Reedición a la vista.

Es que, bueno, Aiacos y Violatte son todos lindos. No podía dejar pasar el escribir algo de ellos. Aunque está corto y algo rarín, pero espero que lo disfruten.

Aclaraciones: Saint Seiya ni ninguno de sus personajes me pertenecen. Todo es propiedad de Masami Kurumada (historia) y Shiori Teshirogi (arte). Yo sólo los tomo por mero amor y sin ningún fin lucrativo. Gracias.

Reviews?


Flor del Inframundo

El jardín de flores ubicado en la parte posterior de la Segunda Prisión era un lugar que pocas veces frecuentaba. Probablemente se debía a la perturbadora presencia de Myuu de Papillon, o quizá era el hecho de que estar rodeada de tan inocentes flores le provocaba el querer destruirlas una una.

Particularmente ése sitio no le agradaba.

Sin embargo, era pertinente asistir en ocasiones, en veces por el placer personal que le causaba la soledad; los otros Espectros en raras ocasiones se asomaban, inclusive los mismos guardianes de la prisión. En otras sólo debía asistir como guardaespaldas de Aiacos.

Un extraño sonido la alarmó en medio de sus cavilaciones; una voz femenina que cantaba. Violatte dudaba que fuese Pandora o Phantasos, ellas —él en el caso del Dios— tampoco frecuentaban ése jardín.

Y además de ella misma, no existía otra mujer en el ejército de Hades.

Firmemente se encaminó hacia el sitio por el cual provenía tan extraño sonido. Dudaba que se tratase de un intruso en los dominios, seguro sólo se trataba de un alma errante que se había colado por la falta de atención de algún soldado.

Una vez arribó, notó la particular roca de la cual el cuerpo de una mujer sobresalía. Era ella quien cantaba.

—¿Quién eres, mujer? —preguntó despectiva.

Era la primera vez que la veía.

—Eurídice —sonrió la otra.

El instinto de Violatte le decía que debía cuestionarla más, pero el sonido de las flores siendo aplastadas la interrumpió. De inmediato regresó la mirada hacia la entrada del jardín, donde Aiacos hacía acto de presencia.

—¡Terminamos! —anunció el Kyoto.

Behemoth volvió a ver a la mujer por cuestión de segundos, antes de echarse a caminar a donde su señor la esperaba con gesto impaciente.

—Adiós —la despidió la rubia sonriendo.

La pelirroja sonrió casi imperceptiblemente.

—Aquí me tiene, Aiacos-sama.

—¿Qué es lo que hacías? —cuestionó él.

—Conocí a una mujer.

—Ah, entiendo —la voz de Aiacos se volvió en un tono socarrón—, conociste a Eurídice.

—Ése fue el nombre que ella me dijo —asintió—, ¿puedo saber quién es ella?

—Ella es la flor más bella de éste jardín —sonrió él.

La Espectro afiló la mirada, mientras sus puños se cerraban con cierta fuerza. Aiacos sonrió al percatarse de ello.

—¿Qué sucede, Violatte? —preguntó con altanería.

—No es nada a lo que deba prestarle atención.

—Creí preguntarte qué te sucede —la mano del Kyoto sujeto con fuerza el mentón de la mujer—, así que quiero oír una respuesta que me satisfaga.

—Le repito que no sucede nada —volvió a hablar.

—No eres divertida, mujer —el pelinegro suspiró soltándola—, menos cuando tus reacciones son así de obvias.

La pelirroja mantuvo la mirada expectante.

—Eurídice es la flor más bella de éste jardín —continuó Aiacos—, pero tú eres la flor más exquisita que hay en el Meikai. La única flor carmesí.

—Aiacos-sama… —Violatte repentinamente se había quedado estática.

—¿Y sabes qué más? —añadió él soltando una risotada—, eres la única flor que tiene permitido adornar mi templo, Antenora. La que ni Minos ni Radamanthys pueden tener.

—Es como usted dice —asintió ella—, al único que puedo servirle en cuerpo y alma es a usted.

—Y así será por siempre —dijo tomándola de vuelta por el mentón—, violeta carmesí —suspiró arrancándole un beso.