Wow, me metí a esta sección de Bleach más rápido de lo que creí.
¡Pero bueno!
Me imagino que si ya leyeron el summary sabrán hacia dónde van los tiros. Así que no dejaré muchos comentarios ahorita. ¡Disfruten!
Bleach no me pertenece. Todos los derechos a Tite Kubo.
Eran pasadas de las dos de la madrugada, hora de Tokyo. El barrio se encontraba extrañamente calmado, a pesar de que cada noche se vivía con todo en dicha ciudad. Era como si todo el mundo se hubiera decidido a descansar esa noche. Dentro de un restaurante aparentemente cerrado, se podía divisar una leve luz, y dos jóvenes charlaban tranquilamente en una mesa.
-En serio, no sé cómo puedes encargarte de esto tú solo… - Habló uno de ellos, metiéndose un bocado de su apetecible platillo después de cada frase. Masticó rápidamente, su mano buscó la copa más cercana y bebió todo el líquido de un trago. Después soltó un suspiro. – A penas eres un crío…
Este último comentario no le agradó en lo más mínimo a su acompañante, quién estaba sentado frente a él. Intentó calmar sus explosivas emociones de sacarlo a patadas de ahí, pues eso no quedaría bien con su papel. Papel que debía conservar a toda costa.
-Retira lo dicho, Kurosaki. – Escupió con recelo, mientras le lanzaba una blanca servilleta, al percatarse de la patética apariencia de llevaba su amigo después de haber acabado con más de media bandeja. Él lo atrapó ágilmente. – Por cierto, ¿Hasta cuándo te va a quedar claro que esto no es muestra gratis?
El pelinaranja se limpió la zona de la boca con muy poca decencia. ¿En dónde quedaban los modales? ¡Se atrevía a hacer ese tipo de actos en ese restaurante de alto prodigio! Él sólo soltó una carcajada.
-Vamos Toshiro, ¡Que somos amigos! No creo que si ceno una o dos veces a la semana te deje en la bancarrota. – Dijo con cierto sarcasmo. El joven albino gruñó por lo bajo, cruzándose de brazos. No importa lo que hiciese, Ichigo Kurosaki siempre se lo tomaría todo a la ligera. Pero se percató de ese detalle.
-¡Que es Hitsugaya para ti! – Explotó el chico de ojos turquesa, harto en todo el sentido de la palabra. Sólo dos personas en todo Japón podían enfurecerlo de esa manera; el idiota frente a él y su no más inteligente secretaria. A veces se preguntaba, ¿Cómo era posible que hubiera personas con tan poco sentido del ridículo como esos dos? Sin duda, esa era una cuestión aún en el aire.
-Hey, tranquilízate. Se te caerá el cabello de tanto estrés. – Revolvió su propio cabello color zanahoria, con una faceta de cansancio.
Después de un rato, y sólo cuando ya estaba que se le cerraban los párpados de sueño a Ichigo, se levantó de la mesa, y con una simple seña de mano y unas cuantas palabras de despedida para el albino, se retiró de aquel restaurante; desapareciendo en la oscuridad de la noche.
El joven que ahora se encontraba totalmente solo, permaneció con el mismo ceño fruncido de siempre. Más ahora, parecía algo pensativo.
Él era Hitsugaya Toshiro. Un reconocido empresario en todo su país por la cadena de restaurantes de alta calidad esparcidos en el mismo que estaba bajo su poder. Era una de las cabezas más importantes de todo Japón, pues gracias a él, la economía se mantenía bastante estable en el país del Sol Naciente. De hecho, ésta había mejorado notablemente en el último par de años.
Con apenas diecinueve años, había aceptado la responsabilidad que conllevaba encargarse de la empresa tras la muerte de sus padres. No podía permitir que la compañía Hitsugaya cayese en manos equivocadas. Ya hacía dos años de eso. Había que recalcar, que sus restaurantes manejaban los mejores alimentos de calidad. Detrás de cada platillo que un cliente podía saborear; había un enorme proceso que llevaba meses y un montón de gastos, para finalmente, dar frutos. Esto normalmente le ocasionaba problemas con movimientos ecologistas, puesto que generación tras generación, la familia Hitsugaya había devastado con terrenos naturales para plantar sus cosechas. Así eran las cosas, la ley de la vida. Y eso no iba a cambiar sólo porque un joven se encargara ahora de todo ese asunto. Oh, sí. La compañía Hitsugaya no era cualquier cosa. Y todos lo sabían.
Se puso de pie dando un suspiro. Recogió el desastre que había dejado el pelinaranja tras su arrazo de comida, y colocó los trastes sucios en la cocina de aquel restaurante. Los encargados del local harían algo al respecto la mañana siguiente. A menos que quisieran ser despedidos, claro está.
Bajó la corriente de electricidad, y cuando el lujoso restaurante quedó en la bruma, se colgó su traje en el brazo y salió de esta manera, pese a que las noches en la ciudad de Tokyo comenzaban a enfriarse. Una ráfaga helada sopló, y sus cabellos blancos se revolvieron por el viento.
Otoño se despedía como cualquiera de las otras estaciones: con muy buenos ingresos. Pero, igual que siempre, un extraño vacío en el corazón del joven empresario se mantenía intacto.
Aquella mañana era como cualquier otra. Los mismos horarios de trenes, las calles atestadas de vehículos que no paraban de hacer sonar sus cláxones, personas moviéndose de un lado a otro; ocupándose de sus propios deberes. Ese molesto sonido de los tacones apresurados. La música de los celulares y enormes carteles anunciando productos.
Sin embargo, un grupo de jóvenes en el parque central del barrio de Shibuya estaban reunidos para llevar a cabo el plan de ese día.
Uno de ellos, alto, y de apariencia musculosa, caminaba en círculos agarrando con desesperación su melena pelirroja.
-¡Apuesto a que se quedó dormida, de nuevo! – Gritó exasperado, alzando las manos al cielo como si de esta manera todas sus preocupaciones se esfumasen. Después, las dejó caer de golpe a sus costados. - ¡Y se supone que es la cabeza de todo esto!
Una linda chica…qué decir, linda se quedaba corto. Aquella hermosa joven de cuerpo envidiable y ojos grisáceos se peinaba su cuidada cabellera anaranjada en una coleta alta, mientras que sus rosados labios sostenían una liguita para el pelo. En un elegante movimiento, ya había terminado su sencillo recogido.
-No digas esas cosas, Abarai-kun. Que seguro tiene una buena razón para tardarse. – Concluyó con una sonrisa.
El otro rió con sorna. No, definitivamente si se trataba de su amiga de toda la vida, las posibilidades de que se haya quedado dormida aún sabiendo el compromiso de hoy; eran de cien. Así de simple. La cruda realidad.
Confirmó sus pensamientos cuando vio un menudo cuerpo acercarse corriendo, abriéndose espacio entre la masa de gente, gritando cosas como: "¡Lo siento, lo siento!" mientras hacía fallidos intentos de llamar la atención de los pocos reunidos; moviendo torpemente su brazo.
Cuando llegó a su lado, le tomó un par de segundos recuperar el aire perdido en la carrera anterior.
-Disculpen…la tardanza… - Dijo entrecortadamente, con una mano apoyada en su pecho que subía y bajaba rápidamente.
-¡Ya casi es medio día, Momo! ¡Llevamos aquí más de hora y media! – La señaló acusadoramente Abarai Renji.
La de pelos castaños cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo la vergüenza se apoderaba de ella, y aceptando el "castigo" de su amigo. Después hizo una exagerada reverencia, disculpándose por tercera vez. Orihime la miró con amabilidad; la comprendía perfectamente. Por su parte, el pelirrojo giró su cabeza aún resentido con su amiga por hacerlo esperar. Claro que se le pasaría después.
El bien formado cuerpo de un joven de cabellera negra como la noche, se acercó a la chica, diciéndole palabras de aliento mientras acariciaba con ternura su pequeña cabeza. Más retirado, un rubio de nombre Izuru Kira observaba la escena con una mirada difícil de describir.
-Gracias, Hisagi-kun. – Sonrió Hinamori, recobrando la compostura.
Sacó de su enorme mochila que colgaba en su espalda un amplio letrero que decía con letras bien hechas: "¡No más talas en los bosques!", y una decena de gorras para el sol de color verde, con un lindo planeta Tierra como símbolo. Una gota resbaló por la cabeza de sus amigos, exceptuando a Inoue, quien tomó animada una de las gorras que le correspondería.
-Eh, Momo… - Renji la miraba anonadado - ¿Carteles, gorras? ¡Si ya empezó el invierno, el Sol no calienta ni una mierda!
-Bueno, es que… - Jugó con sus mechones de cabello, apenada. – Éstos los tengo desde el agosto pasado, cuando…
-Oh, sí. – El pelirrojo la interrumpió. – Cuando íbamos a ir a liberar tortugas, y tú tuviste la decencia de fracturarte la pierna dos días antes. Cómo olvidarlo. – Había sarcasmo en cada una de sus palabras.
Hinamori bajó la mirada, sintiéndose un poco culpable. Ella siempre metía la pata. En aquella importante salida su grupo ecologista tenía la grata posibilidad de hacerse un poco más importante, pero por andar con la cabeza en las nubes había tropezado de unas escaleras. Y esta mañana, tan solo recordaba que sonó su despertador, y ella pensó: "Cinco minutos más…".Y bueno, el resto es historia. El chico recibió un golpe en la cabeza por parte de Hisagi.
-¿Qué? ¡Es la verdad! – Se quejó éste, mientras sobaba la zona herida. Después suspiró rendido, y tomó una de las ridículas gorras, a su pesar. La castaña sonrió de oreja a oreja. Cuando se veía así, no había quien la contradijese. –Pero olvida el cartel, Momo. Que he traído algo mejor…
-¿Qué cosa? –Se adelantó a preguntar la pelinaranja, sin poder aguantar la curiosidad. Renji sacó de quién sabe dónde dos bolsas tamaño jumbo, con un montón de comida empaquetada dentro de sí. Había de todo, hamburguesas, pizza, fideos, tacos, tortas, pasteles, ¡Y todos eran de la extravagante marca Hitsugaya!
-¡Si vamos a revelarnos contra él, hay que demostrarle lo asquerosa que es su comida! – Rió malévolamente.
-Pero Abarai-san… - Habló otro de los miembros. – Compraste prácticamente todo el alimento de una semana, ¿Eso no les ayuda a ellos? Acabas de regalarles dinero en vano…
El pelirrojo tosió exageradamente, para así disimular su vergüenza. ¡Demonios! ¡Tenía sentido! Y eso que no sabían que él se había comido más de tres platillos en el camino… Era de mentirosos decir que era asqueroso esos alimentos… Sí, Abarai se había ganado el título de mentiroso con su comentario anterior. ¡Pero a quién le importa!
-¡Chicos! – Llamó la pequeña líder. – Ya les había dicho que esto no es una rebelión, tan sólo vamos a llamar un poco la atención para después hablar decentemente del asunto. ¿Lo olvidan? No hay que meternos en aprietos…
-Tsk, eres muy santa… - Susurró con un aura oscura Renji. A veces le gustaría que Hinamori fuera más extrema, así, seguramente lograría cada una de sus metas. Él sabía que los empresarios no eran de prestarle atención a los pasivos. Y menos si se trataba de Toshiro Hitsugaya. No, si querían hablar directamente con él, había que sacarlo de sus cabales primero. En pocas palabras: crear un caos.
-¡Pero jefe, le digo que van a ser sólo cinco minutos!
Una voluptuosa mujer rubia no paraba de hacer peticiones inútiles a su superior, quien sólo intentaba ignorarla, leyendo algunos documentos. Ella soltó un leve grito de exasperación, y se dio la vuelta para dirigirse a su propio escritorio. ¡Sólo quería eso, cinco minutos para bajar y comprar una simple revista de moda! ¡Y ya! Claro que su jefe tenía toda la razón en negarle dicho permiso, puesto que la tarde anterior había salido para "ir a la farmacia", pero de paso un bar abierto a esas tempranas horas llamó su atención, y pues…Las cosas se dieron como debía ser. ¿Qué? Rangiku Matsumoto era así, sabía aprovechar las oportunidades cuando las veía cerca. Pero no cabía duda que tenía al jefe más enojón e insensible de todo Japón.
Se sentó en la silla de su escritorio, y miró con aburrimiento por la ventana. Se sentía un poco atrapada en esa oficina, que pese a ser amplia y lujosa, estaba nada más que en el piso treinta y seis. Y había que admitirlo, ella necesitaba bajar, aprovechar su preciada juventud que parecía escaparse de sus manos. Pero en cierto modo estaba orgullosa, logró posicionarse en un puesto muy importante como la secretaria del empresario Toshiro Hitsugaya, y no iba a negarlo; su sueldo era de lo mejor. Podía permitirse un montón de cosas desde que trabajaba junto a su joven jefe.
-¿Olvidas que hay trabajo, Matsumoto? – Habló de pronto el que antes parecía ser una estatua, sobresaltándola. Miró frente a sí, y efectivamente, una pila de papeles reposaban cómodamente sobre su escritorio. Suspiró con fastidio.
-Pero jefe, resulta que hoy… - Iba a soltar otra de sus tantas excusas que normalmente tenía ya preparadas bajo la manga, pero algo mejor se hizo presente: el teléfono había sonado. Se apuró a contestar. –Compañía Hitsugaya. Secretaria Rangiku Matsumoto al habla. ¿Qué sucede? – Al recibir respuesta abrió un poco las cortinas de la ventana, y se asomó. – Muy bien, entiendo. Ahora mismo paso el informe. – Colgó.
-¿Y ahora qué? – Había que apreciar la frialdad del albino para cada ocasión.
-Jefe, resulta que un grupo ecologista está abajo, y…
-¿De nuevo Greenpeace? – soltó como si fuera lo más normal del mundo el de ojos turquesa. La rubia negó con la cabeza. Hitsugaya levantó una de sus cejas, con extrañes. -¿WWF? – Ella repitió el movimiento anterior. – Entonces no me interesa.
-La recepcionista ya les ha dicho que usted no tiene tiempo de atender sus peticiones, pero al parecer son muy insistentes ya que… -Sus palabras fueron interrumpidas por unos gritos y ruidos extraños que se escuchaban hasta esa altura. Se asomó por la ventana, achinó los ojos para ver mejor, y… -¡Jefe! ¡Están lanzando comida al edificio!
El joven empresario no mostró interés. Tan sólo se puso de pie, ordenó sus documentos y se dirigió a su secretaria.
-Encárgate de ese asunto, Matsumoto. – Ella iba a reprochar, pero el albino ya se encontraba en el marco de la puerta. – Yo iré a hablar de unos asuntos con Ichimaru, cuando regrese quiero que esos ecologistas ya se hayan ido y todo esté en orden. ¿Me expliqué bien? – Sin esperar respuesta por parte de la rubia, salió sin más.
Rangiku obedeció inmediatamente, y sin darse cuenta ya estaba dentro del elevador en dirección a la planta baja. Se golpeó a sí misma con sus manos. Ese efecto de estupidez era consecuencia de escuchar algo que tuviera que ver con Gin Ichimaru, para qué negarlo. Aquel hombre de mirada zorruna y cabellos plateados la traía como loca desde que entró a la compañía Hitsugaya, y más de una vez su jefe abusaba de esto, como era el caso anterior. Inclusive Gin parecía darse cuenta de sus sentimientos, y a veces ella juraba que le correspondía, pero todo terminaba ahí. Seguramente se estaba volviendo loca… Reposó su cabeza en las puertas del elevador. ¿Y ahora? Ella no sabía cómo actuar contra personas enfurecidas, sin embargo decidió esperar. Sabía que sus neuronas trabajaban mucho más rápido bajo presión. Ya se le ocurriría algo al estar frente a los ecologistas.
Las puertas se abrieron, y sin antes comprobar que su apariencia estuviera perfecta, salió decidida a detener a ese grupo. Se topó con la recepcionista en el camino.
-¡Señorita Matsumoto, es terrible! No dejan de lanzar nuestros propios alimentos, y…- Se veía que estaba súper nerviosa, pues se mordía las uñas mientras hablaba.
-Tú tranquila, yo nerviosa. – Le guiñó un ojo, y llevó su vista a la puerta principal. Alrededor de diez personas estaban gritando incoherencias detrás. Sin embargo, no parecían tener las agallas para entrar, eso era bueno para nuestra rubia. En dos pasos ya estaba frente a ellos. Al ver que alguien había salido, los jóvenes detuvieron sus misiles. Un pelirrojo quedó con media hamburguesa de res en la mano.
-¡Queremos hablar con el empresario Hitsugaya! – Gritó él.
-El director no puede atenderlos, pero yo soy su secretaria a cargo y me han informado que debo negar cualquier petición de ustedes, lo siento. – Hablaba tranquila y decididamente, aunque por dentro sólo quería acabar con eso. Lo que hacía por mantener su puesto… - Por ello les pido con total cortesía que se retiren de este edificio, y…
Renji Abarai no iba a escuchar más palabras de esa mujer. Impulsivamente, había lanzado las sobras que aún sostenía su mano derecha, impactándose en la puerta de cristal. Ya que, Matsumoto, por milagro, había reaccionado a tiempo y esquivó el ataque, con reflejos comparables a los de un gato. Ni ella misma podía creer lo cerca que había estado su preciada cabellera de ser estropeada. Sudando por cada poro de su cuerpo, observó como aquellos hombres, siguiendo el ejemplo del que parecía ser el líder, estaban ya preparándose para volver a lanzar otro misil. Soltó un chillido y corrió hacia dentro del edificio rápidamente, cerrando las puertas tras de sí. Hizo una rápida seña y tres enormes guardias ya le ayudaban a impedir que los rebeldes entrasen.
-…así están las cosas, director Hitsugaya. ¿Qué acción tomaremos a partir de ahora? – El hombre mantenía su típica sonrisa fanfarrona. Le ofreció a su superior una taza de café, a lo que el albino se negó.
Toshiro se veía pensativo. Esta oportunidad que se le había presentado podía traer mucho más beneficio para su empresa e inclusive colocar a Japón como uno de los países más influyentes sobre la gastronomía dentro de unos años. Sin embargo, una decisión de tal magnitud conllevaba más responsabilidad y problemas, por lo que había que analizar las cosas con detalle. Cerró sus ojos un momento.
-Dile a la Secretaría de Relaciones Exteriores que espere la respuesta dentro de un par de meses, hasta estar completamente seguros. Esa es mi decisión.– Se levantó. – Yo me retiro, ejecutivo Ichimaru. Con su permiso.
-Por cierto, superior. – Lo llamó. – Creo que debería ver cómo están las cosas allá abajo, me acaban de avisar que esos ecologistas intentan entrar a la fuerza al edificio. ¿No es mucha carga para nuestra apreciada Ran? – Mantuvo sus ojos achinados, como de costumbre, acompañados de esa sonrisa traviesa.
-Matsumoto puede encargarse de ellos. ¿No le parece, Ichimaru? – Le miró por encima del hombro, con recelo. Nunca le había tenido mucha confianza a ese hombre de cabellos plateados, pero su trabajo y conexiones en particular eran de apreciarse. Sólo por eso aún tenía su alto puesto.
El amplió su sonrisa, sin apartar la vista del albino. Hitsugaya se retiró en silencio, no sin antes dedicarle una última mirada a Gin. Su actitud era de lo más extraño. ¿Qué se traía?
Se dio cuenta que el comentario de su ejecutivo le había picado. Cómo odiaba verse influenciado por personas de menor rango. Soltó una maldición por lo bajo, y sólo para "confirmar" que todo estuviera en orden, presionó el botón; llamando al elevador.
No se imaginaba que por esa insignificante decisión, toda su vida y futuro prometedor de la empresa estaba a punto de dar un giro. Como dicen: "La curiosidad mató al gato."
-¡Ajá, tomen esto! – Gritaba Hisagi, lanzando un montón de desperdicios. Su actitud normalmente era serena, pero había caído como todos los demás tras la acción de Abarai. Realmente no eran muchos, siete de los hombres no dejaban de armar escándalo, incluyéndose. Kira era el único que al parecer no movía un dedo, pero, ¡Era Izuru! ¿Qué más se podía esperar de él? Inclusive Orihime se había emocionado por todo eso. Hablando de las pocas mujeres en el grupo, ¿Y Hinamori?
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando todo se calmó repentinamente. Alguien había aparecido.
Y no cualquier persona, sino, el causante de tanto alboroto; el que querían ver. Nada más y nada menos que Hitsugaya Toshiro.
Silencio.
-Bien. Aquí me tienen. ¿Qué se les ofrece? – Habló con total cortesía, pero algo en so voz era tan desgarrador como una filosa espada.
Nadie sabía qué hacer. Su objetivo estaba ahí, frente a ellos. ¿Cuál era el siguiente paso? Instintivamente, el pequeño grupo se esparció, dejando a la vista la única persona encargada de todo aquel movimiento: Hinamori Momo. La chica durazno alzó la vista, con timidez y soportando el peso de su cuerpo para no caerse ahí mismo.
Su apariencia era deplorable, aferraba con sus pequeñas manos lo que parecía haber sido un letrero, pero ahora no era más que una simple manta hecha añicos. Estaba toda despeinada; debido a la guerra de comida que se había llevado a cabo y por ese mismo hecho su ropa que por sí sola era patética, unos simples jeans y una blusa de manga larga color verde estaban manchados por donde se viese. ¿Cómo era posible que se presentaran de esa manera ante él?
Aún con todo esto, algo dentro del frío empresario hizo click al ver esos enormes ojos color chocolate.
-Supongo que eres la líder de este movimiento. – Ella asintió con la cabeza, nerviosa. – Preséntate y dame una explicación del por qué de este desastre.
A pesar de que había leído de él cientos de veces en los periódicos, buscar fotos en Internet y verlo en entrevistas de televisión, se llevó una enorme sorpresa incapaz de explicar al verlo. Su voz era tan seca. Cada palabra parecía llevar toda la antipatía que pudiese existir, y esos ojos turquesa que la miraban fijamente sólo aumentaban sus deseos de salir corriendo de ahí. Pero no se permitiría ese lujo, sus amigos confiaban en ella. Reunió todo el valor que encontró en su ser, y dio un paso al frente.
-Señor Hitsugaya, mi nombre es Hinamori Momo…es un placer. – A pesar de intentar sonar firme, tartamudeaba. Era algo que no podía evitar. – Nosotros nos hacemos llamar las "Almas verdes" y pido una sincera disculpa por este desastre, no estaba previsto… - Su interlocutor rodó los ojos con fastidio. Sí, claro. ¿Qué seguía? – Estamos al tanto de lo que su empresa hace al medio ambiente, y nosotros…
Calló al escuchar un bufido por parte del albino.
-Niña, ¿Sabes cuántas veces me han venido a fastidiar con eso? – No medía sus palabras. Nunca perdía la cortesía, pero quizá sea por el estrés, quizá a causa de Ichimaru, o quizá por el simple deseo de ver cómo reaccionaba esa chica, esta vez se dio el lujo de actuar así. – No eres la primera ni serás la última en quejarte de eso. ¿Qué? ¿Quieres que abandone este proyecto que lleva décadas en mi familia y ya? – Se dio la vuelta, decidido a ignorar ya a esos ecologistas de segunda. – Ni siquiera llegan al número de personal mínimo para hacer un grupo oficial. Son patéticos.
Hinamori apretó sus puños con fuerza. Sintió como el coraje se apoderaba de su ser. ¡El no tenía derecho de hablar así! Ella se había esforzado muchísimo para poder hacer del Almas Verdes lo que es ahora, que si bien no era suficiente; había sido causa de mucho sudor y desvelos para la castaña, como para que de la nada llegara un riquillo empresario a restregarle en la cara que eran "patéticos". Cegada por la furia, tomó lo primero que sus manos detectaron.
-¡Pues déjeme decirle que eso sería una maravillosa idea, e-n-a-n-o! – Lanzó con todas sus fuerzas el objeto, que dio justamente en el blanco.
Rangiku cubrió su boca con las dos manos, ahogando un grito, incapaz de creer lo que estaba presenciando. Al parecer el fin del mundo iba a adelantarse. Todos los presentes se quedaron con los ojos abiertos de par en par, para después mirar con incredulidad a la aparentemente dulce líder. El único que reaccionó con responsabilidad fue el rubio Kira, quien sacó un teléfono celular e hizo una marcación rápida.
Hitsugaya se quedó estático. Llevó la mano a su cabeza; ahora viscosa y bañada por salsa de tomate. Sus blancos cabellos ahora tenían un color rojizo. Tomó un fideo que colgaba sobre los mismos, lo miró unos segundos y después lo dejó caer. Una visible aura de puro enojo apareció, y con el cuerpo tenso se encaró a la mocosa que había osado lanzarle spaghetti. Y no sólo era eso. Le había llamado enano. ¡Eso sí que no!
-¡Eres estúpida o qué! – Gritó enfurecido, acercándose de dos zancadas a ella. Sus estaturas eran prácticamente las mismas, lo que aumentaba la tensión del ambiente. Se miraban retadoramente.
-¡Es acaso usted un cretino, insensible además! – La chica estaba que rebosaba odio. Nunca en su vida se había sentido tan humillada.
-¡Nadie le llama de esa manera a Momo, hijo de puta! – Renji ya no podía soportar más, iba a darle una paliza a ese sujeto por hablar así de su amiga, empresario, presidente o lo que fuese. Sin embargo, se detuvo al ver la expresión de la castaña. No sabía cómo interpretar aquello.
-¡Mira, tonta, no creas que porque eres mujer voy a…!
No pudo terminar la frase. Un dolor agudo se hizo presente en su parte baja, era lo más doloroso que había sentido en sus veintiún años de vida. En un acto reflejo se llevó ambas manos a su entrepierna, apretando los dientes, en un fallido intento de soportar el dolor.
La chica durazno rió con sorna. Probablemente sería la única vez que esa risa saliera de sus labios. Había puesto toda su fuerza en ese golpe, tal parece que las obligadas clases de pelea, por cortesía de Renji habían dado resultado. Medio edificio, que ya estaba ahí presente, no daban crédito a lo que sus ojos veían. ¡Una chica había golpeado la parte íntima de Hitsugaya Toshiro!
-¡Y que con eso te quede claro no volver a insultar Almas Verdes! – Escupió. Su amigo pelirrojo la tomó rápidamente del brazo, al ver cómo se acercaban peligrosamente las cámaras de los noticieros. -¡Suéltame, que aún no acabo! – Ante su insistencia, la cargó fácilmente y la puso en su espalda como si un costal de papas fuese. Ella intentó soltarse. -¡Bájame, Renji, bájame!
Todo el grupo ecologista salió de la escena, en dirección a una camioneta negra que estaba estacionada del otro lado de la acera.
-¡Rápido! – Apremió Izuru.
Cerraron las puertas con estrépito, y una vez que el vehículo arrancó, y se vieron lejos de peligro, la conductora soltó la risotada de su vida.
-¡Quien te viera, Hinamori! ¡Esto definitivamente traerá fama a Almas Verdes!
La castaña sólo miraba por la ventana, con los brazos cruzados.
-Rukia… No es momento para bromas… - Hasta el mismísimo tonto de Abarai sabía las consecuencias que traería la escena anterior. La chica de melena negra se limpió una de sus lágrimas por la risa. Miró al pelirrojo por el retrovisor.
-Mira quién lo dice… De no ser por la llamada de Kira ustedes estarían en grandes aprietos…
Y aquella camioneta fue el lugar de una nueva discusión.
-¡Jefe, jefe! – Matsumoto se acercó corriendo, ayudando a su superior a ponerse derecho. El no quiso aceptar su ayuda. Rápidamente se vio rodeado por cientos de flashes, y varias personas hablaban a la vez.
-¿Cómo se hacía llamar ese grupo, señor Hitsugaya?
-¡Señor Hitsugaya! ¿Quién era esa chica que le hirió?
-¿Por qué reaccionó de esa manera, señor Hitsugaya?
-¿Esto suele suceder a menudo?
Demasiadas preguntas para su gusto. Se recobró, y como de costumbre; ignoró a toda esa gentuza, abriéndose paso a su edificio. Hoy regresaría temprano a casa a tomarse una ducha. Tampoco escuchó las incoherencias de su secretaria. Le dejó el resto del día libre, cosa que dejó sin palabras a la pobre rubia, y se encerró en su oficina.
-Hinamori Momo… - Susurró.
Haber, ¿Momo de ecologista? ¿Toshiro el dueño de la cadena de restaurantes más importante de Japón? ¿Gin por debajo de Hitsugaya? ¿Rukia alcanza los pedales de la camioneta?
¡QUE ALGUIEN ME MATE, POR FAVOR!
No me lo pregunten, no tengo la menor idea de dónde salió esta idea. Pero creí que sería entretenida, y aquí me tienen. Además, a penas pasaron unos días y ya extraño a los fans del Hitsuhina, así como yo. ¡Esta zona de Bleach está llena de buena vibra!
Este capítulo fue, por así decirlo, la introducción. Donde se revelan los puntos importantes y da inicio esta historia.
Creo que ya se dieron cuenta que no sólo habra HitsuHina en este fic. También habrá GinxRan, y... ¡No diré las demás!
En este capítulo ya salieron los personajes principales. Pero aún así falta la aparición de otros. Así que peguen ojo. ;)
Bueno...¿Qué tal? ¿Creen que este fic tiene futuro? ¡Dejen su review y dedito arriba! (Ok. No. ¿Tan siquiera así dicen los bloggers en Youtube?) Y sino acepto críticas y tomatazos también! Todo por la mejora de esta historia.
"Leña para el fuego" promete ser largo. Un poco. Espero que lleguemos al final, ¡wii! Como aún no sé sus comentarios, no estoy segura de poner alguna fecha fija para la siguiente actualización, como hacen muchos escritores aquí en fanfiction. Tan sólo espero que el segundo cap. llegue pronto.
Quiero dedicar este fic a una escritora muy graciosa y amable, que me apoyó en todo momento en mi HitsuHina anterior, pese a estar aburrido. ¡Sí, esto va para ti, LadyDy-chan! :)
Bueno...me muero del sueño... Así que...
¡Nos leemos!
