Corazón de Caballero
La noche en la que Aioros muere hay alguien que grita, llora y se retuerce, y no es la joven Athena.
Nadie duerme en el Santuario porque hay alguien que grita, llora y se retuerce. Aioros le oye con claridad y no le soporta.
Las piernas le flaquean, pero los gritos que se empecinan en dejarle sordo, no le permiten descansar un segundo. La vista se le nubla, pero el llanto le conmueve a tal punto que le guía a un camino incierto que ni él conoce. Se siente morir, pero quien se retuerce, obliga a su cuerpo a moverse de una forma físicamente imposible.
La vida se le escapa de las manos sangrientas que sostienen a quien salvará el mundo, quien heredará sus esperanzas, quien será intocable.
Aioros no se siente más que un simple caballero que ya está muerto. No hay gloria ni honra en ese momento, sólo el dolor latente de la pérdida de su hermano y su mejor amigo. Y aun así, en un lugar recóndito guarda sus sueños que espera sean cumplidos por la niña lleva en brazos.
Este podría ser un buen momento para hacer un balance de su vida, si no fuera tan sólo por por los gritos, llantos y retorcimientos que no le permiten morir.
Por momentos tambalea, hasta ver que una figura que acerca. Si tan sólo pudiera, se pondría en guardia pero, para su suerte, sabe que no es ningún caballero que le esté buscando. No lo es ni de lejos, cree oírle decir algunas palabras, pero ya no entiende nada. Más bien cree que él mismo le estaba buscando todo ese tiempo, como si eso que le estaba molestando le hubiese estado diciendo "andá allá, ahí encontrarás la solución".
Su cuerpo se tensa y cree que no podría estar más feliz, aun estado en tan cerca del infierno.
No le oye, los ruidos no se lo permiten, jamás estuvieron tan fuertes pero ya no le molestan. Aioros sabe a qué viene ese hombre, ¿o es mujer? Ni siquiera puede verle con claridad. No le importa. Su cuerpo actúa por decisión propia y le entrega a la niña que tiene entre sus brazos, que no está todo convencida de dejarle, pero finalmente no puede decidir por sí misma su futuro.
Cree que la persona va a intentar levantarle, pero él simplemente siente una oleada de alivio y cae al suelo. Ya no hay nada que le sostenga.
Aioros no oye más gritos, ni llantos; tampoco hay alguien que se retuerza y es cuando nota que era su corazón el que rogaba.
Su deber de caballero ya está cumplido. Su corazón está tan calmado que ni siquiera late.
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Extrañamente, me gustó cómo quedó.
