La historia Once upon a time y sus personajes no me pertenecen.
Otra vieja historia que había estado mucho tiempo guardada en mi computador. Esto es un AU, Cora se casó con Leopold, Regina y Blancanieves tienen la misma edad, David es un poco mayor a ellas y James está vivo.
Cuando la nieve deje de caer
En uno de los caminos del verde y floreciente Bosque Blanco donde la primavera dura tantos días que las flores parecen volverse eternas, un carruaje es tirado por cuatro corceles negros, resguardado por seis guardias que montan su propio caballo. En el interior el Príncipe David intenta mantenerse ajeno a la presencia de su padre el Rey George. Su viaje de cuatro días ha sido silencioso, y los dos aguardan llegar pronto a su destino. Cuando la desgracia golpeó la vida de George, no solo le quitó a su esposa dejándolo a cargo de dos niños que apenas tenían la fuerza suficiente de levantar una espada, muchas vidas se perdieron y el reino vio su tierra secarse mientras las deudas comenzaron a crecer.
—El Rey Leopold tiene una hija, se dice que es joven y hermosa, y está lista para casarse.
—No me interesa —contestó David con desdén.
—Tiene que interesarte, es nuestro futuro el que está en juego.
—James acaba de casarse con la hija de un Rey…
—La fortuna de ese Reino no se compara con la de este —respondió firmemente—. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir o lo único que quedará de nosotros será el recuerdo de un Rey que fue arruinado por la ineptitud de sus hijos.
Una vez sus palabras habían sido cálidas y sus hijos habían añorado su presencia, pero ninguno podía recordar hace cuántos inviernos había sido eso.
Las trompetas resonaron anunciando la llegada de los visitantes, los niños curiosos del pueblo se acercaron al carruaje, siguiéndolo en su paso con algarabía hasta dónde los guardias reales del castillo les permitieron avanzar.
—Estamos aquí para conseguir el mejor acuerdo posible, compórtate y…
—No te preocupes, padre. Prometo ser encantador.
—Cierra la boca y escúchame. Leopold contrajo nupcias con la viuda del hijo del Rey Xavier, esa mujer tiene una hija de la misma edad que…
El carruaje apenas se detuvo y David salió de él sin terminar de escuchar a su padre, queriendo únicamente terminar con toda esa falsa transacción que haría de su vida un infierno. A diferencia de su hermano, que había usado el matrimonio para huir del yugo opresor de su padre, David no creía poder correr con la misma suerte.
El Rey Leopold los recibió con una gran sonrisa, acompañado de su nueva Reina, Cora. La mirada intensa de la mujer mayor estremeció las entrañas del príncipe, no había ningún tipo de calidez en esa mujer, al menos tenía fe que su padre insistiría en un acuerdo que no implicase tener que quedarse entre las frías paredes de piedra del opulento castillo Blanco.
—Aquí está, la más hermosa de todo el Reino, el tesoro más valioso que poseo, mi hija Blancanieves —el Rey sonrió imperturbable, sus palabras no eran producto de su vanidad sino de su firme creencia.
La princesa se sonrojó, resaltando sus mejillas entre su pomposo vestido casi tan blanco como su piel y su cabello negro recogido en un moño complicado sobre su cabeza. Estiró su mano y el príncipe no dudó en inclinarse ante ella.
—Es un verdadero placer conocerla, princesa.
—Gracias, príncipe David. —Sonrió sosteniendo fijamente la mirada del príncipe, que se puso de pie y soltó su mano casi con pesar.
—¿Y la princesa Regina? —Preguntó George.
—Algo… importante debe estar retrasándola —Dijo Cora, fingiendo una sonrisa.
—Esa niña puede ser una princesa, pero a veces olvida que lo es —bromeó el viejo Rey Leopold haciendo tensarse a su esposa—. Su ausencia no tiene la menor importancia, mi hija estará encantada de darle la bienvenida a tu hijo, nosotros podemos ponernos al día con las vicisitudes que apremian a nuestros reinos.
Cora observó a Blancanieves alejarse con el joven príncipe recién llegado, percatándose de la exagerada distancia que la doncella parecía mantener para no perturbar la evidente floreciente relación entre los jóvenes; cuando los perdió de vista y deseó unirse a su esposo, una sonrisa falsa y una mano dura en su brazo la detuvo.
—Voy a tener unas palabras con tu hija más tarde. Has algo útil y ve a encontrarla.
Cora guardó silencio, hizo una sutil reverencia para su Rey y apretó los puños con fuerza cuando las puertas del estudio fueron cerradas en su cara.
En los establos del catillo, en el lado opuesto del jardín donde la princesa Blancanieves llenaba los oídos del Príncipe David con cada pequeño detalle de sus gustos y pasatiempos, se encontraba la princesa Regina intentando ayudar al veterinario para salvar a un caballo que había caído enfermo esa mañana. La joven princesa llevaba puesto un vestido de color celeste claro, casi toda ella estaba cubierta de polvo e incluso la tierra mojada se había pegado en varias partes de la amplia falda de su vestido, su cabello —que horas antes había sido perfectamente peinado en ondas que caían sobre sus hombros— era igual de desordenado que su vestido. La fría voz de su madre llamó su atención, se levantó del suelo donde estaba acariciando la cabeza del caballo y corrió fuera del establo. Casi tropezó contra su madre, y la doncella que venía con la reina no pudo ocultar el horror al verla.
—¡Mamá! Hay un caballo muy enfermo, el veterinario no cree que pueda salvarlo. ¡Tenemos que hacer algo para ayudarlo!
Cora cerró los ojos por un momento y presionó su frente con los dedos intentando evitar el dolor de cabeza inminente, ni siquiera podía ver a su hija en el estado que se encontraba.
—Te perdí de vista un momento, Regina. ¡Y es así cómo te encuentro! —la doncella a su lado saltó al oírla gritar—. ¡Hoy es el día más importante de tu vida y tú decides desobedecer mis órdenes para poder jugar en el establo!
—No estaba jugando. Ese caballo está enfermo.
—¡Suficiente! ¡A nadie le importa si los caballos viven o mueren! No voy a dejar que tires tu futuro por la borda debido a estas tonterías.
Regina guardó silencio, agachó la cabeza y se guardó todas las palabras que quería decirle a su madre. La vida de los caballos no era ninguna tontería para ella y su futuro no era algo que quisiera enfrentar todavía.
—Lo siento, madre.
—Tus disculpas no sirven de nada. Esa mocosa insulsa está poniendo sus garras sobre el hombre que debe ser tu esposo. Los hombres son débiles, y cualquier trozo de carne es capaz de doblegar sus mentes. —Puso los dedos bajo el mentón de su hija y levantó su cabeza, suspiró armándose de paciencia mientras tomó su pañuelo para limpiar las mejillas polvosas de su hija y acomodó los mechones de su cabello que estaban en completo desorden—. Fuiste bendecida con una belleza inigualable. No importa lo que ese viejo diga, todos saben que su hija jamás podrá compararse contigo. No eres más una niña, eres una mujer, hermosa e inteligente. Úsalo.
—Yo… yo no sé —dijo con nerviosismo—. Solo quiero…
—Perder el tiempo —dijo con cansancio—. Tienes diecisiete, sé que parece pronto pero ya eres una mujer, es así ante los ojos de los hombres y lo mejor que puedo hacer es asegurarme que estés protegida en las manos de alguien que te dé todo lo que mereces. Vas a casarte con el príncipe David, así sea lo último que haga.
—¿Y si no me ama?
—El amor no es importante. Deja las tonterías a un lado, compórtate, y en unos días podré sacarte de aquí, casada con un príncipe joven y un reino próspero. Pueden estar en desagracia ahora, pero florecerá, tú solo debes preocuparte por darle todos los herederos que puedan necesitar. Te aseguro que un día entenderás que el amor no es como lo cuentan en tus libros, hay cosas más importantes que eso.
Regina obedeció y se dirigió de vuelta al castillo pero no dejó de mirar atrás, preocupada por la vida del inocente caballo. Sumergida entre burbujas su mente divagaba intentando descifrar maneras de volver donde quería estar. Su doncella la ayudó a vestirse apropiadamente bajo las estrictas indicaciones que su madre había dado.
—La Reina quiere que esté lista para la cena, princesa —dijo la doncella cepillando el cabello de Regina.
—Ni siquiera tiene un nombre —dijo Regina suspirando con tristeza.
—¿El príncipe? Su nombre es David.
—No. Él no tiene ninguna importancia para mí. Ese caballo puede morir y no tiene un nombre.
—¿No pensará volver allá?
—Al menos debo saber cómo está.
—Princesa.
—Iré después de la cena.
—No creo que la Reina lo permita.
—Debo hallar la forma.
—Princesa.
—Si fuera mi Rocinante… si papá estuviera aquí él mismo me llevaría.
—Debe concentrarse en el príncipe.
—Tienes razón —sonrió Regina—, quizá puedo ofrecer mostrarle nuestros mejores caballos, y así sabré…
La puerta se abrió, sobresaltando a la princesa y a la doncella. Regina se levantó de inmediato y se unió a su madre para ir al gran salón.
Blancanieves no podía estar más emocionada, sus pies adoloridos no impidieron que continuara caminando por los rincones favoritos del castillo, su motivación era alto, rubio y unos ojos azules profundos que no dejaban de mirarla.
—Espero no estar hablando demasiado.
—En absoluto. Estoy disfrutando cada una de sus palabras, princesa.
—Pues yo estoy disfrutando mucho de su compañía, príncipe David.
—Confieso que no estaba muy animado de venir aquí.
—¿He logrado hacerlo cambiar de opinión?
—Absolutamente.
Los dos rieron.
—Voy a agradecerle a Regina por su ausencia, si ella hubiera aparecido no creo que estuviéramos disfrutando mucho de este momento.
—Deberé agradecerle también. Supongo que ella no debe estar interesada en mi visita.
—No mal entienda mis palabras, Regina es… diferente. Nada parece gustarle. Cuando la conocí creí que seríamos las mejores amigas, ser hija única puede ser muy solitario para una princesa.
—¿Qué pasó?
—Como dije: nada parece gustarle, en especial mi presencia.
—Quizá no tenga que estar sola nunca más.
—Eso espero —Blancanieves sonrió, tomó el brazo de David y lo guió por los pasillos del castillo llevándolo hasta una de las torres más altas—. Desde aquí se puede ver casi todo mi reino.
—Es una hermosa vista.
—Lo es.
Se miraron fijamente, ignorando el paisaje hasta que la doncella que los acompañaba les recordó que debían volver para la cena.
Blancanieves no quería tener que separarse de él, pero sabía que debía cambiar su vestido, moría de ganas por ver la expresión del príncipe al mostrarle el hermoso vestido que las costureras habían creado especialmente para que pudiera impresionarlo, su padre se había negado a ofrecer un baile, nunca era buen momento para celebraciones cuando las negociaciones tenían una posible guerra pisándoles los talones.
El Rey George interrumpió a su hijo mientras se arreglaba en la habitación que le había sido asignada.
—Quiero que aproveches la cena para hablar con la princesa Regina.
—No parece estar interesada en conocerme.
—Solo has lo que te digo.
David no lo hizo, se excusó diciendo que el largo viaje lo había debilitado y no se sentía muy bien como para estar presente durante la cena. Su padre no fue el único decepcionado. Cora reprendió a su hija por haber desperdiciado un día completo, y el Rey decidió que sería bueno para ella retirarse a su habitación sin cenar, como castigo por haber desairado a sus invitados con su ausencia. Regina hubiese sido feliz si el regaño no hubiese sido público, justo cuando estaba sentada en la mesa.
Regina dio una mirada de disculpa a su madre y se retiró a su habitación.
—Lo siento mucho, Rey George —dijo Blancanieves mientras Regina se levantaba de su silla—. Estoy segura que Regina no tuvo ninguna intención de ofenderlo.
—Mi hija tiene un corazón de oro, siempre ve lo mejor hasta en la más insignificante de las criaturas. —Todos sonrieron al escuchar las palabras del Rey, excepto Cora que se mantuvo imperturbable en un absoluto silencio durante el resto de la cena.
Blancanieves no demoró mucho en retirarse también, no tenía ningún sentido su presencia cuando todo en lo que ella quería pensar era en el posible inicio de su nueva vida, los planes que había escuchado siempre a otras mujeres hacer, ahora ella era una mujer ansiosa por convertirse en esposa de un hombre del cual ya podía sentirse caer enamorada.
Cuando el día siguiente llegó, antes que el sol saliera, George y David dejaron el castillo. El joven había sido despertado por su padre anunciándole que debían partir. David estaba seguro que su matrimonio había sido arreglado con la princesa Blancanieves, dejó una nota con una de las doncellas y fue entregada horas más tarde en manos de Blancanieves.
Blancanieves entró al estudio sin anunciarse, su padre estaba allí, al igual que cada día. Ella no podía esperar más tiempo, tenía que saberlo, la ansiedad iba a hacer doler su estómago si no escuchaba la confirmación de lo que quería oír.
—¿Cuándo voy a casarme? —Preguntó sonriente—. Creí que pasarían días antes que llegaran a un acuerdo.
—No hemos llegado a ningún acuerdo. No vas a casarte con ese hombre sin fortuna.
—Papá.
—Él no tiene nada que ofrecerte. Vino aquí pensando que podía conseguir la fortuna que tanta falta le hace.
—Pero… yo creí. David y yo creímos que ustedes habían llegado a un acuerdo.
—No tenía ningún sentido alargar su estadía aquí. Mañana partiremos al norte, estoy seguro que el príncipe Florian es una mejor opción para mi única heredera.
—¡No quiero hacerlo! —Lloriqueó—. ¡Regina puede quedarse con él!
No se quedó para hacer una rabieta y suplicarle a su padre, la nota que David le había dejado era precisamente lo que necesitaba hacer.
Regina estaba feliz de saber que el príncipe se había marchado, no tendría que casarse con un extraño que no amaba, y el pobre caballo había sobrevivido. Ese mismo día decidió nombrarlo: Amanecer. La vida del animal había traído buena fortuna, su madre ni siquiera la había regañado, su castigo había sido levantado y nadie puso objeción a que montara. Ensilló a Rocinante y salió del castillo dirigiéndose al bosque, se sorprendió al ver a Blancanieves escabulléndose, a su padre no le gustaba que fuera sola a ningún lado, quizá ella estaba teniendo un buen día también, seguramente por haberse comprometido con el príncipe. Regina no quiso pensar demasiado, aunque en un principio había creído que Blancanieves sería su mejor amiga, prácticamente su hermana, su llegada al palacio después de la boda de su madre hace un año con el rey solo había abierto una gran grieta entre las dos. El rey no dejaba de señalar en todo lo que su hija era mejor que ella, y Blancanieves ni una sola vez la había defendido, aunque no lo dijera, era evidente que estaba de acuerdo con su padre. Dio una vuelta por el bosque, sin alejarse demasiado, y volvió al castillo, no quería tentar su suerte y obtener el castigo que creía que su madre le daría por su ausencia el día anterior.
Blancanieves se alejó, siguió las instrucciones que el príncipe David le había dejado, y no dudó en llegar al lejano valle donde él la estaba esperando.
—Creí que no vendrías.
—No podía esperar hasta nuestra boda —ella no quería admitir lo que su padre le había dicho, pero fue difícil ocultar la tristeza que sentía.
Él la ayudó a bajarse del caballo y la sostuvo mientras ella acortaba la distancia para darle un beso.
—Yo tampoco puedo esperar hasta nuestra boda. Mi padre dijo que iba a solucionarlo, es posible que no haya un acuerdo aún pero pronto lo habrá. Si logró que mi hermano se casara con la hija del rey Midas, sé que no descansará hasta que tú y yo estemos casados.
—Mañana partiré con mi padre hacia el sur, cree que debo casarme con el príncipe Florian.
—Su reino no está en quiebra como el mío.
—No me casaré con él. No me casaré con nadie que no seas tú. Lo convenceré para que Regina tome mi lugar, puede tener mi misma edad pero si su comportamiento continúa como hasta ahora arruinará cualquier oportunidad de encontrar a un buen hombre.
—Voy a esperar por ti el tiempo que sea necesario.
—¿Lo dices en serio?
—Claro que sí.
Se dieron un beso de despedida pero David sabía que debía volver a verla pronto.
Todo había pasado demasiado rápido, un solo día había bastado para convencerlo de darle la razón a su padre a pesar de todas sus diferencias y casarse con una perfecta extraña que había robado su corazón a primera vista.
