Disclaimer: Pandora Hearts y sus personajes no me pertenecen, estos son propiedad de Jun Mochizuki y yo sólo los tomo prestados para darle rienda suelta al montón de cosas raras que hay en mi cabeza.

Advertencias: Divagaciones, confusiones y cosas raras. Spoilers para quien no va al día con el manga.

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- [ I found you ] -

Joys of the daylight,

Shadows of the starlight...

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...12...11...10...

Tick, tack, tick...

Un suspiro. Y es con un golpe sordo que cesa la melodía y marca del tiempo, trayendo consigo aquella ansiada serenidad, precaria y fantasiosa como el propio estado.

Oswald se sabe infantil por ello, pero es que ya no halla sentido si no es anhelando – tan fervientemente que siempre termina doliendo – que al cerrar la dorada tapa de ese pequeño reloj, todo pasará a esfumarse. A formar parte de una extraña realidad.

Más nada ocurre ya.

Observa el verde follaje a su alrededor. El sol en su punto más alto reflejándose sobre el lago de agua cristalina cual cientos de hermosos diamantes danzantes sobre su pálido rostro, hermoso de agonía, rebosante de oscuridad.

...9...8...7...

Cierra los ojos. Otro sonoro suspiro y parece que la vida se le va en ellos mientras se recuesta contra el grueso tronco de aquel viejo roble. No para esfumar recuerdos sino para descansar.

Terminar el juego.

Eso es todo lo que necesita.

Lo que siempre ha necesitado.

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«Nii-sama...»

No sabe cuánto ha pasado. Tampoco es que le importe mucho, la verdad. El calor ha bajado y el frufrú de los arboles es una bella melodía de arrullo que acompaña el dulce trinar de las aves y los pasillos apresurados de algunas criaturas. Intenta volver a conciliar el sueño pero se sabe incapaz. Por alguna razón – que a su estado consciente escapa y ese ser tan intuitivo que vive dentro de él pronostica siempre con antelación – su mente evoca recuerdos con cantos infantiles y experiencias que parecen deja-vú.

Saca su reloj de bolsillo y observa la hora.

...6...5...4...

Tick, tack, tick...

Ladea la cabeza un poco, agudiza el oído. Sabe que estará ahí. Las melodiosas risas siempre son el preludio, muy de vez en cuando un grito.

La cuenta casi termina.

...3...2...1...

—¡Te tengo!

Y lo que sucede a continuación es una curiosa lluvia de colores que va desde el brillante verde de las hojas que llueven, quedando por todas partes, hasta los cálidos amarillos y azules de las aves que, despavoridas, han huido a semejante grito que culmina con el ágil y veloz borroncillo negro que desfila, con el único propósito de anunciar a la autora de semejante alboroto.

...12...11...10...

Comienza la cuenta de nuevo a la aparición de la pequeña Lacie. Una ágil marometa hace ella en el aire y termina con el rostro estampado en el suelo sin menor queja. Se queda inmóvil y no dice nada, mientras el escepticismo de Oswald no tiene precio.

...9...8...7...

—Lacie.

Le llama, y es su representante quien atiende. Un ligero maullido, cantarín y gracioso, para que las implacables orbes violetas terminen posándose, parsimoniosas, sobre Cheshire, pequeño y huraño gato de pelaje negro y ojos dorados que, cual bandido de ojillos tiernos, por la mansión se infiltró para ser fiel compañero de tan caprichosa muchacha – quien terminó captando como personal la censura de Revys por tales criaturas.

Tick, tack, tick...

—¡Te tengo!

Otro grito. De la nada, Lacie ha apresado al felino entre sus brazos y sonríe, victoriosa. De nuevo ella ha ganado.

—Lacie —intenta Oswald nuevamente—. ¿Qué crees que haces? —pregunta, las cejas enarcadas, los brazos sobre el pecho, y esperando una explicación razonable que ciertamente no obtendría.

—Hola, Oswald. Así que aquí estabas —le saluda ella, atenta a los ojos dorados de Cheshire—. Parece ser que te he encontrado. De nuevo. Como siempre —comenta, orgullosa; una sonrisa ladina en sus labios antes de darle la espalda y tararear con su dulce voz aquella conocida melodía compartida mientras sus pies se mueven al compás agónico que ésta marca.

Oswald sonríe, ella le imita.

Él ha perdido.

...6...5...4…

Y es que si lo analiza bien, con Lacie todo es como en un juego. Como jugar a las escondidas, siempre con las mismas reglas:

Lacie cuenta.

Oswald se esconde.

Lacie siempre gana.

Porque no importa con cuanta cautela Oswald escoja un lugar diferente cada vez para pasar – al menos unos minutos al día – sus momentos de meditación sin interrupciones de invitados indeseados, Lacie siempre se las apañará para encontrarle – en medio de sus aventuras y travesías – como si sólo por ella estuviese atado con un hilo invisible rojo – como la sangre –, conjurado especialmente para ello.

...3...2...1...

—Fue hace mucho, ¿no?

Lacie se ha tumbado a su lado, bajo la sombra de aquel viejo roble, la cabeza apoyada contra su fuerte hombro mientras juguetea con el gato. —Cuando me regalaste la melodía, quiero decir. ¿Lo recuerdas?

¿Qué si lo recuerda?

¿Cómo ha de no hacerlo?

Pero Oswald no dice nada. Sólo dirige su mirada hacia el lago y entorna los ojos, reviviendo recuerdos de antaño. Más específicamente el cumpleaños décimo cuarto de ella, en el que la futura cabeza de Baskerville por fin pudo regalarle la melodía que ella tanto exigía de su hermano.

Aún recuerda cuanto se lamentó haber compuesto una como presente a la esposa del gobernador de Sabrie, pues a dicha acción, sumada a los celos de la pequeña, lo llevaron a ser atosigado y acusado de alta traición al incumplimiento de sus demandas.

Y tras tanto pensar, las primeras notas simplemente le asaltaron mientras él y su hermana jugaban – en realidad era Lacie quien lo hacía y Oswald sólo se dejaba arrastrar por ella – en los jardines de la mansión. Oswald la observaba bailotear alegremente entre las hojas secas que formaban un bonito tapiz de tonos acres y dorados, cuando una extraña sensación le asaltó para no abandonarle hasta que su objetivo bien hubo completado.

Vaya embrollo por esa melodía pero inigualable la recompensa: una dulce sonrisa de su pequeña hermana y único lazo valioso con el mundo.

—Nii-sama, ¿me estás escuchando?

Después de un rato, demanda la joven con voz irritada, al ver que su hermano parece haberse dormido y no le está escuchando.

—¡Oswald nii-sama! —ella frunce el ceño, le repite y zarandea—. ¡Te estoy hablando! ¡Responde!

El joven abre los ojos, y le mira con expresión aburrida que ella le enoja.

—¿Y bien? —insiste Lacie.

—No —puntualiza él y vuelve a cerrar los ojos mientras Lacie le mira indignada, inflando las mejillas y frunciendo los labios.

—¡Mentiroso! —es acusado—. ¡Claro que lo recuerdas! ¡¿Por qué mientes?

Oswald opta por callar. De nuevo. Finge no prestar atención para provocar la ira de la muchacha, aunque finalmente se inclina hacia ella y su gran mano le revuelve el cabello, haciendo que se espabile y sonroje.

Asiente. Acepta. Ahora Oswald ha ganado y lo celebra con una ligera, casi imperceptible, sonrisa en los labios.

El juego ha terminado.

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«Nii-sama...»

—¡Amo Glen! ¡Amo Glen!

Ese grito bien retumba por toda la casa y hasta a Revy ha alertado. Oswald mira al cielo y suspira. Un suspiro cansado que parece sumarle años que no tiene, y terminaba aparentando por la expresión siempre tan solemne que se cincela en su rostro. Escucha atento a quien su sueño ha asustado y luego, todo se vuelve blanco.

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...12...11...10...

Tick, tack, tick...

Como siempre, las doradas puertas que custodian los cegadores rojos se alzan cual guardianes de hierro conteniendo el Abyss, encerrando lo inimaginable, aunque ahora algo parece haber cambiado. No la posición. No el estado. Nada dentro de aquella densa oscuridad se ha perturbado, pero ahí está ella.

...9...8...7...

Tan frágil y graciosa como siempre le ha parecido, con las mejillas tan rojas como manzanas, esa expresión encantadora que parece arma de doble filo y aquellos brillantes ojos como los suyos y que como los de ella parecen entibiar, como el sol. Como siempre debió haber sido y entonces…

...su mente evoca recuerdos con cantos infantiles y experiencias que parecen Deja-vú...

...y Oswald siente que ese bonito hilo rojo le ata de nuevo, sólo por un instante, una vez más.

...6...5...4...

La había encontrado. No, ella le encontró. Como siempre. Como jugar a las escondidas, siempre con las mismas reglas:

Ella cuenta.

Él se esconde.

Porque entonces y ahora nada ha cambiado. Ni siquiera las reglas primordiales.

...3...2...1...

Tick, tack, tick...

—Hola. Mi nombre es Alice...

Lacie siempre gana.

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Ella es como el día. Cálida, alegre y brillante.

Él es como la noche. Calmado, misterioso y extrañamente acogedor.

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[1] Everytime you kissed meEmily Bindiger

N/A: ¡Me encantó! Tenía bastante tiempo que estaba pensando en esto aunque no quedó como lo tenía en mente al principio. Simplemente no podía plasmarlo como lo deseaba. Suelo ser muy exigente con lo que escribo y mi reciente bloqueo intermitente no me ayuda =_= pero siento que al final tanto quebrarme los dedos frente al teclado de mi computadora dieron sus frutos.

¿Ustedes que opinan?

¿Merezco un review o un tomatazo?

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Dedicado a Alex por su cumpleaños número 24 y por compartir conmigo mi fiebre por Pandora Hearts (aprecio tu esfuerzo por escuchar mis delirios malsanos ^-^'). Un presente nada usual ¿eh?

Tambien a Crystal Nightray porque soy una malcriada y no he terminado su fic. ¡Crystal no me mates! ¡Te prometo que no tardaré mucho más pero la escuela me está matando! ¡Te lo compensaré!

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