1-
La primera vez que lo vi fue en el año 2006. Aburrida, entré a ver el espectáculo del que se estaba hablando por todas las calles de Oberhäusen: una banda nueva tocaba en un teatro. Me paré al final del lugar. No tenía muchas intenciones en realidad de verlo. Ya con mi edad había visto muchas cosas, pero necesitaba algo que me sacara del aburrimiento.

A mi alrededor, miles de chicas gritaba desaforadas para que aquellas nuevas caras del rock alemán aparecieran al fin. La energía era palpable e incluso a mi me contagiaron. Quería ver lo mismo que ellas. Y entonces, salieron. Eran cuatro. El sonido de la guitarra eléctrica, que hace ya mucho tiempo supo engatusarme, rompió por toda la sala. Era una melodía rápida, fácil de atrapar a la gente.

Y entonces, lo vi. Fue para mi como si, de pronto, entre toda la oscuridad de mi vida, apareciera una luz. Su rostro angelical, sus profundos ojos marrones, su andar desgarbado y con confianza. Y su voz. ¡Ay, esa voz! Pareció que un arcángel había descendido del cielo para cantar frente a mí.

Agradecí que las luces estuvieran apagadas en donde yo me encontraba. Los humanos se hubieran asustado seguramente ante la expresión de mi rostro, pero no pude evitarlo. Nosotros, los vampiros, somos capaces de demostrar las emociones aún más intensamente que los mortales, por lloque debemos tener un control estricto sobre ellas. En ese momento, todo mi control se perdió. Ese joven de ahí hizo que lo perdiera. Me perdí en su voz, dejando que entrara en mi mente, y me llevaran a un mundo que conocía y no conocía a la misma vez. Recorría la vida del joven como si yo hubiera sido él. Era un torbellino de emociones y deseé que no terminara nunca.

A partir de ese momento, mi vida como la conocía, cambió. Ya no me importaba nada, salvo ese joven, mi ángel personal.

Nací en el año 1491, el año del nacimiento del rey de Enrique VIII en la ciudad de Londres. Mi padre era un duque, famoso por su valor en las batallas y mi madre, hija de un marqués. Rodeada por lujos y riqueza, crecí creyéndome el centro del mundo. Iba a los bailes y me regocijaba por dentro cuando se daban vuelta para mirarme. Enriquecía mi belleza con joyas de oro y caminaba con la cabeza en alto. Parecía una princesa y actuaba como tal.

Y casi me convierto en una. El rey coqueteaba claramente conmigo, en especial durante los primeros años del matrimonio la hija de los Reyes Católicos españoles, Catalina de Aragón. Me volví un ser egocéntrico, frígida, segura de un poder sobre los otros que creía tener (que con el tiempo me di cuenta que nunca tuve). Tenía tan solo 20 años.

En uno de los tantos viajes a Birmingham que hacía con mi familia fue cuando mi vida cambió por primera vez. El viaje, para mi, tenía que ver con el hecho de que el rey iba a estar en ese mismo lugar. No lo quería y lo encontraba poco agraciado, con un terrible temperamento. Pero me gustaban las cosas que susurraba a mi oído, como me trataba cuando estaba de buen humor, los regalos finos y caros que me daba. Y amaba el rostro de ira de la reina cada vez que me vía, sabiendo que su esposo lo pasaba mejor conmigo que con ella. Mi madre sospechaba lo que sucedía, pero no le hizo caso, y mi padre simplemente me seguía impulsando a seguir, deseoso de conseguir más poder y status.

En la casa de campo donde estábamos había otras figuras importantes del reino. El duque de Yorkshire y su esposa, un arzobispo, un famoso pintor y la famosa duquesa de Cardiff, prima del rey. Sin embargo, no recuerdo a ninguno de ellos con claridad. Para mi son como reflejos en un espejo sucio. Imágenes sin sentido de una vida vacía.

La única cara que se mantiene viva es la del marqués de Glasgow. Había estado anhelando conocerlo. Los rumores corrían por entre la corte y la clase alta de que había surgido de la nada, con un título nobiliario, una inmensa riqueza y muchas tierras. Pocos lo habían visto, pero ninguno que yo conociera.

Entró a la habitación donde estábamos reunidos con un paso que me pareció en esos momentos irreal, como si se desplaza en vez de caminos. Su cuerpo alto y esbelto estaba ataviado con un traje típico de la época, del más caro terciopelo negro. Pero lo que me deslumbró fue su rostro (sin edad, de una belleza adónica que quitaba el aire) y su manera de hablar (nuevamente, sin tiempo aparente, seductora, misteriosa e inteligente). Fue hacia un sillón y se sentó allí tranquilamente, opacando al resto de las personas del salón. Y, cuando posó sus ojos en mí, unos ojos tan oscuros que parecían negros, me sentí atraída por él. Él se convirtió en la tierra de mi mundo, y yo era la luna. El rey perdió todo interés para mí, ya que yo solo quería estar junto a ese misterioso hombre. Y él pareció querer lo mismo.

En un principio, no me preocupó que él solo se viera de noche. Cuando aparecía, me cegaba su presencia. Pasaba horas a su lado, aprendiendo. Había viajado por el mundo y me contaba cosas maravillosas de cada lugar donde había estado. Pienso que me podría haber contado cualquier cosa, yo igual hubiera quedado prendada a él.

Dos noches antes de nuestro regreso a la capital, él se despidió del resto, aduciendo que debía volver antes por negocios. Me sentí desfallecer ante la mera idea de no saber cuándo lo volvería a ver. Se despidió de mí con sus modales galantes y salió por la puerta hacia su carruaje. Sin ánimos para nada más, me refugié en mi habitación.

Horas más tarde, escuché la clara voz de él en mis sueños, llamándome. Me desperté y, en la oscuridad, abrí las ventanas, sin saber exactamente lo que hacía. No me asusté cuando lo vi allí, entrando por el ventanal cuando me alejé. Estaba sumido en una especie de sopor y apenas si podía sentir mi cuerpo. Se acercó de mi de manera fantasmal y me abrazó con un solo brazo, mientras que con su mano libre acariciaba mi rostro, diciéndome con la mirada que me amaba y que fuera suya, solo suya. Creo que le dije que sí.

Me besó y sus labios me parecieron fríos, pero llenos de una pasión que yo no conocía. De a poco, fue bajando hacia mi garganta y yo me dejaba besar. De pronto, sentí cómo algo punzante me lastimaba junto en la artería. Abrí los ojos grandes, pero no pude gritar. Mientras él bebía mi sangre, me susurraba palabras en mi mente, diciendo que todo estaría bien. Mi cuerpo perdió toda su fuerza lentamente, mientras él se llevaba mi vida. Y antes de lo que me imaginé, se detuvo. Se lajeó de mi garganta para apoyar su cuello en mis labios y susurrarme al oído.

-Bebe

No tuvo que repetirlo y hundí mis nuevos colmillos en su vena, dejando que la sangre fluyera por mi boca, para ser una con mi cuerpo.

Y desde ese momento, dejé de ser la marquesa Marianne de Longshore, para ser simplemente Marianne, la vampiro