Hola a todo el mundo. Me llamo Sara y bueno, este es el primer fanfic que escribo sobre Doflamingo y Law, pero no quiero que se confundan, no es un yaoi (aunque no niego que pueda haber alguna escena, que lo estoy meditando), sino que ambos personajes están relacionados por un hilo común. Bien, antes de dejarles tranquilos, quiero aclarar un par de cosas para que estén sobre aviso. La primera es que no sigue el manga tendrá cosas en común, sí, pero no sigue el hilo del manga por lo que habrá muchos cambios y que pueden sonar extraños, pero son necesarios para poder hacer la trama y por lo tanto, también quiero decir que es posible que en esos hilos comunes con el manga, haya spoilers. Lo segundo que quiero comentarles es que es un fanfic con una gran temática sexual y violenta y no lo subrayo para llamar la atención, sino para avisarles antes de que puedan ver algo desagradable que no sea de su gusto. ¿Por qué así? Porque veo a Doflamingo, como verán más adelante, de ese modo, un hombre realmente posesivo y sin ningún cuidado ni sensibilidad en esos aspectos. Y entiendo que Oda no pueda ponerle estos rasgos en la serie, pero yo tengo las ganas de poder plasmar (bien o mal, no lo sé, sé que lo hago lo mejor posible) esta verdadera esencia del personaje. Y ya por último decirles que me gusta que la gente me comente y no por querer tener muchos comentarios, no, sino porque eso me ayuda a aprender y a mejorar poco a poco. Así que si me pueden hacer el favor, les estaré muy agradecida. Y ya poco más quiero añadir. Simplemente que espero que disfruten del fanfic, que no será corto, y que espero que sea de su agrado. Muchas gracias y nos vemos en el próximo capítulo.


Prólogo

Su respiración estaba entrecortada. No se encontraba bien. No. Nunca se encontraba bien. Era frágil. Demasiado frágil. Allí seguía, sobre la ancha repisa blanca de mármol esperando a ver a su hermano de vuelta. Esperando que él volviese para cumplir con su promesa. Sus palabras se repetían una y otra vez sin parar en sus peores momentos. Cuando él la tocaba, la lamía, la besaba, cuando la rozaba. Todo se había convertido en una pesadilla.

Suspiró dejando escapar otro anhelo de vida. Iba marchitándose poco a poco.

—¿Qué os ocurre, bombón? —Escuchó su asquerosa voz. Hizo una mueca como respuesta y ella volvió a sus cartas.

Todo era igual. Todas aquellas personas, toda aquella amargura asfixiante. Todo era igual. Y temblaba. Temblaba por puro terror a que llegara a la noche. ¿Él tendría ganas de seguir poseyéndola o estaba cansado? Cuando estaba cansado daba las gracias a su suerte –que pocas veces estaba con ella–. Él lo justificaba todo recordándole su título de reina. Ella era eso y debía obedecer a su rey, a su marido mas ella nunca fue eso lo que deseó. Ella nunca quiso pertenecerle, estaba perfectamente con su puesto de cocinera del rey. Ella tenía una vida digna hasta que su hermano decidió seguir con los propósitos de su madre: su libertad. Ansiaba que ambos fuesen libres y por eso le prometió salvarla sin embargo, ¿qué pensaría él cuando la viese esposada a su mayor enemigo? ¿Cuando la observase como parte de esa familia? Le recorría un rayo por todo su interior al imaginarse su reacción. ¿La abandonaría? Un nudo la asfixiaba al imaginárselo marchar y dejarla abandonada junto a ese hombre.

Se sentaba apoyando primero su mano izquierda sobre la frialdad de ese mármol impoluto mientras que con la otra se apretaba el puño contra su pecho. Intentaba no llorar. No quería que la viese.

—Vete.

Entonces ella no se inmutaba. También seguía órdenes como ella.

—¡He dicho que te vayas! —Gritó desesperada sintiendo como su garganta se quejaba. En efecto, no quería tenerla más a su lado. Quería estar sola.

—Sólo si el Joven Maestro quiere que me marche.

Una gran ira la abrazaba al sentirse inútil frente a aquella situación. Gritó con todas sus fuerzas antes de comenzar a caminar rápida hacia la amplia terraza que había en la parte este de la sala. Abrió con fuerzas las grandes puertas de cristal y sintió como el aire la acariciaba. Empezó a llorar mientras intentaba coger todo el aire que podía en grandes inspiraciones con la nariz.

«Voy a volver. Espérame.»

Eso se repetía una y otra vez sin dejar de coger el aire con los ojos cerrados. Tenía su rostro totalmente fresco. Ese nervio cuando le habló, esa última acaricia antes de ese último beso. Recordó el horror que la inundó. Estaba sola en medio de la nada. En medio de un mundo repugnante y lleno de inmoralidad. Oía a las chicas gemir antes de la cena y antes del desayuno. Algunas lloraban, como lo hacía ella ahora, y no era capaz de entender la razón por la cual ellas hacían eso. ¿Qué tenía ese hombre? Desde lejos y por aquel entonces tenía algo que la atraía, cierto, sentía repulsión pero a la misma vez sentía una gran ola de morbo hacia él. Su risa con su lengua fuera, sus grandes manos, su torso, ese pelo rubio, esas piernas tan largas… ¿Qué tenía ese hombre? No lo entendía, pero algo había que la atraía con fuerza. ¡Cuántas veces imaginó que era suya! Que todo estaba bien y que ella disfrutaba con aquella situación. «Estúpida», se decía a sí misma dándose un pequeño golpe en la frente. Se arrepentía, demasiado, de todas aquellas imaginaciones y sueños. Esa no podía ser ella. En absoluto.

Recordó aquella conversación que le añadió más miedo todavía. Recordó que eso fue lo que la hizo tomar aquella decisión.

Tocó la puerta nerviosa y cogió aire antes de abrir al recibir la orden. Allí estaba él: sentado con postura reinante, como si nada pudiese evitarle nada de lo que estaba haciendo. Sintió que sus piernas flaqueaban al tener a aquella figura delante suya tan imponente. Si él quería la mataría en cualquier instante. Sus ojos penetrantes se adentraron en ella y la perforaron. Tragó saliva.

—Señor Donquixote, perdone que haya hecho mal, pero hoy, cuando le servía su merienda no he podido evitar no oír su conversación cuando estaba reunido con…

—Te entiendo, Mei, ¿qué quieres?

Su voz dudó un instante ante lo que iba a pedirle.

—¡Por favor, no mate a mi hermano! ¡Se lo ruego! —Gritó a la vez que se inclinaba totalmente con sus puños cerrados cogiendo el delantal de su uniforme igual que sus ojos.

Sintió como su mirada se hacía más profunda ante su petición. Le conocía y sabía bien cómo se comportaba él estos casos con las personas impertinentes y ella acababa de serlo con su rey. Siguió así hasta que escuchó que él se acomodaba.

—¿No quieres que le haga nada a tu hermano? Él se ha portado muy mal con nosotros al haber hecho lo que ha hecho. ¿Te crees que no sé cuáles son sus objetivos? ¿Crees que no sé qué es lo que está planeando y que tampoco sé que tú eres su cómplice? ¿Eh, Mei?

—¡Se lo ruego! —Volvió a gritar— ¡Haré lo que haga falta para pagar su falta, su traición! Pero… ¡Le ruego que no le mate, que no le haga daño! Y yo le juro que cumpliré con su petición.

Un pequeño bufido victorioso salió de su boca. No se inmutó.

—¿Cualquier cosa, Mei? —Respondió con cierta excitación.

—Cualquier cosa, señor.

—Acércate. —Ordenó estirando su brazo derecho con su mano abierta totalmente. Sonreía ampliamente mientras se relamía.

Esa orden le producía asco totalmente. Se sentía sucia. Se sentía peor que una ramera, peor que todas aquellas chicas que se excitaban restregando su pálido trasero sobre sus piernas. Habían sido compradas y se sentían como si tuvieran un hogar. ¿Cómo podían venderse de ese modo sin ningún pretexto consistente? Ella se había vendido para salvar la vida de su hermano. Se había vendido para que su hermano pudiese vivir la libertad que le tocaba. Eso era lo que quería, que él fuese feliz. Él lo merecía.

Caminó siete pasos atrás para apoyar su espalda en la fría pared que era como parte intrusa en aquel cálido verano que estaba viviendo. Apoyó su cabeza abriendo sus ojos y se observó en el reflejo de la gran ventana que había a su izquierda. Totalmente pálida, sin pizca de color, de esperanza, sus ojos grises se habían achicado a causa de las ojeras que se le habían formado. Siempre fue muy parecida a su hermano, simplemente les diferenciaba lo largo de sus cabellos y la vida de sus rostros. Ahora, simplemente, les diferenciaba lo largo de sus cabellos. Ella había perdido su vida desde el día en que decidió convertirse y ser la esposa de Donquixote Doflamingo. Ella se había convertido en reina y esclava a la misma vez.

—Te lo suplico, Law, no tardes… —Susurró angustiosa dejando caer lentamente su cuerpo sobre el suelo.