Mientras notas bajar la espada sobre tu cabeza, arrodillado frente a él, delante de cientos de personas, le miras a los ojos.
Te devuelve la mirada, con esa sonrisa que tú sabes que quiere decirte "aunque ahora seas el mago de Camelot, sigues siendo mío".
Y tú le devuelves la sonrisa. Porque sabes que él es tuyo, también.
Te ha asaltado tan por sorpresa en tu propia habitación, que no has podido ni decir una palabra.
Ha devorado tu boca, ha golpeado tus nalgas y mordido tu cadera. Te ha obligado a empezar de nuevo una vez, y otra, haciéndote disfrutar tanto que ahora duele. Ha hecho temblar cada rincón de tu piel, cada pelo de tu cuerpo, y habéis chillado tan fuerte que notas la garganta rota.
Y ahora duerme, acurrucado como nunca antes sobre tu pecho.
Y tú no entiendes nada, hasta que miras por la ventana y las banderas están a media asta.
Notas como su lengua se desliza por tu piel, recogiendo las gotas de sudor que el dolor te provoca. Y ríe, con la frente apoyada sobre tu columna. "¿Qué pasa?", piensas. Pero no llegas a decirlo, porque se mueve con delicadeza y toda tu mente se concentra en sentirlo, soportando el dolor pero disfrutando del momento.
Y cada vez que esa escena se repite y ríe suavemente con su lengua en tu espalda, piensas en preguntárselo. Pero el placer nunca te deja.
Has doblado su ropa, guardando delicadamente las prendas más elegantes. Sabes que le gusta vestir bien, aunque finja que es una exigencia de su cargo.
Cuando llega, sudado del ejercicio que ha estado haciendo con sus hombres, no puedes retirar la mirada de su frente. El pelo pegado a ella en húmedos mechones.
Él se ríe de ti.
Pero luego no te llama y se desnuda él mismo, mirándote.
Una chispa de magia se escapa la primera vez que le besas. Él no te ha dejado hacerlo, es un beso robado, mientras duerme, en un sueño febril y agitado que apenas pueden calmar las hierbas que le obligas a beber.
La magia que se escapa te deja débil, temblando.
Y cuando crees que ha sido la experiencia más impresionante de tu vida, él abre los ojos y esta vez tú recibes el beso.
Y hay más magia. De otro tipo.
Atrapados bajo un árbol, por culpa de un leñador descuidado. Jamás pensaste que sería así.
Pero cuando notas que él te mira y piensa, recuerda y ata cabos, y luego sonríe, te das cuenta de que da igual cómo haya sido.
Lo importante es que ha acabado justo como imaginabas en tus sueños.
Ha llorado en tu hombro, pensando que tú habías muerto. Ha llorado tan fuerte que lo has sentido en cada fibra de tu cuerpo aún inconsciente.
Y aunque tú jamás te hubieras rendido, él te obliga a volar más rápido, a hacer más fuerza, a lograrlo antes.
Porque su aliento ha rozado tu piel.
Le has visto en el patio y te has enfrentado a él, pero sólo puedes recordar su sonrisa, esa chispa en sus ojos y el tacto áspero de su mano, acostumbrado a espadas.
Es alguien especial, y lo notas desde ese momento.
Aunque no sea hasta mucho, mucho después cuando te das cuenta de que, realmente, lo supiste desde un principio
