Ya sé ya sé. Tengo fics sin terminar. Pero es que esta idea lleva días dando vueltas por mi cabeza. Es diferente, muy diferente. AU 100%. Sólo os pido que le deis una oportunidad. Si no os gusta se termina y listo. Ya sabeis se aceptan críticas ya sean buenas, malas o regulares. No sé que ritmo de actualización tendrá la historia.
Volvía a casa. Hacía diez años que se había marchado. Recordaba cada lágrima vertida aquel día. No quería marcharse, no entendía las razones que le daban. Aquella era su casa, era su lugar en el mundo y tenía que dejarlo. Recordaba cada súplica, cada favor pedido. Recordaba cómo pese a todo terminó alejándose de todo lo que siempre amó.
Diez años. El tiempo lo cambia todo. Con cada año que pasó su dolor fue desapareciendo. Su añoranza se fue escondiendo tras una espesa bruma. Y cuando ya no había nada que añorase de aquel lugar, el destino le jugó una mala pasada. Su padre había fallecido y debía regresar a casa.
Miraba por la ventanilla. El paisaje que aparecía ante sus ojos no tenía nada que ver con la ciudad que dejaba tras de sí. Su equipaje era ligero, sólo un pequeño baúl, no pensaba estar más de un mes en aquel lugar. Su vida hacía mucho tiempo que estaba lejos de allí.
Sonrió con cierta nostalgia. Diez años atrás aquel no fue su medio de transporte. Diez años atrás a su lado viajaba su padre. Acarició el asiento libre que había a su lado. Su padre, al recordar aquel lejano viaje las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Sacó un pañuelo, blanco con sus iníciales bordadas y limpió aquellas lágrimas.
Ante sus ojos fue apareciendo su vieja ciudad. Lanzó un suspiro al aire al tiempo que se tensaba. No sabía que se encontraría y tampoco sabía que esperaban de ella.
-Señorita Beckett hemos llegado – Ella giró su cabeza y asintió al ver al mozo. Éste llevaba ya su equipaje en la mano- Será mejor que se prepare para bajar, ya sabe que la parada no es muy larga.
Lentamente el tren fue reduciendo su velocidad. Sintió un leve vaivén cuando al fin se detuvo. El mozo abrió la puerta y ella se colocó el sombrero y los guantes antes de descender.
Cuando su pie tomó tierra fue lentamente levantando la cabeza y las lágrimas se comenzaron a amontonar nuevamente en sus ojos cuando se encontró frente a ella a Martha. La que durante casi catorce años había sido su nani.
-Señorita Beckett, siento mucho que nos volvamos a ver en estas circunstancias – Kate asintió- Pero aún así, me alegro de tenerla en casa señorita – No pudo evitarlo, Martha se lanzó a sus brazos- Mi niña, levanta la cabeza para que pueda contemplar a la hermosa dama en la que te has convertido – Posaba una mano en la barbilla de Kate haciendo que ésta levantase la cabeza- Me recuerdas tanto a tu difunta madre – Dijo con cierta nostalgia Martha.
-Señora Rodgers me alegro de encontrarla en tan buen estado – Martha negó al escuchar como su niña la llamaba por su apellido.
-Vayamos a casa, pero mi niña para ti siempre fui Martha – Le dijo acariciando el brazo de Kate- Kevin nos está esperando para llevarnos a casa.
-¿Kevin? – Martha sonrió.
-Sí el joven Ryan, ¿no te acuerdas de él? Era el hijo del capataz que tenía tu padre, que en gloria esté, cuando eras una niña – Kate caminaba al lado de Martha y mientras trataba de recordar al joven Ryan. Pero era como si aquellos tiempos no los hubiese vivido.
Ryan ayudó a la señorita Beckett a subir al carro, después colocó el equipaje en la parte trasera, se subió en la parte delantera y arreó a los caballos.
Polvo, aire seco, baches, caballos pasando por el lado del carruaje, hombres sacándose el sombrero a modo de saludo, música proveniente de alguno de los salones, mujeres que se paraban al paso del carruaje para de inmediato comenzar a hablar entre ellas, hombres sudados, golpes de martillo sobre un yunque. Todo eso es lo que recibió a Katherine Beckett en su regreso a Fort Gates. La entonces pequeña ciudad que la vio nacer veinticuatro años atrás.
Según se fueron alejando del centro de la ciudad, la paz del lugar se fue instaurando a su alrededor. Atrás quedaba aquella ciudad en la que sus padres se habían instaurado treinta y cinco años atrás. Su padre Jim Beckett llegó en buscando un sueño, el de la libertad y la fortuna. Llegó trayendo junta a él unas pocas cabezas de ganado y unos pocos caballos. Se asentó en una pequeña porción de tierra. Pequeña, pero inmensamente rica, el pequeño terreno estaba atravesado por un gran rio. Luchó a sangre y fuego para lograr aquel terreno sabiendo que de lograrlo su mísera vida habría terminado. Y lo logró. Y después trajo a su amada esposa Johanna.
Y juntos crearon su hogar, y a medida que su pequeño rancho crecía llegaron los hijos. Y no podían ser más felices. Pero un día la buena estrella del matrimonio Beckett pareció comenzar a languidecer. Y sus tres hijos fallecieron, el cólera se los llevó a edades muy tempranas. El silencio se instauró en aquel hermoso hogar. El dinero no pudo comprar la felicidad.
Martha acarició el brazo de Kate cuando el Rancho Beckett comenzó a divisarse, hacía muchos minutos que estaban en territorio Beckett, pero era justo en ese instante cuando la mansión aparecía ante sus ojos.
Y un día lejano, un 17 de noviembre la alegría volvió a instaurarse en aquella vivienda. Johanna Beckett daba a luz a una preciosa niña. A la postre única hija de los señores Beckett, Kate.
Ryan detuvo el carruaje, Martha descendió y comenzó a caminar hacia las escaleras de entrada, Ryan ayudó a bajar a Kate y después dejó el equipaje en la entrada.
-Bienvenida a casa señorita Beckett – Dijo quitándose el sombrero- Cualquier cosa que necesite no dude en decírmelo – Kate tan solo asintió.
Se quedó parada sin subir aquella pequeña escalinata. Miraba la que por muchos años había sido su casa. Giró su cabeza hacia la derecha, dirigiendo su vista hacia el lugar dónde estaban los establos y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.
Martha sonrió al ver aquel gesto – Debería entrar en casa, estará cansada. He preparado su antigua habitación. ¿Quiere asearse antes de que le sirva la comida? – Kate miró a la mujer y comenzó a ascender por las escaleras.
-Estoy algo cansada, creo que me asearé y dormiré un rato – Aspiró el aroma existente en el interior de la casa.
-Pero debería comer algo – Kate miró a Martha y negó.
-Ahora mismo no tengo hambre. Prefiero descansar ha sido un viaje realmente agotador – Martha tomó el equipaje de Kate en sus manos y comenzó a caminar hacia el antiguo dormitorio – gracias – dijo Kate cuando Martha dejó el equipaje en el interior de su cuarto.
-¿Necesita que la ayude?
-No, gracias. Puedes retirarte Martha – Kate cerró la puerta tras de sí. Se quitó el sombrero y los guantes y los dejó sobre el sillón.
Sus ojos recorrían aquella estancia, sus manos fueron acariciando cada mueble y con esos gentos la neblina de su cerebro fue desapareciendo. Se acercó hasta su antigua cama y se dejó caer sobre ella.
La noche caía sobre Ford Gates cuando Kate Beckett comenzaba a abrir sus ojos. Comprobó la hora en el reloj del dormitorio. Se sorprendió a ella misma, había dormido más de cuatro horas.
Se puso en pie. Caminó hasta la puerta de la gran terraza que había en su cuarto y la abrió. El aire seco había dejado de existir, ahora se sentía una suave y fresca brisa. Se rodeó con sus propios brazos y mirando al horizonte dejó escapar una sola lágrima.
Una vez en el interior del cuarto, abrió el baúl. Quería cambiarse de ropa. Se acercó con sus vestidos hasta su viejo armario y al abrirlo se sorprendió al encontrar en su interior sus viejos pantalones, sus camisas e incluso sus botas. Acarició aquellas prendas. Decidió ponerse una de sus vestidos, negro por supuesto ya que estaba de luto. Cuando se giró descubrió su viejo sombrero colgado de una percha en la pared y no pudo evitar una sonrisa. De la misma forma que no pudo evitar tomarlo entre sus manos y calárselo.
Unos golpes en la puerta la sobresaltaron, dejando de inmediato el sombrero en el lugar dónde lo había encontrado.
-Adelante – Dijo girándose hacia la puerta para ver quién entraba.
-Buenas noches señorita, la cena está casi lista. Deje el equipaje ahora se lo coloco yo – Martha ya caminaba hacia el armario para hacer lo que había dicho.
-Gracias Martha. La verdad es que tengo hambre – Se recogió el cabello en un moño.
-Como no va a tener hambre señorita si no comió nada cuando llegó – Kate dejó volar su cerebro hasta que éste le llevó a muchos años atrás cuando Martha la regañaba por saltarse las comidas por estar en los establos- Ande baje a cenar – Kate sonrió y comenzó a caminar.
-Quiero ir a ver la tumba de mi padre – Martha asintió.
-Pero ya mañana hoy es un poco tarde – Kate se giró y negó.
-No, Martha, quiero ir ahora- Sabiendo lo que la mujer diría Kate se adelantó – No tardaré mucho, la cena puede esperar unos minutos.
Sus zapatos se iban cubriendo de polvo a medida que ella caminaba por el camino que desde la casa llevaba hasta el pequeño cementerio familiar. Alejando un poco de la mansión, al lado del agua, bajo los inmensos árboles se encontraban las tumbas de sus padres y hermanos.
Aquellos hermanos a los que ella siempre añoró pese a no haberles conocido. Aquella madre que trataba por todos los medios que su hija dejase de parecer un cowboy. Aquel padre que disfrutaba con cada travesura de su princesa.
Y allí, Katherine Beckett se dejó caer sobre la hierba. Y se permitió llorar al fin. Y se vio libre de gritar. Y maldecir el día en el que su padre decidió alejarla de él. El día en el que su padre decidió que ella debía ser una dama. El día en el que su amor por su tierra no importó.
-No sé quién soy. Me alejaste de todo lo que amaba – Hablaba mirando la lápida de su padre- Me alejaste de ti. Maldito seas papá. Yo tampoco sabía cómo vivir sin mamá pero no por ello quería alejarme de ti. Te has ido sin esperar mi llegada. Te has ido sin volver a hablar conmigo. Ahora estoy aquí y no queda nada en mí de aquella Katie que fui – Se ponía en pie y comenzaba el camino de regreso a la casa.
Martha comenzó a servir la cena cuando Kate se sentó a la mesa. Aquella gran mesa que presidía el comedor. Aquella mesa en que ella recibió la terrible noticia de la muerte de su madre. Allí estaba ella cuando su padre caminó hacia la estantería dónde estaba su rifle. Salió corriendo tras de él. Le vio entrar en el establo y terminar con la vida del caballo favorito de su madre. El mismo caballo que montaba y del cual se cayó perdiendo la vida.
-No quiero cenar aquí, mejor me sirves la cena en el porche ¿te importa? – Preguntó caminando hacia aquel lugar.
-Mañana debería reunirse con los hombres – Kate la miraba sin comprender- Eres la nueva jefa, están esperando tus órdenes.
-Pero, si yo no me voy a quedar aquí – Martha la miró sorprendida- Pienso regresar a Boston en unos días.
-Pero, esto es suyo ahora. Tiene que ocuparse del rancho. No puedo marcharse otra vez – Le decía Martha.
-Supongo que mi padre tendría un capaz y un administrador. Ellos saben cómo llevar el rancho. Mi vida no es esta – Dijo con total convencimiento.
