DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Nerd Corps y Asaph Fipke.

N/A: ¡Sorpresa! ¿Se lo esperaban? Ojalá que no. Mi anterior desaparición fue por la redacción de tanto este fanfic como Nos volveremos a ver, además del colegio.

¡Disfruten!


Capítulo 1:

Menos charla, más presión

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Trixie.

Cuando las puertas del ascensor de abrieron no pude estar más sorprendida.

Nadie hablaba; el único sonido en el piso eran las teclas de las computadoras y los tacones de las mujeres caminando.

—Disculpe... —Mis palabras se las llevaba el viento. Había intentado detener a tres rubias y había fallado.

Caminé, nerviosa y a la vez distraída con las pinturas (que lucían costosas) que colgaban en una pared amarilla.

—¿Se le ha perdido algo? —Volteé al oír una voz femenina totalmente molesta. Me encontré con una mujer de cabello negro con un mechón morado sosteniendo un libro aparentemente pesado.

—Yo... vengo por una entrevista de trabajo.

Levantó ambas cejas perfectamente delineadas y sonrió tímidamente.

—Lo lamento. Hoy es un día ocupado —Comenzó a caminar y, por instinto, la seguí—. El señor Blakk la atenderá en lo que salga de su reunión del vestuario masculino.

Estábamos en un largo pasillo, cuyo final tenía una gran puerta de madera.

—¿Vestuario masculino? He visto sólo a mujeres allá —Señalé a donde creí que había estado antes.

La pequeña risa de la pelinegra me hizo dar cuenta de mi error; obviamente, no habíamos entrado por allí.

—Todos los hombres se están probando el nuevo uniforme —informó.

—¿Soy la única para el empleo?

—¿La chica del café? No, no eres la única.

¿Realmente parecía que habría solicitado ese puesto o la mujer era vidente?

Desvié mi vista hacía una colosal pintura. Era un señor con un bebé, ambos sonriendo en el lienzo.

—No preguntes sobre la pintura —aconsejó. Abrí mi boca para hablar pero la cerré inmediatamente—, iré a informarle sobre tú llegada, espera aquí.

Ella no esperó a que yo asintiera para irse. La vi cruzar la puerta y desaparecer.

Mi teléfono comenzó a vibrar dentro del bolsillo de mis pantalones.

—¿Hola? —contesté.

—¡Hola! ¿Cómo va todo? ¿Ya tienes el puesto? —habló Dana del otro lado de la línea.

—No, ni siquiera me han entrevistado. Este lugar es bastante agitado.

—¡Por supuesto que lo es! Es una gran empresa —Oí el suspiro de mi amiga—. Como sea, ¿quién te atendió?

—No creo que la palabra correcta sea atender —bufé—, me guió una chica de cabello negro con un mechón morado.

—¿¡Brodie!? —gritó, haciendo que alejara el teléfono de mi oreja.

—No sé su nombre —declaré.

—Por tu descripción sé que es ella. Brodie es una gran consejera, ella me ha ayudado demasiado.

—Aquí viene... —susurré.

—¡Suerte!

Terminé la llamada en lo que Brodie se paró en frente de mí.

—Yo te entrevistaré, pelirroja. Por aquí —suspiré aliviada; tenía cierta confianza en la mujer. Caminamos hasta la puerta azul al lado de la puerta de madera.

Al entrar vi dos escritorios de vidrio, cada uno con una computadora y, al menos, quince carpetas azules.

—Todos aquí me llaman Brodie —comunicó, sentándose en la silla de cuero detrás del escritorio. Señaló el sofá individual delante de mí.

—Estoy bien... —Ella elevó ambas cejas, con una mirada seria. Me senté, claramente.

—Como decía —Abrió el libro que había sostenido hasta entonces. Comenzó a escribir mientras hablaba—, Beatrice Sting, puedes llamarme Brodie y si tienes una duda, búscame.

Fruncí el ceño al oír mi nombre; yo no le había dado tal información.

—¿Cómo...?

—No le damos una entrevista a cualquiera. Tengo hasta tu tipo de sangre, Beatrice.

—Excelente —murmuré, impresionada.

Brodie sonrió, aún escribiendo en aquel libro.

—¿Por qué quieres este trabajo? —Fijó su mirada en mí, como si estuviera esperando que me equivocara para poder anotarlo.

Sin duda, no me sentía presionada.

—Yo... —Al parecer, si me sentía presionada —Necesito el dinero.

—¿Necesitas...? —preguntó, sus ojos observándome perpleja. —¿El dinero?

Su rostro era tan gracioso. No debería reírme ¿cierto?

—Deberás decirme más que eso si quieres realmente el puesto —Ella continuó. Asentí.

—Sé que puedo estar aquí todas las tardes a llevar y traer el café... ¡Estoy pidiendo ser la chica del café! ¿Qué tan difícil puede ser? —refunfuñé.

—Somos la mejor empresa del país. Todo debe ser perfecto, hasta la llegada y el sabor del café.

—Asombroso —susurré, con sarcasmo.

—Repetiré la pregunta: ¿por qué quieres este trabajo? —Levantó una de sus delineadas cejas, con una pequeña sonrisa.

—Porque sé que soy capaz de hacer este trabajo lo más perfecto posible.

Y, aunque era una tontería, lo haría.