Goop observó a su viejo amigo, Lewis, devolviendo todo a la normalidad. Lo observó mientras su familia "del futuro" vitoreaba y celebraba con él su victoria. Esperó pacientemente a que saliera de la casa del actual Cornelius Robinson y tras la emotiva despedida; observó como la máquina del tiempo emprendía su regreso al mundo presente. Suspirando de alivio, dejó que sus piernas lo guiaran sin rumbo fijo.

Caminó más de lo que había hecho en esos más de 10 años. Débil, flacucho, torpe e inclusive algo maloliente, veía como todos lo veían con miedo, asco e inclusive algunos con sorna.

Cuando descubrió a dónde había llegado, no le sorprendió. De hecho, ya sabía que era el único lugar posible, y a su vez, el único hogar que había tenido.

El viejo orfanato de la Sra. Mildred.

Entró por una pequeña apertura. Cuando inició su maléfico plan al lado de DOR-15 (o Doris, como la nombraba) creyó que tendría fama, poder; y que nunca volvería a ese sitio tan destartalado y destruido.

Pero ahora todo era diferente. No sólo Doris había dejado de existir, ¿Cómo había sido posible lo hecho por Lewis? (algo que aún se preguntaba en su mente, que, a final de cuentas, aún seguía siendo la de un niño, como aquel día que había sido golpeado e insultado por aquellos niños del equipo de béisbol.)

Pensó en subir a su cuarto y tenderse a reflexionar. Pronto su cerebro le dio otra orden muy diferente; y le agradó tanto esa idea que la ejecutó casi inmediatamente, pero sin prisa. A final de cuentas, tenía todo el tiempo posible.

Subió al tejado de aquél decrépito edificio, y buscó detrás de una rota y abandonada caja de madera lo que tanto deseaba ver. Aún seguían allí.

Las marcas. Hechas por el verdadero y único amigo que había tenido en toda su vida. Eran 124, hechas de diferentes colores, grosores y estilos. Recordaba tener aún varios recuerdos de cuando había hecho algunas, pues él había visto como las trazaba con rabia, intentando retener el llanto.

Su favorita era la 100, porque él había hecho el número que estaba impreso encima.

Sonrió para sí mismo, y colocó débilmente una pequeña "palomita" justo detrás de la última marca.

"Felicidades, Lewis. ¿O debería llamarte ahora Cornelius? ... Bueno, no importa. Te ofrezco disculpas y espero me perdones algún día, en algún momento."

De pronto, comenzó a ser rodeado por una extraña aura azul. No se asustó, aunque era algo lento, ingenuo y torpe, suponía que eso iba a pasar.

En un momento de Claridad, mientras el se desvanecía lentamente, admitió:

"Cómo me gustaría tener una segunda Oportunidad" – exclamó fugazmente mientras el brillo terminaba por consumirlo.

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"¿Michael? ... ¿Michael? … ¡Goop!... ¡Despierta por favor!"

Michael Yagoobian levantó su cabeza lentamente. Se sentía exhausto, aburrido y extrañamente, más robusto de lo que era en un principio. Miró a quien le hablaba. Era su viejo amigo, de esa época, de ese tiempo.

Cielos, sabía que no debíamos trabajar tanto en ese nuevo prototipo de máquina. ¿Sabes qué? Te lo prometo: Tómate el día de mañana libre ¿De acuerdo?

Claro, Cornelius – respondió una voz que jamás había escuchado.

Sorprendido, buscó algo en que ver su reflejo. La mesa en la que estaba dormitando hacía "unos segundos" era metalizada, por lo que allí pudo ver la nueva realidad.

Era un joven, de la misma edad que el inventor que tenía a un lado suyo. Bien vestido, bañado y perfumado. Nada quedaba de su anterior Yo.

Goop Sonrió. Era una segunda Oportunidad.

¿Vas a venir a comer a casa, no? Hoy Franny hará de cenar espinacas. ¿Te esperamos?

Por supuesto - dijo mientras sonreía y salía de ese laboratorio pensando en que su vida había cambiado para siempre.