«Eso es... lo último que quiero que seamos.»
Muy pocas veces había sido tan directo, preciso y sincero a lo largo de su vida. Expresar sentimientos diferentes a la frustración y la rabia no estaban en su forma natural de ser, al menos no desde que el dolor, la amargura y la adicción a la vicodina se habían adueñado completamente de sus emociones hacía ya una década.
Los últimos meses, sin embargo, habían suavizado ese carácter. Un hecho contrastado de la peor manera y más humillante delante de Cuddy solo unas horas antes en su oficina. Solo de recordar el incómodo silencio y la mirada compasiva que habían provocado sus palabras, un profundo sentimiento de vergüenza y tristeza se extendía por su pecho.
Ni siquiera el alcohol esa noche podían calmar las náuseas de un estómago vacío y la pena de un alma rota. Había jugado su última baza, poniendo todas las cartas sobre la mesa, y había perdido miserablemente. Todos los esfuerzos realizados durante meses habían fracasado de forma estrepitosa. Ni Cuddy, ni tampoco Wilson, las dos personas más importantes de su vida además de su madre, habían apreciado ni valorado sus pequeños pero decididos pasos para convertirse en un mejor hombre y en un mejor amigo. Los dos, en algún punto del camino, habían decidido seguir adelante con su vida, seguramente hartos de su mente inestable, de su errático comportamiento y de su recurrente habilidad para hacerles daño. Hasta Cameron había salido huyendo de Princeton, dejando bien claro que todo lo que tocaba lo corrompía.
«¡Maldita sea!»
Varios clientes del bar voltearon la mirada inmediatamente hacia House, claramente alarmados por su más que probable estado de embriaguez y el fuerte golpe con el puño propinado a la barra justo al lado de la copa, derramando parte de su contenido en consecuencia. Sullivan, dueño del local y viejo conocido, no tardó en acercarse.
—House, no quiero ser aguafiestas, pero voy a tener que pedirte que des por terminada la noche.
«Solo era cuestión de tiempo, ¿no?» —Murmuró, cerrando los párpados y llevándose los dedos a las sienes. De repente, una amarga carcajada surgió de su garganta, recordando lo insultante y decepcionante que había sido enterarse de que su mejor amigo había pagado a todo el equipo para que saliese con él—. «Puto Wilson...».
—House, ¿me estás oyendo? Mueve el culo y vete a casa. Es tarde, has bebido demasiado, estás alterado, divagando y me estás espantando a los clientes. No quiero repetírtelo otra vez ni tener que echarte de una patada.
Tras varios segundos de tenso silencio en los que Sullivan pensó que House pondría resistencia a su oferta, finalmente observó aliviado cómo este se levantaba con gran dificultad del taburete y dejaba acto seguido sobre la barra un billete de cincuenta.
—No deberías conducir así —House lanzó una mirada amenazante a Sullivan cuando este intentó detenerle agarrándole por el hombro—. Vale, de acuerdo... —Alzando las manos en son de paz, dejó a House marchar sin más dilaciones, no sin antes emitir un largo suspiro como derrota.
La pierna dolía como un demonio. La espalda y la cabeza también. Absolutamente todo dolía a rabiar y la tormenta que empezaba a azotar solo iba a acentuar ese malestar. Con gran dificultad, montó sobre su Honda y rápidamente puso rumbo hacia Baker Street, sobrepasando en varias ocasiones los límites de velocidad permitidos.
Imágenes de Cuddy inundaban su cabeza en el momento exacto en que perdió el control de la rueda delantera al frenar a escasos metros de su casa. Un dolor agudo y punzante se abrió paso por el costado y el brazo izquierdo mientras su cuerpo seguía derrapando unos par de metros más por el asfalto mojado.
Segundos, minutos, quizá horas. Cuando sus ojos volvieron a abrirse, otro par de ojos le miraban de forma inquisitiva.
