Habitación 201
My inmortal - Evanescence (recomendación musical)
Summary: Hermione despierta en una extraña habitación, atada a una cama, aún no lo sabe, pero está encerrada en un Hospital de Salud Mental muggle. ¿Cómo ha llegado ahí? Por otra parte, Narcissa Malfoy aparentemente está muerta. Éste hecho será el que una los caminos de Draco Malfoy y Hermione Granger en busca de la verdad. Dramione.
Aclaración: Este fic es una especie de AU en el que aparecerán tanto muggles como magos, espero que os guste. Los hechos se dan unos años después de la caída de Voldemort, y las cosas se han quedado así: Harry y Ginny viven juntos en Grimmauld Place 12, Ron vive con Lavender en la misma calle y Hermione vive con su novio Jeremy Meyer en una casita en el campo.
Disclaimer: todos los personajes son de JK Rowling, excepto algunos magos y muggles que tendré que inventar y, por supuesto, Jeremy Meyer.
Tengo prácticamente las ideas claras sobre lo que quiero escribir y cómo quiero que se desarrollen los acontecimientos, pero no sé qué tal me irá la cosa, así que lo mismo dura 10 capítulos que 27, pero prometo terminarlo. Sin más, os dejo con la historia :)
1. Habitación 201
Cuando ella abrió los ojos, le costó enfocar la estancia en la que se encontraba, tenía la visión un tanto borrosa. Lo primero que percibió fue un fuerte dolor en la cabeza. ¿Dónde diablos estaba? Notaba todas sus articulaciones entumecidas, no atinaba a recordar qué le había pasado para tener esa extraña sensación de malestar. Cuando al fin sus ojos le dieron una imagen nítida de la estancia, la analizó minuciosamente: era una habitación ridículamente pequeña, paredes blancas y mohosas, un foco en el techo a modo de lámpara que la cegaba, una desvencijada silla en una esquina, una escueta ventana por la que apenas se podía ver el exterior y olía a antigüedad y humedad. Trató de levantarse, pero no podía, pues alguien la había atado minuciosamente a una especie de camilla de hospital, imposibilitando cualquier movimiento.
Sintió miedo, apenas recordaba nada. Lo único que pudo deducir por su fortísimo dolor de cabeza era que alguien le había golpeado y dejado inconsciente. ¿Pero por qué? Empezó a repasar cosas mentalmente para comprobar que el golpe no le hubiera causado ninguna lesión grave. Se llamaba Hermione Granger, tenía 25 años, vivía en una casita en el campo con su novio, Jeremy Meyer y sus mejores amigos eran Harry Potter y Ron y Ginny Weasley. Perfecto, no tenía amnesia, recordaba perfectamente quién era. De repente, le vino una difusa imagen a la cabeza, quizá fuera el motivo por el que la habían encerrado en aquel sitio. Sin embargo no pudo recordarlo claramente, ya que unos pasos que se dirigían hacia la mohosa puerta de madera la distrajeron. Tembló y rezó porque no le pasara nada al tiempo que la puerta se abría.
En Grimmauld Place número 12, Harry y Ginny comían tranquilamente mientras veían la tele antes de ir a trabajar, cuando sonó el timbre. Fue Harry quién abrió la puerta, encontrando frente a sí a Jeremy Meyer, el novio de Hermione. Normalmente llevaba una sonrisa de oreja a oreja, tenía una expresión amable y cariñosa y sus grandes ojos color azul cielo brillaban rebosantes de alegría. Sin embargo, el Jeremy que Harry tenía delante no tenía nada que ver con el aspecto que solía tener. Su rostro estaba pálido y llevaba grandísimas ojeras en los ojos, como si no hubiera dormido en toda la noche.
— ¿Puedo pasar?—preguntó con voz trémula.
—Por supuesto, ve al salón y toma asiento—concedió Harry.
—Harry, ¿qué pasa?—Preguntó Ginny saliendo del comedor—Ah, ¡hola, Jeremy!—exclamó alegremente. Pero el aludido no contestó. Se sentó en uno de los sofás de la familia Black, sin dirigirle la mirada a ninguno de los dos, cabizbajo.
Harry y Ginny intercambiaron miradas, esperando a que él se decidiera a hablar, pero parecía que eso se le antojaba muy difícil. Levantó la cabeza y abrió la boca varias veces, dispuesto a contarles el motivo de su visita, pero no encontraba las palabras adecuadas.
—Jeremy, ¿estás bien? ¿Pasa algo?— aventuró Ginny.
—Anoche Hermione no volvió a casa—sentenció, agachando la cabeza de nuevo.
Se hizo un silencio sepulcral. La preocupación les embargó, ya que Hermione solía decir siempre a dónde iba, con quién y volvía como tarde a la hora de cenar.
—Ya he ido a casa de Ron, pero no la han visto, y por vuestras caras deduzco que aquí tampoco ha pasado la noche—explicó Jeremy entristecido.
—Pero… ¿ha pasado algo? ¿Habéis discutido?—preguntó Ginny suspicaz. Aunque sabía que una discusión tampoco era motivo para que Hermione se fuera de casa sin decir nada, en todo caso habría tratado de solucionarlo.
—Qué va… de hecho, hoy íbamos a anunciaros nuestro compromiso—explicó Jeremy.
De repente un aviso de última hora en la tele detuvo la conversación, haciendo que los tres amigos corrieran al comedor. Quizá se trataba de Hermione.
Interrumpimos la programación para anunciar que la policía encontró ayer por la noche totalmente siniestrado en el fondo de un barranco, empotrado entre dos árboles y al borde de un río, un Chevrolet gris ceniza, matrícula 6589 CD.
— ¡Oh, Merlín, es su coche!—exclamó Jeremy aterrorizado.
Se cree por la documentación hallada en la guantera que el coche pertenecía a Hermione Jean Granger, de Londres. Aunque no ha aparecido el cuerpo, la policía cree que la chica murió con el impacto del coche y que, seguidamente, su cuerpo cayó al lago a través del parabrisas —completamente destrozado—, puesto que el cinturón de seguridad del conductor está intacto, piensan que no lo llevaba puesto en el momento del accidente. Sin embargo, no está confirmado que fuera ella quién conducía ni si llevaba más ocupantes. Harán una búsqueda por el río para tratar de hallar el cuerpo y entregarlo a la familia, para que puedan darle entierro. Eso es todo, les mantendremos informados.
La voz de la presentadora resonaba en las cabezas de los tres, que se habían quedado totalmente estupefactos, relacionando en su mente las palabras "Hermione" y "muerte". Tras darle varias vueltas, poco a poco empezaron a reaccionar.
Harry fue el primero en hacerlo; corrió hacia el televisor y lo estampó contra el suelo, rompiendo a llorar desconsoladamente, sin dejar lugar a ninguna esperanza. ¿Qué posibilidades existían de que su mejor amiga hubiera sobrevivido? Ginny, por su parte, apoyó su cabeza contra la mesa del comedor, sollozando espasmódicamente y asestando fuertes golpes contra la madera. Un golpe seco los hizo reaccionar: Jeremy había caído al suelo, completamente en shock. Haciendo un esfuerzo inútil por contener las lágrimas, se acercaron a él y trataron de sentarlo, apoyándolo contra la pared.
—Her…mio…ne…—fue todo lo que pudo decir, con voz entrecortada. El mundo se había acabado para él.
—Vamos, a lo mejor le robaron el coche y los ladrones se estrellaron, y ella está bien y… y…. —dijo Ginny nerviosamente, sin poder parar de llorar y nada convencida de sus palabras. Hermione era muy precavida en cuanto a seguridad, era prácticamente imposible que le robaran el coche.
—Es ella… lo sé…—afirmó Jeremy entre sollozos, haciendo un tremendo esfuerzo por no arrojarse al suelo y llorar y patalear hasta cansarse—. Nunca lleva… nunca lleva puesto el cinturón… por su trabajo…tiene que ser ella—notaba como si se le clavaran puñales ardiendo en lo más hondo de su corazón.
Sonó el timbre de nuevo, esta vez fue Ginny quién abrió. Bajo el dintel de la puerta estaba Ron, con el rostro desencajado. No hizo falta que dijera nada, simplemente abrazó a su hermano estrechamente, desmoronándose los dos juntos durante unos instantes, invitándolo a entrar seguidamente.
—Supuse que estaríais todos aquí, acabo de verlo por la tele—explicó Ron, con voz temblorosa, y a continuación se sentó en una silla junto a la mesa de la cocina y se puso a mirar distraídamente la pared, con el rostro totalmente inexpresivo.
Jeremy seguía en el suelo, sintiéndose incapaz de levantarse, sumido en la más inmensa tristeza y en la más horrible desesperación. Ya no quería vivir, no podía pensar en positivo cuando se trataba de la persona a la que más quería, nadie podía entender cómo se sentía en ese momento. Quería gritar, destrozar todo cuanto se pusiera en su camino, hacerse daño a sí mismo, escapar de aquella realidad. Porque probablemente ella no iba a volver. No la iba a ver nunca más. Y aquello era mucho más de lo que él podía soportar. Comenzaba a faltarle el aire, le costaba muchísimo respirar, por lo que automáticamente empezó a tomar breves y rápidas bocanadas de aire que apenas le llenaban los pulmones. Estaba sufriendo un ataque de ansiedad.
— ¡Jeremy!—exclamó Ginny. Tomó una bolsa y corrió a arrodillarse junto a él, tapándole la boca con la bolsa, para paliar el ataque de ansiedad—. Tranquilo, respira, muy bien… La policía aún no sabe si está muerta, se pueden haber equivocado— esbozó una leve sonrisa para aparentar tranquilidad, pero ni ella misma se creía lo que estaba diciendo. Sabía que normalmente con ese tipo de noticias, la gente al final aparecía muerta de todos modos.
—No le des falsas esperanzas—sentenció Ron, sin mirarla—. Se ha ido y no va a volver.
—Ginny, llévate a Jeremy al salón, ¿quieres? —pidió Harry cuando Ginny abría la boca para replicar. Ella asintió levemente y consiguió levantar a Jeremy del suelo, sacándolo como pudo de la cocina. Cerró la puerta tras de sí.
Harry se quedó mirando unos instantes la puerta de la cocina y a continuación se situó entre Ron y lo que fuera que estuviera mirando tan entretenido que ni siquiera era capaz de mirarlo.
— ¿Se puede saber qué coño te pasa? No eres el único al que le afecta todo esto, ¿sabes? A nosotros también nos ha pillado por sorpresa—replicó Harry, dolido, pero Ron ni se inmutó.
—Es distinto, nunca lo entenderías—dijo el pelirrojo, inexpresivo, incoherentemente tranquilo.
— ¿Que es distinto? ¿QUE ES DISTINTO? —Exclamó Harry alzando la voz y dando un golpe en la mesa, furioso, indignado y dolido— ¡Nosotros también la queríamos, joder! Y ahora probablemente esté en el otro barrio…—chilló dando otro golpe en la mesa, mientras unas cuantas lágrimas emanaban de sus ojos, haciendo que brillaran y se pusieran aún más verdes.
— ¡CÁLLATE! —gritó Ron, levantándose de un salto y encarando a su amigo. Se sentía extraño, se comportaba de una forma demasiado incoherente— ¡No, no lo entiendes! ¡Y nunca lo entenderás! ¡Ni siquiera ese subnormal de Meyer lo entiende! — estaba totalmente fuera de sí, Jeremy no era el único que tenía ganas de destrozarlo todo.
Harry, ante aquella reacción, le propinó un fuerte guantazo en la cara, dejándole la mejilla roja. Entonces Ron rompió a llorar desconsoladamente, cabizbajo, tembloroso, como un niño al que le habían quitado su juguete favorito. Se sentía vulnerable, cosa que Harry notó, abrazándolo automáticamente.
—Se ha… ido—murmuró Ron, entre sollozos. Harry le daba palmaditas en la espalda, notando como su amigo se aferraba a él con fuerza, como si fuera su única salvación —. Tú siempre lo has sabido…
— ¿El qué? —preguntó el moreno extrañado, desprendiéndose lentamente de su amigo para poder mirarlo a los ojos. Pero éste no le devolvía la mirada, por lo que lo cogió por la barbilla y le levantó la cabeza, obligándolo a mirarle— ¿Qué es lo que he sabido? —repitió impaciente.
—Pues eso… Hermione… yo siempre… la he amado—soltó Ron entrecortadamente, liberando su rostro de la mano de Harry y desmoronándose.
Entonces los dos lloraron la posible muerte de su amiga, deseando que todo fuera una broma, aunque parecía bastante improbable. Lo veían todo negro, les costaba pensar con claridad. Ron se arrinconó contra la pared, colmándola de puñetazos hasta que le sangraron los nudillos. Quería morir, y no había más. Ya no quedaba esperanza. Desde que las cosas se pusieron difíciles entre él y Hermione, habían pasado demasiadas cosas. Sin embargo, él siempre le guardó un hueco en su corazón, un hueco que nunca ocuparía Lavender por muchos esfuerzos que hiciera. Y es que nunca había intentado olvidarla… y ahora no estaba.
Lucius Malfoy caminaba altivo por una calle de Londres, tenía que darle una noticia a su hijo. Tras cruzar una larga avenida, giró a la derecha por una estrecha callejuela para atajar. Draco se había ido a vivir con aquella chica, Pattinson o Pakinson o lo que fuera, en realidad lo único que le importaba es que ella era una sangre limpia y tenía mucho dinero, por lo que era buen partido para su hijo.
A pesar de que él les había dicho que podían vivir en la Mansión Malfoy, Draco había decidido que vivir una temporada fuera de casa le sentaría bien; pero nunca estuvo de acuerdo con esa decisión. En realidad sabía que la chica le había suplicado que vivieran en otro sitio y él había accedido para no tener que escucharla. Ya había estado antes en su casa; un dúplex entre el centro y las afueras de la ciudad. Comparado con la casa en la que había pasado su niñez y adolescencia, una auténtica basura. Un cuchitril en medio de un edificio lleno de gente inmunda, muggles sobre todo.
Cuando al fin llegó a la verja por la que se entraba a la urbanización en la que se encontraba la casucha de su hijo, sacó un pañuelo de tela y lo interpuso entre su mano y la verja para poder abrirla sin tener que tocarla, a saber qué impurezas había en ella. Apenas se detuvo a mirar lo que le rodeaba, para él todo aquello era basura muggle, y eso no tenía cabida en su interés.
Sin soltar el pañuelo tocó al timbre y entró en el portal para subirse a una especie de caja de transporte. Marcó la quinta planta y esperó, mirando con repugnancia aquel inmundo cubículo al que los muggles llamaban ascensor. Cuando las puertas se abrieron, salió al rellano con elegancia. Tocó a la puerta dos veces, ni una más, y esperó a que le abrieran.
— ¡Señor Malfoy! ¡Qué sorpresa! —exclamó la chica que le abrió, Pansy Parkinson.
Pasó por alto que la muchacha llevara nada más que una camisa, probablemente una de las de Draco, unas bragas y unos calcetines. Es más, entró en el dúplex apartándola de un leve empujón, sin apenas mirarla.
— ¿Está aquí Draco? —preguntó sin más, mirando a su alrededor en busca de una silla en la que sentarse.
—Está en la ducha, ahora sale—explicó ella, mientras le indicaba que la acompañara al salón—. Siéntese si quiere—ofreció, un tanto molesta, señalando un sillón de cuero negro.
Lucius Malfoy la ignoró completamente, lo único que le podía interesar de ella era un matrimonio de conveniencia y unos herederos del legado Malfoy, nada más. En algunas ocasiones se había visto obligado a tratar con sus padres, los Parkinson, pero sólo lo hacía por mera educación, porque su mujer había insistido en invitarlos a comer de vez en cuando.
Por su parte, Pansy se sentía molesta. Se asomó por la ventana y miró hacia la calle distraídamente, esperando con impaciencia a que Draco saliera de la ducha. ¿Es que todos los Malfoy se iban a comportar igual con ella? Odiaba que la ignoraran y creía que ese no era el trato que ella se merecía por parte de su suegro. Al fin y al cabo, pensaba convertirse en la esposa de Draco Malfoy, pasar el resto de su vida siendo una mujer de bien. Y esa idea la hacía sentirse afortunada. Aunque por otra parte, él últimamente se comportaba de forma extraña con ella, hacía tiempo que no la tocaba. Por más que ella le insistía, le hacía mimos e incluso le hacía bonitos regalos; él se seguía mostrando impasible, distante, frío. Entonces se dio cuenta de que estaba ante Lucius Malfoy llevando únicamente una camisa y se sintió avergonzada. Aunque visto de otro modo, era la excusa perfecta para evitar la compañía de su futuro suegro.
—Voy a ver si Draco está ya listo anunció Pansy, saliendo del salón para ir a cambiarse a su habitación.
Una vez se hubo vestido, oyó la puerta del baño abrirse. Salió de la habitación apresuradamente y vio al rubio avanzando por el pasillo. Llevaba nada más que la toalla puesta y no puedo evitar quedarse mirándolo durante unos instantes apoyada en el marco de la puerta del dormitorio. Llevaba la espalda aún mojada, marcando sus perfectos músculos. Caminaba con sus habituales aires de grandeza y eso hacía que le atrajera aún más. Cuando al fin volvió a la realidad, se apresuró a alcanzarlo. Lo cogió por el brazo y él se giró dirigiéndole una mirada que decía claramente "¿Qué quieres ahora?".
—Ha venido tu padre—murmuró Pansy incómoda, se había percatado de la expresión del chico—. Está en el salón.
—Dile que ahora voy.
A regañadientes, Pansy volvió al salón a anunciarle a Lucius Malfoy que su hijo había ido a vestirse y que no tardaría en reunirse con ellos. Éste asintió vagamente, ignorándola de nuevo, a lo que ella se sentó en una silla, con cansancio y aburrimiento. No mucho más tarde, Draco hizo su entrada en el salón. Padre e hijo ignoraron a la chica, a pesar de que ella hizo ademán de levantarse.
—Tenemos que hablar—dijo Lucius secamente—. Hay algo que debes saber.
El rostro serio de su padre le indicó a Draco que se trataba de algo importante. Miró a Pansy unos segundos y se acercó a ella, que se levantó de su asiento, esperanzada.
—Déjanos a solas— enunció él—. No te incumbe lo que mi padre tenga que decirme—añadió antes de que ella le replicara.
Dolida, abandonó el salón y cerró la puerta cabizbaja, tratando de no mirar a ninguno de los Malfoy. Sin embargo, pegó la oreja contra la puerta para poder escuchar la conversación. Él podría decir lo que quisiera, que ella haría lo que le viniera en gana. Se estaba empezando a hartar de tanto secretismo, de que su propio novio no fuera capaz de contarle las cosas, de estar tan al margen de esa maldita familia y de que ese condenado apellido la despreciara tanto.
—Será mejor que te sientes—sugirió Lucius—, lo que tengo que decirte no va a sentarte bien.
—Adelante, te escucho—contestó Draco secamente, desanimado, mientras se sentaba en la silla en la que anteriormente estaba Pansy.
—Seré claro e iré directamente al grano—dijo Lucius llanamente—. Hijo, esta mañana ha venido la policía a verme. Es sobre tu madre.
— ¿Qué le ha pasado? ¿Está bien? —preguntó Draco un tanto preocupado.
—Draco, tu madre murió ayer de madrugada. La encontraron tirada en la calle —dijo sin más, fríamente, como quien dice que va a llover.
Draco se quedó callado, incrédulo, disimulando que por poco se cae de la silla. No podía ser verdad, simplemente no podía serlo. ¿Su madre? ¿Narcissa Malfoy muerta? No iba a creerlo, no podía, no quería creerlo. Se levantó de un salto y le dio una fuerte patada a la silla en la que estaba sentado. Pero eso no era suficiente, así que la recogió y la estrelló contra el suelo, haciéndola añicos. Lo que más le perturbaba era la tranquilidad con la que su padre le había dado la noticia.
—Y a ti te da igual, ¿verdad? —le espetó a su padre.
— ¿Cómo te atreves a insinuar eso de mí?—rugió Lucius, levantándose bruscamente del sillón de cuero negro y acercándose a su hijo peligrosamente.
—No lo insinúo, lo afirmo— tentó Draco impetuosamente. Entonces su padre le propinó un golpe tan fuerte en el hombro con el bastón que, de no ser porque consiguió sujetarse a la mesa, le habría hecho caer al suelo.
—No te atrevas a desafiarme, Draco—amenazó su padre—. Sabes perfectamente que tu padre sabe guardar la compostura ante las dificultades— inquirió—. A ver cuándo empiezas a hacer tú lo mismo y dejas de comportarte como un crío pequeño. Eres un Malfoy— añadió solemne—, y los Malfoy nunca nos desmoronamos, los Malfoy no lloramos como todas esas alimañazas muggles, los Malfoy nunca nos rendimos—esperó a que su hijo se recuperara del golpe para continuar hablando—. Mañana es el entierro, a las 12 y media en la Mansión. No faltes, porque ahora me tengo que marchar, pero aquí no ha acabado la conversación. Tengo planes para ti. Hasta mañana—se despidió secamente.
Y dicho esto abandonó la estancia, topándose con Pansy al otro lado de la puerta del salón. La miró con desprecio y se volvió para mirar a tu hijo.
—Por cierto, la próxima vez le dices a tu novia que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas—dijo irónicamente.
Y dicho esto se marchó con paso aristocrático del dúplex, esbozando una sonrisa de satisfacción y autosuficiencia, quizá pensando en esos misteriosos planes que tenía para su hijo.
Una vez oyó la puerta de la calle cerrarse, Draco dejó que unas cuantas lágrimas resbalaran por sus pálidas mejillas. Le odiaba. Odiaba a su padre más que a nadie en el mundo en ese momento. ¿Qué demonios era eso tan importante que tenía que hacer para no haber estado al lado de su madre en todo momento? Aunque sabía que Lucius Malfoy no era de esos maridos. Se mesó el pelo desesperadamente, tan fuerte que hasta le dolía, pero no le importó. Pansy se acercó a él discretamente y le puso una mano sobre el hombro. Lo había escuchado absolutamente todo y pensó que tal vez necesitaría consuelo. Pero se equivocó, él la ladeó bruscamente.
—Ahora no, déjame solo—dijo Draco con voz ronca.
—Pero Draco… no te lo guardes para ti solo, no quiero verte así, deja que te ayude—contestó Pansy con voz suplicante. Sabía que estaba dolido, pero no soportaba que estuviera tan triste.
— ¿Estás sorda? Te he dicho que te largues, ¿y cómo cojones se supone que me ibas a ayudar? —espetó él con furia, carente de tacto. ¿Qué coño le pasaba? ¿Es que no lo entendía? Quería que se largara. Que ella y el resto de mundo se fueran a la mierda. No quería ver a nadie y punto, ¿tan difícil era de entender o qué?
—Por favor, no me hables así—dijo Pansy, llorosa. Y esa era una de las cosas que más molestaban a Draco Malfoy en todo el mundo.
— ¡Que te largues, joder! ¡Que no quiero hablar con nadie, ni ver a nadie! ¿Lo entiendes? —exclamó totalmente fuera de sí.
—Está bien—concedió ella, a punto de llorar—. Me largo, pero me largo para siempre—añadió. Estaba muy dolida y no iba a seguir consintiendo que la tratara tan mal. Sí, era muy dolorosa la noticia que había recibido, pero ella sólo quería darle consuelo, tratar de hacerle las cosas más fáciles. Y la idea de irse era algo a lo que había estado dando vueltas con bastante frecuencia últimamente.
—Sí, será lo mejor—contestó él, dándole la espalda.
— ¿Estás seguro?—preguntó ella. Un solo "No te vayas, Pansy" habría bastado para que abandonara sus ideas de marcharse y no volver. Pero no, en el fondo sabía que él no lo haría. Él no dijo nada, por lo que ella dio por sentado que ya no tenía nada más que hacer en ese lugar—. Tu silencio responde por ti. Lo siento mucho, he fracasado, sólo quería hacer que te sintieras mejor, pero no lo he conseguido porque tú no me dejas—añadió mientras cientos de lágrimas brotaban por sus oscuros ojos —. Nunca me dejas…—añadió— Adiós, Draco, espero que todo te vaya bien y… lo siento mucho por Narcissa.
Por un instante Draco sintió ganas de abrazar a Pansy. Un instante que duró los pocos segundos que tardó la chica en irse de allí, sin siquiera recoger sus cosas. No era la primera vez que se marchaba, pero sabía que esta vez era verdad que no iba a volver. Él la había machacado tanto en tan poco tiempo… Pero era mejor así. En todo ese tiempo no había sido capaz de sentir ni siquiera un poco de cariño por ella, no le importaba lo más mínimo. Le daba igual si se iba con otro, le importaba un bledo si era feliz o desdichada, pero en fin… también era capaz de admitir que estaría mejor sin él.
Hermione ya no sabía ni dónde estaba. Aquella mañana la habían drogado numerosas veces. La había llevado a una sala parecida a la habitación en la que se había despertado y la habían atado a una silla. Había sido horrible. Cada vez que se quejaba, alguno de los guardias que la habían arrastrado hasta allí le asestaba un fuerte golpe que la dejaba atontada. Si lloraba, otro golpe. Toda la mañana inyectándole fármacos uno tras otro, sin descanso. Tan sólo le habían dado de comer para mantenerla viva. Un trozo de pan seco y otro golpe, por suplicar que le dieran comida.
Y ahora volvía a la habitación. No había pasado mucho tiempo desde la primera inyección o primera pastilla —ya ni recordaba que había sido lo primero— cuando se dio cuenta de que estaban experimentando con ella. Pero ¿por qué? ¿Por qué ella? ¿Cómo había llegado a ese lugar? ¿Qué es lo que había hecho? Dos hombres la arrastraban por los pasillos de aquella especie de clínica. Apenas notaba los tirones, tan solo quería tumbarse. Se detuvieron en seco y pudo levantar la cabeza, necesitaba orientarse, encontrar algún punto de referencia. Al lado de la puerta había un cartel que rezaba Habitación 201.
Tiraron de ella por última vez y la arrojaron bruscamente a la cama, haciendo que Hermione casi se golpeara contra el cabecero de la camilla. Al darse cuenta de ello, los dos hombres rieron brevemente. Después, tomaron unas correas y la sujetaron minuciosamente a la cama, para que no se pudiera mover.
—Por cierto, puedes gritar todo lo que quieras, esto está insonorizado y nadie te va a oír—le informó uno de los hombres, sonriendo maliciosamente.
Una vez estuvo segura de que la puerta estaba cerrada y no había nadie más que ella en la habitación, gritó con todas sus fuerzas. Se sentía humillada, desorientada y lo peor de todo es que no sabía ni por qué estaba allí, ni cómo iba a salir de allí. La magia quedaba descartada, era obvio que le habían quitado la varita. Tras un rato de gritos y llantos, calló rendida de agotamiento. Lo más seguro es que el día siguiente fuera igual de duro.
¡Y eso es todo! Intentaré subir un capítulo por semana, espero que os haya gustado igual que a mí me ha gustado escribirlo.
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