White Pearls


Entre sábanas blancas, encaje se encontraba resguardado un secreto, algo que no era dicho en voz alto, algo que se había originado con el pasar de los días. La feminidad era algo que no podía ignorarse.


La cama resonaba por los movimientos.

Una mujer rubia y de aspecto joven yacía sobre ella, con los brazos colocados de tal manera que su rostro estaba cubierto por sus muñecas, en un infortunado intento por mantener los sonidos apagados de su respiración y gemidos. Las sábanas se removían en un mar de movimientos continuos mientras una figura se encontraba escondida por entre las mismas.

La poca luz del cuarto se filtraba por una ventana cercana a la cama, recubierta con una ligera y transparente cortina azul cielo, teniendo un delicado estampado floral como diseño. La habitación era de un color cremoso, casi asemejando el blanco, teniendo muebles de madera antigua, un gran tocador, un par de sillas y un enorme ropero con una gran variedad de prendas y vestidos. Todos ellos impregnados de una feminidad propia de los años cincuenta, en donde las mujeres se dedicaban al hogar y al cuidado de los niños.

Un par de pantalones vaqueros se encontraban tirados sobre el piso alfombrado, siendo un elemento que desentona con el ambiente de la misma habitación. Una camisa de franela roja yacía a unos cuantos metros de la otra prenda, al igual que unos tenis deportivos desgastados y una mochila color café claro. Todo parecía ajeno, así como los gemidos que se esparcían por el ambiente, como olor a sudor y a humedad que emanaba de la piel de ambos amantes, sin poder contener el impulso casi natural de ceder a sus instintos y deseos.

La joven mujer rubia soltaba gemidos y sonidos agudos, intentando cubrir los labios rosados contra la palma de su mano en poco tiempo. Fuertes manos le sostenían con firmeza bajo las sábanas mientras un par de labios se encargaban de hacer un lento recorrido sobre las zonas más sensibles de su cuerpo.

Pese a lo grandes y firmes de los dígitos contrarios, había gentileza y delicadeza por parte de los gestos contrarios, mientras intentaba por todos los medios atesorar ese preciado momento con el objeto de su deseo. Los dedos contrarios eran delicados, suaves y bastante hábiles.

— ¡Ah! —la joven mujer no podía dejar de sollozar. Había cierto sabor a prohibido en el acto. La mujer debajo de las sábanas logró dar con la íntima zona entre sus piernas, dejando que sus besos se volvieran mucho más húmedos y acelerados, logrando colocar su lengua por en medio de la sensible y suave zona de su ingle.

—Por favor, para... —decía la rubia mientras sus manos se ajustaban sobre las sábanas, alzando la cadera de manera automática, más como un grito de su excitación que como un acto premeditado. La joven de cabellos negros y largos sonrió ante ese te gesto, empezando a acelerar su ritmo mientras una de sus manos alcanzaba a alzarse hasta llegar a la altura de uno de los senos de su compañera. Eran delicados, firmes y suaves, del tamaño adecuado a su ver.

— ¡Edith! —soltó la voz chillona de su compañera mientras se retorcía cada vez más y más. En ese momento se había dado cuenta de lo sensible que traes la rubia entonces, logrando que sus dedos dieran un muy delicado y ligero apretón sobre el botón que conformaba el pezón izquierdo, logrando eructar el mismo en poco tiempo.

Era maravilloso, hermoso. Como un cuadro, como una pintura al óleo. Wendy era maravillosa. Su voz resonaba como si se tratase de un verdadero coro de ángeles. Todo lo que rodeaba a la joven mujer denotaba esa inocencia impropia, un rasgo distintivo que nunca creyó encontrar en alguien en algún momento. Sus ojos estaban cubiertos por la tela, pero estaba casi segura de que el rostro de su compañera estaba enrojecido, casi notando las pequeñas lágrimas en su mirada sin siquiera dirigir su vista en su bello rostro.

—Relájate, cariño. Disfruta el momento, cierra los ojos y deja que me encargue de amarte como es debido —la voz era firme, hermosa. Había un cantar en su tono. Edith tenía una voz de lo más seductora y diferente. Grave en su estilo, pero suave al mismo tiempo. Wendy pensaba que se volvería loca en ese momento.

El azul de los ojos de Edith eran la cosa más hipnotizante de todas. Tan claros, tan profundos y expresivos, era una mezcla perfecta entre el frío del hielo y el calor que trae consigo tras una noche de caricias. Todo lo que rodeaba a Edith había resultado sumamente seductivo. Estaba seguro mayor no tenía intención de que ambas lograran llegar a este momento, pero había resultado que el poder de la casualidad había llevado las cosas hasta este extremo

La gentileza en cada uno de sus gestos era una de las cosas más curiosas y suaves que había sentido alguna vez la joven mujer, quien no podía ni abrir la mirada al experimentar tantas sensaciones en su cuerpo. Edith nunca daba tregua. Sus labios y lengua se movían con mucha determinación, logrando que poco tiempo la joven rubia se volviera un lío de sollozos y gemidos, mientras su cabeza terminaba por alzarse ante la constante estimulación recibida, empezando a sentir como su pierna era alzada al poco tiempo. Edith tenía las manos firmemente plantadas sobre su muslo y pecho.

—Relájate... —repitió, empezando a dejar una serie de ligeros besos sobre la suave piel de su pierna, antes de volver a su tarea de complacer y lamer por sobre la zona íntima, dejando que su lengua jugara con el punto sensible de su clítoris. Los sonidos de Wendy eran cada vez más elevados y acelerados, pudiendo distinguirse su respiración entrecortada y los múltiples espasmos que empezaban a aparecer en su cuerpo.

Había sudor, lágrimas, sollozos. Edith no quería parar. Sus labios encontraron diferentes caminos por sobre la blanca y suave piel, dejando que el sabor de la mujer rubia sobre su cama llenara su boca, intoxicando su cuerpo ante el sentimiento de tenerla para sí.

No se sentía merecedora para nada de ser testigo de aquellos sonidos, de atreverse entonces a levantar ligeramente la sábana por una fracción de segundo, notando como la bella figura de la joven se contraía de forma acelerada ante la excitación y el deseo, notando como sus profundos y tristes ojos castaños se cerraban en torno a su gesto, sin poder contener el gemido seco que broto desde su garganta. Wendy Park era toda una visión.

Sus actos se tornaron cada vez más acelerados y severos. Su lengua no daba tregua, así como sus labios y su boca, que terminaban por dar pequeñas succiones de vez en cuando, dejando que el aturdimiento apareciera en la voz de Wendy, atreviéndose a soltar su suave muslo para empezar entonces a usar sus dedos se igual forma, siempre hábil y dispuesta a complacer en todo sentido a la rubia.

—Eres tan hermosa, tan bella…no tienes idea de lo hermosa que eres…—mencionaba con la voz entrecortada ante su propio deseo. Nunca se había sentido tan instintiva, dejando que sus emociones más básicas fueran las que dominaran completamente el momento. Todo le indicaba que su único objetivo era devorar entera a Wendy, hacerla gemir su nombre. Hacerla pedir más.

Wendy era un desastre tras otro. Sus ojos estaban firmemente cerrados, sintiendo las lágrimas brotar hasta dar con las sábanas blancas. Su cabello estaba esparcido de manera que sus mechones dorados terminaban por desparramarse por todo su rostro. Edith empezó a meter con cuidado su dedo, intentando no ser demasiado brusca con la joven, conteniendo el impulso casi natural de dejarse llevar por el momento, buscando mantenerse tranquila, respirando entrecortadamente en el proceso. La visión de Wendy no ayudaba para nada.

—Edith, por favor…s-siento que voy a explotar…—

—Hazlo. Hazlo para mi…—las palabras de Edith fueron el indicador ante el aumento de sus movimientos. Wendy Sentía que podría explotar en cualquier momento. Sus caderas se levantaban en espasmos acelerados mientras su espalda formaba un muy ligero arco, dejando que sus movimientos acelerados revolvieran más las sábanas, sin estar consciente del desastre que ambas formaban en ese momento. Eran todo un lio.

La respiración de Wendy era cada vez más acelerada. Sabía que estaba a punto de llegar a su orgasmo, pese a su intento por contenerse más y aguantar más aquella ola de sensaciones. Edith no le daba tregua alguna, ya que sus movimientos eran acelerados, un poco bruscos. Ya no podía contener más su ansia, ya que los movimientos y ruidos que Wendy soltaba era algo sobre estimulante.

Un ruido bastante elevado broto por entre los rosados labios de la joven mujer, dejando que su cadera se alzara mientras su cuerpo mismo terminaba por acomodarse de tal manera sobre la cama que parecía una especie de puente, siendo estilizado y delgado, bastante bien formado, con curvas sutiles pero definidas.

Edith alzó ligeramente las sábanas al escuchar el desastre, siendo testigo mudo de aquel hermoso espectáculo frente a sus ojos, sintiendo como aquella visión era lo suficientemente poderosa como para ser preservada en sus recuerdos para siempre. Posó suavemente una de sus mejillas por sobre uno de los suaves muslos, descubriendo poco a poco su cabeza. Una sonrisa se asomaba en su semblante.

—Eres perfecta —comentó en voz suave y delicada, dejando un par de besos sobre la tensa piel, intentando relajar a la joven mujer tras su liberación. Wendy abrió lentamente sus ojos, enfocando su vista cansada sobre el semblante ajeno.

Edith era sin lugar a dudas la mujer más hermosa e impresionante que había visto. Su altura, complexión y elegancia eran equiparables al porte de una especie de modelo, teniendo las facciones definidas, con pómulos pronunciados y bella tez pálida. Su cascada de rizos negros caía a cada lado de su rostro, dejando ver el particular brillo de la azul mirada, que parecía perderse en su figura, admirando cada parte de su cuerpo desnudo. Wendy se sentía sumamente expuesta en este punto.

—No digas esas cosas. No soy perfecta —contestó con voz cansada mientras empezaba a liberar su rostro de la maraña de mechones rubios, intentando aliviar un poco el calor que sentía. Su piel estaba caliente y humedecida por el sudor. Necesitaba un baño urgente, pensó, mientras usaba una de sus manos para abanicar su cara.

— ¿Quieres que te traiga un poco de té helado, cariño? Te vez acalorada. —Edith terminó por alzarse lentamente hasta quedar a la altura del rostro contrario. Sus manos se posaron con delicadeza sobre las mejillas contrarios, acariciando superficialmente los labios con el pulgar derecho. Wendy sentía que su rostro ardía nuevamente, pero por motivos ajenos a su temperatura corporal.

—N-No, no te preocupes, estoy bien Edith…—comentaba con voz baja y entrecortada, mirando con detenimiento como la mayor ensanchaba ligeramente su sonrisa, sin poder evitar el gesto de acercarse a sus labios lentamente, deteniéndose a escasos centímetros.

—Quizás te parezca asqueroso que…—el comentario no fue terminado por Edith, quien se sorprendió y abrió más los ojos al sentir los labios de Wendy chocar contra sus labios. El beso era impulsivo, más como un roce que como otra cosa, sin poder evitar empezar un lento ritmo mucho más suave y delicado en poco tiempo. Los labios de Wendy siempre eran en lo particular suaves y delicados.

La rubia tenía una belleza natural muy destacable. Era escaso su maquillaje, con apenas un poco de delineador en ocasiones y un suave brillo labial en sus labios, más no era necesario nada más para destacar su atractivo. Su cabello llegaba a sus hombros, estando casi siempre recogido por una coleta o un chongo despeinado. Cualquiera que la viera pensaría que siempre lleva prisa, por lo cual su apariencia no estaba entre una de sus preocupaciones, portando jeans, camisas de botones, tenis desgastados y llevando un bolso que era más parecido a una mochila en todo caso. Su estatura era baja y su cuerpo pequeño, con caderas apenas marcadas y estrecha cintura

El contraste era evidente al notar la forma en la cual se vestía y actuaba Edith Gluskin. Vestidos delicados y suaves llenaban su guardarropa. Su cabello estaba impecablemente peinado, llegando a la altura de su espalda. Su figura era destacable en cada una de sus prendas, siendo poseedora de un par de largas piernas, caderas marcadas, estrecha cintura y prominentes senos. Wendy había quedado impactada por su belleza, pero más aún por la pulcritud de su apariencia. El detalle de las perlas blancas sobre su cuello era una de las cosas más distintivas, dejando entrever la sofisticación que emanaba de la mujer, siendo el estereotipo de mujer perfecta de una década pasada.

Ambas eran completamente contrarias en todo sentido.

La personalidad de Edith era animosa, siempre platicando de sus diversas actividades, estando dispuesta a participar activamente en las diferentes actividades de su vecindario. Había soñado desde pequeña con la boda perfecta, los hijos perfectos y la vida ideal, al más puro estilo del sueño americano.

Wendy era seria, tímida y retraída. Sus silencios eran muy prolongados. No se sentía entusiasta por participar en muchas actividades a decir verdad. Le encantaba ver a sus amigos y poder platicar con ellos, pero no era muy su fuerte ser el centro de atención. Le era indiferente hasta cierto punto todo lo que rodeaba a las normas "sociales" o a la idea de tener las cosas en un momento dado todas las mujeres habían soñado, más sin embargo, las cosas se habían dado por si solas.

La forma en la cual ambas mujeres se habían conocido era sumamente irónica y, hasta cierto punto, cruel. Wendy había estado buscando desesperadamente a alguien que diseñara vestidos y diferentes cosas, no teniendo suerte en encontrar en el sector de su ciudad. Algunas personas le habían recomendado a cierta mujer que elaborada hermosos vestidos, teniendo diseños exclusivos, diseñados incluso por ella misma.

En cuanto supo la dirección, Wendy se embarcó en aquella búsqueda, sintiendo el nerviosismo inicial que se experimenta al enfrentarse a lo desconocido. Nunca había una mujer que se preocupara por las cosas relacionadas con la moda o con aquel tipo de detalles, por lo que se sentía torpe, inexperta y sobre todo ignorante ante el tema. Tocó con nerviosismo la puerta. Edith Gluskin no contaba con un local propio, haciendo sus pedidos mediante su hogar. La casa era enorme, de color blanca con detalles en azul, teniendo un enorme pórtico en la entrada, un bello jardín en los alrededores. Hasta incluso el vecindario se sentía limpio y tranquilo, como si hubiera entrado a una especie de portal a otra época o algo por el estilo.

La mujer que la recibió era impresionante. Una sonrisa firme y suave se enmarcaba en su semblante mientras le daba la bienvenida de la manera más cordial posible. El piso era alfombrado. La casa olía a galletas recién hechas y Wendy había encontrado a la persona que diseñaría su vestido de novia. La ironía del primer encuentro se encontraba firmemente grabada en los recuerdos de ambas mujeres, quienes habían empezado a frecuentarse, hablando de telas, de diseños, de detalles.

Wendy tenía un nerviosismo propio de una novia primeriza que a Edith simplemente le parecía adorable. Había estado apoyando en todo lo posible a la joven mujer, estando dispuesta a acentuar ese encanto natural que en tantos halagos había mencionado. Wendy se sentía muy nerviosa. Nunca en su vida la habían llenado de halagos de esa forma, haciendo comentarios de lo hermosa que luciría, de lo bello que sería cada detalle para su gran día, suponiendo que todo eso era parte de la rutina de Edith, quien estaba acostumbrada a lidiar con las futuras novias y sus consecuentes damas de honor.

Había una unión que ambas atribuían al trato que las mujeres tienen entre ellas, donde los comentarios amables y los roces ocasionales eran comunes, teniendo la manía de compartir momentos que ya no iban encaminados al propósito original de la visita. Wendy sentía que podía compartir muchas de sus preocupaciones con sus preparativos ante la mujer de las blancas perlas, dejando que sus miedos se infiltran en su tono de voz, muestra de su inseguridad y reacción al enfrentarse a los nuevos retos que su vida tenía en este momento.

—No debes preocuparte, cariño. Todo saldrá bien —habría dicho Edith, con una de sus sonrisas radiantes, ofreciendo un par de galletas más o un poco más de té, siendo el estereotipo de la mujer que Wendy nunca llegaría a ser, entre la feminidad de sus gestos y la belleza de su apariencia.

Los días pasaron y ambas mujeres se hicieron verdaderamente unidas. El vestido era algo impresionante ante los ojos de Wendy, quien no podía creer lo que el espejo le revelaba ante cada día de prueba, quedándose boquiabierta ante el talento que la mujer de rizos negros hacían tan detalladamente con sus manos, siendo una verdadera experta en resultar cada detalle, por más minúsculo que este fuera. Había encaje, flores bordadas sobre un blanco fondo, un ceñido corset que se acentuaba sobre su cuerpo, además de una hermosa caída por sobre sus caderas, dando el efecto perfecto para que su cuerpo resaltara de manera bastante favorable a su figura. Edith era un genio.

—Esto…es…es hermoso Edith —había dicho durante una particular tarde, dejando que su rostro cargado de asombro se asentara en su semblante, sin poder ocultar las pequeñas lágrimas que aparecían en sus claros ojos.

—Para nada. Yo no tengo todo el crédito de esto, sin la mujer indicada para portarlo, este vestido no resaltaría de la misma manera. Falta un detalle importante…—había contestado Edith, colocándose en frente de la rubia mientras posaba con una delicadeza indescifrable el hermoso velo con detalles lilas sobre la cabellera abundante de Wendy, dejando que esté terminara por enmarcar la fineza y delicadeza de sus facciones.

La sonrisa de Edith se extendía con gracia y orgullo. Se sentía verdaderamente contenta con su trabajo, dejando que sus ojos se conectaran con la pureza de la mirada de Wendy. Su sonrisa desapareció casi al momento. Quizás se había esforzado demasiado en el vestido. Las manos de Edith encontraron su camino por sobre el rostro de la joven, dejando que el inevitable acto de rozar sus labios se diera. Los ojos de Wendy se abrieron impresionados mientras sus manos se plantaron firmemente sobre los brazos de la mujer contraria. Había olvidado como respirar.

Edith reaccionó al poco tiempo, abriendo los ojos al momento de soltar el rostro contrario, retrocediendo de forma acelerada con un semblante de horror en su cara. No sabía que la había orillado a hacer aquel acto de pura estupidez e impulso. Wendy parecía estar en el mismo estado.

—Wendy…lo siento…—mencionó con arrepentimiento en su voz, sin saber muy bien que agregar. Ambas mujeres parecían estatuas en este punto, sin saber cómo reaccionar a aquel acto.

La mirada de Wendy bajó lentamente. Edith podía ver las lágrimas asomarse, mientras con manos torpes empezaba a intentar deshacer el amarre del vestido por la espalda. Edith se acercó a paso muy lento a intentar ayudarle, pese al nerviosismo y miedo inicial que mostró Wendy al verla acercarse.

No hubo despedida, ni gestos posteriores, ni postres ni conversaciones. En un silencio absoluto Wendy Park había abandonado aquella estancia, sin atreverse a mencionar algo respecto al extraño suceso de esa tarde. Edith se sentía como la persona más estúpida del mundo. ¿Cómo era posible que se permitiera llegar a tal extremo? Se había dado cuenta que el sentimiento que tenía por aquella joven mujer inexperta había despertado una naturaleza que nunca creyó poseer.

Había habido indicadores en sus detalles, como el sentir diferentes aquellos roces, aquellas caricias, aquellos gestos tan suaves y sutiles entre ambas. Las tardes eran más amenas con Wendy. Los días eran diferentes siempre que sabía que Wendy iría. Su mirada, su voz, la suavidad de su personalidad, la forma en la cual mostraba inseguridad por las cosas más simples. Todo esto lo encontraba genuinamente adorable y bello, sin poder evitar el sonreír al recordar cada detalle al finalizar su día, con el firme pensamiento de que Wendy era sin duda una mujer con una belleza diferente, siendo atractiva de una forma en la cual ni ella misma era consciente.

Edith Gluskin siempre había ansiado encontrar al indicado para forma una familia, pero resulta ser que había encontrado todas esas características en una persona que era de su mismo sexo, en una persona que en definitiva nunca podría ser suya.

Rejuntó el vestido del suelo y con mucha suavidad lo colocó en el maniquí que yacía en su taller. Había material y restos de la tela acomodados en lugares estratégicos, un par de máquinas de coser se encontraban a cada lado de la amplia habitación, con enormes ventanales y cortinas de encaje blanco. El vestido era bello, pensó, pero no era comparable a la belleza propia de Wendy, quien era la que genuinamente lo llenaba de brillo y armonía. Sus ojos se entrecerraron mientras grandes lágrimas brotaban de sus ojos, dejando que su cabeza se apoyara sobre el maniquí.

Había arruinado todo, en muchos sentidos, por la debilidad de su carne, por el poco tacto de sus actos. Había perdido un cliente, una amable y más que suave compañía que alegraba sus tardes y sus mañanas, pero sobre todas las cosas lo que más le dolía era la idea de perder de vista para siempre a la joven rubia, arruinando con eso el comienzo de su amistad.

El vestido sería recogido durante el jueves. La boda se llevaría a cabo el fin de semana siguiente, por lo que las cosas necesitaban quedar en orden ya.

Sabía que Wendy iría por el vestido entonces, ya estaba todo pagado y arreglado, empaquetado para que su propietaria lo recogiera únicamente. Edith no pretendía mencionar palabra alguna, dejando que Wendy fuera libre de decidir lo que sería mejor para ella. Tenía bien en claro que quizás esa sería su última interacción con la joven mujer, pero se mantendría firma en su decisión, manteniéndose al margen de cualquier comentario o reacción por parte contraría, estando dispuesta a afrontar las consecuencias de sus actos.

La puerta sonó al poco tiempo y Wendy Park apareció al poco tiempo frente a ella. Edith tenía una postura rígida al abrir la puerta, más intentó relajarse al poco tiempo, dejando que la mujer pasara, dando las buenas tardes de forma formal y fría.

—Buenas tardes, Wendy. Tu vestido está listo en aquella caja sobre el sofá. Puedes llevártelo este mismo hoy mismo. Si tienes algún problema o emergencia de último momento con el vestido, puedes llamarme —comentó con tono tajante, dejando que su mirada se cargara de una indiferencia impropia en sus antiguos tratos con Wendy. Era mejor así.

Wendy se giró en ese momento en su dirección, cerrando la puerta tras de sí. Edith no sabía a ciencia cierta cómo definir su semblante, notando como la joven mujer daba un par de pasos en su dirección, mostrando el vestigio de lo que fue una sonrisa en su rostro. Wendy se acercó hasta quedar a escasos centímetros del rostro contrario, alzando sus brazos para rodear el cuello de Edith, dejando que sus labios se encontraran en un gesto que era tan natural para ambas que no tardó en ser correspondido.

Las manos de Edith encontraron su camino por sobre las caderas y cintura de su compañera, sin poder evitar mover sus labios en torno a la suavidad de los labios contrarios, sintiendo como si fuera una adicta ante esta nueva droga. Tenía que controlar su ansiedad, tenían que pensar bien las cosas.

—Wendy, esto es...tan…—Wendy no le daba tregua esta vez. Sus labios se volvieron a unir una, otra y otra vez, sin querer escuchar razones. No quería escuchar. No quería pensar. No quería hacer otra cosa que no fuera besar los labios de Edith Gluskin. Sabía que estaba cometiendo un error tras otro, pero no quería pensar en ello. Era egoísta en muchos sentidos, pero no podía parar. Había tenido esta necesidad desde hace semanas atrás, sin atreverse a admitir abiertamente la enorme atracción física y emocional que había adquirido hacía la mujer contraría.

Las ropas empezaban a estorbar a medida que las mujeres subían a tropezones por las escaleras. Había descontrol y mucha necesidad, pero sobre todo había un sentimiento mutuo que nunca fue mencionado. Que era sobreentendido. Edith creyó que podía derretirse ante la visión de Wendy despojada de todas sus prendas, teniéndola tendida sobre su cama, queriendo admirar para siempre cada semblante y gesto proveniente de la excitación y el deseo de su piel. Quería ser egoísta para poder retenerla aquí mismo, estar siempre en sus brazos, probar para siempre sus labios y perderse en la gentileza y ternura de su mirada. Vaya que quería volverse completamente egoísta.

El momento había pasado y el beso había terminado. Edith posó su frente sobre la frente contraria, sin querer soltar el rostro de Wendy en ese instante. Sentía la respiración de Wendy calmarse, chocar contra su piel y sus labios, sin poder evitar soltar un suspiro lento al momento, creyendo que nunca volvería a sentir aquella sensación se seguridad y cariño con nadie, además de la sensación de pertenencia.

Wendy se sentía tan suya, pese a estar consciente de que quizás había llevado demasiado lejos aquella fijación, como si hubiera sacado ventaja de los temores e inseguridades de la joven mujer ante su nerviosismo. Edith no quería perder detalle de cada momento durante ese lapso de tiempo, atreviéndose a limpiar con sus dedos las mejillas enrojecidas y húmedas por las gotas de las lágrimas contrarías. Quizás este sería uno de sus gestos de despedida.

—Eres perfecta, aunque no lo creas. Eres la mujer más bella que he visto. —Repetía la mayor, sintiendo como un nudo en su garganta aparecía. Wendy se sentía de la misma manera, sin querer perder el contacto visual con ese par de bellos ojos azules. Ambas se levantaron, empezando a colocarse nuevamente sus prendas, sin cruzar palabra alguna por el momento. Todo se había dicho sin palabras en aquel cuarto, dejando que sus cuerpos fueran los que expresaran cada emoción y sentimiento que ambas habían adquirido con su encuentro.

En la entrada el ambiente se volvía cada vez más denso. Wendy tenía la caja con el hermoso vestido sobre sus manos, sintiéndose impropia de tomarlo después de aquel momento entre ambas. Se sentía como la peor persona del mundo por aquello, sin poder evitar que las lágrimas brotaran a mares por sobre sus mejillas. Edith empezó a hablar.

—Lo hice más ligero en la parte de abajo para que te fuera más fácil caminar al altar. Le puse algunos detalles florales al tocado y al velo de último momento, espero no te moleste eso. —

—Eres maravillosa….no puedo…yo…—Wendy rompió en un torrente de lágrimas y sollozos sin control. Edith retiró el vestido de sus manos, dándose el permiso de rodear a la joven mujer entre sus brazos. Las grandes lágrimas manchaban su vestido, dejando un rastro de humedad sobre su busto. Su cabeza terminó por apoyarse sobre la cabeza contraría, dejando suaves suspiros y caricias por sobre la espalda contraria, sin poder evitar aspirar el suave aroma a fruta de su cabello. Wendy se sentía tan frágil entre sus brazos.

—Tu eres la maravillosa aquí, Wendy. Me siento impropia de tenerte, de admirarte, siento que te fallé terriblemente…que dañe tu confianza conmigo. —

—No digas esas cosas…—las palabras de Wendy sonaban afectadas por su voz entrecortada. Edith alzó su barbilla, empezando a limpiar su rostro, regalando una sonrisa suave y gentil. Las lágrimas hicieron que el rostro de Wendy se enrojeciera. Todo lo que rodeaba a Wendy la hacía lucir adorable ante sus ojos.

—Debes ir a casa, debes descansar y estar preparada para tu gran día. —

Edith soltó a Wendy, dejando que la mujer escapara de sus manos. Sintió un vacío en ese momento, sintiendo como si Wendy fuera la pieza que embonaba a la perfección entre sus brazos. Wendy tomó el vestido y se fue al instante, siendo testigo de cómo se alejaba en su pequeño auto azul y descuidado. Se había prometido a sí misma no llorar por su partida, fuera cual fuera el resultado de aquella reunión.

El destino a veces era cruel, pensó, permitiéndole por una breve fracción de tiempo el tener a su lado a aquella inusual y encantadora mujer, sin poder evitar pasar uno de sus dedos por sobre su collar de perlas blancas. Quien lo sabría, quizás con el tiempo aprendería a lidiar con aquella pérdida.