Capítulo 1

No soy capaz

Cuando crucé la verja del instituto fue cuando me di cuenta de que realmente estaba pasando. De que después de tres semanas, estaba volviendo de nuevo. Una sensación se apoderó de mi pecho abriendo un agujero negro en él. Mis pulmones se cerraron al mirar la fachada y a la gente ir y venir a mi alrededor. Todo era extraño ahora. Parecía que no había pasado el tiempo para nadie, seguía exactamente igual. Sus risas, los grupitos de amigos que se esparcían de forma irregular por el aparcamiento, el fuerte murmullo de todas aquellas voces mezclándose con el viento, los motores de los coches de los profesores... Por un segundo me planteé dar media vuelta y volver a enterrarme en mi cama, pero la eché de una patada de mi cabeza. ¿De qué serviría? Si no era hoy, sería mañana, o si no, dentro de una semana. Alargarlo sólo lo haría más duro. Así que tensé mis músculos, respiré hondo, y me dirigí lo más rápido posible a la puerta principal. Pero algo me agarró del brazo cuando estrujaba el pomo...

-¡Cash! -Y en un momento, mi corazón se paró.

-¡Gustav! -Le tenía cara a cara, a mi más preciado amigo. En realidad, mi único amigo. Hace unos años no nos separábamos, pero en los últimos meses, las cosas habían cambiado. Él hizo amistad con Georg, un chico con aspecto duro que nos sacaba un curso, y se pasaban el día tocando en la casa de Gustav. Y yo... Bueno, yo estaba demasiado ocupada teniendo una crisis mental y manteniéndola en secreto. No le culpo, para nada. Me alegro de que encontrara a Georg, es un buen tío y se entienden, como yo solía hacer con él. Había dedicado tanto tiempo a caer en un abismo de tristeza, que ni siquiera había reparado en que, a mi vuelta, tendría que enfrentarme a él. Me dolía. Me dolía más que nada. Me sentía una hipócrita. Les había mentido a todos. Pero eso me daba igual. Le había mentido a él, a Gus, y eso me mataba. Cuando me atreví a mirarle a los ojos, vi en ellos un brillo especial y más abajo, una amplia sonrisa. Y eso fue un puñal en el centro de mi estómago. Me recordaba lo poco que él sabía de mis últimos meses, de mi destrucción. Por otra parte, me alegré de que estuviese bien. De que mi amigo estuviese bien.

-¿Progresas con la banda? -dije rápidamente cuando vi que su boca amenazaba con soltar un "¿Qué tal estás?". Le gustó que me interesara por eso.

-Oh ¡genial! Ya no tenemos que usar esos emuladores de guitarras que descargaste en mi ordenador. Hace dos semanas dos chicos se mudaron aquí y Georg se acercó a ellos nada más verles. Y no sé cómo, pero ya tenemos guitarrista y cantante.

-¡Eso es increíble! -Gus ya tenía banda, lo que siempre había querido. Yo también solía desearlo. Solía...

-Ya te digo. -Ajustó las asas de su mochila con las manos.

-¿Entras? -Los dos subimos las escaleras en silencio. Un silencio nada incómodo. No podía darse algo así entre Gustav y yo. Ambos no éramos grandes habladores, y algo de lo que los dos disfrutábamos no podía hacernos daño.

Caminé a mi clase y entré con la cabeza gacha, sin enfrentarme a las miradas de todos. Pero algo me sorprendió. No oía el gran murmullo al que me tenían acostumbrada. Cuando alcé la vista, nadie estaba allí. Era raro, apenas quedaban dos minutos para que la clase comenzase y nadie se había dignado a aparecer. Mi cuerpo se relajó y caminé hasta mi pupitre, lo más alejado de la pizarra posible. Me pregunté qué haríamos la profesora Marich y yo solas en la clase. En el caso de que ella viniese, claro. La idea de pasarme una clase entera sin nadie a mi alrededor me agradaba. Era mi primer día desde aquello, sería como una especie de margen. Un bocanada de aire para enfrentarme al resto del día, al resto del mes, al resto de mi vida... Mis cascos ya se encontraban en mis orejas cuando pulsé el play de mi iPod. Puse mi mochila en la mesa y la abracé fuertemente, apoyando en ella mi cabeza, enterrando mis pensamientos en fuertes notas y voces sentidas que cantaban sobre dolor y lágrimas.