Hola, mi nombre es Kagome Higurashi, tengo 19 años y estudio en la universidad de Tokio. Me especializo en medicina y llevo cursos auxiliares relacionados con la historia.

Me apasiona mucho sobre todo la era Sengoku. Vivo en un templo con mi abuelo, mi madre y mi fastidioso pero muy querido hermano Souta, es un poco travieso pero nos llevamos bien.

A veces ayudo en el templo a mi abuelo, que por la edad ya no se da abasto. Oji chan siempre me obliga a usar ropas de sacerdotisa; aunque la verdad son muy cómodas así que por eso no me quejo.

Hoy regreso a mi casa después de dos semanas de haber estado en un internado de medicina, sirviendo en un hospital por ese lapso de tiempo. La verdad me ha servido mucho ya que he aprendido muchas cosas nuevas, bien dicen que la práctica hace al maestro.

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En este momento estoy subiendo las escaleras del templo que a decir verdad son miles, pero la costumbre hace que no me parezcan más de diez.

Suspirando pienso en lo desordenada que debe estar mi habitación, conociendo al diablillo de Souta debe haber hecho una revolución los días que no he estado presente; pero bueno, supongo que no es nada que no se pueda arreglar con unas buenas horas de limpieza.

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Llegando por fin a la entrada del templo la muchacha dio una sonrisa muy amplia, como le gustaban estos ambientes, tan llenos de paz, con un aura misteriosa. Si, nunca se cansaría de estar aquí.

Caminando hacia la entrada de su casa pudo ver a su abuelo barriendo las hojas que caían del Goshimboku y sonriente corrió hacia él.

"Ohayoo jii-chan", le dijo con aquella dulce voz que la caracterizaba, al anciano que se encontraba muy ocupado barriendo.

"Kagome, que bueno que estas de vuelta ya se te extrañaba por acá. Supongo que vendrás a ayudarme con el templo no?". Le preguntó su abuelo sin dejar de barrer, pero sonriéndole calidamente.

"Hai jii-chan, una vez que termine de arreglar todas mis cosas bajo inmediatamente a ayudarte como siempre", le respondió, para luego ir corriendo a su casa y abrir la puerta.

"TADAIMA", gritó la muchacha haciendo que su madre deje los quehaceres de la cocina y corra hacia ella abrazándola. "Kagome, hija, que bueno que llegaste, te extrañábamos mucho".

"Además tienes que arreglar el pequeño desorden que Souta dejó en tu dormitorio", agregó su mamá con una sonrisa al ver una pequeña venita saltando en la frente de su hermosa hija. Como quería a esa muchachita, pero sabía que pronto tendría que verla partir a cumplir con su destino.

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Kagome abrazó fuertemente a su madre y le dio un beso en la mejilla para luego subir a toda velocidad hacia su cuarto. Al abrir la puerta se dio con un desastre total que por poco y no provoca que se caiga de espaldas.

Lástima que el pequeño malcriado estuviera en la escuela, sino hace rato que lo hubiera torturado hasta que pague por el desorden.

Suspirando dejó su maleta en la cama y comenzó a ordenar ocupando casi dos horas de todo su tiempo, hasta que por fin todo quedó como nuevo.

Después de darse un respiro, se dio cuenta que en un rincón de su cuarto había dejado unas cosas que no deberían estar ahí.

'Shampoo?, reacondicionadores?, agua oxigenada?, gasas?, alcohol?, vendas?, jabones?, toallas?, SOUTA que demonios estuviste haciendo acá'. Pensó, decidiendo meter todo en una maleta amarilla que tenía colgada detrás de la puerta. Ya después se encargaría de arreglarlo, por ahora lo mejor era que estuviera en un lugar a salvo y lejos de su querido hermano.

Cansada y recordando que tenía que ayudar a su abuelo, abrió su closet y sacó la vestimenta de sacerdotisa que usaría durante toda la tarde; a diferencia de las que se usaban en el Sengoku la suya era de un material más fino y suave, para que no le incomode, al menos eso le explicó su madre la primera vez que se la dio.

Cuando terminó de darse un buen baño y mientras se vestía, comenzó a pensar en lo que una vez le dijo su madre.

'Tienes un poder espiritual muy grande Kagome, aunque en este tiempo no se use y ya no sea necesario alguna vez te será útil, recuérdalo por favor'. De repente esa frase se le había venido a la mente y la verdad era que no le encontraba sentido alguno.

Amarrando su largo cabello en una cola baja, cogió su mochila y se dirigió a la sala. "Oka san, voy a dejar esta mochila aquí si?, luego tengo que poner todas las cosas que están dentro en el almacén". Su madre solo asintió y en ese instante un pequeño niño entró por la puerta.

"Con que te dignaste a aparecer no enano?", dijo Kagome sonriendo al ver a su pequeño hermanito, a pesar de que fuera un travieso lo quería mucho, y el también la quería.

"Kagome nee–chan", gritó el pequeño abrazando a su hermana. Justo en ese momento su madre, a la cual Kagome le estaba dando la espalda le guiñó el ojo a Souta y el pequeño solo asintió.

"Kagome ven un momento necesito tu ayuda", dijo la sonriente señora mientras lavaba los platos. La muchacha obediente ayudó a su madre a lavar la vajilla y cuando volteo su mochila ya no se encontraba donde la había dejado. "Ese mocoso ahora verá", gritó la muchacha saliendo de la casa en busca de su hermano.

La madre de la joven suspiró. Ya era hora, todo estaba saliendo como lo planeado. Pronto se despedirían de Kagome.

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La muchacha salió corriendo y vio a su hermano salir de la pequeña cabaña donde se encontraba el viejo pozo.

Corriendo más rápido que el mismo diablo en frente de kami, lo vio treparse a un árbol con gran agilidad y desde ahí oyó que le gritaba: "Si quieres tu mochila ve y búscala, está dentro del pozo".

Kagome suspiró exasperada, y .. un momento no se suponía que ese pozo estaba sellado?.

"Souta, jii-chan se va a enojar se supone que nadie debe entrar ahí". El pequeño solamente le sonrió y le sacó la lengua.

La joven volvió a suspirar y fue hacia donde se encontraba el viejo pozo no sin antes escuchar las palabras de su pequeño hermano, "Onegai nee chan nunca te olvides de mi". Aquello provocó que la muchacha le dé una mirada curiosa, "Souta de que estas hablando?". Preguntándole eso salió corriendo hacia donde se encontraba el pozo.

Al entrar percibió algo muy extraño, algo que hacía que todos sus sentidos estén alertas y los cabellos en la parte trasera de su cuello se paren, pero no se explicaba que sería esa sensación.

Sin tomarle importancia se acercó a la orilla del pozo y no pudo ver nada ya que estaba muy oscuro, pero cuando se asomó más, sintió una fuerza muy poderosa jalándola hacia dentro. Lo último que sus sentidos pudieron percibir antes de ser internada en un ambiente que parecía ser agua, fue una luz de color azul absorbiéndola y la tenue voz de su madre, aunque no logro captar que era lo que decía.

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Al ver a su hija caer al pozo la señora suspiró, "sayonara Kagome, sayonara hija mía", dijo cerrando la puerta abrazando a un lloroso Souta.

"Por que okaa san, porque Kagome nee chan se tuvo que ir?", preguntó el pequeño niño abrazando fuertemente a su madre. Su abuelo simplemente le acaricó la cabeza, "porque ese es su destino Souta, porque kami así la ha decidido", le respondió regresando a sus tareas de siempre ya que estaba completamente convencido de que pronto volvería a saber de su pequeña nieta.

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Kagome sentía como era absorbida por el pozo a un ambiente que parecía ser agua pura, pero no se explicaba cómo podía respirar. Algo muy extraño estaba sucediendo y ella quería saber que era.

De pronto aquella sensación y aquella luz azul desaparecieron y la dejaron caer suavemente sobre la fría tierra, y al abrir sus ojos pudo ver a su mochila amarilla a su lado. "Que extraño, debo haberme caído y lo soñé todo", pensó muy confiada de que estaba sufriendo de alucinaciones.

Al levantar la cabeza en lugar del techo que se supone debería de estar, observó un cielo completamente despejado y celeste. 'Qué sucede aquí?', pensó.

Decidiendo salir a investigar, cogió su mochila y la posicionó sobre sus hombros logrando subir a duras penas con ayuda de unas ramas que no recordaba que estuvieran ahí.

Al llegar al final del pozo y lograr jalar su cuerpo a la superficie, por poco y no se regresa al fondo con una fuerte caída por la sorpresa que acaba de recibir.

En lugar de su casa, de un suelo pavimentado, de su abuelo barriendo, de su hermano corriendo y de su madre ayudando a su abuelo, se encontraba un vasto bosque; muy hermoso tenía que admitir. Pero por qué?, en dónde se encontraba?.

Decidiendo que no sacaba nada estando ahí parada observó sus alrededores y se dio con el Goshimboku. Se veía un poco más joven, sus hojas estaban más verdes y sus ramas más pequeñas, aunque igual de imponente.

El encontrarse con aquel árbol sagrado la hizo pensar que por ese camino encontraría algo conocido y podría regresar a casa. Se acercó y al no encontrar nada que no fueran más pastizales y árboles además de diferentes tipos de plantas, sintió el pánico comenzar a navegar por su sistema nervioso; de nada le serviría perder el control, así que optó por sentarse al pie del árbol a reflexionar que era lo que había sucedido.

Si estaba segura de algo, era una sola cosa. En estos instantes no se encontraba en Tokyo, no, definitivamente no. La pregunta ahora era, donde se encontraba?.

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Jaken se iba caminando ya más de una hora en busca de una curandera, sanadora, sacerdotisa o como le llamaran los humanos a las personas que se hacían cargo de sus dolencias.

Su amo no se encontraba nada bien y en su estado había asesinado a la única mujer que lo podía ayudar y ahora no había nadie lo suficientemente valiente como para acercarse.

Definitivamente este no era su día de suerte, si no encontraba a alguien rápido su amo bonito moriría y nadie se imaginaba lo que eso podría desatar en la casa de la luna.

Suspirando, el pequeño renacuajo siguió con su camino en busca de alguna luz de esperanza para su amo bonito, hasta que a lo lejos divisó una mezcla de blanco con rojo. Definitivamente tenía que ser una sacerdotisa, no importaba, sea lo que sea tenía que ayudar, y si se rehusaba él se encargaría de matarla en ese preciso instante.

Corriendo a toda velocidad fue donde la mujer que se encontraba descansando al pie de un árbol y al llegar hizo sonar su báculo de dos cabezas provocando que la muchacha abra los ojos instantáneamente y lo mire un poco sorprendida.

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Al escuchar el ruido Kagome abrió los ojos y lo primero que vio fue a un pequeño hombrecillo verde parado frente a ella con un extraño báculo en las manos.

Sus ojos eran amarillos y saltones. A su parecer era una especie de rana, pero de pronto algo en lo hondo de su ser se activó y ella pudo ver que alrededor de aquel pequeño renacuajo había una luz de color verde no muy brillante y casi insignificante.

De un momento a otro algo en el fondo de su mente gritó, 'youkai'. Imposible eso no podía ser, en el Tokyo en el que ella vivía no existían más tales criaturas, solamente en el Sengoku, la era que ella tanto amaba estudiar, una era que fue hace más de quinientos años, donde no habían casas, ni autos, ni edificios, ni.. Esperen un minuto….

No habían casas ni autos?. La muchacha miró a su alrededor, había un pequeño Youkai parado frente a ella, no habían signos de civilización, no podía ser, acaso se encontraba en el Sengoku?.

No, eso tenía que ser una broma verdad?. Pero algo dentro de ella le decía que no era así, que esto era verdad y que ella estaba ahí por una buena razón aunque todavía le faltara descubrir cuál era.

No puedo evitar que la emoción corriera por sus venas a pesar de lo inverosímil de su predicamento. Estaba en la era que tanto amaba.

La tristeza regresó a ella cuando se dio cuenta que se encontraba lejos de su familia, y tal vez nunca los volvería a ver.

(9)

Jaken se sentía completamente mareado. Jamás en su vida había visto tantas emociones cruzar por el rostro de un ser humano, era demasiado para él.

Decidiendo que tenía mejores cosas de las que preocuparse tosió un poco para ganar la atención de la muchacha. "Miko necesito tu ayuda", le dijo.

Kagome estaba confundida. Miko?, seguramente se estaba refiriendo a ella. Necesitaba su ayuda?, bueno la verdad era que ella no se podía negar, estaba en su naturaleza ayudar a los demás y aunque fuese un pequeño Youkai, y una cosa que jamás en su vida había visto, de todos modos lo ayudaría, que podría suceder?.

Respirando hondo se levantó y erguida miró al pequeño gami. "Dime de que se trata", le dijo.

Jaken la observó de pies a cabeza. Sorprendente, la mujer era bastante agradable para ser humana, y olía muy bien, además de tener una presencia imponente. "Necesito que vengas conmigo. Hay alguien muy herido y enfermo que necesita de ayuda urgentemente", le respondió el gami.

Kagome lo pensó por unos segundos. Alguien herido?, SUGOI, no quería ser mala ni nada por el estilo pero hey! estaba en prácticas para obtener su título de profesional, y que hubiera un herido le serviría mucho, así que sosteniendo su mochila le sonrió al gami y le dijo, "muy bien te ayudaré, dime donde es y yo te sigo".

El renacuajo asintió y caminó el mismo camino por donde había venido, con la miko detrás de él. Solo esperaba que pudiera ayudar a su señor Sesshoumaru