Segundo año

–¿Metiste los guantes nuevos en la maleta?

–Sí.

–¿Y el abrigo de invierno?

–También.

–¿Guardaste el padd que te compré?

–Sí, está en mi bolsa de mano.

–¿Actualizaste el teléfono de tu hermano?

–Claro.

–¿Pusiste en un lugar de fácil acceso las hipos?

–En el bolsillo interior izquierdo de mi chaqueta.

–¿Comprobaste que estuviesen cargados por si tuvieses que usarlos de emergencia ante una reacción alérgica?

–Lo hice, dos veces.

–¿Te acordaste de…?

–Mamá, ya está bien. Tengo todo bajo control.

La mirada acerada de Winona se clavó en el menor de sus hijos sentado en ese momento en la mesa de la cocina de la casa que ambos habían compartido durante las dos últimas semanas. Jim no había esperado la compañía de su madre pues su última misión la mantenía alejada del planeta, pero esta, moviendo varios hilos entre sus contactos dentro de los almirantes, había logrado un permiso en la Tierra que, casualmente, coincidía con el final de las vacaciones de verano de su hijo antes de que se iniciase el curso académico en la flota estelar.

Si bien Jim y su familia no compartían una relación al uso, el joven no podía negar que al sentir el cálido abrazo de su madre, el día que esta regresó a casa, todo su cuerpo se relajó y, momentáneamente, su rostro se hundió en el cabello rubio de la mujer aspirando su familiar aroma y regodeándose con la tranquilidad que este le transmitía. Tras muchas dificultades, Frank, la huida de Sam, el holocausto de Tarso IV, el regreso a la Tierra... los tres miembros actuales del clan Kirk habían logrado crear un pequeño núcleo familiar que servía cómo refugio a cada uno de ellos, incluso en sus peores momentos.

Los primeros días de convivencia habían permitido a madre e hijo ponerse al día de sus vidas dentro de la flota, Winona le explicó los pormenores de su misión y Jim los entresijos que se tejían en los pasillos de la academia. Luego ambos cayeron en una cómoda y fácil rutina aderezada por sus discusiones, casi diarias. Sin embargo, el que Jim y su madre se enfrentasen no significaba que ambos se enfadasen, al contrario: las constantes discusiones (tan trascendentales que solían versar de complejos temas cómo: la hora a la que Jim decía arreglar su habitación, si la comida de Winona era excesiva, si Jim tenía que ir a hacer la compra antes de leer su padd o si las plantas del porche debían reorganizarse o no) no eran más que una forma de mostrar el afecto que sentían el uno por el otro ya que todas acababan igual: los dos sentados en las hamacas o el sofá, conversando de cualquier cosa, y disfrutando de la mutua compañía.

–Jim, ¿tengo que recordarte cómo me enteré de tu estancia en la academia?

–No mamá, eso fue un error– dijo Jim haciendo un mohín.

–Me da igual– le señaló con el dedo índice–. No quiero una llamada de Chris advirtiéndome de tu deplorable estado de salud en la academia.

–Pero…

–Ni una palabra más, jovencito.

–No soy un niño.

Winona alzó inquisitivamente una ceja.

–Aún no has cumplido los veintidós años.

–Pero lo haré pronto.

La defensa que Jim había empezado a trazar se vio interrumpida por un brillo que el joven distinguió en la mirada de su madre, la mujer inevitablemente recordaba la muerte de su esposo en cada uno de sus cumpleaños. La expresión de Jim no pasó desapercibida ante Winona que le indicó el plato.

–Termina de desayunar o llegaremos tarde.

–Sí señora.

Engullendo los últimos bocados que le quedaban, Jim retiró sus cubiertos de la mesa y subió a por sus bolsas. Minutos después se encontraba junto a su madre rumbo al puerto espacial dónde su transporte le llevaría hasta San Francisco.


Al llegar Jim pudo ver cómo un par más de cadetes, que conocía de vista, estaban ya subiendo a la pequeña nave. Se giró hacia su madre y señaló una nave, algo mayor, situada tras su transporte.

–¿Esa no es tu lanzadera?

–Sí, partiré en tres horas.

–Pensaba que tenías dos días más de permiso.

–Y así es, pero no tengo más motivos para posponer mi regreso si no os tengo a Sam o a ti aquí.

La nostalgia en la voz de su madre hizo que Jim la abrazase. Winona le rodeó con sus brazos y lo estrechó con fuerza antes de separarse. Al hacerlo, la mujer tomó el rostro de su hijo con sus manos.

–Cuídate mucho.

–Lo haré mamá.

–Y no te metas en más líos de los que Pike pueda sacarte.

–Trataré de recordarlo.

Winona rió haciendo aspavientos con la cabeza.

–No cambiarás nunca. Por cierto, te he hecho un ingreso en tu cuenta– Jim iba a replicar, pero Winona le silenció–. Sé que no necesitas nada, que la academia te provee de todo, pero también quiero que te diviertas y no tengas que mantener un trabajo para poder permitirte salir una noche, y mucho menos cuando estudias un programa de comandos tan avanzado. Ambos sabemos que eres demasiado terco para admitir que también necesitas un descanso.

–Gracias mamá, pero no tenías por que hacerlo.

–Lo sé. Estoy muy orgullosa de ti, Jim– dejando un beso sobre la frente de su hijo, Winona le soltó y se alejó un paso hacia atrás para contemplarle con una brillante mirada–. Tu padre también lo estaría.

Con un leve asentimiento de cabeza, Jim besó rápidamente sus dedos y los extendió en dirección a su madre antes de entrar corriendo en el transbordador pues era consciente de que si se quedaba un momento más ante su madre acabaría dejándose vencer por su emoción y las lágrimas, que pugnaban por salir de sus ojos, finalmente se derramarían.


Había gente, demasiada gente en los puertos de San Francisco. Leonard McCoy no se sorprendió de aquel hecho, no en vano el grueso de la multitud estaba allí por la misma razón que él: habían retrasado hasta el último momento su regreso a la academia de la flota estelar.

Tomó con más fuerza sus dos bolsas y siguió su camino esquivando a los más jóvenes de los cadetes, aquellos que estaban por primera vez en los dominios de la academia. Maldijo entre dientes su incipiente juventud.

–¡Bones! ¡Aquí Bones!

Entre la marabunta de cadetes y oficiales el médico no tardó en reconocer la cabellera rubia de su compañero de habitación. El muchacho se veía saludable, descansado y con la energía suficiente cómo para tratar de derribar en una pelea a una docena de klingons. Leonard comenzó a pensar en posibles relajantes que disminuyesen de forma natural la actividad del chico si este osaba meterle en algún problema. Sin embargo sus elucubraciones quedaron aparcadas en su mente cuando Jim llegó ante él y le envolvió en un fuerte abrazo. Aunque su reacción inicial había sido la de protestar, se encontró disfrutando del gesto y devolviéndolo con un resoplido al darse cuenta que, en apenas un año, había llegado a apreciar de verdad a su compañero.

–Maldita sea Jim– dijo el médico ojeándole una vez más–. Te ves bien.

Jim se palmeó el estómago.

–Milagros de la comida casera.

–¿Has estado con Sam?

–Unos días, pero estas dos últimas semanas mi madre ha estado en la Tierra y decir que no a su cocina es un pecado, además de un castigo porque si te niegas a terminar lo que tienes en el plato te aseguro que su furia se encarga de hacerte cambiar de opinión con bastante eficacia.

–No lo dudo– musitó el doctor recordando a la impresionante mujer, que había conocido meses atrás, mientras reemprendía la marcha con su amigo.

–¿Y tú que tal? ¿Cómo está Joanna?

–Volví a verla hace seis días, Jocelyn tuvo la decencia de permitirme despedir de ella– los recuerdos de las horas pasadas con su hija suavizaron las líneas de expresión de su rostro–. Está enorme y cada vez más parlanchina.

–Cuidado Bones, se te cae la baba.

El médico le dio un manotazo en la cabeza e ignoró sus quejas.

–Mira quien fue a hablar, te recuerdo que hace tres semanas me enviaste una caja para que se la regalase.

–¿Pudiste dársela al final?– preguntó Jim con interés.

En uno de sus paseos por el pueblo había encontrado una tienda con varios libros impresos, dos de ellos con historias para niños. Sin dudarlo los compró y los envió a su amigo para que este pudiera obsequiar a Joanna.

–Por supuesto– Leonard le dedicó una mirada de soslayo antes de sonreír ante la cara de expectación de Jim–. Le encantó. El primero de los libros comenzó a leerlo en el mismo momento en el que se sentó en el transbordador con Jocelyn de regreso a casa.

–Me alegro– admitió Jim entrando ya en el edificio dónde estaban las habitaciones de los cadetes médicos.

A pesar de que no era habitual que los aspirantes militares acabasen en los departamentos destinados a los médicos, Jim había dado un "pequeño empujoncito" a la probabilidad jaqueando el sistema de asignaciones que terminó poniéndole con el sureño.

Realizaron el trayecto hasta su habitación saludando a la mayoría de cadetes que se cruzaban con ellos, intercambiando breves noticias, y quedando para tomar alguna que otra copa en las noches venideras. Finalmente llegaron a su habitación, una amplia estancia central dividida entres espacios, dormitorio, cocina y salón, y un pequeño baño.

–Hogar, dulce hogar– dijo Jim tirándose encima de su cama y removiéndose para encontrar una postura óptima–. Parece mentira lo rápido que se puede acostumbrar uno a este catre.

Bones gruñó a modo de asentimiento y fue hacia la mesa del salón sobre la que descansaban dos sobres, uno con su nombre y otro con el de Jim. Abrió el suyo y comprobó su contenido.

–Los horarios, ya nos los han dejado.

–Estoy emocionado– dijo Jim haciendo caso omiso del médico y comenzado a colocar su ropa en el armario.

Después de comprobar que sus clases estaban en orden, Bones abrió el sobre de Jim y observó su horario.

–Cristo Jim, tienes menos horas libres que… que… Maldita sea, ni me salen las comparaciones– agitó el horario en dirección a su amigo–. Explícame esto.

–Vamos Bones, sabes de sobra que estoy en un programa acelerado de comandos– Jim se acercó y tomó el horario–. Además, es casi igual al del año pasado.

–Tiene dos asignaturas más.

–Pero son fáciles– replicó Jim.

–Tú estás loco y…– la sarta de palabras de Bones se detuvo abruptamente y una sonrisa se formó en sus labios–. Bueno, puede que esto no esté tampoco tan mal.

Viendo el repentino cambio en el ánimo del médico, Jim frunció el ceño.

–¿Por qué?

–Por que cuanto más ocupado estés: menos tiempo tendrás para emborracharte y meterte en líos.

–¡Oh vamos Bones! ¡ni que pasase el día de fiesta!

–De fiesta no, pero metido en problemas…

–Aburrido– rió Jim volviendo a su tarea–. Ah, por cierto: he quedado esta noche con Gaila, dice que tiene una amiga también de Orion que puede llevarse muy bien contigo.

–¿Pero cómo es posible que ya tengas una cita el primer día que estamos aquí?

–Qué "tengamos"– le corrigió Jim.

–Y luego te preguntas que por qué me alegro de que vayas a tener la nariz metida entre libros los próximos libros.

–Entre libros y entre los cabellos de las bellas cadetes.

Con un gemido, Bones se sentó en el sofá tratando de reprimir sus instintos asesinos mientras Jim parloteaba acerca de todo lo que iban a hacer por la noche y en lo bien que lo iban a pasar. Apoyó el rostro en su mano, observando el ir y venir de Jim, escuchando sus interminables explicaciones y, en cierto modo, se sintió más en casa que nunca.


Nota: Recordar una vez más que esta maravillosa saga no me pertenece, y que todo lo aquí escrito está concebido con la mejor de las intenciones.
Larga vida y prosperidad y, por supuesto: bienvenidos al segundo año de academia :)