Atardecer.

Cuando todo se obscurece para la vida de un hombre, en especial, para la de un shinobi, es muy difícil que se recupere con normalidad.

No sólo porque a partir de ese momento todo cambia, no. Es por el pasado y las pesadillas que esto conllevará. Es por las heridas que dejara en su órgano vital.

Si él lograba vivir el día a día de manera, aparentemente rutinaria, siempre en sus pensamientos estaría el recuerdo.

La vivencia de que alguna vez en su vida, amo a alguien.

Su sensei, su equipo, hasta su padre. Los había amado a todos ellos, y ahora, ahora sentía como el aire de sus pulmones salía sin siquiera preguntárselo.

Estaba viviendo ese dolor y desamor en carne propia, otra vez.

Cayó de rodillas al suelo, sosteniéndose el estómago con su mano izquierda.

La sangre caía a borbotones por sus labios. Viviría, eso era seguro.

Era una verdadera lástima que él chico cayendo sin vida frente a él, no se volviera a levantar.

Con una de sus manos tapó su rostro. Empezaba a sentir una tremenda irritación proveniente de sus ojos. No sabía si era por los sentimientos encontrados o por la suciedad y sangre que corría de su frente sin intenciones de detenerse.

Todo su cuerpo se encontraba peligrosamente sangrante.

Estando de rodillas, le costaba gran trabajo respirar. Mucho se había roto dentro de él, no sólo órganos y huesos, también su mente y lo que quedaba de un ya mal herido corazón.

Otra vez le quitaba la vida a un chico.

Había tenido esperanzas de no volver a hacerlo, pero así había pasado y no podría cambiarlo.

El hombre de corta edad yacía en el suelo, con múltiples heridas que recorrían todo su cuerpo. Todo había sido por parte del peliplateado.

En la posición en la que se encontraba, se arrastró hasta el cuerpo del otro, dejando escapar varios quejidos de dolor. Cuando al fin estuvo a su lado, se permitió quitarse su propia banda y colocarla en la frente del chico.

Por primera vez en mucho tiempo, se alegró de ver aquel rostro, aunque eso implicaba que él volviera a quitar una vida.

Suspiró con cansancio y cerró sus ojos. No sabía con exactitud si dormiría o moriría al cerrarlos, pero poco le interesaba.

Ahora, al menos el espíritu de Sasuke sería libre, ya que en vida no había podido serlo.

Sonrió, pensando que Naruto estaría más que extasiado, abrazando y jugando como un niño con su viejo amigo, ahora que estaban juntos.

Una lágrima escapó y resbaló por su mejilla.

Un alumno suyo había matado a otro, y él había acabado con aquel vengador y solitario chico.

El último pensamiento que quedó en su mente, fue que había sido una vida injusta y por demás dolorosa para los dos chicos.

En especial para el rubio revoltoso, que había entrado en su vida y que jamás saldría.

Naruto y Sasuke estaban muertos. Y tal vez en unos minutos, él también estaría con ellos.


Escuchó el ruido de unas piernitas deslizándose sobre la madera de la casa.

El suave tintineo de la campanilla que colgaba del cuello de aquel ser vivo, hizo que activará su Byakugan para corroborar el lugar donde se encontraba.

Se relajó en su lugar y soltó el aire que no sabía desde que momento había estado reteniendo.

El pequeño bebé se encontraba de lo más feliz, esparciendo gran cantidad de pañuelos por donde estaba, hipnotizando con su risa traviesa a la Hyuga.

Hinata limpió su frente con el dorso de su mano y siguió preparando el desayuno del día.

Aún tenía muchas cosas por hacer y no podía dejar solo a su bebé. Neji no se lo perdonaría jamás.

Apresuró el proceso de cocina y avanzó entre el camino que separaba a Hizaku de ella.

—¿En dónde te escondes, bebé? —cuestionó Hinata en voz alta, aun sabiendo que el pequeño no podría contestar.

Cuando lo vio, sentado alrededor de una circunferencia de pañuelos, no pudo evitar reír divertida y conmovida por aquel acto inocente.

Se preguntó si ella, o si su difunto compañero de vida, habían sido igual alguna vez.

Su vista se cristalizó un minuto. Negó suavemente y cargó a su hijo entre sus brazos.

—No dejaré que nada ni nadie te lastime. Ya no perderé a las personas que amo.

Su bebé no podía entender lo que decía, pero le sonrió y dejó que su pequeña cabecita cayera en el pecho de su madre.

Hinata rio con ternura.

—Neji estaría feliz de ver tu linda sonrisa iluminar nuestro hogar.

Y diciendo eso, la figura de ambos se perdió entre la espaciosa casa.


Shikamaru apenas regresaba de una fastidiosa misión en Suna, y para sorpresa de la Hokage, el chico le había pedido dos días de descanso. Pero no para quedarse a mirar las nubes pasar, no. Él le había pedido ese receso para cuidar a Hinata y a su criatura especialista en gatear.

Sus ojos no podrían abrirse más, porqué se saldrían de su rostro.

—¿Estás diciéndome, que quieres días libres para ser niñero? No te entiendo Nara.

—Sé que es un lío, pero me gustaría hacerlo. Es lo único que puedo hacer para…

—Nadie te culpa por lo que pasó, tú deberías tratar de hacer lo mismo.

—Con todo respeto, ¿cree que no lo intento? Es sólo que, los dos son importantes para mi ahora.

Tsunade tardó varios segundos en pensar su respuesta definitiva.

—Está bien, pero tendrás que compensar el tiempo perdido. ¿Oíste?

Shikamaru sólo se limitó a suspirar.

Ya podía imaginarse el tipo de misiones que le daría la Hokage, pero no le importaba.

Después de todo, él era lo único que le quedaba a la Hyuga y a su descendiente, no los abandonaría ahora que estaban tan desprotegidos. Tan solos.

Además, mentiría si dijera que no extrañaba a la pareja de ojos blancos.

Había sido tan repentina y dolorosa la partida de Neji, que dudaba que Hinata estuviera del todo bien. No sólo había perdido a su esposo y protector, había perdido un amigo y un padre para su hijo.

El ahijado de Shikamaru.


Las ojas de los árboles se desprendían de sus ramas cuando él corría cerca de éstas.

Estaba agotado, eso no era mentira. Tsunade había tratado de detenerlo pero debió de suponer, que tratándose de él, eso no pasaría. Nadie sería capaz de frenarlo.

Corrió con más fuerza y rapidez. Cada segundo que pasaba podía ser el último para Kakashi.

Apretó sus puños con fuerza, abriéndose las palmas, sintiendo la sangre bajar y perderse entre las ramas.

No podía dejar que su eterno rival-amigo muriera, no en ese lugar, no ese día y sin duda alguna no en su guardia.

La desesperación empezaba a causar ciertos estragos en el sentir de Gai.

Sus pies comenzaban a percibir cierta incomodidad y cierta liquidez espesa. No había que ser un genio para saber lo que era.

Pero él siguió corriendo.

El viento golpeaba bruscamente su rostro, estaba por detenerse a pensar en una estrategia cuando se fijó en su entorno. Decenas de árboles delante de él se encontraban destruidos, el pasto que adornaba esa zona no estaba, en su lugar, la tierra se veía esparcida y hundida en distintas proporciones. Bajó de la rama donde se había colocado y tanteo la superficie bajo él. Maldijo en voz baja.

Toda esa área estaba destruida, y lo que era aún peor, todo estaba impregnado de un olor a sangre y madera quemada.

Sabía quiénes podrían ser los únicos que harían algo así.

Comenzó a caminar y a buscar a su amigo. Todo indicaba que debía encontrarlo muy cerca de ahí.

El aire a su alrededor se congeló. El cuerpo de Kakashi estaba lastimado por doquier.

Se apresuró a su lado y tocó su frente, estaba helado.

Sin pensarlo más, lo colocó sobre su espalda y avanzó de regreso a la aldea.


—Así que, no hablan contigo.

—No —Hinata le respondió con simpleza, mientras levantaba a su hijo en dirección al cielo, sonriéndole.

A Shikamaru le costaba creer que estaba hablando con la misma Hinata.

Esa chica junto a él no dudaba en hablar ni en decir "no" si era necesario.

Tarde pero habían logrado uno de sus tantos propósitos.

Estaba seguro de que Neji estaría orgulloso de su mujer. Y sí, decía su mujer, porque Neji y Hinata habían trabajado duro para forjar el carácter que Hinata estaba mostrándole en esa charla. El Hyuga la había acompañado desde que había notado su error al culpar a su prima por su desdicha, y Hinata lo había recibido con los brazos abiertos.

Shikamaru creía que su amor había nacido, desde el día que Neji había ido a aquella misión, donde Naruto no había regresado con vida. Jamás había visto a una mujer tranquila como la ojiperla, entrenar día y noche, sin dormir, ni descansar y destrozar objetos con una fuerza descomunal. Estaba seguro que la misma Tsunade la habría felicitado de estar ahí.

Era una verdadera lástima que el genio de ojos blancos no estuviera presente para ver como todo por lo que habían luchado estaba cumpliéndose.

Sonrió al notar lo mucho que sabía de ellos. No podía decir porque lo habían elegido a él como compañero de Neji, ni cómo se habían hecho amigos dos personas tan distintas, pero estaba agradecido por eso. Hinata, al ser la esposa de su guardián, había pasado mucho tiempo con él, y eso le agradaba por igual. Ella no era tan ruidosa como Ino, ni tan aterradora como Temari, era seria y pacífica pero fuerte y noble. A veces le hacía falta juntarse con personas tan serenas como lo habían sido ellos.

—¿Y eso no te importa? —cuestionó el Nara un poco divertido por la nueva faceta de ella— Después de todo sigue siendo tu clan.

—Lo peor de todo, es que no dejé de ser una Hyuga al casarme —se miraron incrédulos y después rieron como si su amistad fuera de toda la vida, contagiando al pequeño de los 3 a imitar a los adultos.

Afuera caía el sol, cambiando el panorama y la vida de muchos shinobis.


Tsunade estaba encerrada en un cuarto de operaciones, el único con ella era Kakashi Hatake.

El hombre luchaba por su vida mientras que la mujer hacía lo que podía para ayudarlo.

Kakashi no moriría.


Naruto, sus personajes y su mundo son propiedad del cruel y listo Kishimoto. Nada es mío, sólo la trama de este fanfic.

Nota de autora:

¡Hola! Sí, ya sé. Debería estar actualizando todas mis otras historias pero la adrenalina y emoción KakaHina me invadió y sólo se deshará de mí si escribo esto.

Gracias de antemano por su atención y tiempo. Y también gracias a los que dejen este fanfic en favoritos, seguidos.

Nos leeremos en una próxima actualización.

Si quieren, pasen por mi pag de facebook, Hina Uchiha Granfoy.

¡Besitos en la frente para todas!