Había una vez en Japón, hace muchos siglos, una pareja de esposos que tenía una niña, la cual era su única hija su nombre era Rukia y era tan hermosa como su madre. El hombre era un samurai, es decir, un caballero;no era rico y vivía del cultivo de un pequeño terreno, aunque su mirada siempre parecía de superioridad y de la cual todos debían temer cuando llegaba a su casa y miraba a aquellas dos personas que tanto amaba con todo su corazón una sonrisa se formaba en su pálido rostro.
La esposa era una mujer modesta, tímida y silenciosa que cuando se encontraba entre extraños, no deseaba otra cosa que pasar inadvertida, tenia una mirada serena junto con unos ojos grises que se iluminaban con la luz de la luna, su cabello era negro como la noche y su piel pálida la hacia ver hermosa.
Un día fue elegido el nuevo rey y Byakuya, como caballero que era, tuvo que ir a la capital para rendir homenaje al nuevo soberano. Su ausencia fue por poco tiempo; el buen hombre no veía la hora de dejar el esplendor de la Corte para regresar a su casa.
A la pequeña de ojos violetas le llevó de regalo una muñeca, y a su mujer un espejo de bronce plateado (en aquellos tiempos los espejos eran de metal brillante, no de cristal como los nuestros). La mujer miró el espejo con gran maravilla; no los había visto nunca. Nadie jamás había llevado uno a aquel pueblo. Lo miró y, percibiendo reflejado el rostro sonriente, preguntó al marido con ingenuo estupor:
— ¿Quién es esta mujer? — Pregunto Hisana asombrada por el reflejo en el espejo.—
Byakuya al ver lo ingenua que podía ser su mujer soltó una sonrisa.
— ¡Pero cómo! ¿No te das cuenta de que este es tu rostro?
Un poco avergonzada de su propia ignorancia, Hisana no hizo otras preguntas, y guardó el espejo, considerándolo un objeto misterioso. Había entendido sólo una cosa, que aparecía su propia imagen.
Por muchos años, lo tuvo siempre escondido. Era un regalo de amor; y los regalos de amor son sagrados.
Su salud era delicada; frágil como una flor. Por este motivo la esposa desmejoró pronto: cuando se sintió próxima al final, tomó el espejo y se lo dio a su hija, diciéndole:
— Cuando no esté más sobre esta tierra, mira mañana y tarde en este espejo, y me verás. Después expiró. Y desde aquel día, mañana y tarde, la muchacha miraba el pequeño espejo.
Ingenua como la madre, a la cual se parecía tanto, no dudó jamás que el rostro reflejado en la chapa reluciente no fuese el de su todos los días con la adorada imagen que aparecía en aquel espejo mágico para ella, convencida de ser escuchada.
Un día el padre la sorprende mientras murmuraba al espejo palabras de ternura.
— Qué haces, querida hija? —Le pregunto Byakuya extrañado al ver a Rukia hablando con el espejo muy entretenida.—
— Miro a mamá. Fíjate, no se le ve pálida y cansada como cuando estaba enferma.— Decía la morena alegre mientras señalaba con el dedo la imagen en el espejo.—Parece más joven y sonriente.
Conmovido y enternecido el padre, no quiso quitarle a su hija la ilusión, entonces le dijo:
— Tú la encuentras en el espejo, como yo la hallo en ti.
El espejo, Leyenda japonesa, yo solo la pase a ByaHisa ya que al leerla me los imagine a ellos dos, es muy linda esa historia.
