Estaban recorriendo las calles de la ciudad, aun con el frio tan característico de la época, no les importo. El cielo estaba despejado y el atardecer teñía de rojo sangre el paisaje… y a ellos mismos. Era un espectáculo hermoso y Alfred agradecía el haber aceptado la invitación de Iván de salir a caminar, a pesar de que estaba temblando por culpa de la fría brisa y la descendente temperatura que anunciaba la proximidad de la noche.

- qui-quiero volver a casa - tartamudeo el yanqui sobándose las manos en un intento por calentarse-muchas caminata por hoy, además que… - se calló de golpe cuando sintió la suave bufanda de Iván envolviendo su cuello - g-gracias - debido a que el mortecino sol coloreaba todo de rojo, el ruso no pudo notar el fuerte sonrojo que se apodero de las mejillas del yanqui en el momento en que él le había puesto su bufanda.

- volvamos - dijo con una de sus eternas sonrisas Iván, pero justo cuando le iba a tomar la mano, un balón le goleo en la parte posterior de la cabeza.

Silencio, América se quedo quieto esperando la furiosa reacción del ruso y se puso tenso al ver que un pequeño niño de no más de cuatro años se acerco a reclamar la pelota.

- Iván - estaba listo para saltar delante del pequeño para protegerlo con su cuerpo de los golpes del soviético, golpes que jamás llegaron. Quedo completamente perplejo cuando Rusia tomo la pelota y se arrodillo frente al infante, devolviéndosela con una sonrisa que jamás le había visto, tan cálida y amable, ¿Qué era lo que tenia de especial esa sonrisa…? Su rostro de paz, sincera alegría y preocupación por aquel niño. El yanqui no pudo evitar sonreír también cuando vio como el ruso se despedía del niño revolviéndole el cabello de forma amistosa.

- madre Rusia - musitó cuando ya estuvieron solos, listos para volver a casa.

- ¿eh?

- ahora entiendo porqué te conocen como madre Rusia - sonrió anchamente mientras que Iván ladeaba levemente la cabeza tratando de entender a que se refería con exactitud.

- ¿qué quieres decir?

- vamos a casa - exigió el menor tirando de la mano del ruso, sin dejar de sonreír, ante lo cual Iván no pudo sino imitar su sonrisa y seguirle.