Hola, buenas horas, ésta es una pequeña historia presentada en la Guerra Florida 2015. Fue escrita como regalo de cumpleaños para dos brujitas del Aquelarre Andrew en el cual participo. Agradezco también por las amistades hechas y el entretenimiento obtenido.

En fin.. hoy en éste día tan especial de nuestra Protagonista, y por quien hemos llegado a conocer a nuestros amados Andrew es que traigo la historia nominada "Candyman" basada en la canción de Christina Aguilera. Consta de dos capítulos.
Espero lo disfrutéis y me envíen sus comentarios, críticas y tomatazos sobre ello. Muchísimas gracias a cada una. ¡Gracias!

DEDICATORIA.- Gracias Lilián JC por darme tu amistad, tu apoyo , el entusiasmo que mostraste en cada uno de mis aportes. Por ayudar a inspirarme con tus ocurrencias y actividades visuales tan preciosos. ¡Eres genial cariño!


CANDYMAN

Disclaimer: Los personajes de Candy Candy pertenecen a la novelista Kyoko Mizuki, la mangaka Yumiko Igarashi y/o Toei Animación.

Esta historia es de mi autoría, producto de mi imaginación. El uso de los personajes y sus nombres pueden contener variaciones en sus caracteres y/o similitudes. Así como también partes del manga han sido tomadas para fines de la historia que ha sido escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.


OOOO

Le había conocido trece años atrás en pleno verano, cuando por accidente resbalé en una cascada y estuve a punto de perder el conocimiento.

Él había aparecido frente a mí, con determinación y destreza alcanzando a levantarme a escasos centímetros de la roca.

Recuerdo claramente como desde entonces había quedado prendada por semejante perfección, aun asustada, no había podido evitar oler su esencia tan varonil que despertó en mi sensaciones nunca antes conocidas.

Ruborizada le había agradecido que me salvase y lo que me mató fue que añadido a esos preciosos ojos azules que tenía, tuviese una sonrisa y una voz que quitaba

el aliento:

- No tienes nada que agradecerme, preciosa.- me dijo tiernamente.-Por cierto, mi nombre es Albert y ¿el tuyo cuál es?...

« ¡No era justo! ¡Tanta perfección!»

Sin embargo congeniamos rápidamente reconociendo lo mucho que amábamos la naturaleza y ser libres; con el transcurrir de los días en la isla donde vivíamos, pasábamos mucho el tiempo en la cima de los árboles como:

« Tarzán y Jane balanceándose en una enredadera»

Está demás decir que, la timidez me hizo llegar solo a la fase de mejor amiga, aunque por dentro me derretía y babeaba por él. (Compréndanme por favor, tenía 12 años y no era tan avezada.)

Teníamos una broma privada entre nosotros, él me llamaba Candy Caramelo y yo a él, Candyman.

Nunca le expliqué claramente, por qué lo nominaba de esa manera, pero él tampoco me pidió más explicaciones, aunque internamente me moría por decirle que:

Le decía así porque era: Dulce, como un hombre de caramelo con un habla muy suave y cubierto de azúcar.

Dicen que de lo bueno poco, y fue así como mi genial, guapo y adonis amigo, regresó ese verano a su hogar, dejándome triste pero con la esperanza de su retorno.

- Volveré cada verano, Candy Caramelo.- me dijo con los ojos brillantes.- Y cuando ingrese a la universidad, te llamaré todos los fines de semana.-prometió.

¡Y vaya que sí lo cumplió!


OOO

Llegado el momento de ir a la Universidad, me apliqué para licenciarme como médico en la universidad de Yale.

Una de las cosas que me animó ir hacia allá fue porque me sentía atraída hacia los métodos y el desarrollo de nuevas tecnologías para el diagnóstico, tratamiento y prevención de las enfermedades humanas.

Bueno… eso es lo que le dije a mi madre, cuando pegó el grito al cielo diciéndome que era una locura ir desde Escocia cruzando todo el continente hasta Connecticut, donde se encontraba la universidad. Rogué tanto a mis padres para que me permitiesen ir, que a regañadientes, me lo consintieron con la consigna de que debía mantener excelentes calificaciones.

¡Yupi! ¡Lo más difícil, estaba logrado!

Y lo cierto era, que Albert se encontraba allá. Sabía que aún le faltaban dos años para que terminase su carrera y yo estaba más que dispuesta a no desperdiciar el tiempo.

« ¿Habrías hecho lo mismo que yo, verdad?»

No quedé decepcionada, cuando le comenté a él que ya tenía mi ingreso asegurado para Yale.

-¡La vamos a pasar genial, preciosa!- me dijo con esa voz que hacía que mis sentidos pidieran mucho más que un abrazo.

Así que con toda la felicidad que cabía en mi pecho y con muchos sueños por cumplir, me dirigí hacia la mayor aventura de mi vida hacia al otro lado del mundo.


OOO

Todo era perfecto en Yale, mis estudios, los docentes, mis amigos y sobre todo él.

El momento cúspide del día era cuando Albert y yo sacábamos un espacio dentro de nuestra apretada agenda académica para poder estar juntos. Tal vez fue por ello que todos en el campus asumían que éramos novios.

La primera vez que oí eso en presencia de él, casi me atraganto y pensé que mis sentimientos estaban al descubierto, no obstante como siempre, Albert sabía que decir:

-Sí, estamos juntos. Es la novia más hermosa que he tenido nunca. ¿A que es un encanto?-les comentaba abrazándome por la cintura mientras besaba mi frente.

Cuando el grupo de chismosos había desparecido, le reclamaba haciéndome la ofendida.

-¡Albert! ¡Sabes que eso no es cierto!- le decía roja de vergüenza, y no de molestia.

La mirada de él se ensombrecía ligeramente y me decía después con una sonrisa.

-Está bien, Candy. Pero si lo negaba, nos iban a seguir molestando. Tranquila, será nuestro secreto.- me calmaba con un guiño.

« ¿Qué tonta fui, verdad? Sí ya sé… Debí haber aprovechado ese chance ¡ni me lo repitan! »

Diez meses habían pasado desde que comencé mis estudios. Había acordado reunirme con Albert para salir juntos a la playa ese domingo, y disfrutar que el verano estaba llegando con fuerza.

« ¡Oh! Cuánto me relajaba el sonido de las olas del mar mientras caminábamos juntos por la orilla.»

Les daría los detalles de esa tarde gloriosa, pero hay algo mucho más personal que deseo compartirles.

El asunto es, que usualmente cuando la ocasión lo ameritaba, ambos regresábamos cantando canciones al azar que ponían en la radio, y ésta era una de ellas. Cuando de pronto, no supimos cómo, un auto deportivo apareció de la nada colisionando el nuestro, por el lado de Albert.

Él viró el timón tratando de esquivar el impacto, sin embargo fue demasiado tarde. Recuerdo que grité desesperada su nombre mientras agarraba su mano a la vez me sumía en una inmensa oscuridad.

Desperté lo que a mí me parecieron siglos,agitada sobre una camilla blanca y con mangueras en mis brazos que estaban conectados a un monitor al lado izquierdo. La enfermera de turno me tranquilizó diciendo que solo estaría en observación unos días y luego regresaría a casa.

-¿Dón…de está Albert, enfermera?- pregunté alarmada.- ¿Cómo está él? ¿Qué le ha pasado?

La enfermera, me dirigió una amable sonrisa y me dijo:

-Necesita descansar señorita. Ha sido una suerte que su hermano la haya cubierto con su cuerpo, protegiéndola del impacto.

Me quedé boquiabierta ante esas palabras.

« ¿Había dicho "hermano"? o lo que era mas asombroso todavía... ¿Albert se había sacrificado por mí?»

Fruncí el ceño y negué con la cabeza.

-Está equivocada, Albert no es…

Pero ya no pude completar frase alguna porque me desvanecí nuevamente a la vez que notaba que la asistente, inyectaba un líquido a mi suero.

A la mañana siguiente, después de haber dormido como un tronco, estiré un poco mis brazos y me encontré con la mirada inquisitiva del galeno a cargo de mi historia clínica.

-Si va a levantarse, hágalo con calma.-me recomendó.- Necesito evaluarla despierta.

Asentí con la cabeza y en silencio seguí con las instrucciones médicas.

Después de que me hubiesen auscultado, pedí que me llevasen a la habitación de Albert.

Él, aún no había despertado y se encontraba acompañado de su madre quien sollozaba discretamente al lado de mi amado ángel.

Me acerqué lentamente, y al verme allí la señora Ardlay, se aferró a mí con fuerza.

-Qué bueno que los dos estáis vivos, hija.- me sonrió amablemente entre lágrimas.- Pero me preocupa que él no haya despertado aún.

Era lamentable, conocer a la familia de Albert en esas fachas y circunstancias después de todos estos años, pero no quedaba de otra. Mi prioridad era Albert.

Apreté lentamente la mano de él y le acaricié suavemente su mejilla. En mi interior rogaba con todas mis fuerzas al cielo que Albert no fuese arrebatado de su familia ni de mi lado.

No puedo negar que me encontraba cansada aún y ya que su madre estaba con él, creí conveniente regresar a mi habitación, para luego regresar más tarde.

-¿Dónde estoy?-escuché una voz a mis espaldas haciendo que girarse a mirarlo sorprendida.

Albert, se mostraba confundido y miraba la habitación con recelo. Miró a su madre y no le dijo nada. En cambio cuando me miró, su mirada se volvió cálida.

-¿Candy?

-Aquí estoy Albert.- respondí aliviada de poder estar en sus pensamientos.

-Hijo… ¡oh, cielos! Me has tenido preocupada todas estas horas.- comenzó a decir la Sra. Ardlay a la vez que él negaba con la cabeza extrañado y mirándola como si le hubiese salido dos cabezas.

-No… sé quién es usted señora… Nunca la he visto en mi vida.


OOO

Después que la familia de Albert se recuperase del impacto que él tuviese pérdida de memoria parcial, y yo fuese dada de alta, convenimos que me haría cargo de su cuidado.

Al principio no se mostraron muy seguros, pero dado que Albert no permitía que nadie más le cuidase, accedieron no sin antes decirme:

-No queremos que te veas perjudicada en tus estudios, Candy.

A lo cual respondí sin titubear:

-Puesto que él me salvó la vida primero, es justo que yo esté a su lado cuando más me necesita.

Fue entonces que su hermana Rosemary, me abrazó fuerte y me dijo al oído:

-Nunca olvidaré esto que haces por mi hermano, Candy.

-No me agradezcas, Ros. Yo quiero mucho a tu hermano, es mi mejor amigo.- le contesté sinceramente y muy sonrosada.

-Sí, por supuesto.- me contestó ella con una mirada suspicaz.

Yo me quise dar un zape internamente. Había reconocido mis sentimientos por Albert, nada menos que ante ¡su hermana!


OOO

Pasamos la estancia juntos en el hospital y luego, me mudé con a él a su departamento ubicado en el último piso del edificio "Magnolia".

No me arrepiento de haberlo cuidado. Debo decir que los primeros días no nos fue fácil, ya que su irritación por no recordar las cosas, lo frustraba.

Pasaron los meses y Albert estaba muy recuperado, para nosotros era tan natural ir de la mano por la calle, redescubriendo lugares y pasando el tiempo juntos encerrados en nuestra burbuja, riéndonos cuando todos estaban serios, siempre yendo contra la corriente.

Poco a poco, ambos retomamos con fuerza nuestros estudios y Albert llegó a graduarse en Ciencias Médicas.

Una semana después desperté sola en el Magnolia, con una carta en mi velador:

"Candy caramelo:
Gracias a ti, he recuperado la memoria. Ha llegado el momento de seguir mi camino. No obstante, no he tenido el valor de decírtelo. Pero debo partir.
Ciertamente, nos veremos algún día. Sé feliz preciosa.
Con amor,
Albert"

Decir que me quedé destrozada y muerta en vida, es insuficiente; sin embargo al poco tiempo recibí llamadas de él y mensajes diciéndome que estaba bien y que sentía haberse ido de esa manera, pero los negocios de su padre, lo iban a tener ocupado, así que era inevitable no ir con él.

Nunca le he reprochado su partida y él no ha dicho nada más al respecto. Sin embargo, algo se quebró entre nosotros; lo sentí, ya no conversábamos con la frecuencia de antes.

El tiempo ha curado el dolor de su ausencia y me he prometido ser fuerte.

Después de mi graduación, tuve la esperanza de que él apareciera, pero lo único que recibí, fue una caja de regalo con un hermoso abrigo de primavera y una nota desde Rockstown, donde decía que me deseaba lo mejor. Convencida de que no le podía esperar más, regresé a California y comencé con mi especialidad como cirujano cardiovascular.

Trabajo a tiempo completo en el California Hospital Medical Center (*) y hoy tuve que arreglarme con un vestido que me está apretando las caderas. Tenemos un almuerzo institucional en el Spider Club On Hollywood & Vine, donde nos comunicaron que el accionista mayoritario se haría presente.

¿Y por qué os cuento todo esto?

Por qué después de todos estos años de añorarlo y extrañarlo como loca, no pensé que lo vería, hasta hoy.

¡Sí! ¡Lo he visto!

Tan gallardo como nunca con su metro noventa y dos, con un traje de color negro y corbata celeste, su cabello aún lo mantiene un poco largo y sus ojos… ¡oh, esos ojos!

Bebí champagne y deambulé por el lugar acompañada de mi amiga Lilián, quien obviamente sabía toda la historia acerca de mi amor por él.

Anthony, uno de los médicos que me pretendían, me sacó a bailar y yo disfruté de la música en lo que duró el bailoteo hasta que, nuestras miradas se encontraron, la mía de sorpresa y la de Albert tan, tan… tan ¿fría?

Desvié la mirada y me fijé en su acompañante, una pelirroja alta como él que me miró de abajo hacia arriba sonriendo con autosuficiencia y yo me sentí una mierda.

Mis piernas se aflojaron, temiendo hacer el ridículo giré sin decir palabra, abandoné a mi pareja en la pista de baile y me escapé de allí.

Estoy en estos momentos, vestida con un vestido blanco yendo hacia el tocador agitada y temblorosa sintiendo que las fuerzas me abandonan.

« ¿Por qué?.- Me dije a mí misma.- ¿Por qué me lo tenía que hallar de esa manera?»

-Híjole, Candy. Acabo de ver tu encuentro con el macizo rubio.- escuché una voz tras mío.- ¡Que guapo es!

Volteé al escuchar la voz de mi amiga y colega.

-Lilián, basta. No es el mejor momento ahora, de verdad.- le respondí.

-Es él ¿verdad amiga?

Afirmé con la cabeza y le miré suplicante.

-Sí, es él, pero al parecer ya tiene novia.

-¿ÉL te lo ha confirmado?

-No, pero…

- ¡Candy!

-Sí, lo sé, lo sé Lilián, soy una cobarde.- le dije apenada.- Es que no soportaría que me lo dijese de frente. Después de todos estos años, jamás se me cruzó por mi mente que conocería a alguien más.

- ¡Y quien en su sano juicio, no caería con un hombre así, Candy!-espetó mi amiga impaciente.- No puedo creer que no haya pasado nada entre ustedes, durante todo ese tiempo que vivieron juntos en el Magnolia.

-Pues, fue así.- me defendí débilmente.- Él siempre fue un caballero o, simplemente yo no le gustaba como mujer.

- Tienes razón amiguita.- me dijo Lilián.-. Si apenas lo he visto y se me ha medido fundido las neuronas, es justo que no hayas podido hablar con él. Ese machote, tiene mucha ropa ¡mucha ropa!

-Lo sé.-le concedí desanimada.- Soy una idiota.

- ¡Y virgen!

-¡Lilián! No me ayudes...

- Candy, vamos amiga anímate, sé que no imaginabas un encuentro así, pero ya ni llorar es bueno.- me confortó.- Memoriza bien su rostro y hazlo perfecto en tus fantasías. Y ya acepta de una buena vez la proposición de Anthony. Él pobre está loco por ti.

- ¡No podría hacer eso, Lilián!- le dije sorprendida- A veces pienso que no me conoces.

- Por supuesto, tienes razón.- aceptó ella.- No reconozco a mi amiga valiente, que no se doblega ante nada. ¿De dónde salió esa cobardía tuya? El mundo no se va acabar por un hombre, por más guapo e irresistible que sea.

Retocándome el maquillaje suspiré cansinamente. Mi amiga tenía razón. Fue entonces que ella me agarró por los hombros.

- Es hora que enfrentemos la situación, amiga. Volvamos a la terraza y pase lo que pase, estaré a tu lado; si gustas después no emborracharemos con vino y champagne.

Había conocido a Lilián, por casualidad hacía algunos años, pero a pesar de ello, nuestra amistad se hizo fuerte, era mi dosis de realidad cuando las cosas no las veía con claridad.

-Estás en lo cierto, yo Candy White, no puedo acobardarme. Veamos que sale de todo esto, Lilián.- musité abrazándola cariñosamente para luego decirle.- Hay días que me vuelves medio loca, pero juro que sin ti, mi vida y mis días en el hospital serían parcos y aburridos.

-Lo sé, cariño. Lo sé. – Me dijo con una gran sonrisa.

- ¿Vamos?

- Por supuesto, Candy. Aunque creo que lo mejor sería que gritaras a los cuatro vientos que amas hasta los huesos a tu rubio Albert.- me dijo sonriendo mientras salíamos del tocador.- Y que mueres por besarlo, abrazarlo, tocarle el cabello y …

Lilián y yo nos quedamos paradas en la puerta de los servicios atónitas.

Albert se encontraba allí, solo. ¿Escuchando la conversación?

¡Ay, madre santa!

-Bu..bu..eno… -me dijo Lilián con un guiño.- Me he olvidado algo, por aquí….

-¡Lilián!-le llamé suplicándole con la mirada que no me dejase sola, pero no me hizo caso.

Está mas que decir que me encontraba ruborizada y no me atrevía a mirarlo.

-Candy.- me dijo con esa voz que siempre me alteraba los latidos de mi corazón.

- Albert, yo… ¿estabas escuchando?

- No pude evitarlo, preciosa.- me dijo él.- Vine a verte ni bien saliste disparada de la terraza.

Me cubrí el rostro y lo único que dije fue:

-¡Oh, dios mío!

-Candy…

Y sin embargo, la vergüenza fue más fuerte que yo, no me quedé a escucharlo y me eché en carrera con lágrimas en los ojos, mientras buscaba a tientas la llave de mi auto para salir de ahí.

Conduje como loca hacia mi casa, con miles de pensamientos y sintiéndome miserable.

Albert ahora sabía de mis sentimientos y yo no soportaría que me mirase con lástima.

Estacioné el auto, ingresé a mi casa, tomé una copa, una botella de vino y me dirigí a la parte posterior, mientras dejaba los tacones sueltos por el pasto.

Mirando la puesta del sol, arrastré las piernas al pecho y apoyé la barbilla sobre las rodillas, limpiándome el último ataque de llanto.

El entorno era calmante pero no serenaba el remolino de sensaciones que había en mí.

A mis pies, vibraba mi móvil. Una vez más. Tenía ocho mensajes de voz: cuatro de Lilián y cuatro de Albert.

Quise esconderme en casa ya que no tenía la menor idea de qué hacer.

El ruido de unos pasos detrás de mí me alertó. Reconocí su esencia sin que llegase a mi lado aún.

«Albert. »

-¿Qué haces aquí?-espeté llorosa.- ¿Cómo sabes dónde vivo?

Sin decir una palabra se sentó junto a mí, hombro con hombro, tocando sin agobiar. Albert siempre sabía cuándo yo necesitaba espacio y cuándo necesitaba enfrentar el mundo… incluso cuando no lo sabía.

—Siempre he sabido, dónde vivías, Candy. Nunca he quitado mi vista sobre ti.

Me abracé mis rodillas con más fuerza.

—Yo, no lo sabía.

— Me has tenido preocupado, no debiste salir del almuerzo de esa manera.

El miedo me golpeó el pecho y cerré los ojos con fuerza. No podía mirarlo.

« ¡Oh, cielos! ¿Ahora que sabía de mis sentimientos? ¿Qué pensaría?»

- Escuchaste todo.

Junto a mí, lo sentí encogerse de hombros.

—Preferiría oírlo de ti, a solas.

Albert era mi mejor amigo. Siempre había confiado en él. Aún si no me amaba, se preocupaba por mí como un amigo. Estaría muy dolido si lo aislaba.

Albert suspiró cogiendo un poco la hierba a nuestros pies y me miró dulcemente al ver que yo no decía nada.

—Seré honesto, Candy. No estuvo bien que escuchara la conversación que tenías con tu amiga en privado. Pero luego escuché que un tal Anthony te pretende. ¿Es ese médico que bailó contigo? Si yo fuera un hombre mejor, entonces podría observar si él te hace feliz, darle la mano y sonreír. Pero te amo más de la cuenta para ver el anillo de otro hombre en tu dedo y no estar terriblemente celoso.

— ¿Tú me amas? ¿Más que a un amigo? —le pregunté conmocionada al oír esas palabras.

Con un dedo suave debajo de mi barbilla, él me instó a mirarlo. Sus ojos tan azules rodeados por esa espesa franja de pestañas oscuras me taladraban con sinceridad y franqueza. Con devoción.

—He sabido durante trece años que eras la chica para mí. Supongo que mantuve la esperanza de que tú lo comprendieras también.

«¿Trece años?»

— ¡Pero yo tenía doce!

—Sí. Fue cuando te conocí en mis vacaciones de verano, y evité que te golpearas en la cascada.

—No dijiste nada.

—En ese momento, no podía decirte que yo era para ti… tenías que averiguarlo por tu cuenta.

-Albert, pero y en el Magnolia… ¡Te fuiste! ¡Te marchaste sin decirme nada!- Le reclamé aun adolorida por ese recuerdo y me incorporé de un salto, corriendo hacia el interior de mi casa.

En instantes, Albert estaba detrás de mí.

— ¡Candy!

Lágrimas calientes bajaban por mi rostro mientras corría de prisa hacia la casa. Maldita sea, yo nunca lloraba… excepto esa vez que él me había deja sola en el departamento años atrás. Y estaba tan cansada de eso.

Corrí hacia mi habitación antes que el ahogo y las lágrimas me alcanzaran. Y cuando abrí de par en par la puerta de mi dormitorio, Albert estaba sobre mí, cubriéndome con su cuerpo, presionándome contra la columnilla de la puerta. No tenía donde mirar, excepto dentro de sus ojos azules y ardientes.

— ¿Me amas? — me preguntó con voz ronca.

No tenía palabras para decirle lo mucho que lo amaba. Así que me limité a asentir temblorosa.

Albert agarró mis hombros y me acercó más. Su tamaño me impactó como nunca antes. Siempre había sido un chico alto, gastándome bromas por mi baja estatura y diciéndome pequeña, pero ¡vaya que se había convertido en un hombre grande! metro noventa y dos, tan sólido y duro como la roca.

—No sé lo que tenga que hacer por ti Candy para que me creas, pequeña.- me dijo con esa voz tan suave.- Pero lucharé por ti. Lo que sea para hacerte mía...

CONTINUARÁ...


Gracias por leer hermosas. Ésta es una historia ya lista, así que no demoraré en traer la segunda parte que es el final. Sólo os adelanto que necesitaréis mucha agua helada ja, ja, ja. Besos y que tengas un lindo Albertdía.


Un abrazo en la distancia,

Lizvet