Debajo de la Alfombra
Pasaron dos semanas y volvió a suceder...
Aquél suceso usual dentro de la mente de Edgar Trovsky, dentro de la gran barrera que él había creado desde la niñez para que nada lo penetrara o lastimara. Huyendo de la criatura que lo acechaba, el miserable niño solitario que Edgar era, pasaba días atrapado en su temor a la luz. Esa maldita luz amiga y creadora de sus más terribles temores. La obscuridad era su mejor amiga, consejera y protectora.
Pero, cuando ella llegaba, le susurraba:
—Ya será hora de su llegada
Nunca pudo contrarrestar ese temor, y nadie nunca pudo comprenderlo.
Pensaban que la solución eran aquellas tarjetas con figuras extrañas, un hombre alto con bata blanca y anteojos pequeños, para él cada visita al doctor era un paseo por el abismo. Veía una criatura atemorizante detrás de él que lo acusaba de tener una enfermedad.
—Puede tener esquizofrenia, es lo que parece... Presenta todos los síntomas.
Poco a poco todos se alejaron de él, a pesar de que él pidiera ayuda, nadie le creía.
—¡Mamá, me va a matar! ¡Me va a matar! —gritaba el joven Edgar.
—¿Quién, hijo?
—Él... ¡Es real, madre!
Su madre era la única que mantenía esperanzas de que todo fuera un sueño, pero no lo era. Lo que Edgar tenía no era esquizofrenia, era real, y eso no era un sueño.
—Tranquilo, hijo. Mañana volvemos al doctor.
Apartándose de todos, poco a poco, Edgar creció con sus mismas visiones, y la criatura jamás le abandonó. Recordó los ojos tristes de su madre sin esperanza, los gritos usuales de su padre desesperado sin encontrar la cura, sus amigos (escasos) de él se habían burlado, su esposa, Esther lo había dejado, ya no podía soportarlo y solo quedaba él, un adulto divorciado.
Casa tras casa, la criatura le seguía y le traía compañía.
Edgar destrozaba las lamparas, cerraba las cortinas, ni un solo rayo de sol lo cubría
—¡Aléjate de mi, luz! Ya has hecho suficiente. He sido apartado, maltratado, acechado y abandonado.
La sombra sin luz se fue, y en el abismo, solo, abandonado, pero al fin a salvo Edgar por un único momento podía respirar. Pasaron dos semanas y volvió a suceder, aquel suceso extraño dentro de su mente retorcida, pero no era más una sombra, él venía por el y se estaba acercando. Se había escondido debajo de la alfombra y Edgar lo sabía.
Una noche, después de una terrible pesadilla se dijo a si mismo.
—Es un hecho... Voy a morir, el viene por mí.
Se levantó de la cama y salió de su habitación. Ahí estaba justo en el centro del corredor, una alfombra aparentemente normal. Tomó una vela y se aproximó, las piernas le temblaban y su corazón era una bomba del tiempo a punto de estallar. Edgar, de alguna manera, tenía que descubrir la forma de extinguir esa criatura que tanto le acechaba. Miró a su alrededor, mas no había nada, nada más lo que ahora sostenía sobre sus manos... una vela. Sin pensarlo dos veces corrió por alcohol, chorreó la botella sobre la antigüedad y la tiró.
Una inmensa llamarada emergió del lugar, creando ondas y figuras, por primera vez la luz era su amiga. Edgar sonrió lleno de dicha, un brillo siniestro se apoderó de sus ojos mientras bailaba entre las llamas de fuego. Pronto toda la casa comenzó a arder, llenándolo todo de un humo espeso que comenzó a complicar su respiración. Pero Edgar no se inmutó, se había librado de él. Al fin era feliz, bailando con dicha en su triste alegría.
Todo el infierno, quedo reducido a unas cuantas cenizas, todo se convirtió en nada, todo excepto la alfombra junto con lo que debajo de ella estaba.
