Ninguno de los personajes me pertenece. Excepto Robby
Beta: Florencia Lara.
CAPITULO 1
La vida de Isabella Swan, la joyita de la familia, era fácil. Toda una niña mimada por sus padres y hermanos: Charlie Swan, condecorado Duque y ahora ex General retirado con honores, había servido al Rey en batalla más veces de las que podía recordar, consiguiendo como recompensa una cuantiosas cantidades de tierras fértil, que se encontraban a cargo de su hijo mayor EmmettSwan y su esposa Rosalie. Mientras que Jasper Swan, el segundo hijo de Charlie, casado con Alice ocupaba otras de las mansiones que se encontraban al fondo de la finca Swan.
Por su parte, Isabella, la niña de la casa no soportaba a ninguna de sus cuñadas por lo que luego de un tiempo breve de convivencia había tomado la decisión de comenzar su vida en la casa señorial más grande de todo Londres; cede de los escándalos más jugosos, las fiestas más alocadas, y jóvenes cuerpos vigorosos en busca de una oportunidad de pasarla bien junto a la compañía del sexo opuesto en noches de lujuriosa pasión.
Como el amor de un padre no tiene límites, Charlie Swan había dado su renuente consentimiento a que su niña se casara con un don nadie como Edward Masen. Un campesino de poca monta con quien su hija tenía un ligero encaprichamiento. Él no podía negarle nada a ella, ni siquiera esa estúpida ocurrencia, por lo que acepto con la única promesa de que aquello terminaría pronto; ya tenía mejores planes para la vida de ella junto a un rico heredero, si ella aceptara casarse con él. Alex Volturi.
Mientras tanto, y hasta entonces, Isabella disfrutaba de vida de soltera con un idiota como Mike Newton, con quien se la pasaba en la cama follando como si su vida dependiera de ello; porque no había palabras para describir las perversidades que en ese aposento se hacían. A Mike le gustaban las cosas diferentes, y Bella le gustaba lo perverso y sucio que podía llegar a ser.
—Te hago una apuesta Swan
— ¿Apuesta? ¿De qué?
— Te apuesto que no puedes estar conmigo después de consumar tu matrimonio. Después que termine lo inevitable seguro querrás que te cojan como te gusta, cariño. — gruño agarrando el trasero de ella para atraerla hacia él, metiéndose su seno duro en la boca para devorarlo.
— Sabes… pienso que tu novio es virgen. Seguro se viene antes de que siquiera te desnudes. Yo te complaceré, siempre lo hago.
— Y ¿Qué gano yo con todo eso? — preguntó elevando su ceja con soberbia.
— Placer. Nada más que placer como a ti te gusta.
Mike entró en ella sin contemplación haciendo que se arqueara hacia atrás ante el golpe de su miembro. Sus estocadas eran certeras y profundas, mientras le decía palabras sucias al oído. No es que a Bella le gustara Mike, al lado de Edward – cuya hermosura la tenía loca, y ardiendo – Mike no era ni siquiera apuesto, pero sabía bien qué hacer con su cuerpo y eso la hacía querer aceptar la apuesta; aún presintiendo que era una pésima idea.
— Acepto. — Gimió — Ocuparas la habitación que esta al final del pasillo, te iré a ver cuando termine con Masen.
— Sabia que aceptarías no las pasaremos en grande, ya verás.
[***]
Edward se encontraba viviendo en una casa residencial como tantos otros. Había tenido que empeñar su malogrado hogar para poder conseguir el dinero suficiente para la costosa boda que esperaba su futura mujer. Dios, amaba a aquella niña y lo que menos quería hacer era dejarla en vergüenza delante de la maldita sociedad elitista y estirada en la que vivía. Tanto así que cuando la modista terminó de probarle su traje, Edward tuvo que tragar duro el nudo que tenía en la garganta. Observó con detenimiento la pequeña joya, casi minúscula, que había comprado de regalo para su prometida soltando un suspiro frustrado, no sabía que esas cosas podrían ser tan caras.
Él estaba solo en el mundo. Sus padres habían fallecido de una gripe que por poco lo atrapa a él también, pero gracias a Dios eso no sucedió, sin embargo le hubiese encantado que sus padres estuvieran allí dándole su bendición en aquel momento tan importante.
Tenía muy en claro que su novia no era virgen, después de todo él tampoco lo era; ella sería la segunda. Pero en Londres eran muy pocas las mujeres vírgenes. A todas les encantaba el sexo aunque luego se escondieran para no ser señaladas. La excentricidad de los ricos era enorme, no había visto a Isabella en una semana ya que según la tradición el novio debía estar ausente unos días antes de la boda. Si bien la fiesta se realizaría en la casa de campo de Isabella, no habría muchos invitados – cosa de la que estaba agradecido. Tenía algo de educación pero no demasiada; nunca suficiente. Él no había alcanzado a terminar la escuela de leyes debido a la muerte de sus padres, y la falta de dinero que está había dejado, y que incluían solamente más gastos.
Se vistió, se subió al carruaje que había arrendado y se fue a la iglesia, a enfrentarse a todas esas hienas. El padre de Isabella había dado su bendición y todavía no entendía por qué ya que él no era nadie; pero amaba y adoraba a su Bella. Al entrar a iglesia se encontró con toda esa gente pomposa. Y las miradas de las mujeres iban dirigidas a Edward, muchas lo miraban curiosas y ocultaban su deseo en sus abanicos.
Él no fue capaz de respirar bien hasta que la vio, vestida de blanco, al final del pasillo. Se veía hermosa del brazo de su padre y el mundo dejo de existir para Edward en aquel momento; no existía nada más importante que ella. Era como si la tierra hubiese desparecido y estuviera parado en el aire, ahí no había nadie más que el y ella, quería mandar a toda esa gente al demonio, y solo quedarse para rendirle el culto que se merecía.
Cuando ella llego a donde estaba, su padre la entrego con una mirada que él no supo identificar. Al tomar la mano que ella le tendía una corriente eléctrica los atravesó a ambos haciéndolos estremecerse ninguno fue capaz de soltarse del otro.
— Estás preciosa Bella. Hace días que no te lo digo pero te amo. Cuento las horas para que seas mía — le dijo susurrando.
— Estas hermoso. — Contestó ella mirándolo de pies a cabeza.
La ceremonia continúo con todo el protocolo. Los novios hicieron los votos, y salieron de la iglesia de la mano. La sonrisa de Edward no se borraba de su rostro; estaba feliz, enormemente feliz. Tomo a Bella de la cintura y la hizo girar ante todos los invitados, así todos podían verla y envidiarlo. Su pecho se inflo con orgullo.
Luego de un rato se fueron a la casa donde comenzaban a llegar los invitados. Bella iba a entrar cuando, su esposo la detuvo, lo miro interrogante hasta que vio como sacaba una gargantilla, colocándosela en el cuello, y luego engancho una pulsera en su pequeña muñeca. Bella se quedó mirando la joyería. Eran hermosas no sabía de donde las había sacado pero le encantaban, era el primer regalo que le daba su ahora marido así que lo beso en los labios, mientras caminaron de la mano a la fiesta.
Si bien todos los miraban y hablan a sus espaldas a él no le importaba, ya era suya el resto era historia. Edward vio que Mike lo miraba con burla y no sabía porque por lo que paso a su lado decidiendo ignorarlo. La familia de ella lo miraba desde las alturas, con egocentrismo en sus aristócratas rasgos y él tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no dejarse llevar por eso, porque si lo permitía sería así siempre.
Edward no se separaba de su esposa, la cena transcurrió con normalidad; nadie pidió que hablara cosa que agradeció, no quería decir nada a estos tipos estirado, algunos vinieron hasta con sus pelucas de la nobleza. En un momento él fue por un trago, dejando a Bella con sus hermanos. Estaba nervioso, tenía miedo de decepcionar su esposa más tarde en sus aposentos; vaya… que hermoso sonaba para él poder decir "su esposa"; por otro lado, sabía que tenía que encontrar algo de que vivir de ahora en adelante, no le quedaba mucho dinero de la venta de la casa luego de la boda y los costosos regalos y tenía bien en claro no podía hacer nada que no fuera honorable.
Como deseaba que toda esa gente se fuera para poder, estar a solas con ella la contemplaba desde lejos, viendo como compartía con sus amistades, y decidió alejarse para estar solo, no quería de las miradas indiscretas que algunas mujeres le daban. Fue a la terraza y saco un cigarro que algún invitado le había regalado, se lo fumo cuando sintió las manos de una mujer que lo abrazaba por la espalda.
— ¿Por qué tan solo, mi amor?
— Mi Bella, solo estaba esperándote. — contestó mientras apretaba sus suaves manos.
— Quiero que se vaya toda esta gente para que me hagas tu mujer de una vez, Edward.
— Nada deseo más, bien podríamos escaparnos Bella, nadie se daría cuenta… Míralos. – dijo luego de tragar el nudo de su garganta debido a sus palabras.
La tentación llego a Isabella. Miro a toda esa gente que estaba distraída entre comidas y bebidas, él tenía razón nadie les prestaría atención; aunque después de todo ahora eran marido y mujer, ellos tenían esa concesión. Tomo la mano de Edward, y medio arrastrandolo subieron por las escaleras corriendo, alejándose de todos, para dar rienda suelta a la pasión. Abrieron la puerta principal de la habitación, era realemnte hermosa. Ella entro primero; él cerro la puerta con fuerza, y se giró sacándose la corbata ante la minada de ojos entornados y sexys que Bella le dió
— Date vuelta Bella para sacarte esa cosa que no me permite verte de verdad con claridad. — demandó. Su voz sonó ronca e hizo gemir a Isabella.
— Me vas a matar Edward.
— Espero que no, aun deseo muchas cosas de ti.
Las amarras del vestido fueron retiradas muy lentamente a medida que dejaba caricias mientras en la recién descubierta piel nívea. Los bellos de su cuerpo se erizaban con cada toque que Edward le daba. Él beso su cuello pasando su lengua de forma casi invisible y ronroneo un te amo en su oído antes de mordisquearlo. Cuando el vestido cayó al suelo se quedo solamente en su ropa interior.
— Sabía que tenías mucho que mostrar de tu cuerpo fantástico, pero mi imaginación no hacían justicia. — dijo mientras su mirada la recorría de pies a cabeza.
Con las manos la dio vuelta dándole un beso que se fue poniendo cada vez mas apasionado, pero al mismo tiempo él lograba darle una dulzura que estaba envolviendo a Bella de una forma totalmente nueva e inesperada; ella estaba acostumbrada a la siempre perversión y violencia de Mike y sus muchos otros amantes. Ese beso que le dio… jamás había sido besada de esa manera. No supo en que momento había sido despojada de su ropa, pero sabía que fue de una ternura que nunca había experimentado.
— Esta noche me encargare de que seas amada.
Él le rindió culto al cuerpo que ella representaba con cada caricia, con besos llenos de miles de suspiros, hasta ella le regalo varios "te amo" producto del clima que él había creado tratándola como si fuera una virgen inocente. Jamás en sus años practicando sexo la trataron con tanto cariño y devoción como cuando él entro en ella; lo hizo con cuidado y sin dejar de mirarla a los ojos: verdes contra café.
Dos envestidas y Bella casi estaba en la gloria. Él llenaba por completo su intimidad, después de la numero diez casi perdió la cuenta. Mike estaba equivocado, Edward era imparable, no alcanzo el orgasmo hasta que él le había provocado dos de ellos, francamente hermosos. Sudados y cansados se abrazaron y se quedaron profundamente dormidos.
Unas caricias conocidas la despertaron de su sueño profundo, alguien estaba acariciando su brazo y no era Edward.
— Shh… lo vas a despertar te estoy esperando afuera – susurró Mike haciéndole señas.
— ¿A caso estás loco?
— Vamos.
Se colocó una bata de raso casi transparente y miro a Edward sonriendo con cariño, mientras salía a deshacerse de Mike.
— Ya regreso, cariño. – susurró a pesar de que sabía que él no la oiría.
Estaba furiosa. ¿Cómo se le ocurría entrar a su cuarto estando su esposo en ella? Cuando salió y cerró la puerta fue abordada por la brutalidad de Mike besando sus labios con rudeza mientras la cargaba al cuarto en el final del pasillo; perdiéndose en su perversión. Mike la arrojo con fuerza sobre la cama.
— Eres mala. Casi tengo las bolas azules de tanto esperarte. – gruño mientras se quitaba los esa bata que llevaba dejándola desnuda y se subió encima de ella para crear estragos en su cuerpo. Estaba casi en la mejor parte, cuando mirado por sobre el hombro de Mike se quedó rígida y pálida.
— ¿Por qué?
— Edward esto no… espera, por favor — suplicó en medio de un sollozo. Pero él ya había cerrado la puerta a sus espaldas.
Con lágrimas acumuladas en su rostro fue a la habitación matrimonial intentando olvidar lo que acababa de ver. Saco su ropa y salió rápidamente; se la colocaría en el camino. Se vistió y decidió que caminar por las calles Londres era lo mejor que podía hacer en ese momento. Sin darse cuenta de a donde lo llevaban sus pies llego a un burdel de poca monta donde bebió hasta que se acabó el dinero que traía encima. Se sentía destrozado, agotado, casi muerto en vida.
A lo lejos escucho los gritos de una mujer, más bien ella estaba ordenado que la soltaran, si no les mandaría a cortar la cabeza. Los hombres que la sostenían se reían de sus delirios. Esta era su oportunidad, necesitaba algo de acción para sacar de su sistema toda la ira acumulada. Sin ningún espíritu de buen samaritano, arremetió en contra de los hombres para apartarlos, brevemente miro a la mujer: era hermosa, podía ver su vestimenta rasgada por esos brutos animales lo cual encendió más todavía su furia. Los hombres intentaron defender pero solo consiguieron más golpes, y al final, los tres lograron escapar.
— ¿Se encuentra bien? – preguntó mientras limpiaba la sangre de su labio partido.
— Gracias, mi Lord, ¿Cómo se llama? ¿A quién debo agradecerle que me salvara de esos barbaros?
— Edward. Edward Masen, mi Lady. ¿La acompaño a alguna parte?
— Me dirijo al palacio. Si me acompañas serás recompensado por esto.
Edward sabía que conseguir un cochero a esas horas era algo difícil pero tuvo suerte. Nada más subir al carruaje Edward se percató de un pequeño detalle que había ignorado; la mujer que a la que había salvado era Victoria: La Reina; Su majestad. Sus rodillas volaron rápidamente al suelo, pero ella se apresuró a sostenerlo ordenándole que en su lugar se dedicara a contarle su vida de camino al palacio.
— ¿Entonces, eso quiere decir que no tienes donde quedarte? — preguntó ella, mirándolo con su cabeza ladeada.
— Arrendare una habitación por ahí. — contestó incomodo por lo que podía llegar a pensar él.
— No, de ninguna manera. Salvaste mi vida… vivirás en el castillo el tiempo que quieras. Es más, te propondré algo: serás mi amante.
— ¿De qué habla, mi reina?
— Lo tendrás todo, Edward. Nadie pasara por encima de ti nunca más. Tendrás dinero hasta para regalar a los pobres, y ciertamente no acepto un no por respuesta.
Cuando llegaron al palacio, entraron por una puerta secreta, un pasadizo que parecía un laberinto y llegaba directamente a la habitación de la reina. Era mucho más espaciosa y hermosa que la de su esposa. Bueno ex esposa en cuanto pudiera pediría la anulación del matrimonio. La reina sin vergüenza alguna se desvistió frente a él colocándose un nuevo atuendo que la hacían ver incluso más magnifica que antes.
— Vamos te presentaré al rey. Tranquilo todo está bien. Es bueno que te conozca — dijo intentando apaciguarlo al ver su expresión. — Luego te lo explicare bien.
La relación de los reyers era de completa amistad y complicidad. Lo presento ante él como su amante y este simplemente le dio la bienvenida, pero no sin antes amenazarlo sobre que si se le ocurría desprestigiarla a ella o a él, su cabeza rodaría por todo Londres.
— Eso es todo querido. Nos iremos a Francia un tiempo… me llevare a los niños también.
— Esta bien pero está atenta por si te necesito, mi reina.
— Por supuesto James, como siempre. Envía un saludo a Tanya de mi parte.
— Se los haré llegar.
— Vamos Edward. Vamos a relajarnos. — dijo para luego girarse y salir de la habitación.
