La fuerte ventisca revolvía su cabello verde y le impedía ver lo que había un paso por delante de él. Estaba herido, tanto físicamente como en su orgullo: ¿desde cuándo huía de una pelea? Si no fuera por los profundos cortes que sufría en todo el cuerpo, habría seguido adelante con su lucha, pero cuando su capitán había ordenado retirada, él había comprendido que, por mucho que le fastidiase, se encontraban en desigualdad de condiciones.

Los persiguieron por el bosque durante largo rato, mientras el cielo se volvía negro y amenazante, y comenzaba a nevar cada vez con más fuerza. Se habían separado en un intento de despistarlos y, aunque por lo menos él lo había conseguido, no sabía si sus compañeros habían corrido la misma suerte. Rezaba porque así fuera.

Comenzaba a sentirse muy débil, le costaba seguir caminando, pero como siempre se obligó a si mismo a continuar. Se llevó una mano al costado al sentir una fuerte y fría punzada, y descubrió que sus heridas estaban comenzando a congelarse. Tenía que encontrar un refugio lo antes posible, o si no…

Su visión se iba nublando. Cayó de rodillas sobre la nieve, que era ya de un considerable espesor, y obligó a su cuerpo a continuar a gatas, pero no hubo dado más que unos pasos cuando no lo resistió más y se dejo caer sobre la nieve.

Este no puede ser mi fin pensó extasiado, mientras sentía que su conciencia amenazaba con desvanecerse. Levantó la vista al frente, tratando de hacer que su fornido cuerpo se moviera. Entre los copos de nieve, que cada vez caían con más violencia y a mayor velocidad, distinguió una sombra acercándose. Quiso pedir auxilio, por primera vez en su vida admitía que necesitaba ayuda, pero sus ojos se cerraron, y su rostro cayó sobre la nieve.

No lo vio hasta que tropezó con él y cayó de bruces sobre su ancha espalda. Olió la sangre, y por un momento se sintió presa del pánico, apartándose rápidamente de aquel hombre que yacía tirado boca abajo sobre la nieve. ¿Estaría muerto? Sintió que era su deber averiguarlo. No sin esfuerzo le dio la vuelta. Estaba herido, muy herido; apoyó con cuidado la cabeza en su pecho, y sintió cierto alivio al escuchar los latidos de su corazón, que aunque débiles eran rítmicos.

Se puso en pie, sacudiéndose la ropa, y lo miró.

- ¿Y qué demonios hago ahora yo contigo?- murmuró, con el grito de la ventisca resonando en sus oídos.

El crepitar del fuego era tan relajante… Ya no sentía aquel frío horrible, ni aquel dolor en el costado. Un segundo…

¿FUEGO? pensó el peliverde, abriendo los ojos de golpe e irguiéndose demasiado rápido, lo que le provocó un intenso dolor donde recordaba que tenía aquella herida. Volvió a tumbarse. Estaba en una cama, cubierto con una pesada manta de lana negra y con todo el tronco envuelto en vendas. Intentó recordar lo ocurrido mirando el techo de madera que lo cubría, pero lo último que le venía a la cabeza era la nieve.

-La sombra…- murmuró sin apenas darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.

Algo se movió a su derecha, poniendo automáticamente todos sus sentidos en alerta. Cerró los puños y apretó la mandíbula, dispuesto a defender su vida, pero enseguida se relajó. Sólo tuvo que verla; parecía tan… indefensa.

Lo miraba con una mezcla de temor y curiosidad, semioculta tras el lateral contrario de la chimenea que se interponía entre ambos. El reflejo del fuego se reflejaba en su rostro, ocultándolo y mostrándolo a la vez. Le mantuvo la mirada unos instantes, antes de cerrar los ojos y volver su rostro hacia el techo con un suspiro de alivio. Luego, tomó aire y se irguió en la cama con más cuidado y, con una mueca de dolor, sacó las piernas de la cama, quedando sentado en el borde de la misma. Volvió a mirarla.

La muchacha pelirroja se levantó lentamente.

- ¿Te encuentras mejor?- tartamudeó, sin atreverse a acercarse. Aquel tipo tenía una pinta algo amenazante.

-Hmp.- asintió, mirándola fijamente. De qué le sonaba aquella cara…

-Te encontré en medio de la ventisca. ¿A quién se le ocurre salir con ese tiempo?- preguntó la muchacha, dándole la espalda mientras cogía unas cosas de unas estanterías. La mirada de aquel tipo le ponía los pelos de punta.

-Lo mismo te podría preguntar yo…- - dijo con voz ronca, alzando una ceja. Aún no sabía su nombre.

-Nami.- dijo ella, adivinando los pensamientos del joven.

-Roronoa Zoro.- sonrió él, ante la perspicacia de la chica.

Ella se giró para mirarlo con extrañeza.

-Roronoa Zoro… ¿el cazarecompensas?- preguntó la pelirroja, sintiendo un nudo en la garganta.

-Ex cazarecompensas.- aclaró él, poniéndose en pie con cuidado y estirándose.- -Veo que las noticias no se trasmiten tan rápido por aquí.-

Nami le miró sin comprender.

-Digamos que me he cambiado de bando.-

-Oh… ¿ahora eres pirata?- se dio la vuelta de nuevo para que no viera su cara de alivio.

-¿Supone algún problema?- inquirió Zoro.

-No, no.- – contestó rápidamente, llenando un cuenco con sopa humeante.- -Y ahora vuelve a la cama.-

-No gracias, debo regresar con mis compañeros.- replicó mientras buscaba su ropa.

Antes de que se diera cuenta, Nami se había acercado a él y lo había empujado a la cama con una severa mirada en su rostro.

La ventisca aún no ha parado, y parece que va para largo. Y además, esas heridas tienen una pinta horrible. No te largarás de aquí hasta que yo te diga.

Zoro la miró incrédulo. ¿De verdad le estaba diciendo a él lo que tenía que hacer? ¿Cómo era que no le tenía miedo?

-Y ahora, cómete la sopa.- dijo amenazante, tendiéndole el cuenco para después regresar a su rincón al otro lado de la chimenea.

El peliverde comenzó a tomarse el contenido hirviente del cuenco. No era nada del otro mundo, pero no estaba mal. Seguramente se había acabado acostumbrando a la comida del estúpido cocinero pervertido. Mientras comía, observó con atención la estancia: en la cabaña sólo había una habitación y lo que parecía un cuartucho con lo que supuso sería el baño, justo frente a los pies de la cama. Había solo 2 ventanas pequeñas y repiqueteantes, una a su izquierda y otra justo frente a esta, al otro lado de la cabaña. La chimenea que quedaba a su derecha se encontraba justo en el centro, con la puerta a su derecha y una pequeña cocina de leña justo en el lado contrario. Era un sitio bastante cutre, pero ciertamente acogedor.

Miró a través de la ventana, pero lo único que vio fue oscuridad y algunos copos de nieve golpeando contra el cristal. Un estornudo de Nami le sacó de sus ensoñaciones.

-¿Por qué te pones ahí?- preguntó él, con voz más ruda de lo que pretendía. Carraspeó.- -Aléjate de la puerta, que seguro que entra corriente de aire y acabarás enfermado.-

Ella lo miró exasperada por encima del hombro, pero finalmente se arrastró hasta quedar tumbada boca abajo sobre la vieja alfombra que cubría el suelo justo ante la chimenea, con un montón de papeles ante sí e ignorando a Zoro, que aprovechó para observarla.

No debía ser mucho más joven que él, 1 o 2 años tal vez. Tenía el cabello corto y de un naranja muy intenso que relucía con el fuego. Era delgada, tal vez demasiado, pero estaba muy bien formada, de eso estaba seguro: aunque no hubiese querido verlo, el ligero vestido violeta dejaba al descubierto sus largas y delicadas piernas, sus hombros redondeados, y marcaba perfectamente la curva de la cintura donde la espalda perdía su nombre. Entre manos tenía una hoja de papel milimetrado: parecía estar haciendo un mapa, a partir de un montón de datos apuntados en los papeles que tenía frente a ella.

Suspiró: estaba cansado y aburrido. Por el rabillo del ojo la vio bostezar a ella también, y se dio cuenta de que la única cama que había en la habitación era la que él mismo ocupaba en ese momento.

-¿Dónde piensas dormir?- preguntó casi inconscientemente.

Ella detuvo su tarea para mirarlo arqueando una ceja.

-Es obvio… en el suelo.-

-¿Qué? No.-

-¿Cómo que no?-

-¿Cómo vas a dormir en el suelo?-

-Muy fácil: me tumbaré, cerraré los ojos y…-

-Si alguien duerme en el suelo, seré yo.- soltó Zoro con determinación, levantándose con dificultad de la cama,

Nami también se levantó, y puso las manos en los amplios hombros del peliverde, haciendo fuerza y tratando de hacer que volviera a la cama, cosa que el no pensaba permitir. Sin embargo, no pudo resistir la fuerza de la chica. ¿Cómo era eso posible?

Quedó asombrado, sentado en el borde de la cama, mirándola con los ojos desorbitados.

-¿Qué?- soltó ella, con fiereza.

-¿Cómo… tú…?-

-Estás herido, no ha sido muy difícil.-

-Pero…-

-Anda, duérmete y calla.-

Zoro no dijo nada más. Aquella muchacha lo asombraba cada vez más, no era para nada normal. Se volvió a tumbar y cerró los ojos. No tardó mucho en caer rendido.

Tampoco Nami tardó mucho en notar que se le cerraban los ojos. Se irguió un poco y miró el rostro sereno de su acompañante, que dormía tranquilamente en la cama. Un escalofrío recorrió su espalda, haciéndola temblar: sentía frío, a pesar de estar tumbada delante de la chimenea. Miró en el interior de la misma, descubriendo que apenas quedaban ascuas, y se levantó a coger un poco de leña de la cocina. Avivó el fuego todo lo que pudo, y volvió a mirar a Zoro, esta vez con curiosidad. Lo había desnudado para curarle las heridas, y había quedado asombrada ante la pasmosa cantidad de cicatrices que recorrían el cuerpo del espadachín. Había guardado bien las espadas, para evitarse cualquier sorpresa, pues aquel era un hombre peligroso, se notaba la advertencia en su forma de mirar.

Sin embargo, así dormido, parecía tan tranquilo, tan en paz… tan agradable a la vista. Tragó saliva: sabía que no era una buena idea, pero el frío comenzaba a invadirla de nuevo, y apenas quedaban troncos en la leñera.

Así que cerró los ojos mientras se metía bajo la misma manta que cubría a Zoro. Notó que un escalofrío la recorría por completo al notar su fría piel en contacto con la cálida del chico, pero no fue desagradable. No fue nada desagradable…

~ CONTINUARÁ ~