Disclaimer: Este relato es un fanfiction inspirado en la serie Héroes. Todos los personajes correspondientes a la serie Héroes, pertenecen a su creador Tim Kring y tiene plenos derechos sobre ellos. El resto es mera invención mía

Nota del Autor: Este relato lo escribí para un foro de Héroes hace ya unos cuantos años. Mucho antes de que el personaje de Sparrow Redhouse y su poder fuera protagonista de los cómics.

Spoilers: Existen spoilers hasta el capítulo 1x23.

Capítulo Uno:
"Despertares"

Esta es mi historia. Ahora que me encuentro a apenas tres horas de Nueva Orleáns, viendo las nubes pasar a través del cristal de la ventanilla del coche, mientras le cuento a Suresh la historia de estos últimos meses sin vernos, me doy cuenta de las vueltas que ha dado mi vida. Si tuviera que empezar desde un principio, comenzaría por aquella mañana de comienzos de noviembre en la que todo Estados Unidos se despertó conmocionada.

Una explosión, al parecer nuclear, se había producido en los cielos de la ciudad de Nueva York. Aquel incidente, supuso una alarma tremenda en toda la nación. Se declaró el estado de sitio en la ciudad durante los tres días siguientes. Y aquella mañana ninguna escuela, instituto o universidad abrió sus puertas.

Todo el mundo estaba pendiente de aquel suceso, todo el mundo veía la misma noticia en la televisión. Los temores iniciales por la lluvia radiactiva se vieron silenciados. Las cadenas no paraban de pronosticar que la evacuación de la ciudad no se produciría a tiempo. Pero ni la radiación llegó, ni tampoco la temida contaminación. Y los expertos analistas de las televisiones solo estaban de acuerdo en algo: aquella explosión no había sido "normal".

—Es... hermoso. —fueron mis palabras al ver por primera vez aquellas imágenes, en la mañana del ocho de noviembre. No sabía exactamente el qué, pero la visión de aquel estallido de luz y fuego, me había provocado aquella primera impresión.

—¿Pero qué dices? —dijo, en español, mi madre al oír aquel pensamiento que había pronunciado en voz alta. Mi madre era medio española, medio norteamericana. Mi abuela materna había venido de España, siendo niña, después de la guerra civil. En cambio mi padre, había sido un indio Hopi. Y yo me encontraba en la difícil situación de lidiar con tres lenguas distintas en las conversaciones hogareñas. Mi madre casi siempre hablaba en inglés, aunque cuando estaba alterada hablaba su lengua materna por lo codos.

Mi tío Badger, que también era Hopi, hablaba también en inglés, pero casi nunca lo hacía delante de mi abuela. Y mi abuela hablaba Hopi todo el rato, aunque entendía perfectamente el inglés, sólo para molestar a mamá.

—Es una catástrofe... —comenzó a decir mamá, en inglés de nuevo. Al tiempo que cambiaba de canal para ver que decían las otras cadenas sobre aquel suceso. Y las cadenas empezaban a retransmitir el anuncio a la nación del presidente, pidiendo a los ciudadanos calma. Dado que el ejército estaba iniciando las labores de evacuación de las zonas afectadas. Y se informaba de las medidas tomadas en los diferentes estados de la nación.

Mañana por la mañana, de lo único que se hablaría en todo el instituto público de Clovis, en el condado de Curry de Nuevo México, sería del asunto de la explosión. Y correrían rumores por todos los pasillos entre clase y clase, y durante las mismas.

Yo no quería estar pegada al televisor en aquellos momentos, para oír algo que se repetiría hasta la saciedad. Si iba a suceder alguna tragedia, si iba a morir, prefería estar haciendo algo que me gustase. Así que salí a dar un paseo por el campo de maíz. Me dirigí al árbol en el que muchas veces me había quedado viendo el ocaso.

Me senté en las raíces del árbol. Y disfruté de la extraña sensación de encontrarme a mediados de semana, un miércoles si mal no recuerdo, y tener un día sin instituto. Pensé en dirigirme al centro, a la ciudad. Pero a medida que esa idea se formaba en mi cabeza, me di cuenta que seguramente la mayoría de las tiendas y el cine estarían cerrados, debidos al suceso.

En aquel entonces Nueva York me parecía una ciudad tan lejana, tan ajena a mí, que no tendría mucha importancia para mí lo que estaba sucediendo allí. Ni pensaba que aquella explosión estuviese relacionada conmigo, de alguna manera. Pero lo estaba de un modo en el que no sospechaba.

La verdad es que me sentía asqueada de mí misma por el comentario que había soltado antes, había sido horrible. Aunque, realmente lo que me sorprendió fue el hecho de que había hablado en Hopi, sin habérmelo propuesto. No era la lengua que utilizaba para expresar mis ideas, ni mis sentimientos. Apenas tenía relevancia en mi forma de ser, las antiguas tradiciones de los antepasados de mi padre. No es que rechazara esas costumbres, pero no sabía dónde encajaban en mi vida, y dónde encajaba yo en ellas. Ahora, varios meses después, sí he encontrado su lugar y el mío.

Pero volviendo a mi historia. Aquel árbol no solo era un buen sitio para estar a la sombra, recogido y abrigado de los vientos gracias al pequeño bosquecito con el que lindaba. Sino porque estaba a medio camino entre la granja de mi tío Badger, donde vivíamos mi abuela, mi madre, mi sufrido tío y yo; y la siguiente granja que pertenecía a los McKenzie. Nuestros vecinos más próximos.

Mientras observaba en la lejanía la casa, me preguntaba si ya habían visto las noticias en la televisión, si ya conocían la tragedia. Y también me preguntaba, cuales habrían sido sus primeras palabras al ver las imágenes. Sospechaba que ninguno habría dicho una barbaridad como la mía. Seguramente Josh, el hijo mayor de los McKenzie, me habría mirado con mala cara si me hubiera oído, habría pensado que era una friki.

Un sonido de tambores que procedía de la lejanía me borró aquellos pensamientos de la cabeza. Me había parecido que venían del este. Pero estrechando los ojos para mirar en dirección al amanecer no vi nada parecido a un tambor, y tampoco lo volví a oír cuando intenté escuchar con más atención.

«Habrán sido imaginaciones mías» pensé. Cuando era más pequeña, con menos de ocho años, había tenido una imaginación muy fértil. Pero la muerte de mi padre, en un accidente de aviación, había truncado aquellas ideas que tenía de pequeña. Así como mis ganas de conocer las historias de mis antepasados. Ahora tenía dieciséis años y los pies en la tierra.

La mañana parecía volverse poco a poco más oscura, y tenía el presentimiento de que por la tarde empezaría a refrescar, pero aún había buen tiempo. Además me encantaba el paisaje que se mostraba desde esa pequeña colina. A lo lejos, en la granja de los McKenzie, al parecer la familia se había despertado y ya habían visto, al igual que el resto de la nación, las noticias. Josh, el hijo mayor, había decidido imitarme y había salido afuera para practicar su lanzamiento.

Era lanzador titular en el equipo de béisbol del instituto, y se encontraba lanzando la pelota contra una de las paredes metálicas del granero. Fuera de las miradas de sus padres, pero no de la mía.

Aunque éramos vecinos, al menos los más próximos entre sí, apenas nos encontrábamos. Solíamos coincidir en los descansos entre clase y clase, y en algunas asignaturas. Pero era lo normal estudiando en el mismo instituto, y estando en el mismo curso.

La única vez que me había topado a solas con él había sido hacía más de un mes, el día uno de octubre. Habíamos coincidido ambos en que, esa misma colina al lado de un pequeño barranco en la que estaba situada contemplándole, era un buen sitio para ver el eclipse de sol que se había centrado sobre el estado de Nuevo México.

«Una oportunidad que sólo ocurre una vez en la vida» pensé en aquel entonces. Aunque fue muy extraño compartir aquel evento sin apenas hablarnos, en un silencio absoluto. Siempre pensé que debía de haber hecho alguna cosa que le hubiera molestado. O sencillamente no era la compañía que hubiese querido tener aquella tarde. No sabía lo equivocada que estaba. Yo no albergaba entonces muchas esperanzas de que él se fijase en mí.

Aunque mi tío y mi madre me decían que era una preciosidad, suponía que simplemente me miraban con ojos paternalistas. Mi abuela en cambio, era más tajante y no paraba de decirme que mi temperamento tenía que ser más firme. Que cualquier chico que no se fijase en mí era un idiota que no merecía la pena.

Al fin y al cabo entre los Hopi, una sociedad matriarcal, era la mujer la que tomaba las decisiones más importantes y el linaje se transmitía de madres a hijas. Y mi abuela tenía carácter de sobra. De hecho, en casa cada dos por tres, había más de una trifulca sobre las decisiones a tomar en cualquier tema. Mi madre y mi abuela siempre parecían discrepar en todo lo relacionado conmigo. Parecían olvidarse de que aquella granja, y los territorios de cultivo, pertenecían a mi tío Badger, no a ellas.

Cuando mi padre había muerto en el accidente, nos mudamos desde Alburquerque a este pueblo cercano a la frontera de Texas. Y mi abuela, había decidido empacar las maletas desde la reserva de Arizona, y dedicarse más profundamente a mi educación. Era comprensible. Yo era, a falta de una hija que nunca había tenido, la heredera del linaje de nuestra familia.

El viento empezaba a traer el olor de la lluvia, aun cuando parecía que el día estaba despejado. Pero lo notaba en mis pulmones, la fragancia de la tierra recién mojada, un olor húmedo y metálico. Desde esa pequeña colina no se podía ver nuestra granja. Pero tenía la certeza de que si no volvía pronto a casa mi madre se pondría de los nervios. Sobre todo con lo que se veía en las televisiones.

Llegué a casa, pero por suerte mi madre no me regañó, había estado muy ocupada llamando por teléfono. Seguramente para saber donde estaban mi abuelo, y mis tíos. Y si estaban a salvo. Pero al parecer sin mucho éxito.

—¡Mierda! —blasfemó en español y colgó el auricular con muy mala leche. Apenas se había dado cuenta de que no había bajado de mi habitación, que estaba escaleras arriba, sino que venía de afuera—. "Las líneas están ocupadas" —exclamó, recitando claramente el mensaje automático que le provocaba aquella rabieta. Yo me encogí de hombros, e intenté pasar a la cocina con mucho cuidado de que no acabase explotando. Me serví algo de almuerzo, y me propuse terminar de recoger mi habitación, que había dejado como una pocilga. Muchas de las cosas que tenía eran regalos que me había hecho mi abuela por mi cumpleaños, en octubre. Y aunque no le gustaban las fiestas extranjeras, también en navidades.

Consistían básicamente en artículos de cestería, collares, mascarás y demás cosas de los Hopi que ella realizaba a mano. Al parecer tenía la convicción de que si me inundaba de cosas de mis antepasados, algo tal vez una pizca, se me pegaría. Pero uno de los regalos que me había hecho, y que más atesoraba, era una fotografía de mi padre del primer día que había volado con su avioneta. Aquella maquina que había supuesto, tanto su sueño, como su tumba.

Mi padre, Hare Redhouse, había aprendido a pilotar en el ejército. Y una vez había terminado su instrucción, y lo habían destinado a la reserva, había convertido su pasión por el vuelo en su profesión. Se había convertido en instructor de vuelo en el aeródromo de Alburquerque. Pero una desafortunada mañana, a primeros de abril hace casi ocho años, despegó por última vez de la pista de aterrizaje para no volver nunca más conmigo.

Aquella fotografía me traía tanto malas como buenas emociones. El "Gorrión" había sido la avioneta de mi padre y de hecho mi primer nombre se había inspirado en ella. Aunque, ahora mientras le relato a Suresh la historia de estos últimos meses, pienso que tal vez mi nombre inspiró el de la avioneta.

Tras terminar de poner en orden, o con un mínimo de orden, mi habitación. Me dispuse a ponerme algo de ropa más adecuada para ir con mi tío de compras a la ciudad. La imagen que se reflejaba en el espejo de cuerpo entero era una mezcla, bastante desafortunada a mi modo de ver, de varias razas. Mi piel era ligeramente más oscura que la de mi madre, pero sin llegar a serlo como mi tío y mi abuela.

La forma de los ojos era igual a la de mi madre, almendrados, y también tenía su color de ojos marrón claro. Pero la forma de la cara era más redonda y una nariz pequeña que me daba un aire mohín. Apenas tenía caderas y poco pecho. Y mi estatura por poco superaba los cinco pies y dos pulgadas. Además, según mi impresión apenas tenía cuello. Mis piernas me parecían demasiado cortas y sin gracia.

El pelo era lo único que sí me gustaba de mí. Lo tenía largo hasta más de la mitad de la espalda y recogido en una coleta con una cinta hecha a mano, regalo de mi abuela por mi decimotercer cumpleaños, pero resultaba ser demasiado liso y demasiado oscuro. En cuanto a mis orejas, las tenía pegadas, sin lóbulo y era un absoluto fastidio. Apenas me ponía pendientes, y mi abuela siempre quería que me pusiera los que me había regalado por las navidades de hacía dos años.

Tras ponerme unos pantalones vaqueros que había sacado del fondo del armario, una blusa blanca que me encantaba y unas zapatillas deportivas. Me dirigí escaleras abajo para acompañar a mi tío.

—Nos vamos a comprar —anuncio tío Badger, tanto a mi abuela que estaba en el salón, como a mi madre que seguía intentando hablar con Oregón, en la cocina.

—Cuida de la abuela, mamá —dije yo en voz lo suficientemente alta para que me escuchase. Y cerré la puerta a mi paso.

—Oye, no metas el dedo en la llaga —me recriminó en broma mi tío. Sabíamos muy bien que a mamá no le gustaban las veces que se tenía que quedar a solas con mi abuela, con Beaver como ella la llamaba.

—Apuesto por la abuela —dije tras subirme en la furgoneta y abrocharme el cinturón.

—Pues entonces a mí me toca Annie —dijo tío Badger. Esa apuesta se repetía cada vez que las dejábamos a solas. Apostábamos a quien encontraríamos viva para cuando llegásemos a casa. Era una apuesta en broma, por supuesto. Aunque mi madre y mi abuela tenían sus riñas, nunca llegaban a esos extremos. Pero mi abuela, había vivido bastantes años en la reserva compartida de indios Navajos y Hopi, en Arizona. Y al parecer algunas de sus tradiciones guerreras se le habían contagiado.

Cuando llegamos a la ciudad, nos encontramos con que estaba más tranquila de lo esperado. La gente no había salido compulsivamente a comprar provisiones y demás cosas. Como ocurría generalmente en las situaciones de catástrofe, en las grandes ciudades. Clovis era un pueblo bastante más tranquilo y acostumbrado a mantener la calma, en las situaciones críticas. Sólo en la temporada de tornados, a mediados de abril, podían verse algunas imágenes de desesperación.

Fuimos a comprar lo ordinario, algunas verduras, carne, y demás cosas que faltaban en casa. Aunque en la cola del supermercado tuvimos que esperar más de lo normal debido a que sólo había una cajera disponible. Al parecer mucha gente no había ido ha trabajar aquel día y estaban igual que mi madre, intentando saber si toda la familia estaba bien.

Mi tío Badger era lo más parecido que tenía a un padre. De hecho se parecía mucho a la fotografía que había en la mesita de cama de mi habitación. Él se había ocupado de nosotras, de mi madre y de mí, cuando papá murió. Había sacrificado su comodidad, su soltería, y la libertad de no tener que responder ante nadie, por nosotras.

De hecho mi padre y él se parecían casi como dos gotas de agua en el carácter. Ambos habían hecho lo que habían querido, sus ilusiones, aun a costa de llevarse mal con sus padres. Y ahora, por desgracia, soportaba de nuevo a mi abuela que no paraba de decirle que sentara la cabeza. Yo también albergaba esa esperanza. Tal vez me hacía ilusiones equivocadas, pero mi tío era casi como un segundo padre, y a veces pensaba que todo sería un poco mejor si mi madre y él estuviesen juntos. Pero como dice el dicho: «Si los deseos fuesen caballos, los mendigos cabalgarían»

De vuelta a casa, empezó a refrescar tal y como había pronosticado. No sabía en aquel momento el verdadero alcance de aquel pequeño éxito. Al llegar a casa descubrimos, por supuesto, que ambos habíamos perdido la apuesta. Y mientras dejábamos las cosas en la cocina oí mascullar a tío Badger algo así como 'sólo dos semanas', mientras miraba el calendario. El cuarto jueves del mes de noviembre estaba marcado con tantos colores que apenas se veía el número. Y yo solté una risa ahogada para que no me escuchara.

—Ríete cuanto quieras, pero tú me vas ayudar en este lío —dijo en un tono serio, que me cortó las ganas de bromear. No era justo. Al fin y al cabo yo no había sido quien se había ofrecido a organizar la cena de Acción de Gracias este año. Tío Badger se metía él solito en camisas de once varas.

El resto del día apenas fue diferente de un miércoles común, excepto en que en los telediarios seguían haciendo la crónica de los sucesos de Nueva York, y en que no tenía que hacer los deberes por que ya los había terminado el día anterior. Pero aun así notaba que ese día era especial, como si se tratara de un cumpleaños, un aniversario, o una cita que no recordase. Al final del telenoticias, lo único que me llamó la atención fue el parte meteorológico que daban para el día siguiente:

[…]Cielos medianamente cubiertos, vientos débiles de componente norte y ausencia de precipitaciones[…]

«El hombre del tiempo se ha equivocado, mañana va ha llover» pensé en aquel momento. Me había quedado de pie mirando el mapa de predicciones con aquel pensamiento en la mente. Cuando me fijé en que mi abuela me miraba atentamente desde su sillón con una mirada extraña en el rostro y había dejado de hacer punto con las agujas de costura. Pensé en aquel momento que iba a echarme una regañina por algo que me había olvidado de hacer, pues su mirada era de las que helaban la sangre.

—¿Qué? —soltó abruptamente—. ¿Vas a irte a dormir, sin dar un beso de buenas noches a tu abuela? —añadió, suavizando el rostro aunque seguía teniendo la misma mirada inquisitiva.

Me relajé, y di las buenas noches a toda mi familia. No sabía entonces que aquel día marcaría el pistoletazo de salida de un cambio que sacudiría los cimientos del mundo. Ni que yo como cientos, tal vez miles, de personas en todo el mundo, estábamos experimentando una serie de cambios que darían un giro tremendo a nuestras vidas. Tan sólo me fui a dormir como si se tratase de un día ordinario sin más.


Espero que os haya gustado y que pongáis muchos reviews. A aquellos que me recuerden de Heroes Spain muchos saludos y ya estoy de vuelta!