¡Saludos! Si, si, lo sé. Es un misterio de la vida de por qué los fanfiker's publicamos y publicamos fic's sin acabar los que ya tenemos previamente empezados y, afortunadamente o lastimosamente (como se quiera ver), yo pertenezco a esa gran cantidad de personas xD tengo muchos fanfic's que debo actualizar pero eme aquí, empezando otro que se suma a lista de deberes :v

Últimamente he estado experimentando géneros, y quería escribir algo supernatural para este fandom porque yolo. Tengo la trama fríamente calculada, no será algo que saldrá espontáneo en el momento en el que me siento a escribir. Esto es una historia Au x3

En este fanfic no hay un protagonista fijo. Todos los bandos serán igualmente importantes para el desarrollo de la trama. Romance...habrá (el romance atrae masas), pero no es lo principal. Los únicos fijos aquí serán mis Shipps forever and ever: OkiKagu, HijiMitsu y el SakaMutsu xD el resto...ya miro con quien me da la gana de emparejarlos si es que siento que hay algún tipo de chispa o conexión entre x personajes en la historia.

Esto salió de una historia real de mi autoría con la cual gané un concurso hace tiempito, por lo que quise hacerle una adaptación y, para que encaje bien, algunos cambios, pero la esencia y trama siguen siendo las mismas. Mi conocimiento de lo supernatural se basa en todos los libros que he leído, y un poquito de las series que he visto (que de alguna forma tienen relación con lo que "supuestamente" es menos ficticio).

Advertencia: Los personajes pueden quedarme OOC, yo no ser perfecta :v si en algún momento he de hacer algún tipo de advertencia por contenido, lo haré en su debido capítulo.

Disclaimer: Los personajes que empleo en esta historia no son de mi propiedad porque es obvio que no estoy nadando en billetes por haberlos creado.

El título chupa, el resumen chupa, pero la trama no (espero xD)


La herencia.

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No se arrepentía de mucho. Sabía que morir podía ser duro y que dejaba sola en el mundo a su hermana mayor, pero él no tenía miedo de irse. A sus 21 años, Shinpachi Shimura estaba exhalando su último aliento de vida, perdiéndose poco a poco en la oscuridad que amenazaba con devorarlo por completo. Podía escuchar sirenas―quizá pertenecientes a las ambulancia―a lo lejos y los gritos de personas pidiendo ayuda, pues aún tenían fe de ser salvados; aún se aferraban a la vida. Su cuerpo dolía como el infierno. Sabía a ciencia cierta que tenía fracturadas ambas piernas por el auto que lo había aplastado en el accidente y que a causa de la hemorragia masiva perdería más temprano que tarde el conocimiento.

Morir sintiendo aquella agonía no era especialmente la idea que había tenido cuando a él le tocara abandonar el mundo, pero al parecer no se le daba a escoger a las personas como querían fallecer.

Hasta dónde tenía conocimiento, no había sido una mala persona con nadie nunca. Siempre intentó ayudar a los demás en la medida que le hubiese sido posible, por lo que si había algún tipo de juicio luego de pasar el umbral entre la vida y la muerte, él creía merecer ir hacia arriba y no hacia abajo.

Empezaba a respirar con dificultad… ¿cuánto tiempo le tomaría? la espera se hacía eterna y agonizante.

A sus oídos, que todavía podían ser usados para la escucha, llegó el sonido de un par de botas chocando contra el pavimento, acercándose cada vez más a él. ¿Es que la unidad de emergencias por fin había llegado y él se salvaría de su destino? Las ramas del árbol que yacía a unos centímetros de su cuerpo mal herido crujieron, dando a entender que alguien se había recostado en el tronco.

―Amigo, te ves terrible ―una voz llegó entonces. Era gruesa, por lo que concluyó que era un hombre. También denotaba matices de pereza en su tono.

¿Qué hacía un tipo caminando por ahí en semejante accidente?

Aunque quisiese preguntarle, no podía hablar dado el esfuerzo que estaba haciendo para seguir respirando―¿no se había resignado ya a morir?―, por lo que sólo se quedó allí, permitiéndose hacer recorrido en sus memorias de los últimos acontecimientos en su vida, cuando de repente un recuerdo fugaz le invadió. Aquella voz ya la había oído.

Unas horas antes.

―¿Cómo que tenemos una herencia? ―preguntó Shinpachi a su hermana, que ingería sus alimentos del almuerzo.

Ambos acostumbraban a almorzar juntos en el descanso que les daban para medio día en sus respectivos trabajos. Su pequeña familia se componía de sólo ellos dos, por lo que el par de hermanos eran muy unidos. La mayor, Otae, trabajaba en un restaurante como mesera que funcionaba en las noches de bar, mientras que el menor de ellos se ganaba el sueldo como cajero en un supermercado. La vida no era especialmente color rosa, porque no es como si les pagaran en demasía, pero les alcanzaba para lo justo: comida y la paga del alquiler de su apartamento.

Por esa razón, la notica que le acababa de comunicar Otae le había sorprendido. No recordaba tener algún pariente que en su testamento hubiese dicho que les fuese a dejar algo, y sentía verdadera curiosidad por saber qué era.

―Sí ―respondió Otae y procedió a explicar lo que a ella le había dicho Kyuubei ―. Al parecer, teníamos una tía muy, muy lejana de la cual no teníamos conocimiento. Ella murió hace poco y como nunca se casó y no tuvo hijos tampoco, sus pertenencias pasaron a ser nuestras a pesar de ser parientes lejanos.

Y pensar que Shinpachi creía que de su familia no quedaba ni el rastro. ¿Tía lejana? ¿Cómo es que ellos nunca supieron de su existencia hasta ahora?

―¿Y qué cosas nos ha dejado esta tía nuestra?

―Una casa ―dijo ―. Y una muy grande pienso yo, porque hasta hace poco funcionaba como una casa de huéspedes.

El de lentes no se lo podía creer. Esa mañana se había levantado como el pobre Shinpachi Shimura, que no tenía nada, y de un momento a otro pasó a ser el dueño de una casa que muy seguramente producía cantidades de billetes al mes. Se sintió un poco cruel al agradecer que su pariente lejano hubiese fallecido, pero se le pasó en cuanto pensó que si lograban vender esa casa, con el dinero ganado podrían por fin remodelar y reabrir la escuela de la que su padre fue fundador y que ahora estaba dada de baja.

―Y esta casa, ¿dónde está ubicada? ―preguntó después de beber de su jugo.

―Cerca a las montañas. Kyu-chan fue a verla y dijo que parecía ser agradable ―después de observar el reloj para confirmar la hora, Otae prosiguió ―. Lo primero que pensé fue que podríamos venderla, pero en el testamento la tía pide que por favor no nos deshagamos de la casa. Ha sido patrimonio familiar desde hace más de diez generaciones.

―¡¿Diez generaciones?! ―las demás personas en el restaurante miraron al pelinegro, que se excusó por interrumpir sus pacíficos almuerzos ―. ¿Desde hace cuánto fue construida?

Ella se encogió de hombros. ―No se sabe con exactitud, pero dicen que ha estado allí desde hace bastante ―¿El patrimonio familiar era así de viejo? ―. En cualquier caso, tenemos que ir a verla, Shin-chan. ¿Tienes algo más que hacer en tu trabajo esta tarde?

―No, pero en realidad yo…

―Hola, Shinpachi-kun, Otae-san ―la voz femenina les llamó. Ambos mencionados sonrieron ante la recién llegada.

―Soyo-chan, ¿cómo has estado? ―la mayor de los Shimura preguntó.

―Bien, gracias por preguntar ―respondió, devolviéndoles el gesto de la sonrisa ―. Me disculpo si interrumpí algo.

―Hermana, es que había quedado con Soyo para ayudarla a arreglar algunas cosas de su casa.

Ambos se habían conocido desde la escuela y además hubo un tiempo en el que la pelinegra era vecina del par de hermanos, por lo que siempre fueron buenos amigos y estuvieron en contacto. Después de graduados se encontraron en la universidad, aunque estudiando distintas carreras. Ella recién comenzaba medicina y él estudiaba leyes, pero por el descenso económico que sufrió la familia de Shinpachi, él tuvo que abandonarlo y dedicarse de lleno al trabajo, mientras que Soyo continuó con su carrera, pues ella gozaba de una buena posición económica.

―Si estás ocupado no tiene que ser ahora ―la pelinegra dijo ―. Puedo pedirle el favor a Okita-san.

―Soy tu guardaespaldas, no el chico de los mandados ―la voz del hombre sorprendió a Soyo.

―Ah, Okita-san, que gusto verte ―saludó Otae con una sonrisa en su rostro ―. No habrás venido con tu jefe, ¿cierto?

―Kondo-san está ocupado con otras cosas por el momento ―respondió el castaño.

La mujer parecía feliz por la respuesta. Luego miró a las tres personas y una idea se le ocurrió. ―Shin-chan, ¿qué te parece si vamos ahora a esa casa? Soyo-chan sería muy amable de llevarnos y por si las dudad, Okita-san tiene un arma.

No había mucho que argumentarle a aquella mujer. A veces ella daba miedo, por lo que ni Shinpachi ni Soyo estuvieron en contra de la idea. Y si la menor de los Tokugawa iba, Sougo tenía que ir.

En el camino, el de lentes le contó todo a la azabache. Ella les felicitó por su nueva propiedad y les preguntó si tenían planes de pasarse a vivir allí. Otae le dijo que lo estaba pensando, puesto que sería un ahorro económico significativo si dejaban de pagar alquiler.

―Pero deberían tener cuidado ―comentó Soyo ―. Hay animales salvajes en los últimos días merodeando Edo que han asesinado a personas brutalmente, y las montañas no son precisamente seguras.

Okita la miró por el retrovisor con signo aparente de reproche. ―¿Y cómo te has dado cuenta tú de eso? se supone que sólo nos compete a nosotros, los policías.

―No eres especialmente bueno para guardar información confidencial.

Antes de que el castaño replicara y la regañara por meterse en sus cosas, Otae intervino. ―Es raro que hayan este tipo de asesinatos.

―Son sólo animales y la policía ya lo tiene cubierto ―respondió Sougo, casi en automático.

Más sobre aquella conversación no se dijo nada.

Pasaron alrededor de veinte minutos antes de que ellos consiguieran llegar al camino correcto que los llevaría a aquella casa. El sendero de la montaña era irregular y no estaba pavimentado. Si no se tenía cuidado con la velocidad, las personas muy probablemente perderían la vida allí. Unos quince minutos más tarde los cuatro estaban bajando del auto, mirando la casa que tenían en frente.

Como les había indicado Kyuubei, la casa, a simple vista, parecía bastante bonita. Era muy grande y desde fuera se podía observar el terreno extenso que ahora les pertenecía a los Shimura. El diseño de la misma era algo conservador, incluso por sí sólo daba a entender que era una casa que ya tenía tiempo residiendo en aquel lugar. Pero pese a su aspecto un tanto pasado de moda, todas las estructuras que se podían ver por fuera―como el balcón, las paredes y la puerta principal―se apreciaban integras. Y la pintura―blanco con negro―no tenía ni una mísera mancha.

Por dentro no era una historia diferente. Todo parecía estar en perfectas condiciones, e incluso el ambiente era acogedor, casi familiar. La casa constaba de tres pisos y un sótano. Cada piso poseía cinco habitaciones amobladas todas, y eso era bastante lógico, pues aquel sitio siempre había funcionado como una especie de hotel. Shinpachi se sentía anonadado, pues aún no creía el hecho de que semejante propiedad ahora le pertenecía a él y a su hermana.

―Es bastante bonita y agradable ―comentó Soyo una vez regresó de mirar el piso tres.

―Si. Ha sido un gran golpe de suerte que nos la hayan dado ―dijo Shinpachi ―. ¿Dónde está Okita-san?

La chica señaló la pequeña cabaña que se visualizaba desde la ventana. ―Está en estos terrenos, por lo que imagino que hará parte de la herencia. ¿Vamos a ver?

El de lentes asintió, saliendo por la puerta que tenía la cocina. Una vez llegaron con el castaño, Shinpachi se dispuso a mirar la pequeña construcción. Si bien la casa parecía estar en óptimas condiciones, la cabaña contaba una historia totalmente diferente. Parecía que se caía poco a poco a causa de los años en los que probablemente estuvo sin uso.

―No se abre ―comunicó Sougo, teniendo entre sus manos el candado que tenía la puerta ―. Es como en una película de terror. Seguro aquí se esconde el fantasma.

Una analogía bastante aceptable si se meditaba el caso.

―¡No digas esas cosas, Okita-san! ―ambos pelinegros dijeron al unísono, ocasionando la risa del oficial de policía, quien comenzó a alejarse de aquella cabaña. Ellos dos lo siguieron en cuanto lo vieron sin intenciones de devolverse.

Shinpachi le dio una última mirada a la curiosa cabaña y se dispuso a continuar tras Soyo y Sougo.

Más tarde, Kyuubei llegó y entonces el tiempo a partir de ahí pasó relativamente rápido. Tanto así que incluso Soyo y Okita tuvieron que abandonarlos luego porque la primera tenía que estudiar para la clase que tendría al día siguiente y el segundo sólo dijo que tenía asuntos que resolver en la estación de policía. Los tres restantes se quedaron por más tiempo en la casa, revisando cada rincón de esta y maravillándose por lo grande que era.

―Pues, no veo por qué no podríamos pasarnos a vivir aquí ―dijo Otae, llamando la atención de su hermano menor y su mejor amiga.

―Ciertamente eso ayudaría con los gastos que ustedes tienen ―comentó Kyuubei ―. No es mala idea, Tae-chan.

Shinpachi no tenía mucho que decir. Estaba bien con cualquier decisión que su hermana mayor tomase.

―Bueno, es hora de volver a nuestro departamento.

―Sí, hermana.

Una vez los tres estuvieron de nuevo en el centro de la ciudad, Otae platicó con la dueña del edificio y le expuso su nueva situación. Ella les había dicho que podrían irse cuando quisieran, siempre y cuando le pagaran el arrendamiento de ese último mes. Parecía injusto y hasta un robo que tuviesen que pagar por un mes en el cual no vivirían allí―pues apenas estaban a la primera semana de abril―, pero era lo que había.

―Shin-chan, ¿hamburguesas para la cena? ―la mayor propuso en cuanto entró en el departamento. Él asintió y entonces pidieron la comida.

Media hora más tarde, Otae se estaba preparando para irse al turno nocturno que le correspondía. Y de repente, mientas veía como la mujer se despedía de él y se encaminaba a la puerta, Shinpachi había recordado lo que Soyo mencionó sobre los animales salvajes asesinos. Francamente no creía que un animal pudiese atacar una persona en el centro de Edo, pero no quiso dejar a Otae sola por esa noche.

―¡Hermana! ―la llamó antes de que ella cerrara la puerta ―. Yo te acompaño hoy.

Como siempre, el bar estaba a reventar de clientes. Shinpachi simplemente se sentó en una de las mesas sin consumir ningún tipo de bebida alcohólica. Entonces, cerca de dónde él estaba, pudo escuchar la voz de alguien preguntando por su hermana.

―Otae Shimura, ¿sabes dónde está? ―no la reconocía de nada. Nunca antes había escuchado ese tono perezoso.

Quiso girarse para ver al hombre pero fue entonces cuando Oryou, una compañera de Otae, se le acercó.

―Shinpachi-kun ―él la miró ―. Hay un tipo que está preguntando por tu hermana.

―¿Quién? ―ladeó la cabeza, extrañado.

―El de los rizos que está allá ―la chica señaló hacia la derecha, pero Shinpachi no pudo observar a nadie ―. Seguro fue al baño.

―Shin-chan ―el mencionado volteó a ver a la mujer con la que tenía lazos sanguíneos ―. Ya que estás aquí, puedes ayudarnos. ¿Sacas la basura, por favor?

No le iba a decir que no a su hermana, evidentemente. Resignado, él se dispuso a ir por las bolsas mal olientes y sacarlas del lugar, directo a los contenedores, pero en cuanto estuvo dispuesto a entrar nuevamente, un extraño sonido le alertó. Era algo parecido a un animal comiendo su cena. Tragó saliva, porque involuntariamente había recordado las palabras de Soyo. ¿Y si era cierto y él sería la desafortunada víctima en aquella ocasión?

Giró su cabeza lentamente en dirección a dónde provenía el sonido: el callejón oscuro. Y cuando sus ojos se acostumbraron al lúgubre lugar, los abrió desmesuradamente, sintiendo pánico y a la vez asco.

Era un humano, no un animal, evidentemente. Una chica, para ser exactos. Y eso no era lo que le había revuelto los intestinos. Lo que le produjo ganas de vomitar fue ver que la chica comía lo que parecía ser una rata. Él retrocedió pero para su mala suerte, chocó contra el contenedor de metal ocasionando así un estruendoso ruido que hizo que la chica se percatase de su presencia y lo mirase con aquellos ojos rojizos, que poco a poco fueron adquiriendo un color azul cual zafiro.

Ella soltó el cuerpo de animal sin vida y se limpió con el dorso de la mano la sangre que escurría desde su boca hasta su barbilla. La vio dar un paso hacia adelante y Shinpachi no necesitó ninguna alerta más de peligro para salir corriendo de ahí.

Ni siquiera pensó en qué era lo que estaba haciendo. Simplemente corrió a todo lo que sus piernas le daban y, lastimosamente, se pasó la carretera realmente transitada por autos sin tener la previa precaución.

Todo sucedió bastante rápido después de eso. Un carro le atropelló, un camión se había volteado debido al frenazo que tuvo que hacer y un autobús se había chocado con dicho camión, quedando vuelto pedazos. En cuestión de segundos todo había sido un caos, y por su culpa. Ni siquiera sabía cómo es que todavía continuaba vivo pese a estar aplastado bajo un auto.

Presente.

Él era. El tipo que estaba buscando a su hermana. ¿Qué demonios estaba haciendo en mitad de tan trágico accidente? Y, aun queriendo girar su cabeza para lograr verlo, no pudo pues ya no tenía control sobre su cuerpo. Todo se volvía negro poco a poco, los sonidos de su alrededor fueron disminuyendo en intensidad y su respiración se volvió más lenta, casi imperceptible.

―A mí no me gusta hacer estas cosas por los riesgos que acarrea, pero no me queda de otra ―escuchó de nuevo la voz, pero estaba mucho más distorsionada, seguramente por la pérdida parcial de su audición.

―Cúralo ya, Gin-chan ―la voz femenina no se la había esperado. ¿Qué clase de locos eran esos? ¿Cómo que curarlo? ¿Qué no veían que estaba más muerto que vivo?

Shinpachi abrió los ojos―ya no sabía de dónde sacaba fuerzas―y lo último que vio antes de cerrarlos nuevamente fue un destello plateado por encima suyo, además del sabor metálico que inundaron sus papilas gustativas.

Y después todo fue oscuridad.


No hay ningún tipo de anuncio parroquial en esta sección. Sólo me queda agradecer si se tomaron el tiempo de leer y comunicar que tal vez mañana publique el nuevo capítulo, pero sólo tal vez, si la pereza no se apodera de mi alma.

Kiry se despide de ustedes.

Paz ^3^