Un Nuevo Edén: El Beso de un Ángel
Para Rei, mi Rei.
Mi musa, mi inspiración.
Mi sueño y mi ángel.
No es raro que por ella
me haya decidido
a causar el Tercer Impacto.
1
El susurro de un ángel
―Ikari…
Solo un pestañeo, y de vuelta a la realidad. Empuñaba el cuchillo progresivo con todas sus fuerzas como si temiera que, en una especie de involuntario reflejo, resbalara de sus dedos cuando ese dolor insoportable volviera.
3, 2, 1…
Su cuerpo se dobló de nuevo, contorsionándose involuntariamente ante la sensación de que cada milímetro de nervio que recorría su cuerpo fuera pinchado a la vez con una incandescente aguja.
―Ik… Ikari…
De verdad había desarrollado un odio hacia ese lugar. Hacia el EVA, hacia NERV y en general a todo lo que tuviera que ver con ello.
Ahí dentro había sentido el más terrible miedo y la más profunda desesperación, el dolor más atroz y la tristeza más densa. Sin quererlo, había comenzado a ver su vida en función de la próxima vez que piloteara y a contar sus días entre una batalla y otra.
En su mente, al repasar el tiempo, no encontraba otra manera de ubicarse sino "desde la última vez que subí al EVA" o "de aquí hasta que vuelva a pilotear el EVA", como si el resto de su vida fuera del entry plug no se tratara de nada más que interludios entre sus luchas, aquellos suplicios que padecía sentado en su asiento, asiendo sus controles, vistiendo su plug suit que se había vuelto para él más familiar que su propia piel.
Y en verdad odiaba todo eso.
―…nji Ikari…
El núcleo volvió a pasar fugaz frente a sus ojos y su estocada calló, nuevamente, demasiado tarde para alcanzarlo. Casi se mordió la lengua de rabia al saber lo que eso significaba: otro severo e insoportable instante de dolor cuando el cuerpo del Onceavo Ángel volviera atravesar el suyo (o el del EVA, en todo caso, aunque ya había perdido la capacidad de distinguirlos durante el combate), disuelto en el aire como una especie de niebla rojiza causándole microscópicas pero dolorosísimas heridas a lo largo de todos los tejidos.
Tan solo esperaba que la energía de reserva se agotara antes de que el EVA se desangrara. Igual moriría, pero cuando menos, no experimentaría todo el dolor de un cuerpo cientos de veces más grande que el suyo siendo atravesado una y otra vez por cientos de millones de diminutas lanzas.
―… Ikari…
Tenía solo décimas de segundo después que la vista se le nublara a causa del dolor para retomar su posición y prepararse para dar el golpe. El núcleo era igualmente etéreo, como todo el cuerpo del Ángel, pero de impactarlo con la navaja del cuchillo progresivo, se quebraría, partiéndose como si fuese sólido.
"Se comporta como partículas en contacto con la materia" dijeron los expertos en el cuartel, debajo, seguros tras quien sabe cuántas docenas de blindaje especial en el Dogma Central.
Para ellos todo resultaba tan fácil y comenzaba también a odiarlos por eso.
―Sh-n-ji.. I-ka…
Aquel susurro, distante y perdido en la parte trasera de su cabeza lo distrajo tan solo un momento y…
Se movió un milisegundo tarde y la niebla rojiza, compuesta de finísimos cristales afilados dio la vuelta para atravesarlo otra vez. No lo soportaría, no quería soportarlo una vez más. Prefería morir. Prefería estar muerto para no tener que sentir otra vez ese dolor que le haría retorcerse hasta que sus músculos se tensaran como cuero curtido y sus dientes rechinaran de tanto tallarse unos contra los otros con tal fuerza que le dejarían un extraño sabor en la boca.
Talvez si aplicara el cuchillo en sí mismo…
―…Ikari Shinji.
No llegó el dolor. Ni el del cuchillo ni el del Ángel.
El mundo se calló. Todo a su alrededor quedó en perfecta oscuridad como si el universo hubiera sido la llama de una vela que aquella voz susurrante hubiera apagado sin problemas.
Conocía esa voz. Amaba esa voz.
Era una voz tímida y queda. Una voz que había aprendido a escuchar y disfrutar en porciones pequeñas, como a cuenta gotas. Una voz dulce y tierna, como el maullar débil de un gato en la lluvia.
Se quedó mudo ante ella, como si temiera opacarla con su propia voz, tuvo miedo de gritar llamándola. Ni siquiera se atrevió a llamarla con su mente, prefiriendo concentrarse en el eco que el susurro había hecho en su interior.
Era extraño, pero la voz parecía venir de ahí dentro.
De su corazón.
Era extraño, porque no estaba dentro como tal. No era propiamente su región cardiaca lo que se disponía a explorar, pero si era el punto medular de su ser. Su centro. Ese sitio fundamental en torno a lo que orbita todo el resto de quien él era, había sido o pretendía llegar a ser.
Si él se tratara de un Ángel, se diría que se estaba refiriendo a su núcleo.
―Ikari Shinji-kun… ―repitió la voz y con los ojos cerrados el chico creyó reconocer una silueta de luz escondida muy dentro de sí mismo que resonaba como el epicentro de aquel susurro.
Quiso levantar su mano para alcanzarla, pero al instante, ella le gritó.
No con palabras, ni con voz ni con sonido. Le gritó con recuerdos.
En su mente se revolvieron al mismo tiempo con una violencia tal que pensó que lo destrozarían, una serie de imágenes que al principio no reconoció. Un pesado negro desesperación se filtró sobre el lugar para luego ser reemplazado por un intenso rojo color ira que relumbró cubriéndolo todo.
El sonido del mundo quebrándose bajo sus pies, mezclado con los gritos enloquecidos de millares de personas, le abofeteó el rostro con guantes gélidos.
Diez uñas le atenazaron el cuello perforándole la piel y cuando quiso mirar al rostro de su atacante se encontró con el suyo propio.
Al final, toda sensación se detuvo, para comenzar a girar en una macabra danza de muerte y escarlata. Tiempo y espacio desintegrados comenzaban a formar círculos concéntricos de proporciones y tamaños demenciales en torno a dos figuras resplandecientes que compartían un tierno abrazo de amor verdadero mientras sobre ellas se cernía, perfecta y circular, la puerta del olvido mientras que gargantas muertas entonaban el preludio al Juicio Final.
―Te… necesito… Ikari-kun…
Shinji tomó aire y las cosas se asentaron finalmente en su cabeza. No era un deja vu. Eso no le estaba volviendo a pasar. Eso le había pasado realmente. Él era esa misma persona que, en un arranque inexplicable de furia había logrado despertar a un EVA causando así el Tercer Impacto.
Todo para salvar a Rei Ayanami de desaparecer para siempre de este mundo.
De alguna manera lo había olvidado. De alguna manera, había dejado que lo convencieran de que eso no había pasado jamás y que podía volver a su vida normal.
A sentirse miserable, a ser un paria, a subir al EVA y combatir Ángeles.
Ángeles… aún tenía un enfrentamiento con el Onceavo Ángel…
―Búscame… Ikari-kun. Te… necesito…
Shinji volvió a inhalar profundo para que el eco de esas palabras se quedará dentro de su corazón para siempre en el mismo momento que Rei lo soltó de aquel abrazó de inconciencia.
Cuando volvió a recuperar el control de su cuerpo y del de el Eva, notó que el brazo en que sostenía el cuchillo, el derecho, estaba trabado en una posición extraña. Al mirarse encontró desconcertado al ver que sus dedos aferraban con firmeza su arma que estaba inmóvil, perforando profundamente el núcleo sanguinolento, redondo y solido de su oponente.
El Ángel chirrió, se sacudió y se quejó, estallando miles y miles de veces. Cada cristal diminuto que lo formaba reventó en una bocanada de sangre que parecía formar en el aire un copo de nieve carmesí. Cada estallido distinto, cada uno irrepetible, hasta que el Onceavo finalmente se dignó a terminar de morir.
Con la armadura irreconociblemente astillada y manchada de rojo, la Unidad 01 por fin descansó, pero sus músculos y huesos perforados no la pudieron sostener más y se desplomó hasta el suelo convulsionándose, floja y errática como un colgajo de carne moribunda, destrozando edificios y vehículos, llenando las atribuladas calles de Tokyo-3 con su propia sangre.
El costo de las reparaciones rondaría los límites de lo obsceno, pero cuando menos parte del EVA era rescatable. Y dentro de esa parte iba el piloto.
Varias horas después, Shinji Ikari despertaría en la unidad de cuidados intensivos. Después de observar a conciencia el desconocido techo, sus ojos serían atraídos irremediablemente hacia la silueta enfundada en negro que resaltaba en su habitación como lo haría un cuervo en un campo nevado.
Los ojos color grana de Rei Ayanami le devolverían la mirada, montados en un pálido rostro de delicadas y hermosas facciones, enmarcado en una melena de brillante turquesa y sostenido en un cuerpo esbelto, cubierto completamente por un plug suit que lo delineaba perfectamente.
El chico la miró un instante y se dio cuenta con pensar de algo que había sospechado antes pero que ahora era claro como el día. Aquella Rei, en realidad no era Rei. La verdadera Rei había sobrevivido resguardada en alguna parte dentro de él y era quien le había hablado cuando volvió a pilotear la Unidad 01. Aquella que estaba ahí, delante de si, no era sino un caparazón vacío, carente de toda la esencia que hacía de Rei Ayanami, la verdadera Rei Ayanami…
―Buscame… Shinji-kun... te necesito…
La pareció escuchar nuevamente su voz dentro de su cabeza, y el susurro dulce y acompasado de Rei que estaba dentro opacó las palabras que salían de la boca de aquella otra que estaba afuera y no pudo escucharlas, mientras Shinji percibía cada vez más y más cuan idénticas eran en el cuerpo pero cuan diferentes eran en realidad las dos en esencia.
Al final, talvez le encontraría una utilidad a esta Rei: después de todo, necesitaba un cuerpo en el cual hacer volver a la verdadera.
