¿Por qué? ¿Por qué, Augu?

Desesperación e ira retumbaban en el cerebro de Gilbert. Tristeza y decepción escapan por sus ojos y ruedan por sus mejillas en forma de lágrimas.

Augu. Agust Beau.

Ese nombre. Tantas memorias. Odio, sí, odio es la primera palabra que viene a su mente al oír ese nombre. Pero… ¿Acaso él odia a August? No. Sí. No… ¿Odio? ¿Amor? ¿Se puede amar a alguien y al mismo tiempo odiarlo con todo tu ser? ¿Es esto amor?

Oh, si tan solo pudiese detener su mente y los sentimientos que apuñalan su corazón. Si tan solo pudiese pensar con claridad. Si tan solo…

Pero es uno jamás posee todo lo que desea. No. Estas sensaciones lo perseguirán durante un largo tiempo, de eso no hay duda.

Quiere escapar. Y eso es lo que hace… o al menos, lo que intenta. Las puertas de Lacomblade se abren y cierran con una ruidosa colisión. Los estudiantes giran su cabeza rápidamente a ver qué ocurre, y la vuelven con la misma velocidad al verlo.

Todos excepto uno.

Gilbert no desea más que escapar, escapar de todo esto. Por eso, corre con todas sus fuerzas hacia el único lugar donde él cree que podrá refugiarse. A la arboleda, al bosque, a la naturaleza. Milagrosamente, sus piernas no flaquean, y llega a destino velozmente. Una vez allí, las lágrimas se convierten en sollozos ahogados. Más allá, en gemidos melancólicos. Adentrándose más, en gritos desesperados.

Todos sus miedos, sus preocupaciones se ven plasmados en su continuo llanto. No desea llorar, pero es la única forma de poder desquitarse, de librarse momentáneamente de esas garras sentimentales.

Con el paso de los segundos… minutos, esa armoniosa aunque amarga voz comienza a acallarse. Hasta convertirse en suspiros que el viento gentilmente se lleva lejos.

Su cuerpo carece de la vitalidad de hace unos momentos, sus piernas no han aguantado y han cedido, dejándolo tirado al lado de un roble. Muchos creen que el bosque es un lugar terrorífico, peligroso. Oh, que equivocados que están. No hay lugar más bello que el bosque, no hay nada más seguro, más sincero, más puro que estar rodeado por los majestuosos árboles, que parecieran ofrecer sus ramas en un cálido abrazo.

El suave cantar de los pájaros, la luz del sol rozando su piel, la belleza de los animales, que curiosos y atentos se acercan a él. Cada detalle, cada segundo que pasa allí, se asemeja tanto a la felicidad. Si pudiese vivir allí, rodeado de inocentes criaturas, en vez de personas que no hacen más que criticar y juzgar. Si así fuese, él podría ser feliz. Dejaría de sufrir, de agotar sus neuronas en preocupaciones sin sentido. Sería casi perfecto vivir allí.

Casi…