Es un misterio, no, es una cosa extraña, creo que tal vez sea una enfermedad.
No tengo fuerzas en mi cuerpo, no puedo controlarlo,
estos síntomas horribles.

En la seguridad de las cálidas sábanas coloridas que adornaban la habitación podían descansar sin preocupación alguna, el sol hace horas escondido en el horizonte, dando paso a una brillante y atrayente luna que parecía decorarlo todo con una luminiscencia azulada; los pensamientos abrumados quedaban de lado y en un suave cerrar de ojos, caerían rendidos en el mundo de los sueños.

Si, él podía sentirlo todo. Todas y cada una de las pequeñas acciones que parecían desplegarse bajo sus parpados, quemando su retina con una fuerza abrasadora mientras pinta una imagen permanente en sus recuerdos. Aún caminando en las frías y desoladas calles de la ciudad, con sus sentidos lo suficientemente agudos casi maldecía cada diminuto sonido que llegaba a sus oídos sin darle descanso que aliviase su existencia.

Él solo podía dedicarse a vagar sin rumbo fijo, como una copia barata de ciudadano del mundo mientras engañaba a todos y a sí mismo por efímeros segundos de que en verdad pertenecía a algún sitio; mas no tenía opción aparente. Odiado por lo que una vez fue y carente de espacio propio para poder adaptarse a lo que ahora era, en lo que se había convertido, o peor aún, en lo que se había transformado sin siquiera consciencia.

Flashes brillantes y cegadores asombran su memoria, el recuerdo, el sabor puro de dolor recorriendo sus venas mientras su mundo se veía inundado en una profunda y tenebrosa obscuridad. Se sentía solo, le habían dejado solo y ahora no lograba encontrar su lugar en ningún mundo. Ni siquiera dentro del círculo ancestral y selectivo del que se trataba su familia.

Susurros escondidos del mundo, dedicados a nadie llegan a sus oídos y casi sin previo aviso su hambre se abre paso en sus entrañas con inmensidad y tempestad que de no conocerse mejor, se hubiese asustado de su persona, como sucedió años anteriores, escondido en el ático destinado a primerizos. Primerizos.

Una ráfaga de viento aleja las nubes traviesas que navegaban en el cielo a paso lento y entra en su campo de visión una figura amorfa, uniforme que poco a poco comenzaba a cobrar sentido. A falta de luz necesaria solo sombras desdibujaban sus facciones pero él no tenía que preocuparse demasiado, en absoluto y en sentido contrario para sí todo estaba propicio. Para él era el ambiente perfecto y esencial para satisfacerse sin mesura.

Unos ojos azules destellantes en la obscuridad le hacen sonreír y con un simple movimiento de su cuerpo le tiene en frente. Dedos delicados le obstruyen la vista y un suspiro asustado deleita su organismo.

Bon Appetite —los latidos desbordados de un corazón aterrado y paralizado de miedo le arrulla arrancándole una nueva sonrisa mientras con una sutileza casi extraña y desencajada al acto que realizaba, su blanca dentadura hace presencia y sus afilados colmillos toman contacto con la tersa piel dando paso a su elixir de vida carmesí. La mera droga líquida sin la cual no podría sobrevivir no importando todas las veces que lo intentase.

No importando todas las veces que intentase huir. Atrapado en las puertas abiertas de su existencia misma y los mandatos de los grandes ancestros.

Con hilos bailando en la comisura de su boca y un movimiento grácil de su brazo, el cuerpo cae desplomado dando paso a un nuevo testigo de su fallida rebeldía. A tan solo metros estaba su progenitor, aquel destinado a ser mentor y que solo regresaba para hacerle entender lo que ya sabía aunque lo negase hasta en sus pensamientos. No tenía escapatoria.

Siempre volvería, siempre encontraría la manera de regresar porque los síntomas de abstinencia en los que se veía envuelto su cuerpo era algo que no podía negar, ni con la mentira más tangible que pudiese crear frente a sus ojos.

—Vuelve a casa pupilo —y así, sin más, sin advertencia alguna habría desaparecido de su campo de visión. No había vuelta atrás, había regresado al mismo punto de partida. Sin poder obviar su naturaleza, sin poder aparentar normalidad; le habían encontrado una vez más y no había remedio alguno que volver.

Volver a la isla de sueños y esperanzas rotas donde cedería a la perdición y cuerpos serían amontonados con sicopatía y placer sádico para todos los primerizos e incluso viejos iniciados en un festín grotesco y carente de sentido.

—Volver.