El viento sopla travieso alrededor de los niños que jugaban con ella entre los plantíos. Parece que una tormenta se desatara muy pronto y Miroku e Inuyasha todavía están allí afuera, trabajando para ganarse el sustento de sus hijos.
- ¡Niños, todos vuelvan a casa! ¡Rin! – Grita Sango desde el umbral de su puerta -¡La cena ya casi esta lista!
Rin se apresura a llevar a los cinco niños de Sango a la casa antes de que comience a llover, mientras el olor de su estofado favorito se mezcla con el del temporal. Parece que la anciana Kaede preparó la cena hoy. Rápidamente los niños toman su lugar en la mesa en un revoltijo de gritos y alguna que otra pelea para estar al lado de su madre: mientras, una Kagome muy voluntariosa para su embarazo avanzado ya, comienza a servir los platos.
- ¿No esperaremos a Inuyasha-sama y su excelencia hoy, Kagome?
- No llegaran hasta después de la tormenta, Rin. Sera mejor que comamos ahora. Luego me ocupare de ellos. Después de todo, debo aprovechar el poco tiempo que tengo sin que Inuyasha viva preocupándose por cada paso que doy. ¡Como si fuera una florcita frágil!
Al terminar la cena, comienzan a preparar los futones para pasar la noche en casa de Sango: la tormenta cae con ferocidad y mientras las chicas se preguntan por dónde andarán sus parejas y calman el griterío de los niños, las anciana Kaede se recuesta para no sentir la humedad en sus huesos, dejándola a la pequeña Rin sola con sus ensoñaciones, escuchando las gotas chocar contra las paredes. No, no pequeña: siete años habían pasado ya desde que su señor la había dejado a cuidado de la aldea para que pudiera vivir como una humana y decidir al fin. Siete años habían hecho de ella toda una jovencita de pelo almendrado y levemente ondulado hasta la cintura y cuerpo contorneado aun sin perder el aire de niña de su rostro, y su sonrisa luminosa, tan característica. Siete años de visitas cada vez más esporádicas, de hermosos regalos, de broches que usaba aun trabajando en el campo, para no perder el peinado con el que la conoció. Y tres años desde la última vez que Sesshomaru apareció en la aldea; ese día Rin quiso probar los secretos que Souten le había confiado "para seducir a cada ningen, hanyou o youkai en tu camino". La heredera de los hermanos del trueno era realmente atractiva y muy carismática, difícil era resistirse a sus encantos, pero a ella no le resultaba tan fácil: cuando algún muchacho de la aldea se ofrecía simplemente a caminar con ella, o bien huía de la vergüenza o bien respondía agresivamente. No sabía aun como lidiar con el hecho de que ya no era más una niña. Y eso le quiso demostrar a su señor, yendo a saludarlo con cortesía y sin lanzarse hacia el como una chiquilla, con su cabello recogido en una cola de caballo alta con un broche de azahares y perlas, dejando su esbelto cuello al descubierto y luciendo una media sonrisa tímida en lugar de su usual alegría constante: realmente parecía ya una mujer. Una mujer que no se manejaba ya como una niña, que no jugaba y correteaba como una niña, que no tenía las necesidades de una niña… A pesar de lo que esperaba que sucediera, no solo Sesshomaru no menciono su apariencia, sino que apresuro la cita y se retiró rápidamente. Y parecía molesto.
Tres largos años pasaron y lo último que obtuvo de él fue un hermoso broche de gemas de tenue brillo rosado, que se asemejan a los pétalos de sakura que llueven en los bosques en otoño. Un broche que nunca se atrevió a usar, que retiró de su estuche sólo para preguntarse qué fue lo que lo enfureció así. ¿Habrá sido su cambio, que ya no era la misma niña de antes? No es una pequeña y debería saberlo ya: es todo lo que esperaba. Que notara al fin que había crecido. ¿O será que una mujer, ya no una niña sino una mujer, una mujer humana no es buena compañía para un demonio… No, qué decir un demonio, para un Lord de su rango? ¿Será que realmente no le iba a permitir volver después de todo? Pero no: eso no lo aceptaría: ella ha tomado su decisión, y ni siquiera el, ni siquiera el más arrogante demonio de estas tierras, puede hacerla cambiar de opinión. A fin de cuentas, durante estos siete años, aprendió a leer y a escribir con una maravillosa caligrafía, a pintar, a atender un hogar, incluso a defenderse; Inuyasha no quiso enseñarle, kohaku sin embargo, se ofreció a ser su maestro: le permitió tomar un par de lanzas cortas del arsenal de la antigua aldea de exterminadores, ahora reconstruida, ya que su fuerza no era mucha, pero la agilidad de su cuerpo podría tomar por sorpresa a cualquiera. Todo lo que hizo en este tiempo fue para que él la aceptara más fácilmente a su lado, para no ser una carga, sino una compañía. Pero, ¿Qué clase de compañía? Realmente intentar meterse en los pensamientos de tan gélido inuyoukai era todo un problema….
