Exoneración: todos los personajes, excepto Kikuko que es de mi creación, son propiedad de bioware.
Después de varios años sirviendo en naves de la Alianza, su hijo había vuelto a casa, no por mucho tiempo, puesto que sólo sería hasta que volviesen a concederle otro destino.
Kikuko deseaba con todas sus fuerzas que ese momento se retrasase, más teniendo en cuenta el trágico accidente que hacía tan poco ocurriera, el mismo que lo había traído a él de vuelta al hogar. Otras madres no habían sido tan afortunadas, pues eran muchos los marines que expiraron en aquel accidente, incluida aquella famosa comandante tan condecorada.
Sin embargo, el reciente regreso era muy similar a ese de tantos años atrás, cuando hubieron de clausurar el campamento especial para bióticos de Salto Cero. Verdad era que las circunstancias en ambas ocasiones se debían a causas completamente diferentes. Mas para Kikuko existía cierta similitud entre ellas dos. Lo notaba, lo intuía en los prolongados silencios de él, en su mirada cabizbaja, siempre perdida en el infinito vacío.
Algunas veces lo observaba sin que él se percatase de ello, lo veía a menudo buscar la soledad, incluso hubo un día en el que se sentó hasta el anochecer a contemplar caer la lluvia sobre la bahía.
Kaidan siempre había sido reservado, tras lo de Salto Cero aún lo fue más y, a pesar de que Kikuko creía que después de esa experiencia traumática de la adolescencia, ninguna otra cosa que le sucediese podría afectarlo tanto, ahora descubría que se equivocaba.
Aquel día, durante la comida, el padre de Kaidan rompió el silencio melancólico en el que se hallaban comiendo.
-Hoy en la base de la Alianza corría el rumor de que por fin van a dejar la búsqueda infructuosa de tu antigua comandante. Dicen que su entierro simbólico se celebrará en unas semanas.
Kikuko observó cuán tenso se volvió a partir de esos instantes Kaidan, cómo apretaba la mandíbula y la forma en que clavaba el tenedor en las verduras.
-Sí, me han informado de ello.
-¿Cuándo?- Su padre seguía insistiendo en el tema.
-Ayer por la tarde.
Luego, el silencio volvió a imponerse en la estancia.
-Si me disculpáis, tengo cosas que hacer.- Kaidan se excusó cuando ella iba a recoger la mesa para servir el postre.
Kikuko se sintió dolida. Sabía que era mentira, que nada excesivamente importante lo esperaba. Le había prometido que le ayudaría a limpiar la cocina finalizada la comida, mas no era eso lo que a ella le preocupaba. Se sentía herida por cómo lo había visto luchar contra sí mismo tras la conversación con su padre, porque se había mordido el labio con tanta fuerza que se hizo sangre y ni se enteró, porque advirtió su mirada perdida y brillante cuando se fue, porque ahora era consciente de lo que ocurría.
Y la entristecía profundamente el saber que no podía hacer nada para recomponer su alma quebradiza, que sólo el tiempo poseía ese poder, que lo único que ahora como madre podía realizar, era verlo caminar por esa senda angosta del dolor, apretar los puños y callar y, si surgía la ocasión y él se dejaba, abrazarlo.
