Capítulo 1 - El callejón Diagon tiene poco de callejón diagonal

Al fin les había llegado las lechuzas, ambas pardas y con un mismo contenido que recibirían los mellizos con total ansiedad. Su entrada al colegio Hogwarts de Magia y Hechicería: el más prestigioso de toda Europa, por no decir el único, ya que Beauxbatons y Durmstrang estaban de reparaciones y todo tipo de ampliaciones.

Una de las cartas fue leída de forma solemne por Aníbal, hombre de fuerte carácter, tanto como sus convicciones. A pesar de haber conseguido trabajo como auror en el ministerio, había sido su esposa quien le había incitado a descantarse por la enseñanza como ella en el colegio Hogwarts. Los hermanos: ambos de once años, se abrazaron efusivamente, echando a rodar por el suelo entre carcajadas. Similce, su madre, cogió la lista de los libros, ojeándolo por encima y echando cálculos sobre cuanto podría salir el curso.

-Antonio, Paulo -miró a sus hijos el hombre, aún con el rostro lleno de orgullo-. Felicidades. Hoy mismo iremos a comprar vuestras varitas y todo lo que necesitaréis -los chicos se miraron, entusiasmados-. Espero que, como hijos míos, acabéis en Gryffindor, hogar de los valientes y…

-¿pasa algo si acabamos en Slytherin..? -aventuró Antonio, lleno de inocencia

-Os desheredaré de todo lo que tengo en Gringotts -sentenció Aníbal

-T-te lo tomas muy a pecho… -susurró Paulo, temblando mientras Antonio hacía pucheros a su madre.

-Tranquilos -rió Similce, acariciando la cabeza de los dos pequeños-, lo que vuestro padre ha querido decir es que todas las casas son tan buenas como las demás, ¿verdad, cielo?

-Eso no es lo que…

Bastó una mirada por parte de la mujer acompañada por su sonrisa para hacer vacilar los ánimos del otro. Se limitó a asentir, dándole la razón a su esposa y sintiendo un fuerte rubor en sus mejillas. Ella rió, encantada, y se marchó a por pergamino para enviarlo al colegio para decir que aceptaban la plaza encantados. Aníbal musitó algo sobre polvos flu y también se levantó, dejando a los mellizos a solas.

-¡Pau, tendremos nuestras propias varitas! -gritó el más joven, Antonio, con entusiasmo y los ojos brillantes.

-Me pregunto como será la mía -se preguntó Paulo, dubitativo

-La mía será transformable y se convertirá en tortuga -rió el otro, mientras corría por Paula, una de sus muchas tortugas- ¡Así Paula tendrá compañía!

-Dudo que las varitas hagan eso, Anto -rió el mayor, cerrando los ojos-. Además, con diez hijos a los que cuidar, dudo que Paula se sienta sola…

Aníbal entró de nuevo en la sala con un pequeño tarro que intentaba parecer ser de galletas y lo dejó en una mesa cercana a la chimenea. Palpó sus bolsillos y volvió a salir, pidiendo a los hermanos que cogiesen un puñado de polvos del bote. Tendrían que sacar dinero de Gringotts para los uniformes completos.

Una vez todos reunidos y con todo listo, pusieron rumbo al callejón Diagon


Similce fue la última en llegar al Caldero Chorreante, levantando una enorme nube de polvo grisáceo que le provocó un ataque de estornudos hasta que su marido la ayudó a salir de allí. Aníbal la ayudó a limpiarse, mirando de reojo al tabernero

-Deberías limpiar esto de vez en cuando, Tom -se quejó, a lo que el anciano de nariz alargada de encogió de hombros.

-Yo despacho la barra, Fernández (*). De la limpieza se encargan los nietos de Vargas: Feliciano está arriba… y Lovino…

-¡Lovi-Love! -Antonio se tiró encima de un niño de nueve años y medio (*) que jugaba a los naipes explosivos en una mesa- ¡Me voy a Hogwarts!

-Mejor, así no te veo -gruñó el otro, concentrado en su juego a pesar del abrazo tipo koala que le estaba dando el mayor

-¡No me digas eso! Sé que me echarás de menos -restregó su mejilla contra la del italiano, demasiado cariñoso en opinión del menor, hasta que recibió un cabezazo que dejó a Antonio aturdido en el suelo. Paulo recogió lo que quedaba de él, dejando al otro continuar con su juego de cartas.

Aníbal enarcó una ceja ante la escena y continuó discutiendo con Tom el precio de los elfos domésticos: estos sin duda eran mejores trabajadores que los nietos de uno que le debía dinero. Similce dio un beso en la cabeza a su hijo menor, cogiendo a los dos de las manos y saliendo de la taberna con una hermosa sonrisa en los labios al disfrutar de los ratos del sol: eran tan escasos en Gran Bretaña que había que disfrutar de cada uno de ellos.

-Muy bien -la bruja de cabellos color chocolate sacó su varita de un estuche en su cinturón y comenzó a contar ladrillos de una pared cercana-. Tres arriba… dos horizontales…-murmuraba-. Correcto. Un paso atrás, chicos

Dios tres golpes a la pared con la punta de su varita.

El ladrillo que había tocado se retorció y en su centro apareció un pequeño agujero que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado que llevaba a una calle con adoquines que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

-Decid hola -sonrió Similce- al callejón Diagon

-Pues para llamarse Diagon, tiene poco de diagonal -musitó Antonio, ladeando la cabeza y provocando las continuas risas de su hermano y de su madre mientras caminaban-. ¿Dónde vamos primero?

-A sacar dinero: ya sabéis, no hagáis enfadar a los gnomos. Lo ocurrido la última vez hizo que vuestro padre se negase a traeros aquí de por vida

-Te prometo que no queríamos quemar la ropa del gnomo -aventuró Paulo, fingiendo inocencia-. Fue instintivo

-Casi instintivo -añadió Antonio, con una sonrisa desdeñosa.

-Y una última cosa: esta vez solo yo iré a la cámara, ya que después aparecen cosas extrañas en casa compradas por correo -Antonio silbó-. Así que, por favor… con más motivos, comportaos

Tras prometerlo dos veces cada uno, la bruja se animó a entrar en el edificio de paredes blancas y aspecto majestuoso, El gnomo de la entrada la saludó con un asentimiento de cabeza, pero al ver a los dos hermanos retrocedió un par de pasos. Los mellizos ni siquiera recordaban si fue a él a quien quemaron. Similce se acercó al mostrador principal, entregando la llave de su cámara para solicitar una extracción de ella. Curiosamente, el gnomo estaba más atento en vigilar a los hermanos que en atender a la mujer. Le pidió que lo acompañase, dejando a los niños bajo la atenta mirada de los demás.

-Creo que no les caemos bien -susurró Paulo, mirando a sus vigilantes. Antonio ladeó la cabeza sin entender demasiado la situación- ¿Deberíamos irnos…?

-Mamá dijo que nos esperásemos

-Dijo que no quemásemos nada

-Es verdad, aunque no creo que le haga gracia que nos vayamos -susurró Antonio, sentándose en el suelo. Paulo acabó imitándole, sacando una pequeña hoja de papel de su bolsillo y comenzó a doblarla hasta conseguir crear una diminuta grulla que casi de forma inmediata comenzó a batir las alas, elevándose sobre las cabezas de los dos hermanos-. Qué bonita

Desgraciadamente, la grulla de papel decidió ir a molestar a un gnomo que pesaba un rubí del tamaño de su dedo pulgar, quien casi instantáneamente empezó a manotear para quitársela de encima. Tuvo tan mala suerte que en uno de sus actos evasivos, golpeó el rubí, el cual salió volando hasta golpear la cabeza de otro trabajador, el cual cayó sobre otro gnomo. Antonio y Paulo fueron observando como continuaba aquel efecto dominó hasta llegar al final de la sala en forma de "u".

-Seguro que si lo planeamos no sale tan bien -rió Antonio, levantándose para ver mientras Paulo deseaba que la tierra se lo tragase. El segundo se levantó, cogiendo al otro de la mano y lo arrastró fuera antes de que los trabajadores tuviesen la oportunidad de ir a por ellos y sentarse en las escaleras de la entrada.

-D-dios… ¿Cómo ha podido pasar eso…? S-seguro que… ya no nos dejan entrar

Antes de poder replicar, recibieron un par de golpes ambos en las cabezas. Tras un par de quejidos, Aníbal miró a sus hijos, hecho una furia. La bronca fue larga e intensa, ni siquiera el más pequeño pudo evadirse, ya que su padre se encargó de tirarle de la oreja intermitentemente. Solo se detuvo cuando su esposa salió, disculpándose ante el actual director de Gringotts una y otra vez. Aníbal dirigió a sus hijos una mirada de: "esto no ha terminado" y pidió perdón en nombre de sus hijos, retirándose al fin toda la familia.

-¿¡Se puede saber como podéis haber hecho eso! –gritó Aníbal mientras Símilce compraba los calderos de peltre de la lista.

-¿Y tú como te has enterado? –protestó Antonio, recibiendo un nuevo golpe que le saltaron las lágrimas.

-Entré cuando empezó todo –se frotó el puente de la nariz, molesto-. Menuda vergüenza, de verdad.. Por Merlón, sois avispados, pero manteneros centrados, por favor...

-Si lo estamos, papá -,murmuró Paulo

-Tú sí, por eso espero que acabes en la misma casa que tu hermano –Antonio había pegado la cara al escaparate de la tienda de animales-. Échale un ojo, por favor... Vive en un mundo totalmente distinto al nuestro

-Espero estar con él

-No te preocupes, todos los hermanos caen en la misma casa –le aseguró el otro-. Y ya sabéis: os quiero en Gryffindor

-¡Papá, cómprame una tortuga! Porfaaaaaa... –Antonio, con una carrera, se había colocado delante de Aníbal, mirándole con los ojos brillantes

-Ya tienes bastantes bichos de esos en casa, no pensábamos si quiera comprar una lechuza...

-¡No son bichos! –gritó el otro, enfurecido- ¡Son Paula con su marido Andoni! ¡Y luego tuvieron a Andrés, Atila, Emilia, Micro, Sergey, Acerón, Camus, Diana, Jara y Veloz!

-¿Has llamado Veloz a una tortuga...? –alzó una ceja, sin saber si reír o llorar

-Es que se come la comida mucho más rápido que yo –explicó, encantado

-A ver, memoricemos lo que nos hace falta –determinó Aníbal, acabando así el tema de conversación- eran: tres túnicas negras para cada uno, dos sombreros picudos, dos pares de guantes protectores, capas de invierno, los libros (aunque algunos ya los tenemos en casa), el caldero y las ampollas de cristal que las está comprando Símiles y la varita... Telescopio y balanza hay en casa para los dos...

-¡yo quiero ir a por mi varita transformable!

-Eso no existe, Anto –contestó el mayor de los hermanos, sujetando la varita de su padre con una mano. Aníbal ni siquiera se enteró de que se la había cogido hasta que Paulo le preguntó de qué era-. Es muy bonita

-De álamo, con centro de fénix –recitó el mayor, casi de carrerilla-. Treinta centímetros e inusualmente rígida –miró a su hijo-. Créeme, cuando tengas la tuya te acordarás para siempre de cómo es

Paulo sonrió, deseando poner rumbo a Ollivander mientras Antonio enumeraba las utilidades de tener una varita capaz de convertirse en una tortuga, los cuales resultaron ser bastantes. Después, el tema derivó a qué ocurriría si Paula procrease con la varita convertida en tortuga. Antonio estaba convencido de que saldría un cruce de una varita con cabeza de tortuga o una tortuga cuyas patas fueran varitas. Algo sin sentido.

Cuando Símiles terminó, decidieron que ella iría con los niños a comprar la ropa y después al varitólogo y, mientras, Aníbal buscaría los libros y un par de guantes en la tienda especializada que le habían aconsejado. Resignado, se despidió de su esposa con un beso en los labios y se marchó rumbo a Flourish & Blotts.

-Adelante, rumbo Madame Malkin

Los mellizos se sintieron aliviados cuando apareció una bruja sonriente y regordeta, vestida con un suave color turquesa. Al menos ella no parecía aterrada con la aparición de los mellizos. Símilce le dio un par de besos tras abrazarla, se conocían hacía bastante tiempo.

-¿Hogwarts, guapos? –dijo, tras decir una y otra vez que los mellizos eran adorables-. Ya tengo varios comprando aquí, probándose

En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo estaba de pie sobre un taburete, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame Malkin los colocó en otros taburetes, deslizándoles otras túnicas por las cabezas y llamó a dos de sus chicas para que les marcasen el largo apropiado.

-Hola –dijo el muchacho, observándolos-. ¿También Hogwarts?

-Sí –anunció Antonio, sonriendo de oreja a oreja

-Primer año –añadió Paulo, sonriendo a la bruja que le cogía las medidas

-Como yo entonces... mi padre está en la tienda de al lado comprando mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas –explicó el chico. Parecía aburrido-. ¿Sabéis ya en que casa vais a estar...?

Fue la primera vez que los mellizos vieron la cara de aquel chico, y Antonio no dudó en hacer un mohín de tristeza. Se mordió el labio inferior, mirando al otro casi como si le diese el pésame.

-Yo... ¿es muy grave?

-¿De qué estás hablando...? –ladeó la cabeza el desconocido

-De tu enfermedad –Antonio lo miraba con lágrimas en los ojos, admirado-. Es genial que tengas esa fuerza de voluntad a pesar de ello

-Estoy completamente sano –protestó, frunciendo el ceño. Paulo prefería estar callado.

-¿Entonces es una maldición?

-¡Que estoy bien! –gritó, ahogando un quejido cuando le pinchó sin querer la bruja que le cogía los bajos.

Antonio no podía creerlo

-Entonces... ¿esas cejas tan grandes son normales? –no había ningún insulto, solo sorpresa en la voz de Antonio. Paulo intentó ahogar la carcajada, fingiendo toser

Aquel chico lo miró con infinito desprecio, alzando el rostro en un gesto de superioridad. Luego, apartó la mirada, gruñendo con ganas. Solo se aguantó las ganas de golpear a Antonio porque un hombre de largo cabello rubio y ojos azules entró en la tienda, mirándolo con los ojos entrecerrados.

-Me llamo Arthur Kirkland, y espero que no acabéis en Slytherin, es la nunca casa que realmente merece la pena

-Oh... Yo soy Antonio Fernández Carriedo y también espero no caer en Slytherin –sonrió, siendo demasiado sincero-. Mi padre me ha dicho que todos los de esa casa son un atajo de egocéntricos cobardes, ¿quién querría ir allí?

-Toda mi familia ha estado en Slytherin, bloody idiot –se bajó del taburete cuando la mujer le dijo que ya podía y salió de Madame Malkins gruñendo con todas sus fuerzas

Símiles solo se acercó cuando las brujas terminaron de arreglar los uniformes de los dos hermanos. Portaba una hermosa sonrisa y una rosa en el pelo que los mellizos no recordaban haber visto antes.

-¿Habéis hecho n nuevo amiguito?

-Más bien un "enemiguito" –murmuró Paulo, dejando los ojos en blanco mientras recogía la bolsa con su uniforme y el de Antonio. Luego, acompañó a los otros dos al destino que realmente había estado esperando: Ollivader. Estaba deseando empuñar su varita de una vez por todas.

La tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas se leía: "Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C" Cuando entraron, una campanilla resonó al fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha donde Símiles decidió sentarse a esperar. El silencio era total al menos hasta que Antonio decidió acercarse al mostrados, gritando si había alguien dentro.

Casi al mismo tiempo de gritar, una caja cayó desde una de las altísimas estanterías, provocando un brinco en los tres miembros de la familia.

-Buenas tardes –dijo una voz amable

Un anciano estaba antes ellos: sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local

-Hola –dijeron los mellizos a dúo, viendo como el brujo se agachaba a coger el estuche de la varita y pasaba una mano por él, mirando Antonio directamente.

-¿Tú me llamaste, muchacho?

-S...sí, pero no la tiré –murmuró, intimidado por la severa mirad del anciano.

-Interesante... –hizo una pausa al ver a Símiles-. Oh, la señorita Fernández Carriedo, ¡me alegra verla de nuevo! Fresno, veintiséis centímetros y medio y susurrante, ¿me equivoco?

-Como siempre, tiene una memoria fantástica –sonrió la mujer, levantándose hasta quedar tras sus hijos-. Y ellos son mis niños... Antonio y Paulo

-Ah... los diablillos de los que se habla en todos los comercios de aquí –le tendió las manos para que la bruja le dejase su varita unos instantes-. No muchos hacen temblar a esos duendes de Gringotts... –dio un pequeño golpe de varita para hacer aparecer una lluvia de pétalos de rosa-. Parece que aún me recuerda. Buen mantenimiento y parece que ha conseguido hacerla más dócil...

-Es un palo –susurró Antonio al oído de Paulo, provocándole una carcajada al otro que atrajo la atención del señor Ollivander. Éste sacó una cinta métrica, pidiendo a los hermanos sus manos hábiles.

-Soy ambidiestro –susurró Paulo cuando Antonio mostró su brazo derecho

-Eso hará la elección más divertida, no te preocupes –le midió ambos brazos y luego dejó que la cinta métrica continuase por ella misma, yéndose a la parte de atrás del mostrador, comenzando a sacar cajas con varitas-. Pues bien, Antonio Fernández Carriedo, al contrario de lo que usted cree, las varitas no son simples palos –alzó una ceja mientras el ojiverde mostraba un leve rubor en las mejillas-. Cada una tiene su propia personalidad, y ellas eligen a su dueño según las capacidades que vean en él. Todo lo da la madera, el tamaño y el núcleo. Nada es casualidad .resumió, entregándole una caja-. Prueba esta: roble, treinta centímetros y medio, centro de fénix y... –hizo un pequeño gesto con las manos- flexible

Antonio sonrió de oreja a oreja, mirando de reojo a Paulo, quien tenía entre sus manos un ejemplar de haya con centro de unicornio. Ninguna duró demasiado en las manos de los hermanos, ya que nada más rozarla con los dedos fueron retiradas y devueltas a sus cajas. Hicieron un mohín de protesta, pero e seguida tuvieron otras en las manos que tampoco fueron las adecuadas.

Extrañamente, con cada enfado, el señor Ollivander estaba más y más animado, buscando como un sabueso las varitas correctas. A mitad de una subida se quedó quieto, mirando una caja que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta: la que había caído cuando Antonio le llamó.

-Podría ser que... –entornó los ojos, bajando y le entregó la varita al menor de los mellizos-. Nogal con unicornio, veintiocho centímetros y un cuarto. Inflexible.

Antonio la sujetó. Sintió un súbito calor en los dedos, empezando a salir pequeñas chuspas color rubí que lo envolvieron. Símiles aplaudió, entusiasmada mientras el chico portaba una sonrisa en los labios. Ollivander musitó:

-¡Fantástico! Pero curioso, sí... Algo interesante... Esa varita ha sido creada para traer nuevas cosas al mundo mágico, señor Fernández... Quizás nuevos tiempos, tanto buenos como malos... Es poderosa sí, y peligrosa si no se cuida... –Antonio tragó saliva-. Tenga cuidado, es seguro que esperaremos grandes cosas de usted...

Paulo miró la varita, teniendo un muy mal presentimiento ante las palabras del señor Ollivander. Tener cuidado no iba con Antonio. Tuvo que dejar de pensar cuando el fabricante de varitas le tomó la mano, sonriente:

-Ahora busquemos la varita adecuada para nuestro ambidiestro

El mayor asintió, impaciente y continuó probando varitas, amontonándolas sobre el mostrador mientras Antonio lo animaba a cada intento. Paulo se mordió el labio inferior, empezando a pensar que saldría de allí sin varita a pesar de la alegría de Ollivander a cada fallo.

-Adoro los clientes difíciles –murmuró el anciano cuando volvió a tener una iluminación-. Señor Paulo Fernández Carriedo... ¿castillo, mar o bosque...?

-¿Qué..?

-¿Qué elige?

En ese instante entró en la tienda una quinta persona. Alto, cabello castaño lleno de rizos revoltosos y ojos color ámbar derretido. Saludó educadamente a la familia y entró tras el mostrador. Antes de marcharse, el anciano le pidió una cosa:

-Alessandro (*), trae la última remesa... Creo que ya sé qué varita será la ideal –el joven asintió, entrando en el fondo de la tienda-. ¿Y bien, Paulo?

-M-mar, creo... Siempre me he sentido cómodo en un barco

El señor Ollivanders sonrió, satisfecho con la respuesta y, tras un par de preguntas más, Alessandro trajo consigo tres estuches que entregó al anciano, volviendo a retirarse. Sin dudarlo, le entregó una de ellas, la cual rodó casi por instinto, a las manos del joven.

-Cornejo con centro de dragón. Treintiún centímetros y tres cuartos... Sorprendentemente susurrante. Pruébala.

Obedeció, oyéndose una pequeña explosión en la tienda. Paulo levantó la varita, sorprendido, y de la punta de ésta comenzaron a salir hileras de confeti multicolor que provocaron una carcajada en el dueño, además de las risas de Antonio. Símiles volvió a sonreír, recogiendo alguno de los confeti, riendo con entusiasmo. Ollivander parecía encantado.

-Una varita con carácter y ansia por la aventura. Ante todo amante de las bromas... Con ese centro conseguirás hechizo poderosos, además de coloridos... Trabaja duro para controlarla –le despeinó e hizo desaparecer con su propia varita los restos de confeti del suelo.

-Seguro que haremos grandes cosas, Pau –sonrió Antonio, abrazándolo con fuerza. Su hermano correspondió, pasándole la mano por el pelo.

-Será el mejor año de nuestra vida


(*) Ne... sé que he puesto cosas raras... sobre todo en los apellidos, pero ha sido ante necesidad de que sean familia. Cuando aparezcan Bielorrusia, Rusia y Ucrania, también notaréis que tienen los mismos apellidos a pesar que sus nombres auténticos son distintos xDDD
Eso pasa también con los Fernández... Paulo en realidad está basado en el personaje de una amiga y sería "Da Silva" no Fernández... bueno, eso aviso

(*) Bien, tema importante... el de las edades... Antes de que me digáis: ey, este debería ser más pequeño que España o algo así... avisaré que MUY POCOS personajes cumplirán el tema de las edades... por el simple motivo de que Paulo y Antonio son uno de los países más viejos, si ellos están en primero... me quedo sin los otros países en cursos superiores xDDDDDD

(*) Alessandro Vargas es un OC mío del Imperio Bizantino que trabaja para Ollivander durante las vacaciones... ya veréis mejor como es...~ xD