Hola! Resumiendo, aquí comienzo con otro de mis proyectos de propenso futuro incierto. De todos, creo que es el más ambicioso hasta la fecha.

Advertencias

Gakuen Hetalia - AU

Temática pseudofilosófica y pseudoliteraria.

Nada especifico en éste capítulo.

Derechos: Hidekaz


The Librarian

The Power of Books

...

Academia Internacional Hetalia.

El lugar no es sino un tesoro arquitectónico medieval, preservado y apenas remodelado en su estructura, adaptado a la modernidad electrónica y dotado de prestigio internacional. La principal función de la academia es dar a sus alumnos la mejor educación y ofrecer un rico y amplio conocimiento cultural. Es por eso que, a través de un sistema de becas, la dirección de la academia en conjunto con las mayores escuelas y universidades alrededor del mundo seleccionan a escasos estudiantes de sus instituciones para ofrecerles la posibilidad de asistir a la AIH. La actual administración central se encuentra en Austria, porque los cabecillas del grupo son muy quisquillosos y, además, odian el clima de Londres, donde a sus afueras se encuentra la academia.

Pero claro está que, a este lugar, asisten humanos.

Adolescentes y adultos con mentalidad de niño, para ser más específicos.

Es por eso que, puertas adentro, la AIH es fácilmente confundible con un loquero.

I

Hacer trampa nunca estuvo siquiera en consideración. ¡Él era un HEROE americano! También un queso fundido en muchas materias, pero con orgullo, porque con su sonrisa de propaganda dental y un mínimo esfuerzo, superaba hasta los exámenes de literatura.

Y sin embargo, la suerte no estaba de su lado ese cuatrimestre.

Trampa, era la única alternativa o se enfrentaba a un enorme fracaso: reprobar.

Claro que si no fuera el capitán del equipo de fútbol americano, y su permanencia en el mismo no dependiera de que tuviera todo aprobado, correría en boxer por el campus, organizaría una fiesta en McDonals y viajaría a la luna.

-¿Por qué a mí?

Entonces Alfred F. Jones, rodeado de un aura depresiva asustadora de todo lo viviente, se lamentaba. El aspecto galante con el cual hacía mofa parecía no haber existido nunca. Incluso Nantucket, su mechón rebelde flotante, lo acompañaba en el luto por su integridad. Daba lástima. Salió del edificio principal al enorme patio interno, donde el sol acarició su piel trigueña y la suave brisa despeinó sus cabellos rubios oscuros. No, aún así lucía fatal.

Cerca de la entrada a la biblioteca, tres muchachos de distintas nacionalidades aguardaban con aires impacientes.

-¿La conseguiste? –una voz rasposa que pretendía sonar desapercibida, sin logros, lo sacó de su mundo gris.

Alfred suspiró- fue pan comido.

Sacó del bolsillo interno de su uniforme el objeto más preciado y codiciado por todos los alumnos plaga de la institución: la llave maestra.

La divina gracia iluminó con rayos solemnes la pequeña llave de metal.

-Wooow -exclamaron unánime.

Francis, Antonio y Gilbert, tres lastres mejores conocidos como el "Bad Friend Trio" (sensuales, egocéntricos, torpes, incitadores al ocio, caza chicas, caza problemas, caza fortunas, neandertales, etc.) continuaron con ojos de asombro por tiempo indeterminado. Con esa llave podrán entrar a los archivos de la profesora de historia, Elizabeta Héderváry, y conseguir la gloriosa hoja con las respuestas del último examen.

-¡Asombroso! –exclamó Antonio con su deleitante acento español- ahora sólo necesitamos entrar a la oficina de Eli y conseguir las respuestas del…

Jamás terminó de decir la oración, porque Alfred alzó ante ellos la hoja de tan risueños anhelos estudiantiles…

-¿Cómo la conseguiste tan rápido? –preguntó el muchacho alvino, Gilbert.

El americano se encogió de hombros y contestó con un típico "un buen mago nunca revela sus trucos".

-¡Magnifique! –sonrió meloso el francés del grupo, Francis- ¡Déjame besarte mucho, mon ami!

-¡No toques mi heroica figura! –y lo aparta.

-Ya, ¿qué os parece si hacemos esto rápido?

El siguiente paso era el más sencillo: entrar a la biblioteca, hacerse los idiotas (algo que salía muy naturalmente) y sacar fotocopias a las respuestas. Pero por ser el paso más sencillo, no lo hacía esencialmente fácil.

-Recuerden, no hagan contacto visual –advirtió en susurros el francés.

Todos asintieron.

La biblioteca era la antigua iglesia medieval del conjunto en total de los edificios. Luego del edificio A, donde se dictaban casi todas las clases, era el más grande. Fue ampliado por última vez en los años 80, y a partir de entonces la enorme bóveda pasó a ser una de las mayores bibliotecas de todo el Reino Unido.

Aunque algo que nunca pudieron reformar del sitio era el fortísimo olor a polvo y a vainilla. Los cuatro estudiantes arrugaron la nariz ni bien dieron el primer paso adentro.

Sobre sus cabezas se alzaba la cúpula. La luz diurna entraba como un velo tenue, y ellos quedaron maravillados ante el reflejo da las milésimas partículas de polvo que el sol iluminaba. Había grandes mesas de pulcra madera lustrada y más allá estaban las estanterías repletas de libros y libros, puestas como un dominó en un laberinto. En el segundo piso, rodeando toda la circular estructura, continuaba la presentación casi interminable de más libros.

-Manos a la obra…

Los cuatro se separaron. Alfred, quien llevaba la hoja sagrada, se preguntó vagamente por qué no se les ocurrió antes que eligieran a uno de ellos para sacar las fotocopias y ya, pero estaba tan nervioso que apenas si controlaba sus pasos. Al menos, aún no había presencia de él, el ser más temible de la biblioteca, más aterrador incluso que los libros de matemática y de álgebra juntos, ¡peor que la saga de Crepúsculo!: el bibliotecario.

Alfred se acercó a la máquina fotocopiadora con naturalidad. Colocó la hoja de respuestas rápidamente dentro, para que nadie la viera, y…

Pasos.

Pasos firmes, gráciles y cercanos. Demasiado.

Colonia de mar también.

El pulso del americano se aceleró.

-¡Bibliothécaire!

La voz de Francis casi lo mata, pero al menos los pasos se detuvieron. ¿Estaban volteando?

-Por todos los diantres, ¿qué hace tu asquerosa presencia en mi biblioteca? –la voz no sonaba tan cerca como Alfred pensó, y eso le sacó un suspiro de alivio.

-Mon ami, esa forma de hablar te sienta muy sexy cuando frunces el ceño así. Sólo estaba buscando un libro de…tópicos… sexuales… y Kamasutra… griego. Clásico. Tapa rústica.

-¿Tópicos sexuales y Kamasutra griego? Ajá… ¿no sería mejor que busques tus cochinadas en el computador, frog?

-¡Es que nada se compara con la textura suave de una hoja de papel! –teatralizó.

-Shh, no grites. Anda, creo que esto podría serte útil. ¡Ah! Y conste que sólo te ayudo para que te largues cuanto antes…

-Oui, oui

Bueno, al menos Alfred ahora supo porqué no entró sólo uno de ellos.

Oprimió el botón para imprimir.

Cinco copias, una de más por si acaso.

La primera ya estaba lista.

Ahora la segunda.

-Joder, creí que nunca te iba a encontrar entre tanto polvo.

-¿Dos de ustedes? Definitivamente algo se traen entre manos…

Alfred miró por sobre su hombro.

Tal parece que Francis encontró su libro de tópicos, etcéteras y blablabla. Sea como fuese, Antonio abordó al bibliotecario a tiempo. Ahora, junto con Francis, se lo llevaban vaya a saber Jesucristo a qué confín de la tierra.

Hoja número dos lista, y tres en proceso.

-Pss, date prisa –distinguió la voz de Gilbert y prontamente lo ubicó en su burdo intento de pasar desapercibido. Obviamente que, tapándose la cara con un libro dado vuelta, no era muy efectivo…

Cuarta hoja.

-Muy bien, ya tienen lo que buscaban, ahora pasen por el mostrador y lárguense.

-Claro, claro, tío, en eso íbamos.

Francis y Antonio caminaron hasta el mostrador y dieron a la joven sentada tras éste los libros que, supuestamente, necesitaban. Creyó ver a Gilbert seguir a los otros dos. ¿Es que pensaban dejarlo solo? ¡¿Completamente solo?

¡Quinta hoja!

La máquina pitó y Alfred supo que las cinco copias finalmente estaban terminadas.

Sonrió feliz. Tomó las hojas y se dirigió a la salida, demasiado ensimismado como para notar cualquier cosa a su alrededor, incluyendo el carro que usaban para transportar libros.

Varias hojas volaron en el aire, los libros del carro quedaron desparramados y el americano debajo de ellos. El golpe retumbó en toda la nave.

-¡Oye! ¡¿Qué crees que haces, grandísimo torpe? –todos allí se giraron a ver le show.

El americano estaba demasiado ocupado sobándose la cabeza como para oír algo- ¿Eh? ¡Hahaha, no pasa nada! ¡El hero está ileso! ¡Nothing to worry about!

Miró hacia la entrada. El Bad Friend Trio temblaba y señalaba algo. Volteó.

Ante él, la figura del bibliotecario se asemejaba a una gárgola. Era la primera vez que lo veía cara a cara, tan cerca. No es que le tuviera miedo, ni que se tomara en serio los cientos de rumores que corrían en torno al muchacho, pero sí admitía que él era un tanto… peculiar (partiendo de esas enormes cejas parientes cercanas de las orugas mutantes…).

Era casi tan alto como él, lo que dejaba a la altura de sus propios ojos las pupilas brillantes y verdes del joven, y era extraño que no aparentara ser un momia añeja, sino que, al contrario, en lugar de arrugas (como alguna vez se lo imaginó), tenía la piel tersa y blanca y el cabello tan rubio como el oro. Llevaba un pantalón de vestir sencillo, negro, con una camisa blanca y almidonada; las mangas remangadas, dejando ver unos antebrazos que parecían sacados de una estatua griega de Apolo.

Y la colonia que desprendía era tan embriagadora como sofocante. Por un segundo le faltó el aire, como si se hubiera sumergido en el fondo del mar.

-¡¿Qué crees que haces?

Sorry, haha! Es que no vi el carrito…

-¡Vaya! Dime algo que no sepa.

-Bueno, sería una grandiosa idea quitar del camino ese trasto. Podrías ponerlo en algún lugar donde la gente no se lo lleve por delante.

Una vena crecía peligrosamente en la sien del bibliotecario.

-Debería llevarte a patas en el trasero hasta la oficina del director.

-¡Oh, c'mon! Son solo libros…

El ambiente se oscureció. Alguna nube traviesa se coló frente al sol y ahora todo parecía más sombrío.

-¿Sólo libros, dices? –esa voz no era, definitivamente, de este mundo.

Alfred tragó saliva- bueno… ¿sí pues sí?

El bibliotecario tomó al inepto estudiante por la oreja y, entre gritos, lágrimas y súplicas, lo arrastró como una bolsa de basura y pateó su cuerpo maltrecho varias yardas lejos del preciado santuario.

-¡No te atrevas a poner un solo pie de nuevo en biblioteca! ¡Tú y los otros tres idiotas tienen el acceso prohibido!

-¡Abran paso, abran paso! –pedía el BFT y quitaron de su camino a la pequeña multitud congregada en la escena del crimen.

-Joder tío, ¿te encuentras bien?

-No… -se levantó. Algo aproximado a un metro de su oreja colgaba hasta el suelo.

-Pero has conseguido las hojas, ¿verdad? Dime que sí las trajiste.

-¡Hahaha, pero claro que sí! –sacudió los papeles frente a ellos.

-¡Wundervoll!

-¡Ningún ratón de biblioteca puede con el hero! ¡Fuck yeah!

-Esto… haber cómo lo digo… mon ami… estas no son las hojas.

-¡¿Qué?

Y, en efecto, no lo eran.

-¿Apuntes de biología? ¿Por qué? ¡No tiene sentido!

-Kesesese, esto no sirve ni para limpiarse el trasero.

-Esto sólo significa una cosa –afirmó el español.

-¿Qué mejor nos cambiamos a biología?

-¡No! Que nuestro tesoro aún está dentro de la biblioteca.

-¡Bravo! ¡Eres todo un genio Toño! Ahora, que tu grandiosa cabeza nos diga: ¡¿cómo las sacamos de esa enorme cueva de vírgenes sabelotodos?

-No puede ser tan difícil… ¿verdad?

-Me temo que Gilbo tiene razón –dijo Francis- no vamos a poder entrar tan fácil ¡Pero ese no es nuestro problema!

-¿Ah, no? –Antonio estaba muy confundido.

-¿Enserio que no? –y Gilbert también.

-¡Pues no! Esto es asunto de Alfred.

-¡Tiempo, fuera! ¿Cómo dices?

-Veras mon ami, debemos ser realistas. Primero que nada, las hojas las perdiste tu, y tu fuiste quien cabreó al bibliotecario. Por tanto, tú te encargarás de recuperarlas.

-Pe-pero…

-¡Anda, tío! ¡Y que sea pronto! El examen es en dos días.

-¿Y si mejor estudiamos?

El BTF rompió en estruendosas risas.

-¡Jajajaja! ¡Estudiar dice! ¡Mi awesome ser no estudia! ¡jajajaja!

-Bueno, te deseamos suerte. ¡Au revoir!

-¡No pueden hacerme esto!

Pero los tres infames ya estaban encaminados a la cafetería, desoyendo apropósito el parloteo suplicante de Alfred.

II

Aquella era la frutilla del pastel.

No sólo era presa del remordimiento, pues como héroe americano de la academia, él debía dar el ejemplo ¡y copiándose en un examen no era una grata forma de hacerlo! ¡Aunque fuera por extrema necesidad! Oh por Dios, la culpa aún lo consumía… Ahora, también debía hacer de pillo y entrar a escondidas a la biblioteca.

Aunque… mientras más pensaba este último asunto, más personal se lo tomaba.

Ciertamente había desarrollado un pequeño rencor hacia el ratón de biblioteca. Es decir, aquél se atrevió a echarlo como si fuese un crío. Fue el hazme reír de la institución todo el día.

Definitivamente ahora era personal.

Es por eso que ahora, sentado en el escritorio de su cuarto, observando detenidamente un mapa de la biblioteca que encontró por Internet, se licuaba los sesos. El edificio de la biblioteca era algo así como una fortaleza (y pues claro, hombre, si data del Medioevo). Lo único factible era entrar por alguna ventana, pero para ello…

-…sólo podré hacerlo durante la noche… ¡fuck!

No cabía otra alternativa. Durante la luz diurna, hasta el más torpe de la academia podría verlo. En cambio, de noche, los alrededores de la antigua iglesia eran como… Bueno, digamos que la inteligencia del hombre y la luz eléctrica aún no llegaban tan lejos.

Y ahora que tenía una clara imagen de él, no pudo evitar imaginarse al bibliotecario vagar por entre las estanterías con una vela en mano, ataviado con una sábana, riendo maquiavélicamente y burlándose de él.

"¿Cuál es su nombre?"

Tan trivial, el pensamiento lo tomó por asalto.

Cierto es que había muchas y diversas habladurías acerca de él, pero nunca escuchó su nombre, o de dónde venía (aunque a juzgar por el acento, era evidentemente inglés), o hace cuánto que estaba ahí. No sabía nada.

Salvo rumores.

Que nunca entabló una conversación amena con otros estudiantes.

Que vive en un piso oculto debajo de la iglesia, donde antaño estuvo la sala de torturas.

Que jamás se lo vio fuera del perímetro de la biblioteca.

Que conoce los secretos de los libros prohibidos.

Que en las noches ronda por la institución.

Que sus cejas son la marca de Satanás.

Que castiga a quien daña sus libros.

Que cocina mal.

Que cocina horriblemente mal.

Y que no sabe nadar.

Bueno, en fin, son muchas cosas las que se dicen por ahí y no está seguro de cuál tomar por cierta y cuál por falsa, excepto una: que es verdaderamente hermoso.

Momento…

"¡¿Qué es qué?"

"¡¿Cómo pude pensar eso?"

Su mente se confunde, entra en bucle y estalla.

III

Faltaba muy poco para el anochecer cuando Alfred decide regresar al mundo de los vivos. Tras su colapso mental, se quedó profundamente dormido. Babeó todo el escritorio.

Que asco.

Se limpia la saliva con la manga. Mira hacia la ventana y se concientiza del poco tiempo que le queda si es que quiere completar su misión de rescate esa misma noche, cuanto antes. Pero primero, una ducha rápida.

Al salir, se puso sus boxers de la suerte, unos jeans viejos y cómodos, una remera de manga corta blanca y una camisa a cuadros gris-azul, converses, la chaqueta de aviador (herencia especial del abuelo Jones) y una mochila. En ella, llevaba un par de guantes, su pistola con dardos de goma, una manta protectora contra lo paranormal, cuatro hamburguesas y dos refrescos de su reserva secreta, celular, la llave maestra y un mochi.

Alfred F. Jones estaba listo para infligir las reglas.

Después de la cena, claro. Por nada en el mundo podía salteársela, o sería sospechoso.

Y eso no era sarcasmo.

IV

Eran más de las doce en la Academia Internacional Hetalia. La mayoría de los estudiantes estaban sumidos en sueños, salvo algunos pobres diablos y /o cerebritos obsesivos que debían/querían quedarse hasta horas demoníacas estudiando para el día siguiente.

El silencio era escalofriante. Los pasillos estaban apenas iluminados por pequeñas luces en el suelo; la planta baja y los salones estaban con igual luz o menos, en completa oscuridad. Alfred no tuvo casi problemas en salir, a excepción de su propia imaginación cuando pasaba por algún cuarto y oía extraños ruidos. Gracias al cielo, sólo eran estudiantes fornicando.

Ningún fantasma.

No es que él creyera en ellos…

Utilizó la llave para abrir la vieja y enorme puerta, cuyas bisagras crujieron pero nadie pareció notarlo.

Altos faroles de luz amarilla iluminaban un poco el alrededor, el patio interno y los caminos secundarios al gimnasio, los jardines, el edificio A y la biblioteca. Este último estaba particularmente escabroso.

Salió del edificio B, los dormitorios, y avanzó silencioso hasta las columnas del edificio A. Lo rodeó por el sur, evitando el patio donde podía ser fácilmente identificado, hasta la entrada a los jardines. Camuflándose entre los arbustos, el corto camino hasta la biblioteca le sonreía, lo cual podía interpretar como que todo iba bien, de no ser por que estaba muy distraído torturándose mentalmente con la idea de espectros y gnomos.

Avanzó.

Un horrible edificio medieval, no cabía duda.

Tragó saliva. Rodeó la antigua iglesia hasta dar con las ventanas, en el lado este. Estaban ubicadas demasiado alto; por fortuna, todas se hallaban abiertas.

"Y con tanta atmósfera polvorienta allí dentro, cómo no".

Trepó a un viejo y grueso sauce. La ventana lo saludaba a la vista. Se preparó

-C'mon, c'mon

A la cuenta de tres, saltaría.

-Uno…

"Piensa cosas felices"

-Dos…

"Nada malo te pasará, tu eres el héroe"

-Dos y medio…

"El protagonista principal, ¿vale?"

-Dos y tres cuartos…

"¡Vamos, cobarde!"

-Dos, tres cuartos y un poquito más…

"¡Tres! ¡Salta!"

-¡Fuck!

Su cara dio de lleno contra las frías y ásperas piedras. Abrió los ojos. Colgaba del grueso marco de la ventana, a varios metros del suelo.

-¡Haha! Sabía que podía…

Impulsó su peso hacia arriba. Lentamente fue interrumpiendo la paz interior de la biblioteca, primero viendo en su interior y luego pasando sus piernas ágilmente para apoyarse sobre el gigantesco librero que estaba debajo de la ventana.

Entró sin mayores problemas.

Soltó un suspiro entre, satisfecho.

Allí parado en lo alto, con la luz lunar cayendo desde la cúpula, veía en toda su gloria el enorme laberinto de libros. Se sentía Goku.

Pero él no tenía tiempo de contemplar algo que era exclusivo de los entes pluricelulares aburridos.

Bajó al suelo.

El olor del polvo lo atacó sin piedad, siente que podría morir asfixiado en cualquier momento y es por eso que decide darse prisa. Camina entre las estanterías con cuidado, como si los libros fueran a cobrar vida y atacarlo de un momento a otro, o como si no estuviera completamente solo.

"¿Dónde encontraré esos viles papeles?"

En la fotocopiadora sólo había resmas de papel en blanco.

Sobre el escritorio cerca de la entrada, en cambio, había algunos libros, una computadora, agendas, lápices, peluches, hojas, un stripper ucraniano (momento… eso se lo está imaginando). De todo un poco, pero ninguna copia del examen o el original.

"¿Dónde…?"

Una carpeta en particular llamó su atención. La foto del bibliotecario está abrochada con un pequeño clip en el margen derecho. La toma.

"Arthur Kirkland."

"Con que ése es tu nombre, eh."

Pasos.

Alfred se paraliza.

¿De veras había oído pasos?

Las pisadas se acercan, seguidas de otro ruido metálico que no logra distinguir a qué pertenece.

Sin perder tiempo, se oculta tras el estante más cercano. Tiembla. ¡Pero no tiene miedo! Es el polvo. No, el frío. Sí, es que hace mucho, mucho frío. Oye las pisadas detrás de sí, al otro lado del mueble, y a medida que avanzan Alfred retrocede.

Cierra los ojos.

Oye a alguien tararear London Bridge.

Un resoplido.

Alfred asoma la cabeza y lo ve. El bibliotecario pasa entre los pasillos arrastrando consigo el carrito (el "trasto" según el americano), con algunos libros. Recoge unos grandes tomos viejos sobre la mesa y los apila en el carro.

Era sólo él, Arthur, se dijo. Trabajando hasta tarde. Muy tarde. Acomodando libros, probablemente los mismo que él tiró esa mañana cuando tropezó. Una pequeña punzada de culpa lo asalta.

Ve cómo el bibliotecario desaparece entre los estantes y decide seguirlo, a hurtadillas, por pura curiosidad. Arthur volvió a detenerse, frente a la pared revestida de libros como si fuesen un gigantesco empapelado. Está oscuro ahora que las nubes interfieren en el cielo, pero Alfred aún puede ver con claridad la figura del bibliotecario hacer su trabajo sin dificultades, leyendo los títulos y las categorías a las que pertenece cada libro como si tuviera visión nocturna. Y lo ve sonreír. Con cariño, con ternura. Con amor. Incluso ve cómo brillan sus ojos verdes.

"¡Ya basta!" se reprocha.

Al menos, también vio las hojas. En el malvado trasto.

"¡Mierda!"

Alfred se detiene a pensar, y no se le ocurre nada. Esperar toda la noche no es una opción, distraerlo tampoco si no quiere ser visto, bailar la macarena menos, porque no sabe. Revuelve sus cabellos frustrado y se retuerce así mismo como un pez fuera del agua.

Escucha la melodía de London Bridge alejarse. Arthur se aleja, dejando el carro a merced de las ya no tan heroicas manos del americano.

El susodicho no pierde tiempo. ¡Al fin! ¡Finalmente las hojas del bien y del mal están entre sus manos! Sus ojitos chisporrotean felicidad. Es hora de largarse por donde vino.

-¡Alto ahí!

Dolor, cruel y punzante dolor.

Las obras selectas de Goethe dieron contra su nariz. Y su cabeza. Y su espalda.

-¡Ay, ay! ¡S-sopt it!

Alfred se halla en el piso esquivando librazos, forcejeando con el inglés sobre su cuerpo.

-¡Toma esto, imbécil!

Arthur lo golpea hasta sacarle las ganas de vivir. El americano, sin embargo, no piensa quedarse atrás y, con un ágil movimiento, empuja al bibliotecario, toma Don Quijote de la mancha y ataca. Un librazo en la cabeza del inglés lo atonta.

-¡Oye!

-¡Hahaha, siente mi dolor! -y le arroja Las mil y una noches.

-¡Había acabado de acomodar ese libro, git! –es turno de Leviatán- ¡Ladrón!

Alfred lo esquiva, toma Orgullo y Perjuicio y lo lanza -¡No soy ningún ladrón, cejotas!

-¡¿Qué? ¡Mis cejas son completamente normales, neandertal con retraso! – En busca del tiempo perdido voló por los aires, seguido de los cuatro primeros tomos de la Enciclopedia Británica.

El americano, cabreado, pensó en lo práctico que sería tirarle una estantería completa y aplastarlo como a un gusano. La idea era más suculenta en tanto más libros esquivaba. La guerra y la paz acabó por decidir si tirar o no el estante, haciéndole perder el equilibro.

-¡Fuuuuck!

¿What the bloody hell?

El estruendo les sacudió hasta los huesos, y ni hablar de los kilos de polvo que se alzaron al aire. El cuerpo de ambos quedó sepultado bajo una pila de libros, digna de una obra de arte contemporánea.

-¡Mira… lo que has hecho! –rugió Arthur en cuanto pudo quitarse de encima unos pocos libros.

-¡Tu me arrojaste un libro primero!

-¡Ahh! ¡Te voy a asesinar, bastard! –y entre montones de hojas y tapas, se lanzó al cuello del americano. Disfrutaba con deleite quitarle el aire, sacudirle la cabeza y reír maquiavélicamente. Pero… -¿Qué? ¿Tu? ¡¿Tu de nuevo? ¿¡En mí biblioteca!

-¿Sor…p-presa? –pronunció con un hilillo de voz teniendo la carótida aún oprimida-¿No… e-estas f-feliz de verm..me?

-¡No! –lo suelta- ¡Mira el desastre que ocasionaste!

-¡No lo hice a propósito! ¡Es que no tenías que estar aquí!

-¡Pero si es mi trabajo! ¿Qué te piensas, que descuidaría la biblioteca para que ineptos como tu entren a robar?

-Que no soy un ladrón y… y… ¡ya, quítate de encima, God!

Arthur intenta levantarse, pero los libros debajo de ellos le impide equilibrio alguno. Ruedan.

-¡Que te quites!

-¿Estás ciego? ¡No puedo!

-¡¿Intentas violarme?

-¡¿Qué?

-¡Aiya! ¡SILENCIO-aru!

La biblioteca se sacude. Chorros de polvo caen del techo, producto del temblor. Ambos angloparlantes se quedan quietos, enredados y adoloridos.

-¡¿Qué demonios ha sido eso? –aúlla Alfred, temblando y más pálido que una hoja.

-Te odio…

Una leve brisa invade la bóveda, sacude papeles y revuelve los cabellos de ambos rubios. El silencio súbito sólo permite que se oiga el latido exaltado de sus corazones, tan cerca el uno del otro que pareciera ser uno solo. La brisa se detiene y los ruidos naturales de la noche regresan.

Arthur suelta un quejido, arroja su cuerpo hacia la derecha, clavándose una tapa dura en la espalda, y finalmente logra liberarse- Esto no es bueno…

Ambos se levantan con dificultad.

-¿Qué… qué fue eso? –no obtiene respuesta- ¡Arthur!

Algo pareció bajar del piso superior.

-¡¿Qué es todo este escándalo-aru?

Si el grito del americano no despertó a toda la academia, es que han vuelto a poner píldoras para dormir en la cena.

Un hombre de mediana edad, asiático, con el cabello largo y recogido en una cola baja, ataviado con un elegante kimono rojo y con la mirada sacada de quicio, severa, se plantó frente a los dos individuos que se atrevieron a molestarlo. Alfred lo miraba con ojos desorbitados y sorprendidos, preguntándose si era normal que pudiera ver a través de él, o si el hecho de que estuviera flotando a escasos centímetros de su rostro no era alguna broma pesada de su imaginación.

-Veo…veo gente muerta…

Arthur suspiró resignado.

-Wang Yao, te presento a… a…

-Al-Alfred….

-…un troglodita. Troglodita, mi superior, Wang Yao

-¿Qué ha pasado-aru? ¿Por qué tanto escándalo a estas horas-aru? ¡¿Y qué le ha pasado a la biblioteca, Arthur-aru?

-Yo... puedo explicarlo –la mirada castaña de Yao exigía una pronta respuesta.

-Fue mi culpa –la revelación causó una enorme impresión en el ojiverde, quien no podía creer las palabras que salían de la boca del zopenco americano- entré a buscar algo que se me olvidó esta mañana. No creí que Arthur estaría aquí, y cuando me vio… pues, lo que ve a su alrededor –sonrió, mostrando la masacre de libros.

-¿Es cierto-aru? ¿Arthur?

-Y-yes… -seguía anonadado.

-En ese caso-aru…

-¡Así que bueno! –interrumpió Alfred- Ya que he recuperado lo mío –agitó las hojas del examen frente a sus rostros y sonríe- me iré y no los molestaré más. Sean todos felices.

-¡Alto ahí, jovencito! –el inglés lo sujetó del cuello de la camisa y le arrebata las hojas- ¿A dónde crees que vas? De aquí no sales hasta que hayas acomodado todo este lío.

-¡Hey! Desagradecido. ¿Qué hay con eso de "la verdad os hará libres"?

Arthur lo ignora. Bueno, después de todo, era inglés- Estas son copias de un examen. ¡Ja, miren nada más, tramposo!

-¡No soy tramposo! Es una necesidad extrema. Devuélvelas –intenta quitárselas.

-No.

-¡Ya basta-aru! Son un dolor de cabeza-aru.

-Dile al fantasma que se calle –exige Alfred- me pone nervioso.

-No soy un fantasma-aru.

-¡No importa! Que se calle.

-No puedo, es mi jefe –aparta las hojas de las garras del americano-¡No te las daré! ¡Deberías estudiar, como todo el mundo!

-¡Ahh! No lo entiendes. ¡Soy un héroe, proteger al mundo me ocupa mucho tiempo! Además, no soy un cerebrito.

-Sólo debes sentarte a leer,asshole.

-Lo sé, lo sé, pero esta vez es muy difícil, aunque sólo sean unos estúpidos y miserables libros…

-¿Cómo has dicho-aru? ¿Estúpidos-aru? ¿Miserables-aru?

-Gran bocazas…

-Tal parece que alguien no conoce lo valioso que son los "estúpidos" libros-au. Eso amerita una lección-aru.

-¡Yo apoyo la moción!

-¿Ehhhh? ¿Eso no es irse un poco MUY al extremo?

-No-aru… por lo tanto… ¡Arthur! Te lo encargo.

-¡¿Qué?

-Si-aru. Enséñale la verdadera magia.

-Con un cuento para niños estaría bien, hahaha.

-Tu… ¡Me opongo!

-Arthur, es parte de tu trabajo. No tendría sentido que protejas los libros y que nadie los disfruta, que después hay muchos idiotas como él brotando de la tierra-aru…

-¡Oye…!

-Ahh... De acuerdo…

-Karma~ -canturrea Alfred. La mirada del bibliotecario le reprocha con odio, y él se siente halagado. Sonríe travieso.

Yao parece expectante, oculta sus trasparentes manos entre las anchas mangas del kimono. Asiente con la cabeza.

Un suspiro resignado. Arthur saca de su bolsillo algo semejante a una vara. Se sube con cuidado al estante caído y se prepara como si fuese a dirigir una orquesta. Cerró los ojos y llenó sus pulmones de aire polvoriento. Alfred observaba así cada movimiento, cada gesto que hacía el inglés, cuyo semblante se volvía solemne y concentrado.

El bibliotecario comenzó a recitar una especie de poema a ritmo de canto, en un idioma que Alfred jamás en su vida había oído, en voz grave, melodiosa y muy baja, ascendiendo lentamente las notas. Con un suave movimiento de su muñeca, movía la vara en gráciles movimientos, como si acompañara el balanceo de las olas.

Suaves y numerosos sonidos se presentaron. Aleteos finos alrededor de los tres individuos, rodeándolos.

-Se mueven… los libros…

La luz que caía de la cúpula se intensificó sobre Arthur mientras cantaba las últimas estrofas, bañándolo en un halo azul violáceo y echando columnas de luz por doquier, como si se reflejara en el cuerpo del bibliotecario hacia cada esquina de la enorme bóveda. Todo se iluminó.

Alfred, inevitablemente, había cerrado los ojos.

Al abrirlos, el asombro le quitó el aire.

Frente a él centellaba el polvo, cayendo desde la cúpula, como si las estrellas hubieran bajado a hacerle cosquillas. Los libros volaban, eran aves libres, surcando la luz de la luna. Arthur había terminado, y reemplazando su voz se oían animados violines, flautas y contrabajos. Los libros de música entonaban melodías haciendo vibras sus letras.

Sobre su cabeza, desde la parte superior, los libros de deporte saltaban en picada; los de baile clásico se turnaban para girar con algún compañero; los más pequeños se esforzaban por crecer, leyendo con atención a los más viejos; volaban. Respiraban.

La biblioteca y todo en ella vivía.

-Bienvenido –dijo Arthur, con sus ojos resplandecientes de admiración y orgullo.

-E-es… increíble.

Estiró su brazo ligeramente para tocar a un pequeño librillo de tapa roja. Rozó con sus dedos las hojas amarillentas y éste pululó entorno a Alfred como una mariposa, antes de alejarse haciendo círculos.

-¡Es increíble! –repitió.

"Parece un niño" pensó Arthur, sonriendo.

Yao también sonreía –será mejor que no pierdas tiempo-aru. Arthur, llévatelo.

-¿Qué? –salió de su ensoñación- ¿Llevarme a dónde?

La sonrisa de Arthur se borró y fue reemplazada por un ceño fruncido -¿Algo en particular…?

El asiático titubeó- Nada muy rebuscado. Mira nada más el poco coeficiente que parece tener –le susurró.

-¡Oye! –protestó.

Yao río- ¡Descuida-aru! Estas en buenas manos, Alfred.

Y tras esa mirada de confianza y alegría, despojada de cualquier perjuicio o enfado que pudo haber tenido, el susodicho supo que era verdad.

-Vamos –ordenó Arthur. Tomó al americano de la muñeca, y entre protestas, no sin dificultad, lo llevó hasta el centro de la biblioteca- ¡Nos vamos!

-¡¿A dónde?

Varios libros comenzaron a volar en torno a ellos, aleteando sus cubiertas y arrastrando consigo el polvo brillante, encerrándolos en un torbellino de luz y con aroma a vainilla.

-Sujétate.

La mirada de Arthur cobró excitación. Subió la improvisada escalera de libros que éstos le ofrecía, con el ojiazul, maravillado y un poco nervioso, tras él. Continuaron subiendo la escalerilla en círculo hasta casi llegar a la cima. Y allí estaba.

Uno de los libros se abrió de lleno a ellos, con su centro resplandeciente.

-¡No te me sueltes! –gritó Arthur.

Y saltó.

Al vacío.

Hacia el libro.

-¡Arthur!

Llevándose consigo al americano.

Ambos rieron.

El libro los encerró en su interior, se cerró y cayó con un golpe seco.

-Eso es algo que siempre admiro-aru –mencionó sonriente. Tomó al pobre caído, le limpió la tapa y lo arrojó al aire como quien libera a un ave de entre sus manos.

Frankenstein abrió sus hojas y retomó el vuelo, junto a los demás, llevándose consigo a ambos rubios.

~•~


El reiterado olor a vainilla que menciono, no es invento mío. Así huelen los libros viejos a causa de la lignina, una sustancia que provoca la decoloración y el aroma a vainilla.


¡Ta~chan!

Woo...no creí que me hubiera explayado tanto, pero como ven, es un trabajo que me ha costado tres noches sin dormir y un dolor de cabeza poco apreciable. Con sinceridad espero que les haya gustado y se animen a leer el próximo capítulo: Meeting Frankenstein.

Y dos cosas importantes:

1 - No sé si esta fic será USAxUK o UKxUSA. De momento, tómenla como UK=USA (vean en mi perfil por si no saben a qué me refiero)

2 - Review? :3