En la capital de Francia, en el siglo XVIII,cuando la entonces ciudad no estaba adornada por la Torre Eiffel, ni por el Arco del Triunfo, ni por enormes edificios de cristal, reinaba el Rey Bourgeois quien estaba viudo y sólo tenía a su joven y caprichosa hija Chloé a su lado.
En su reinado él procuraba mantener la paz, aunque administrando recelosamente sus bienes y ganancias. Pero, pese a sus intentos de mantener la paz y la estabilidad, existía el caos y la destrucción invadiendo constantemente las calles de su querida París. Según la Guardia Real, todos estos azotes de violencia parecían tener un origen mágico y ancestral, y por ello es que muy apenas podían lograr detener los mencionados actos.
Constantemente aparecían seres extraños luciendo excéntricos trajes de colores brillantes y con la aparente misión de asaltar joyerías, bazares e incluso cuartos de mujeres adineradas robando anillos y pendientes a montones así logrando enfurecer a un creciente número de artesanos pobres y joyeros de renombre, quienes eran cada vez más cuidadosos en cuanto a quién abrían sus puertas. Y las adineradas señoras guardaban bajo llaves y escondían sus atesoradas joyas.
Así mismo, a la ciudad llegaban comerciantes de otros países. Ente ellos el señor Fu, un anciano de origen chino, de altura baja y cabello oscuro pero canoso. Sus rasgos orientales no pasaban desapercibidos pero eran opacados debido a la gran mochila que llevaba en la espalda y lo distinta que era su ropa ligera en comparación a los trajes y vestidos de la gente que estaba a su alrededor. El viejo se detuvo y fijo su vista en la cantidad de gente a su alrededor.
Un corazón puro y desinteresado debía de encontrarse cerca, y eso era justo lo que él quería encontrar. París necesitaba héroes y su tarea era encontrarlos. Y por ello, su teatro estaba a punto de comenzar.
En otro lugar, un joven de no más de 16 años, de tez blanca, cabello dorado, de ojos de un verde asombrosamente brillante, complexión delgada y alta, paseaba de un lado a otro en una de las muchas estancias de su Castillo mientras aguardaba impacientemente la aparición de su padre, el Marqués más adinerado del País.
El muchacho tenía un deseo, una sola petición del corazón pero temía que ésta fuera ignorada o rechazada por su padre, un hombre de carácter frío y ambicioso.
A la 1 de la tarde en punto se acercó a la intimidante puerta de madera oscura que lo separaba de la gran oficina de su padre. Dio tres golpes y esperó una respuesta. Pasaron al rededor de dos minutos cuando una voz fría y gruesa se escucho diciendo "Adelante".
El rubio empujó la puerta, la cual a su vez rechino de forma ruidosa y molesta. Cuando completó la acción entró algo tembloroso y cerró la puerta tras de sí.
-Buenas tardes, padre. ¿Cómo ha estado?- dijo mientras se acercaba a la silla frente al escritorio de su padre. La luz opaca que lograba entrar de entre las pocas ventanas descubiertas le permitía al muchacho ver a su padre, quien siempre lucía un porte amenazador y firme, y que negaba con su mera presencia la idea de diversión.
-. Ocupado como siempre, Adrien. Ser un Marqués y un Agreste no es nada fácil y lo es aún menos incrementar nuestra fortuna debido a las crisis de mis exportaciones. Toma asiento.- le indico con un gesto la silla más próxima a él.- Me gustaría tratar unos asuntos contigo. Adrien se acercó tratando de evitar los inexpresivos y gélidos ojos grises de su padre para así mantener la fuerza de voluntad de poder hacer la importante petición que surgía de su corazón a su padre.
-.Dígame, padre, ¿Qué es aquello de lo que me tiene que hablar? De igual manera yo...-
-. Ya sabes de sobra que mi tiempo es valioso, así que permiteme continuar.- dijo de forma cortante-. Como todo Francia y países vecinos saben, la princesa Chloé Bourgeois se encuentra en la edad de ser toda una señorita casadera, es una de las flores más bellas y maduras del Reino, por no decir que es la más rica en cuanto a dinero y extensiones de tierra se refiere. El Rey Bourgeois aún no ha dado la mano de su hija a ningún Príncipe ni Duque, ni Conde ni, mucho menos, a un Lord. Al parecer se comenta que nuestra caprichosa muchacha quiere enamorarse, ¡Ja! ¡Cómo si eso sirviera de algo en un mundo en el que lo que más importa es el dinero y la ambición! ¿No crees?- El joven no pensó en debatir con su padre al respecto, por lo que éste prosiguió- Así mismo, no descarto que la princesa quiera a alguien de tierras extensas y riqueza a montones para satisfacer sus deseos o de que su prometido tenga un porte elegante y que sea apuesto, ya que siendo ella como cualquier otra muchacha se ha de enamorar por los ojos. Y, siendo yo el Marqués más adinerado e influyente y tú el Conde que heredará mi fortuna, te pido que para bien familiar enamores a esa joven chica. -
Por su parte, y en una zona notablemente más pobre, desde antes que el Sol iluminara el Alba una joven abría de par en par sus hermosos ojos azules como el cielo para empezar su jornada. La acomedida muchacha de cabello azabache y piel blanca cual nieve pasaba las primeras horas del día preparando panes y pasteles de toda clase junto a sus padres para así seguir manteniendo una vida económicamente estable como la que tenían en aquel momento.
Para dicha doncella el apoyo a hacia familia era una de las formas de demostrar su ferviente cariño hacia sus padres, quienes eran amables, amorosos y justos por naturaleza.
Cerca de la media tarde su madre solía pedirle que, de favor, fuera en busca de los ingredientes escasos para la jornada del día siguiente. Dichos ingredientes solían ser huevos, harina, leche y frutillas frescas, así como carne para consumo de la familia y otros más suplementos. Y por las tardes asistía a atender una Sastrería para perfeccionar su estilo en cuanto a corte y confección se refería, pues era la forma más directa que tenía para entrar en contacto con su pasión y de a su vez obtener ganancias para sus ahorros personales.
-. Marinette, querida, ¿serías tan amable de ir al mercado para comprar más huevos, leche, harina, mantequilla, nueces, arándanos y fresas?- pidió amablemente su gran padre con su sonrisa habitual.
-. Leche, harina, fresas, huevos, mantequilla, nueces y arándanos.- dijo mientras que a su vez contaba la cantidad de cosas por las que iría en busca.
-. Claro que sí, padre. Solo espero no olvidar nada esta vez.
-. Tranquila, cariño. La torpeza algún día se acabará.- dijo su madre con una sonrisa mientras le alcanzaba el cesto y una capa.- Debes tener cuidado, mi Marinette. Esas personas extrañas han estado apareciendo cada vez con más fervor y lo que menos queremos es que algo te pase. Cuídate mucho, por favor.
-. Por supuesto, tendré cuidado.
Marinette tomó la capa negra y se la puso. La capa era pesada y de una tela rugosa de color negro, a continuación tomó la canasta de mimbre color miel y salió en dirección al bazar y al mercado. Los zapatos de la muchacha resonaban al compás de su caminar sobre la calle adoquinada. En uno de los cruces usados mayormente por carruajes y caballos la gente se prepara para cruzar la calle en diversas direcciones.
La multitud aglomerada no tardo en ver oportunidad y se apresuró a llegar a su destino sin importar lo que sucediera a su alrededor, Marinette hizo lo mismo pero con la diferencia de que, entre aquella gran aglomeración, ella si vislumbró a un anciano de rodillas en busca de su bastón. Preocupada, y al notar que nadie se acercaba a ayudarlo, la doncella apresuró el paso a donde se encontraba a pesar de ser constantemente empujada por la multitud. Una vez a lado del señor que se encontraba en el suelo, se arrodilló a su lado, alcanzó el bastón y lo ayudó a incorporarse y a llegar al lado de la calle a la que el señor quería llegar.
-.¿Usted se encuentra bien?- preguntó Marinette con una gran sonrisa.
- Sé que pasear por la Ciudad puede ser complicado por la cantidad de gente, pero esperaba que la gente fuera más considera, o al menos con la gente de su edad.-dijo Marinette atropelladamente.
-. Me encuentro perfectamente, señorita. Es solo que cuando se es tan viejo como yo-dijo haciendo énfasis en la palabra "viejo"- Se vuelve más complicado el andar tan rápido o tan firme como todas aquellas personas.
-¡Oh, no! me malentienda! No era mi intención llamarlo viejo ni insultarlo, yo solo...- sus mejillas estaban completamente rojas y su habla consistía principalmente en tartamudeos.
-. No se preocupe, jovencita. Me es grato saber que hay gente amable como usted.-Marinette sonrió.
-.¡Oh!, muchas gracias, yo ya me dedo retirar. Con su permiso.- dijo y salió en busca de aquello por lo que había salido en un principio.
