NA: No se pueden poner links acá, pero la historia está inspirada en la canción del mismo nombre, e incluí parte de la letra dentro del texto.
Cuando dejó de recibir mensajes a través del radio supo que todo estaba peor de lo que pensó en un primer momento.
Había dejado a Abraham y Sasha apenas Rick le dijo acerca del ruido proveniente de Alexandria, pero al final había decidido volver a ellos antes de llegar a la zona, decidiendo que Rick tenía razón: tenían que seguir con el plan o lo que fuera que estaba sucediendo en la comunidad iba a ponerse aún peor.
Y más tarde, después de una serie de cosas que salieron mal para él y sus compañeros, había sido capaz de regresar, frustrado por la poca velocidad que podía alcanzar el auto que ellos llevaban. Sasha lo notó y le dijo que no era necesario que los esperase, que tenía que regresar lo antes posible y ver si era necesaria su ayuda o si ya el caos había pasado.
Y él pensó que estaba listo para manejar cualquier cosa ya. Pero cuando llegó y tomó la escena que tenía frente a él, su cuerpo se congeló por un momento. Faltaba parte del muro que protegía a la comunidad, habían algunas estructuras aun incendiándose y un montón de cuerpos de caminantes y personas en el piso.
Pero eso sólo duró un segundo. Entonces su cuerpo respondió y corrió hacia la casa que compartía con Rick, Carl, Judith, Maggie, Glenn y Carol.
Se encontró con Rick a unos pocos pasos y lo primero que le dijo, al ver su expresión, fue "ella está bien" y después le explicó en resumen lo que había pasado: los lobos atacaron y según Spencer, la bocina no había sido intencional, pero aun así atrajo a la mitad de los caminantes que estaban tratando de alejar. Una parte de ellos quedó atascado en el pequeño pueblo por el que pasaron Michonne y Glenn, quien aún no regresaba, y el resto llegó hasta donde él se suponía que empezaría a guiarlos de nuevo a la ruta planeada, pero algo había salido mal y tuvo que correr, guiándolos inevitablemente a Alexandria, provocando aún más muertes que las provocadas por los lobos. El número de Alexandrinos había bajado drásticamente, e incluso Jessie y su hijo mayor, Ron, habían muerto. Después de lo que había parecido una eternidad, habían logrado matar o desviar a todos los caminantes.
Daryl asintió y empezó a caminar de nuevo al lugar donde vivía.
Estaba cerca de la casa de Aaron y Eric cuando la vio, y casi pensó que era una aparición, algún tipo de fantasma. Era ella, la Carol real, la que vestía pantalones cargo y botas de combate. No era aquella ama de casa que fingía ser dentro de esos muros. Estaba con Sam, cerca de su casa, hablándole, y él se acercó con la intención de saber de ella, verificar que estaba tan bien como se veía.
Ella lo miró por un momento y él pudo ver algo rompiéndose en ella, aunque no vio mucho más, pues ella volvió rápidamente a dirigir su mirada a Sam.
-Daryl te enseñará. Tienes que aprender, Sam, tienes que defenderte. –le dijo, y rápidamente se alejó tanto del niño como de Daryl.
Él la siguió. La vio abrazar fuertemente a Carl antes de susurrar algo acerca de lo orgullosa que estaría su madre, para luego entrar rápidamente a la casa.
Cuando entró en la casa, se dirigió inmediatamente al dormitorio de Carol, sabiendo que probablemente era el lugar en el que estaba.
-¿Estás bien? –preguntó una vez adentro.
-Tienes… tienes que enseñarle a defenderse, Daryl. ¿Lo harás? Dime que lo harás.
-Tú puedes hacerlo. –señaló.
-Yo… yo no puedo. –murmuró, mirando un poco incómoda alrededor de su dormitorio.
-Tú eres la única que puede. Ya lo has hecho… en la prisión.
-Y todos murieron. Yo no puedo. Hazlo. Prométeme que lo harás. Tú… él te necesita, todos te necesitan. Y tú los necesitas. Tienes que enseñarle, tienes que… No salgas, Daryl, tienes que quedarte acá.
Daryl no dijo nada. No entendía del todo la situación. No sabía qué había pasado, ni siquiera sabía si algo le había pasado a ella.
-¿Estás bien?
Carol sonrió, pero estaba lejos de ser las dulces sonrisas que pertenecían sólo a él en la prisión. Su sonrisa ahora era una triste, una que le provocaba ganas de arrancarse el corazón y regalárselo con tal de que la angustia en ella desapareciera.
Se acercó a él y, apoyando sus manos en los brazos de Daryl, se inclinó lo suficiente como para besarlo en la frente.
Y en ese momento algo hizo clic dentro de la cabeza de Daryl, apartándose bruscamente en el preciso momento en que sus labios hicieron contacto con su piel. Sintiendo su corazón latir más fuerte de lo que creía que fuese capaz.
Porque él podía haber tolerado su beso en la granja, aunque hubiera pensado que no se lo merecía y no entendiera del todo el sentimiento tras ello.
Podía haber aguantado sus brazos alrededor de él, mientras la llevaba en la parte de atrás de su motocicleta en aquellos tiempos en que no toleraba el contacto humano en absoluto.
Podía haber aceptado, e incluso disfrutado, sus bromas y coqueteo cuando se hicieron más cercanos, sin importarle si lo hacían sentir incómodo al no saber cómo reaccionar o si lo decía en serio.
Podía haberla cargado, mucho más que aliviado, cuando la encontró en las tumbas.
Podía haberla abrazado por voluntad propia, incluso si no hubiera sabido lo que estaba haciendo hasta que la tenía en sus brazos, en Terminus.
Podía haber aceptado con gratitud aquel segundo beso en la frente, una simple muestra de apoyo, después de la muerte de Beth.
Pero jamás estaría dispuesto a aceptar un beso de despedida de Carol Peletier.
Y eso es lo que estaba haciendo. Se estaba asegurando de que alguien le enseñase a Sam a defenderse. Había abrazado a Carl y a todo lo que representaba, a todas las promesas que le hizo a su amiga de ver por sus hijos. Se estaba despidiendo de él.
Los ojos de Carol se abrieron ampliamente, por un momento sorprendida de su reacción. Pero entonces volvió a mirarlo y negó con la cabeza al darse cuenta de lo fácil que la había leído. –Y yo que dije que no me conocías.
Daryl retrocedió y cerró la puerta, poniendo el seguro para asegurarse de que nadie los molestara.
–No. –dijo. –No puedes irte.
Carol volvió a darle esa triste sonrisa y suspiró. –Ya me fui, Daryl, ¿no lo entiendes? No soy yo más.
-Bueno, pues no saldrás por esa puerta, aunque tenga que quedarme contigo acá para siempre, aunque tenga que forzarte. –amenazó, aunque nada en su tono de voz era amenazante en absoluto. Lastimoso, quizás, y triste… pero no amenazante.
Ella resopló. –Tú sabes que no lo harías. Eres incapaz de ponerme una mano encima, Daryl. Y… no puedes detenerme. Yo quiero irme. Necesito hacerlo. Ya no… no puedo seguir con esto, tengo que alejarme.
-Dime. ¿Qué necesitas para quedarte?
Di algo.
-Nada, Daryl. Me iré. Y tienes que prometerme que no harás nada estúpido. Que te quedarás acá y le enseñarás a Sam. Que seguirás tratando de adaptarte, de ser parte de esto. Tienes que ayudar a mantener a salvo a Carl y Judith. Tienes que… tienes que estar bien, necesito saber que estarás bien. –le pidió, su voz rompiéndose un poco al final, pero logró mantener la compostura y no mostrar del todo cómo se sentía.
-No puedes… no puedes dejarnos. –le dijo él, acercándose a su espacio personal. –¡No puedes dejarme!
No quiero perder la fe en ti.
-No soy yo más, Daryl. Sólo soy un montón de piezas rotas que se sostienen juntas por algún tipo de milagro. –dijo, el azul de sus ojos pareciéndose más a un mar de lágrimas que al cielo que eran antes.
-Todos estamos rotos. Nos sostenemos juntos, ¿no ha sido siempre así?
Si tú quieres, puedo ser quien te sostenga.
-Los jarrones rotos, Daryl, sólo lastiman a quienes tratan de arreglarlos.
Ella se alejó de él y sacó de un cajón su mochila, echando dentro cosas que pudieran servirle.
-Iré contigo.
Te seguiría a cualquier parte.
-No, no puedes ir conmigo. Tienes que quedarte a ayudarlos, a cuidarlos. No quiero que vayas conmigo.
Daryl gruñó en respuesta, sentándose en el suelo, apoyando su espalda en la cama de Carol, mientras ella, que ya había terminado de empacar, lo observaba.
Pero él no quería que lo viera. Se sentía tan pequeño, tan… vacío, y todavía ni siquiera se iba. ¿Qué haría cuando lo hiciese? La única razón por la cual Daryl seguía con vida, era porque ella no lo dejó marcharse, mucho tiempo atrás, cuando estaban en la granja. Porque aunque él hubiera pensado en ese momento que podía hacerlo, ahora sabía que no, nadie podía solo, él tampoco… y sabía, también, que él no podía sin ella.
No lo entendía en ese entonces, y la realidad es que no había pasado mucho tiempo desde que se dio cuenta, pero él la amaba. Y había querido amarla como ella se lo merecía, sólo que no sabía cómo hacerlo, era algo nuevo para él, y estaba aprendiendo a hacerlo. Aprendiendo poco a poco, con pequeños gestos, con pequeños pasos de bebé.
Pero ella se quería ir, sin siquiera darle una oportunidad a lo que él pensaba que tenían.
Apoyó sus brazos en sus rodillas y agachó la cabeza, incapaz de contener las lágrimas por más tiempo.
Sintió su mano en el hombro, ofreciéndole un poco de consuelo, y era increíble que aun siendo ella la culpable de cómo se sentía, todavía podía ser capaz de tranquilizarlo un poco con sólo un toque. –Estarás bien. –le dijo y se alejó, abriendo la puerta, y dando un paso afuera.
-Te amo. –le dijo, sin levantar la cabeza, pues no quería ni ver una reacción negativa, ni verla salir por la puerta en caso de que aun quisiera irse. –Quédate… ¿por favor? - rogó. Y sí, estaba rogándole, tragándose su orgullo porque necesitaba que se quedase. La necesitaba cerca, quería tener la certeza de que ella estaba ahí y estaba bien, incluso aunque los últimos acontecimientos dejaran claro que ni siquiera Alexandria era seguro ya. Quería una oportunidad para ellos.
Di algo.
No dijo nada, sin embargo, y lo único que Daryl escuchó, fue el clic que hizo la puerta al cerrarse.
Y entonces, lo que antes era un llanto silencioso, un flujo de lágrimas agrias que se deslizaban por sus mejillas, se convirtieron en un llanto tortuoso, lleno de angustia y dolor. Y él sólo recordaba haber llorado así dos veces en su vida antes. La primera, cuando, siendo un niño, le dijeron que su madre había muerto; y la segunda, cuando vio a su hermano convertido en un caminante. Aunque era distinto: cuando era niño, tenía a su hermano como apoyo, y después, cuando Merle murió… la tenía a ella. Ahora nada servía, ni llorar, ni pretender causarse daño físico -como quemarse con un cigarrillo- para ignorar el daño desgarrador que sentía en su alma.
