De nuevo yo aquí con una historia para el grupo [Aomine x Kagami] Español. Al cual si alguien gusta unirse déjelo en un Rw y con gusto los agregamos :3 El título significa "Atardecer del amor" awww que cursi (?) pero queda perfecto para este fic.
Adivertencia:
-Insinuaciones AoWaka
-Introducción aburrida
-OoC
No es de mis mejores trabajos :c pero si será el más largo hasta ahora, así que espero lo disfruten.
Cuando tenía ocho años, Aomine Daiki se mudó de una gran ciudad como lo era Tokio a un pequeño pueblo en Chiba, dejando atrás a todos sus amigos y a todo lo que conocía hasta ese entonces, fue extraño para él un cambio como ese, ya no había grandes edificios, ni cúmulos de gente para cruzar la calle, había muchos niños pequeños jugando por doquier y los carros eran mínimos.
Pero pronto se acopló al estilo de vida ahí, era un pequeño sonriente que paseaba de un lado a otro en un pequeño lago que se encontraba en el lugar. Le gustaba recolectar insectos para su colección, o encerrar luciérnagas en frascos de vidrio que luego ponía junto a su cama para que iluminaran la habitación por las noches.
Justo un verano después de que llegara, conoció la pasión más grande de su vida: en una cancha de su vecindario, encontró a un par de chicos jugando basquetbol. Esa misma tarde, al regresar a su casa le pidió a sus padres un balón para comenzar a practicar y ellos al ver la emoción en los ojos de su hijo no dudaron en complacerlo.
Grata fue su sorpresa al notar que era bueno en ello, retando siempre a todos los que pasaban por ahí a un pequeño partido, emocionándose cada vez que le tocaba un oponente fuerte. La sonrisa en su rostro demostraba la felicidad que algo tan simple causaba en él, incluso dejó sus visitas al lago para pasar la mayor parte de su tiempo entrenando.
Un año después de que llegó a su nuevo hogar, mientras jugaba –como siempre– conoció a un pequeño que no tenía más de once años. Era rubio y un poco más alto que él, tenía el ceño fruncido y una sonrisa retadora en el rostro que no hizo nada más que emocionar a Daiki y que su espíritu competitivo creciera al grado de retarlo a un pequeño partido.
—Te mostraré que un mocoso como tú no puede ni seguirme el paso —. Fueron las primeras palabras altaneras que le dedicó aquel chico. Grande fue la sorpresa del rubio al ver que aunque el pequeño era dos años menor que él había logrado ganarle.
Varios días después, el rubio regresó pidiendo la revancha donde –al igual que en el partido pasado– el moreno resulto victorioso. Esa misma tarde se enteró de que se llamaba Wakamatsu Kosuke y que vivía a tres casas de la suya, por lo que desde entonces ambos salían a jugar aquel deporte que tanto amaban.
—Cuando sea grande, seré un jugador de básquetbol profesional y seré tan bueno que todos querrán tenerme e su equipo.
Había dicho Kosuke un día después de su clásico partido amistoso y los ojos de Daiki se iluminaron, llenos de admiración por aquel chico, prometiendo que él haría lo mismo y que jugarían en el mismo equipo.
Cuando Daiki tuvo edad para entrar a la secundaria, ingresó a la misma que su rubio amigo y aunque casi no se veían al ser de diferentes grados, su amistad creció aquellos años que estuvieron juntos. El moreno fue un niño bastante popular gracias a su talento en el juego, su gran sonrisa y su carácter persistente; admirado por muchos –hombres y mujeres– y aunque al más alto le molestaba esto un poco –pensando en que era porque al ser mayor creía que era mejor–, para Daiki no había mejor compañía que la del primer amigo que hizo en aquel lugar.
—Oye… Aomine —. El rubio lo llamó un día mientras estaban en su descanso. Tenía la mirada perdida en el suelo y un gesto preocupado. El moreno a su lado, sólo volteó a verlo curioso mientras seguía comiendo, esperando a que su amigo terminara de hablar. —Siempre seremos amigos ¿No es así?
—¿De qué hablas idiota? —. Dejó de comer y palmeó la espalda contraria con un poco de fuerza mientras una sonrisa aparecía en sus labios intentando tranquilizarlo. —¡Claro que siempre estaremos juntos!
Le devolvió una sonrisa por igual, la promesa del menor lo hizo relajarse, si él lo decía entonces no tenía que preocuparse. Ése era su último año y no podía evitar tener dudas por ir a escuelas diferentes y que Daiki le olvidara o cambiara por esa razón, por eso es que había tenido la necesidad de asegurarse de que todo seguiría igual.
Pero las cosas si cambiaron cuando Wakamatsu entró a la preparatoria.
Algo pasó con su moreno amigo, algo que cambió la relación que llevaban hasta entonces, pues el último año que Daiki cursó en la secundaria se distanció de él, no respondió sus mensajes y siempre que iba a buscarlo su madre le decía que estaba ocupado o que no estaba en casa, pero él sabía que lo único que estaba haciendo era evitarlo.
Wakamatsu era un ser orgulloso y sin paciencia, solía molestarse por cualquier cosa que se saliera de su control, razón por la que, después de dos meses sin obtener una respuesta dejó de buscarlo, intentando convencerse de que aquella molestia que sentía en el pecho era porque no había tenido el valor de darle la cara, o una razón si quiera de su comportamiento.
Un día, camino a su casa, lo vio acompañado de otro par de chicos, lo observó a lo lejos, incapaz de si quiera reclamarle algo, vio como el moreno pasaba uno de sus brazos por los hombros de un chico más bajo que él mientras otro rubio se le pegaba al brazo disponible sin importarle que estuvieran a mitad de calle. Y entonces comprendió que había sido remplazado, o al menos así se sentía, por lo que más molesto de lo que estaba antes corrió hacia su casa y apenas entró azotó la puerta de la misma y de la de su cuarto también. ¿Qué rayos se supone que significaba aquel doloroso pesar en su pecho?
Aunque, tal vez si no hubiera estado tan molesto se hubiera fijado en otro tipo de cosas más relevantes que sus dos acompañantes, como el hecho de que Daiki ya no sonreía como lo hacía antes, o que su ceño estaba fruncido y su pose era la de alguien aburrido aunque a la vez como si fuera una fiera que estuviera a punto de atacar a alguien. Y también hubiera notado que el moreno si lo vio, y que al igual que él no tuvo ni la menor idea de cómo se supone que debía actuar.
No se volvieron a ver desde entonces, ni siquiera por error, no hubo un intento de comunicarse en todo el año y cada uno continuó su vida como si no hubiera conocido al otro.
Tal vez por eso cuando su segundo año de preparatoria comenzó, su sorpresa fue enorme al ver al moreno entre los de nuevo ingreso, sin creer que había escogido justo la escuela donde estaba él para inscribirse. Si bien había cambiado bastante, estaba seguro que el cambio no había sido solo exterior, ahora era tan alto como él, no estaba muy seguro pero tal vez era incluso un poco más alto, tenía el ceño fruncido y una mueca de aburrimiento en el rostro. Y a pesar de que Aomine lo vio ese mismo día cuando, al finalizar clases, entró al gimnasio durante la práctica del equipo, no se acercó si quiera a decir un simple "hola", cabreando aún más al mayor.
Pero vamos. Los pensamientos del rubio eran tan diversos que de un momento a otro cambiaban, incitándolo a hablarle, a ignorarlo, a lanzarle un balón en la cara, a golpearlo, a abrazarlo… toda la práctica estuvo pensando en qué se supone que debía hacer.
¡A la mierda todo! Le iba a hablar, total nada podía ser peor que la nula relación que tenían justo ahora. Por lo que apenas acabó el entrenamiento, se acercó con un balón en mano al moreno, quien perezoso tomaba sus cosas, metiendo todo dentro de su mochila como podía.
—Oi, Aomine, juguemos un partido… Ya sabes, por los viejos tiempos y esas mierdas —. Lo dijo, había sacado valor de quien sabe dónde y aunque no lo miró a los ojos lo había dicho.
Aunque claro, la respuesta que recibió nunca pensó escucharla de aquel chico que conoció cuando sólo tenía once, aquel pequeño sonriente que lo seguía a todos lados divertido. Aquello lo dejó tan helado que su cerebro tardó en procesarlo.
—No, yo no juego con débiles. Así que olvídalo.
El ceño del mayor no tardó en fruncirse tanto que casi se tocaba una ceja con la otra y el grito sumado el balón lanzado con fuerza no se hizo esperar. — Hijo de puta. ¿Quién mierda te crees? Te enseñaré a respetar a tus mayores, idiota.
Entre tres tuvieron que sostenerlo para que no lo golpeara y el entrenador lo dejara sin jugar en los partidos siguientes y Daiki, el muy bastardo estaba ahí observándolo con aquel gesto aburrido. ¡Incluso se atrevió a bostezar! Había cambiado más de lo que imaginó. Por lo que aún molesto se soltó de manera brusca del agarre, tomó sus cosas y sin decir nada abandonó el lugar.
Desde entonces, las peleas entre ambos no se hicieron esperar durante toda su estancia en la preparatoria. Wakamatsu había aprendido que el Aomine de ahora era menos interesado en lo que hacía, más pervertido de lo que recordaba, un egocéntrico narcisista que hacía lo que quería, engreído de primera con un gusto por los pechos grandes y que de aquel niño sonriente que conoció ya no quedaba rastro. Y para molestia suya, a él le seguía importando el muy bastardo.
Justo por esta razón una extraña amistad comenzó a resurgir entre ellos. Wakamatsu entrenaba todas las tardes después de cada práctica para mejorar y a veces –aunque él no lo supiera– Daiki lo observaba o esperaba hasta que este acabara, comenzando así a ganarse el respeto del de ojos azules. Los reclamos del mayor por que fuera a los entrenamientos o asistiera a clases comenzaron a ser menos y los acosos y las bromas del moreno por hacer enojar a su senpai aumentaron… aunque ninguno de los dos se dio cuenta de que sólo intentaban llamar la atención el uno del otro.
Sin embargo, sus compañeros de equipo vaya que lo notaron pues al rubio era al único que le permitía estar cerca suyo, quizá debido al tiempo que llevaba conociéndolo, o porque a pesar de su inevitable cambio, una parte de él seguía viendo al mayor como alguien admirable.
Hubo un punto en aquella extraña convivencia que comenzaron a regresar a casa juntos de nuevo, además de que el rubio se veía arrastrado la mayor parte de veces a la azotea para comer mientras el de pelo azul dormía tranquilamente o le robaba su comida de manera continua hasta acabarse casi todo. Se podría decir que su amista volvió de manera silenciosa, bastante cambiada, justo como había cambiado el carácter del menor, pero, ambos parecían estar bien con eso ahora.
Y gracias a esta extraña convivencia, fue que Wakamatsu se dio cuenta, un día –mientras el moreno dormía sobre sus piernas, estando solos en la azotea– que ese idiota le gustaba más de lo que hubiera querido aceptar alguna vez, lo suficiente para querer verlo sonreír de nuevo como antes. Aunque claro ¡ni loco iba a admitir algo como eso en voz alta y darle la oportunidad a ese egocéntrico de que se burlara de él y menos de que lo bateara!
No es el momento, se repetía una y otra vez cada que su traicionero corazón quería terminar por declararse.
Tan metido en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que Daiki había despertado y que por ello sus ojos estaban fijos en él, sin perder rastro de las expresiones que hacía sin ser conscientes de ellas.
—Yo sé que soy irresistible, pero ¿hay necesidad de que me observes de esa manera? ¿Uhh?
Parpadeó un par de veces sin entender las palabras del moreno, hasta que la sonrisa arrogante en su rostro apareció haciendo que empujara al menor y se parara lo más rápido que pudo. ¡No iba a sonrojarse porque lo atrapó viéndolo! Joder que era hombre y no una nena enamorada.
—Ni quien te esté viendo idiota, sólo esperaba el momento en que te quitaras de encima para poder ir a clase. Llevamos quince minutos de retraso ¿sabes?
—A nadie le interesa —. Soltó un bostezo incorporándose, caminó hacia el mayor mientras removía su cabello intentando quitar la pereza. —¿A quién crees que engañas?
—¡No estoy mintiendo joder! Ni quien quiera verte estúpido.
Cuando estuvieron frente a frente, Aomine acercó su rostro tanto que podía incluso sentir la respiración contraria, sonriendo de lado tan altanero como siempre que sabía tenía la razón. Y Wakamatsu como buen retador, no dio un paso atrás, se quedó desafiando al contrario con la mirada, con el ceño fruncido y postura firme, aunque por dentro estaba que se le salía el corazón de los latidos tan rápidos que daba al respirar el mismo aire que su acompañante. ¿Qué carajo quería demostrar?
—Tú te lo pierdes —. Terminó por decir el moreno después de un par de segundos, encogiéndose de hombros y caminando hacia la salida, dejando atrás a un manojo de nervios que apenas se podía sostener por sí solo.
Abrió los ojos de manera pesada, un poco aturdido por el sueño que aún rondaba por su cuerpo. Se estiró cual gato sobre la cama intentando despertar por completo, aunque no quisiera hacerlo, sabía que debía arreglarse si no quería ser molestado hasta que se levantara.
Salió de la cama y caminó hacia el pequeño baño que tenía en su habitación, entrando en la ducha, dejando que las gotas de agua fría se encargaran de destensar sus músculos y borrar aquellas imágenes que seguían recientes en su mente. Tenía tiempo que su descanso no se veía perturbado por un sueño hasta apenas esa noche, lo más curioso de todo es que soñara justamente pequeños pedazos de su pasado, la mayoría relacionados a cierto idiota que ahora tenía como compañero de piso.
Cuando Wakamatsu había terminado la preparatoria, aplicó examen para entrar a la Universidad de Tokio, sin embargo no fue aceptado, desanimado, se puso a trabajar pausando sus estudios hasta que la siguiente oportunidad para entrar llegara. Y justo el año que Aomine salió de la preparatoria ambos hicieron el dichoso examen para la misma Universidad y asombrosamente, ambos habían quedado dentro.
Decidieron entonces, que sería una buena idea irse a vivir juntos, dejar Chiba y –en el caso de Daiki– volver a aquella enorme ciudad a terminar sus estudios. Y así lo hicieron, empacaron sus cosas y justo en las vacaciones antes de entrar a clase consiguieron un pequeño departamento en el centro de la ciudad. Cada uno estudió su carrera, viéndose apenas por las noches, cayendo rendidos apenas llegaban, sobreviviendo a la tan temida universidad durante ya seis años.
Ahora el moreno contaba con veinticuatro años y el rubio con veintiséis. Sus padres eran los que pagaban en mayoría sus gastos, y en vista de que estaban por titularse decidieron –prácticamente Wakamatsu lo obligó– que para poder mantener mejor su pequeño hogar, debían conseguir un trabajo.
Justo por esa razón Daiki estaba despierto a las seis de la mañana en sábado, era su primer día en aquel trabajo de medio tiempo que había logrado conseguir. No es como si fuera la gran cosa, a decir verdad era un simple trabajo de vacaciones de verano que cualquiera con un poco de experiencia hubiera podido conseguir.
Y no es que le enorgulleciera decirlo, pero sería masajista en un club deportivo, de esos a los que la gente estirada con dinero asiste. Cuando tenía diecisiete, su madre había tenido un pequeño accidente que le dejó secuelas, él ayudó con la rehabilitación porque… pues porque su madre era la única persona por la cual haría lo que fuese, así se tratara de darle masajes todos los días en la espalda baja. No es que fuera un experto, pero gracias a aquel pequeño curso que tomó para ayudarla en el pasado fue que pudo conseguir un trabajo en ese lugar.
Y para ser honesto, sólo iba por dos razones, la primera era que necesitaban el dinero, y al ser un club privado la paga era excelente. La segunda es que ¡podría tocar a toda mujer sin problema alguno! Vamos, que tenía un pequeño gusto por las mujeres, sobre todo las de pechos grandes y su trabajo implicaba contacto directo con ellas. Podría pasar sus manos por todo su cuerpo sin problema a que le reclamaran algo y si alguna se quejaba, podría simplemente decir que se le había resbalado la mano por tanta fuerza, que todo era profesional y que no se preocupara por ello.
¡Oh vaya que iba a disfrutarlo!
Así que un poco más animado, salió de la ducha, vistiéndose a paso lento –no es como si le importara mucho llegar temprano o algo parecido–, unos jeans negros ajustados, una camiseta de tirantes blanca, una chaqueta de cuero negra y sus inseparables tenis de marca favoritos fue lo que escogió, total, apenas llegar allá le darían su dichoso uniforme por lo que no importaba mucho que digamos lo que usara.
Salió de su habitación de manera sigilosa, sorprendido de no escuchar los característicos gritos mañaneros de su compañero, sólo para toparse con la casa vacía. Mejor para él. Fue hacia la cocina para tomar una manzana que encontró sobre la mesa, no era muy fanático de cocinar, de hecho no sabía hacerlo, era Wakamatsu quien se encargaba de eso, pero como parecía que no le había dejado nada antes de largarse a quien sabe dónde, tuvo que conformarse con eso.
Tomó su celular, las llaves de su motocicleta y de la casa, así como un poco de dinero y salió de su hogar, vivían en el tercer piso así que tomando el elevador bajó hasta el estacionamiento.
El lugar no quedaba muy lejos, mucho menos si la forma de conducir de Aomine era monstruosa, burlaba a los carros, se pasaba los semáforos apenas unos segundos antes de que cambiaran de color, ganándose el pitido del claxon a cada instante, pero que más daba, le gustaba sentir la adrenalina del aire chocando contra su cuerpo cuando el acelerador llegaba al tope y ver a todos a su alrededor pasar como si sólo fueran luces borrosas. Por lo que en menos de media hora llegó al dichoso lugar.
Se detuvo en la entrada por unos segundos admirando la fachada; por fuera no parecía más que un domo blanco gigante con un edificio de cuatro pisos al lado, rodeado de enormes áreas verdes, todo rodeado con malla para que nadie pasara, en la entrada de cristal se podía apreciar un letrero con la inscripción "Club privado" que lo hizo bufar en desagrado, de verdad detestaba a los 'riquillos'.
Observó cómo en su mayoría eran mujeres y niños los que entraban al lugar, sin poder evitarlo sus ojos se desviaron en más de una ocasión de manera poco discreta. Benditas sean las mujeres de ese lugar que se preocupan tanto por su belleza. A este punto estaba tan impaciente de comenzar con su trabajo que llevó su motocicleta al estacionamiento de empleados y entro por fin al lugar.
Era la primera vez que entraba al dichoso club, su solicitud la había mandado por internet y la entrevista que tuvo fue en un café cercano, por lo que era de esperarse el asombro que le causaba estar ahí. Cabe decir, que por dentro era mil veces más lujoso de lo que era por fuera, pese a no entrar por la entrada principal –puesto que no era un cliente– el amplio lugar que tuvo que recorrer hasta los vestidores estaba tan detallado que hasta parecía un chiste. Los empleados que se pasaban por su lado le veían extrañados por su reacción, incluso algunos con repulsión, como si fuera alguien que no encajaba en aquel lugar, ni siquiera para trabajar.
Pero a Daiki podía importarle menos la mirada de los demás, ni siquiera se molestó en ver a alguno, por lo que siguió su búsqueda hasta encontrar la oficina que debía ser de su nueva jefa.
—Sigue el pasillo derecho hasta salir de los vestidores, baja las escaleras, da vuelta a la izquierda, rodea la piscina hasta el edificio de cristal, en la primera puerta es donde vas a trabajar.
Fue lo que le dijo apenas se presentó, dándole una pequeña caja de cartón que supuso traería su uniforme, salió tan rápido como entró, tal parece que la anciana –porque lo era, debía tener unos setenta o más según su criterio– estaba apresurada o algo por el estilo por lo que se dispuso a seguir caminando hasta encontrar la puerta que tenía la palabra "vestidores" grabada con una fina letra.
Este lugar debe ser una broma. Pensó nada más entrar, y es que estaba seguro de que era del tamaño de todo su departamento, o al menos eso parecía.
Era espacioso, toda la pared de lado derecho estaba cubierta con regaderas personales, pensó que tal vez había personas que salían de la escuela y venían a trabajar y querían sentirse limpios o que tal vez antes de salir de ese lugar se quitaban aquella sensación de estar "sucio" después de un día laboral, con los ricos no se podía saber –porque parecía que hasta los empleados se sentían parte de ellos– había dos puertas, una por la que había entrado y otra al fondo que debía ser el acceso al club dejando las oficinas atrás, en la parte izquierda por lo menos siete estantes de casilleros se encontraban, seis columnas de alto y vaya a saber cuánto de largo, lo único que el moreno podía asegurar es que eran bastantes como para cubrir el largo de esa enorme habitación.
Caminó hacia los casilleros, según recordaba el suyo era el número cinco, guardó su chaqueta y abrió la dichosa caja, tenía entendido que eran dos los uniformes con los que contaba. Se quitó la camiseta y se colocó la negra –también de tirantes–, hizo lo mismo con su pantalón cambiándolo por uno más holgado del mismo color que la camiseta, con un pequeño bordado del lado izquierdo con el logotipo del lugar, se puso el cinturón a la cadera que utilizaría para guardar cremas y aceites relajantes con aroma.
Guardó el resto en su casillero poniéndose al final la gorra blanca con el mismo logo que su pantalón, portándola al revés, con la visera hacia atrás, dándole un aire despreocupado. Sin duda era el mejor de los dos atuendos –y es que ni loco iba a usar una camiseta tipo polo blanca y un short del mismo color, prefería morir de hambre o que Wakamatsu lo corriera del departamento antes que usar algo así–.
Salió del lugar metiendo las manos a los bolsillos, justo antes de bajar por las escaleras pudo admirar lo grande que era el lugar, la entrada principal estaba a unos cuantos metros, frente a él podía ver lo que parecía ser un enorme campo de golf, más atrás podía alcanzar a ver una pista para correr, o al menos eso parecía. Más cerca de donde se encontraba se podía ver la piscina y cerca de ella un edificio de apenas un piso, supuso que sería ahí donde trabajaría, más allá había una cancha de tenis, otra de básquetbol. Había un edificio más que no tenía ni remota idea de para qué era y estaba seguro que el lugar era aún más grande de lo que veía ahora, pero ya tendría tiempo para explorar después.
El club cerraba a las seis, pero los empleados se quedaban hasta las diez, recogiendo, haciendo cuentas o limpiando el lugar; una de las pocas cosas que le había gustado es que justo en ese tiempo podías usar las instalaciones del club, por lo que al menos podría jugar un partido o dos después del trabajo.
Bajó las escaleras y se dirigió hacia el edificio pequeño que había visto antes, según recordaba, su jefa le había dicho que la primera puerta era su lugar de trabajo.
Pero apenas llegó, se dio cuenta de que algo estaba mal, muy mal, parpadeó un par de veces leyendo una vez más la inscripción en la puerta –parecía que todo en ese lugar tenía letrero–, debía de haber un error ¿no? Tenía que ser un error.
Corrió de nuevo a todo lo que podía hasta llegar una vez más a la oficina de aquella anciana, abriendo la puerta de un golpe, asustando a la pobre mujer dentro que no hizo más que saltar en su asiento. El ceño fruncido de Aomine era tan fiero que por un segundo la intimidó sobre todo por no saber cuál era el problema.
—Es una broma ¿no? —. Gruñó después de un rato.
—No sé de qué me habla.
—¡El jodido lugar al que me mando! ¡Dice "masajista hombres"! ¡Hombres!
—No es una broma, es donde trabajarás ¿Qué no te lo aclararon en la entrevista? Era obvio que no iba a dejar que las damas y los caballeros se mezclaran, no somos uno de esos lugares con libertinaje para permitir esas cosas en algo que implica ver el cuerpo desnudo de otra persona.
Daiki gruñó como respuesta saliendo del lugar dando un fuerte portazo, justo de la misma forma que entró. Jodida anciana y su moral de hace cien años. ¿En qué siglo se supone que estaban? Bien, tal vez lo que él quería si era propasarse en su nuevo trabajo… ¡pero vamos, no era para tanto!
El dinero Daiki, necesitas el dinero.
Se repitió una y otra vez, dándose valor, justo era la clase de cosas que Aomine odiaba cuando se trataba de trabajar, por esa razón le costaba tanto quedarse en un lugar: odiaba seguir órdenes. Esa es la razón por la que estudiaba administración de empresas, si iba a tener que trabajar entonces él iba a ser su propio jefe y estaba seguro que cuando tuviera su propio negocio no pondría reglas tan absurdas como las de esa anciana.
Cuando llegó de nuevo a aquel lugar, inhaló profundo antes de abrir la puerta y por fin entrar; al menos aún estaba vacío. Se dio el lujo de admirar el lugar donde tendría que trabajar; todo a su alrededor era blanco, el piso, el techo, la mesita que se encontraba junto a los sillones en lo que parecía ser una sala de espera, la lámpara, la camilla en el centro, las toallas sobre la misma y las que estaban sobre un estante al fondo. ¡Todo! ¿Quién rayos había decorado ese lugar?
Lo único diferente ahí eran las paredes, que eran de cristal, se acercó notando la vista hacia la piscina vacía a esas horas, se podía ver también el campo de golf por otra de los lados, supuso que no estaba tan mal después de todo, parecía como si en las paredes estuviera dibujado un lienzo que daba un aire natural. Sonrió de lado por un momento ante la tranquilidad del lugar.
Al menos fue así hasta que la puerta se abrió.
Un tipo, de unos setenta años, piel grasosa y granosa a simple vista, con veinte kilos –por lo menos– de más entró observando detenidamente al moreno quien no supo que decir. Se quedaron así hasta que el tipo fue al fondo de la habitación y abrió una puerta que Daiki no había visto hasta entonces, no pasaron ni diez minutos cuando salió de nuevo, esta vez desnudo, sólo con una toalla enredada para tapar apenas lo necesario y entonces se acercó de nuevo a él.
—¿Con la toalla o desnudo? —. Preguntó y la cara de asco en el moreno fue inevitable.
Ugh… Este va a ser un día muy largo.
En la noche subo la continuación xD espero que no les haya dormido la introducción hahaha.
Cualquier review, comentario, crítica o sugerencia son bien recibidos n_n
Gracias por leer.
