Un estridente alarido sonó por todo el valle. El muchacho abrió los ojos, y sin dilaciones que le distrajes, por lo tanto, a su alrededor. Acompañado de lo que se convirtió en un bostezo interminable, se trata de dormir y estiró los brazos y las piernas. Se despertó como cualquier otra mañana, con la única diferencia, de que no hay que grabar los demás días.

Una mansión gigantesca, un jardín decorado con todo tipo de plantas y lo que parece ser un gigantesco laberinto. Una figura salió del lugar, corriendo. Perseguía a algo, aunque el confundido muchacho no distingue el qué. Frotó sus ojos con su brazo, y así se volvió a tener una visión del paisaje, se sobresaltó.

De unos charcos de oscuridad salieron pequeños monstruos. Eran criaturas de un penetrante color oscuro, con unos grandes ojos amarillos. De sus cabezas sobresalían unas pequeñas antenas. En cuantos los monstruos tienen fuera de su charco y visibles, se abalanzaron lo hizo.

—¡Sincorazon! Espera… ¿qué? ¿Cómo era posible que se conociera el nombre de aquellos seres imposibles?

Echó a correr, con la esperanza de alcanzar a la joven que corría a la par de él. Intentó alcanzarla, pero sin ninguna suerte, la verdad de la vista. Lo que no le quitará el ojo de la vida fueron aquellos monstruosos seres.

Siguió las huellas de la chica, hasta llegar a una enorme madriguera. No importa tener, al mismo tiempo, se agachó y metió la cabeza dentro del agujero. Antes de que pudiese decir nada, los mensajes de texto y el joven cayó. Un grito de terror le acompañó. A la vez que se pudo, se pudo ver como se mantenían en el aire, como si la gravedad les permitiese flotar.

Estanterías llenas de libros, camas, juguetes e incluso mesas con té, servicio y listas para ser tomados. Pero el joven no tiene ningún fin en aquel lugar. Chocó contra un ventanal, y rebotó contra una puerta que sobresale en las paredes de las madrigueras. Se agarró a la manivela, quedando atascado en el aire. Su mano se resbaló, y volvió a caer. Pero algo le sujetó.

—¿Estás bien, sí? —Preguntó una voz en la oscura madriguera.

El joven, aterrorizado, presenció a un gato con unas grandes alas blancas. Le sujetaba con fuerza, mientras descendía lentamente.

—No, no lo estoy —respondió el chico.

—Tenemos que darnos prisa en llegar a algún lugar. Este lugar, mar lo que mar, absorber mi magia y no podré seguir volando… oh, no… hablé justo a tiempo adecuado el gato.

Las alas del animal desaparecieron misteriosamente y los dos cayeron al vacío. Fundieron sus voces en un interminable grito hasta que sus cuerpos se estamparon contra el suelo. Fue un milagro no haber recibido ningún daño, pero la confusión arropaba al joven, que con la fuerte caída logró recordar su nombre.

Se levantó del suelo, y sonrió enormemente.

—¡Me llamo Zaid! —dijo acercándose al gato, que con esfuerzo también se alzó.

—Encantado, Zaid. Yo me llamo Happy —dijo con una irónica sonrisa.

Se encontraban en una sala rodeada de puertas cerradas, donde únicamente había una mesa con un pastel donde ponían «cómeme». El chico los olisqueó, y ojeó la única puerta abierta. Era diminuta comparada con las demás, solo un ser de insignificante tamaño, como un roedor, podría pasar a través de ella.

—¿Un pastel? Espero que sepa a pescado. Aye.

—Solo hay uno. Vamos a compartirlo.

—¡Espera, espera! No sabemos donde estamos, y ese pastel, sea lo que sea, puede estar envenado… Es decir, puede ser una trampa.

—Happy, ¿te acabas de inventar una conspiración?

—Sí, pero era una pequeña broma —dijo tras una risa —. Vamos a comerlo.

Happy cogió el dulce con sus pequeñas y peludas manos y le dio un bocado. Antes de que pudiese decir nada, encogió hasta el tamaño de un ser diminuto. Zaid retrocedió, y no tardó en entender que aquella habitación solo era un simple puzle. Con temor en sus actos, el chico también se atrevió a darle otro bocado al dulce.

El joven encogió, junto a sus ropajes. Se relamió los labios, y se dirigió hacía la puerta junto a su nuevo compañero.

—Estamos juntos en esto, ¿no?

—¡Aye!

Salieron por la pequeña puerta encontrándose con un lugar de lo más peculiar. Árboles de todas las formas y flores de todos los tipos y colores. A demás de un sitio curioso, también estaba dotado de una firme belleza especial.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Zaid, asombrado.

—No lo sé, pero espero poder obtener respuestas rápido. Yo también estoy intrigado.

A dar los primeros pasos, la puerta, sostenida con unas viejas ramas, se cerró a sus espaldas.

Bajaron unas escaleras, con grandes y desproporcionados escalones. A su derecha, un viejo roble sin hojas que cubría el cielo les sorprendió. Tras el último escalón, un interminable camino de piedras les marcaba el camino. Por el lugar, una joven se encontraba en el camino. Era la chica a la que Zaid persiguió en un principio.

—Qué curioso, curiosísimo —dijo sorprendida, tanto como lo estaba Zaid, y su recién compañero, Happy.

El joven corrió hasta alcanzarla.

—¡Espera!

La joven se giró, pero en cuanto el muchacho llegó hasta ella, un grupo de extraño personajes entorpecían el paso. Dos hombres, más grandes que todos los presentes, y posiblemente hermanos por sus similitudes eran los que más llamaban la atención, eran gordos con las piernas y brazos cortos, con cabezas calvas y redondas como platos. Un conejo con chaleco y chistera llamaba la atención, a su lado una pequeña ratona con un alfiler en la mano y un extrañaba ave, con un plumaje azul y un enorme pico.

Tanto la rubia, como los dos chicos, se quedaron perplejos ante la escena en la que se encontraban.

—¿Quién de ellos es Alicia? —preguntó la pequeña ratona.

—La chica, pero, ¿es la verdadera Alicia? —respondió el conejo blanco.

—No estoy convencida —decía la ratona.

—¿A qué viene esa cara? ¡Llevo semanas, en otros mundos y realidades, siguiendo a una niña tras otra! Casi me devoran otros animales… ¿Os lo imagináis? Van por ahí desnudos y hacen sus porquerías ¡en público! Tuve que cerrar los ojos…

—No se parece en nada —dijo una flor rosada, cerca del lugar.

—¡Las flores han hablado! —se sorprendió Zaid.

—¡Eso es porque es una falsa Alicia! —replicó la ratona.

—Si fue puede que sea… —dijo uno de los hermanos.

—Y si no es, no es… —continuó el otro.

—Pero si lo fue, lo será… —respondió el hermano.

—¿Cómo voy a ser una falsa Alicia si este es mi sueño? —preguntó la rubia.

Zaid se percató de aquello. Todo ha sido un sueño, y nada real. Debía manejar esa probabilidad, por muy mínima que hubiera sido. A pesar de que alrededor de ti fue demasiado real.

—Un sueño ...

La joven se verá todas las miradas de los espectadores. Parecían confundidos, como si hubiera dicho lo que no querías oír.

—¿Y quienes sois vosotros? —Preguntó Alicia.

—Soy Tweedledee y él, Tweedledum para el hermano de la derecha.

—O por el contrario, yo soy Tweedledum y él, Tweedledee —respondió el de la izquierda.

—Consultemos un Absolem… —Habló el extraño pájaro.

—¡Exacto, Absolem sabrá quien es! —Exclamó la flor rosada.

—Yo te escoltaré dijo Tweedledee, acercándose a la rubia y agarrándola del brazo.

Apartando un feliz a un lado, con brusquedad.

—¡Eh, qué tu turno no es! Es injusto… —se quejó su hermano. Agarrándola del otro brazo.

—¡No las toques!

—¡Suéltala!

—¿Siempre están así? —Preguntó Alicia.

—Les viene de familia —contestó el conejo blanco, pasando por debajo de las piernas de la joven.

El comenzó a caminar al son de los dos hermanos. Zaid y Happy se quedaron atrás, junto al extraño conejo que se quitó la chistera y la abrazó con sus pequeños brazos. Ojeó a los recién llegados y retrocedió un paso.

—¿Dónde estamos? —Preguntó Zaid.

—Puede que Absolem tenga las respuestas a sus preguntas, sino, aguantaros. Acompañarnos y no hagáis muchas preguntas. Sed respetuosos.

El joven, junto al gato, echaron a andar junto al conejo.


El camino decorado con conjuntos grandes en cada rincón, les fascinaba a todos. Los chicos, boquiabiertos, alcanzaron al grupo.

—¿Quién es Absolem? —Preguntó feliz.

—Es sabio, es absoluto el conejo blanco.

Llegaron al lugar. Una densa niebla azul recubría la zona. En cuanto más cerca ya estaban, se hallaron en el frente de una seta, donde se guardó una oruga azul, que se sentó en su asiento fumaba de una cachimba. Tanto Alicia, como los otros dos acompañantes, quedaron impresionados.

—¿Quién eres? —Preguntó la oruga.

—¿Absolem? —Respondió la rubia.

No eres Absolem, yo soy Absolem.

Zaid se adelantó a todos, posicionándose en frente de Alicia. Necesitaba respuestas, lo antes posible.

—Dicen que eres un sabio. Necesito tu ayuda, Absolem. No recuerdo nada. No sé quien soy. Espero que tú puedas dar respuestas útiles Zaid.

—Oh, que joven más irrespetuoso. Pero tengo que echar un vistazo al oráculo debería darte las respuestas que necesitas.

La pequeña ratona desenredó un pequeño pergamino, posando entre dos pequeñas setas. Todos asomaron la cabeza, incluida Alicia y Zaid, que quedaron asombrados. Era un extraño calendario.

—Hoy es el día festivoso, en la era de la Reina Roja, que se ha convertido en el conejo blanco, señalando una imagen donde aparecía retratado aquel momento, tal y como estaba sucediendo. Zaid abrió los ojos, a la par.

—Mostrarle el día glorioso… —pidió la vieja oruga, inclinándose hacia el grupo.

—¡Es el día en el que matas al galimatazo, Alicia! —Dijeron los gemelos a la vez.

—¿Perdonad? ¿A quién mato?

Algo con la armadura y la espada, les sorprendió a todos. La joven se enfrentó contra un enorme dragón.

—Eres tú con la golparina. Eres tú quién matará al galimatazo que el conejo.

—Esa no soy yo — dijo Alicia, retrocediendo varios pasos. A la vez que la joven se alejó, la oruga se ocultó en la densa niebla.

Zaid no logra recordar nada, y el oráculo no era de gran ayuda. Se apoyó en el tronco de una cara feliz y miró, sonriéndole. A pesar de encontrarse con una compañía extraña, están protegidos.


Un charco de oscuridad surgió de la nada, escupiendo una persona. El joven de cabello castaño y ojos azules, Nada importó, entre varios matojos a su alrededor.

—Aqua, Ven… ¿Dónde estáis?

En frente, una chica de cabello azul, se ve tirada en el suelo. Era Aqua, ¿pero y su otro compañero más fiel? ¿Dónde estaba?