Han pasado dos años desde el fin de la guerra. Violet ha ganado mucha experiencia en la compañía y es una de las funcionarias más solicitadas. Aunque su corazón aún se siente inquieto por la ausencia del Mayor, ha aceptado su muerte. En parte, se debe a las pláticas que ha tenido con su madre. Desde que Dietfried la invitó a su casa, como muestra de agradecimiento por haberlo salvado en el ataque perpetuado en el tren, ella ha visitado a la anciana, con regularidad. Violeta es la mecanógrafa preferida de la anciana y siempre suele invitarla a tomar el té, mientras realiza uno que otro encargo. Al inicio, tenía miedo de encontrárselo en la casa, pero al ver que él no la veía con la mirada de odio de siempre, ella terminó bajando la guardia. De hecho, Dietfried es más cordial con ella, de lo que hubiera esperado. Siempre es distante, pero una que otra vez, le pregunta sobre cómo está.
Una tarde en la cual se encontraba en la mansión para tomar un pedido de la señora, ocurrió algo terrible. La señora colapsó en la sala de estar por un ataque al corazón. Dietfried fue avisado de inmediato. Angustiado, se movilizó desde donde estaba destacado para poder verla. Después de la muerte de Gilbert, solo la tenía a ella. Al llegar a la casa, corrió hacia sus aposentos. Su rostro se relajó sustantivamente al ver que estaba sentada sobre la cama junto a Violet y su médico. Al verlo, Violet se puso de pie. Ella entendía que estaba demás, pero la señora, no la dejó. La sujetó con fuerza de las manos. Dietfried notó el gesto de su madre, suspiro y le dijo a Violet que no era necesario que se fuera. Seguidamente, se sentó a su lado. Violet se sintió incómoda de inmediato. Ellos rara vez se acercan tanto. Sin embargo, dejo de estarlo, al notar la amabilidad con la cual Dietfried trata a su madre. Cuando esta con ella, su semblante gélido desaparece, ya que muestra una calidez curiosamente genuina.
Tras corroborar que estaba bien, él se excusa con su madre y le pide a su médico que hablen por un rato. Ellos se van y Violet se queda con la señora. La anciana le dice: "Seguro se enojará cuando le diga que no me queda mucho tiempo". Violet la mira cabizbaja. Ella ha tenido varios problemas de salud, últimamente. La anciana continua: "No pongas esa cara es algo que tarde o temprano sucedería". Ella sabe que la señora tiene razón, pero, no puede evitar sentirse mal.
Al cabo de un rato, Dietfried entra a la habitación y le pide a Violet que lo deje a solas con su madre. Ella se levanta de inmediato y se retira. En la oficina, no puede evitar pensar en la conversación de Dietfried con su madre.
Al siguiente día, recibe a primera hora un extraño pedido. Ella debe ir al cuartel general de la marina. Al llegar, unos oficiales la atienden con mucho respeto y la llevan ante el oficial que ha solicitado sus servicios. Tras subir varios pisos llegan a la oficina de su cliente. Es muy bonita e iluminada. El asistente de su cliente, le pide que tome asiento y aguarde unos momentos. Al cabo de un rato, Dietfried entra a su oficina. Ella se sorprende. Él le dice: "Yo te llame". Ella vuelve en sí y le dice: "Muchas gracias por contratar a nuestra compañía". Él le pide que tome asiento y se ponga cómoda. Ella saca su máquina de escribir. Dietfried guarda silencio. Ella le avisa que ya está lista. Él suspira y le pide que vayan a dar un paseo. Violet comienza a guardar su máquina. Él la interrumpe y la toma del brazo. Violet intenta decirle que necesita su máquina. Él la mira con frialdad y le dice: "Mi madre dijo que puedes memorizar las cartas". Ella responde que sí. Él sigue su camino y le dice: "Entonces, no reniegues".
Al cabo de un rato, llegan a los jardines del cuartel general y caminan por más de una hora, en silencio. Al inicio, Violet estaba desconcertada y no hallaba quehacer, pero luego, al poner atención a las flores y el paisaje, simplemente siguió caminando, sin percatarse que, durante todo este tiempo, él le había estado sujetando la mano.
Al cabo de un rato, llegaron a una banca. Dietfried se sienta y le indica a Violet que haga lo mismo. Ella lo sigue. Él guarda silencio por un rato más, hasta que le dice: "¿Te sientes incómoda conmigo? ¿Te disgusto?". Ella le responde con su inigualable sinceridad: "Sí, pero no es porque me disguste". Él continúa: "¿Es porque me parezco a Gilbert?". Ella le responde: "No". Él se sorprende. Juraba que le diría que sí. Él sabe muy bien que su mundo gira alrededor de la memoria de su hermano menor. Él continua con interés: "Entonces, explícate mejor". Ella le responde: "Es difícil saber lo que está pensando". Él arquea una de sus cejas y le responde: "¿Quieres saber lo que pienso?". Ella le responde: "Sí. Es parte de mi trabajo saber lo que siente su corazón". Él se ríe y le dice de manera sarcástica: "¿Mi corazón? ¿Crees que tengo uno?". Ella le responde: "Sí. Nunca lo he dudado. Al principio, pensé que usted guardaba un corazón lleno de enojo y frustración por la muerte de Gilbert. Sé que me desprecia, por quitarle a sus seres queridos. En aquel barco, maté a sus camaradas; y años más adelante, Gilbert murió por salvarme. Aunque mi concepto sobre usted no era el mejor, cambió cuando me invitó a su casa y me permitió conocer a su madre. Al verlo hablar con ella, vi que también había amabilidad. Tras visitar su casa durante todos estos años, sé que haría todo por hacerla feliz". Él suspira y le dice: "Ahora que sabes todo eso de mí, será más fácil dictar mi carta. Presta atención por favor". Violeta se pone en posición para comenzar a digitar y guardar al pie de la letra el dictado, en su memoria. Él muestra una leve sonrisa al ver su seriedad, tose y con determinación, le dice: "Violet Evergarden, ¿te casarías conmigo?".
