ecologistas que tendía al ocultismo. Pero era algo superficial, un artículo colocado sin lugar a dudas para llenar espacio y que pocos nuevos saberes le prometía. O eso creía ver en su memoria, un par de dibujos en miniatura pintados con verde mar sobre un fondo dorado y brillante. Sin embargo, las Flores Lunares de las que hablaba esa nota no tenían forma humana. Eran tallos largos, no piernas y de escasa clorofila, no sangre vegetal que impidiera coloración en sus pieles. Tal vez los pétalos eran rosa pálido, pero sin lugar a dudas, no estaban éstas equipadas con largas cabelleras bien cuidadas, como si fueran princesas de aquel reino perdido de la mano de dios alguno. Y definitivamente no eran capaces de saludar lanzando ululaciones y colocando las manos sobre los hombros de las brujas, para luego unir los labios con los de ellas, cerrando los ojos felinos (o no exactamente, pero estaban pensados para entreabrirse en la oscuridad y no tanto para dar de cara al sol, de no ser cuando estuvieran alimentándose sin vergüenza alguna).