Sumary Completo: Debería haber sido pan comido. Lo único que tenía que hacer era atrapar a una hermosa mujer que había violado la libertad condicional y que ni siquiera se molestaba en esconderse. Pero el cínico cazarrecompensas Jasper Withlock descubriría muy pronto que en Alice no había nada fácil..., ni tampoco en aquel caso. Alguien les había tendido una trampa. De pronto, se hallaban esposados el uno al otro y con un par de matones a sueldo pisándoles los talones. Y Alice se negaba a hablar, incluso después de que Jasper encontrara en su bolso un gigantesco diamante azul. Todo le decía a Jasper que aquella seductora y astuta mujer no era trigo limpio. Todo, salvo su corazón cautivo.
Hola hola jeje eh aki me regreso con esta nuva super historia jejej espero que les guste tanto como la anterior y que me dejen mas reviews que lo que me dejaron en la anterior jeje y este capi va dedicado a mi fiel lectora MILU-CULLEN ya que siempre hace acto de presencia (reviews) jeje
Disfruten
Recuerden de que nada me pertenece. La historia pertenece a Nora Roberts y los personajes a Stephanie Meyer
Capitulo 1
Habría matado por una cerveza. Una jarra grande y helada de cerveza negra de importación, que entrase suave como el primer beso de una mujer. Una cerveza en algún bar agradable, tranquilo y en sombras, con un partido de béisbol en la tele y unos cuantos parroquianos sentados a la barra, enfrascados en la retransmisión.
Jasper Withlock fantaseaba de este modo mientras vigilaba el apartamento de la chica. La corola de espuma, el olor acre, el primer trago ansioso que vencía el calor y aplacaba la sed...Y luego el lento saboreo sorbo a sorbo de la cerveza, que convencía a cualquiera de que todo en el mundo podía arreglarse si los políticos y los abogados se sentaban a debatir sobre los conflictos inevitables con una birra bien fría en la mano, en un bar de barrio, mientras un bateador se disponía a golpear la bola.
Era sólo la una de la tarde, un poco pronto para beber, pero hacía un calor insoportable y las latas de refresco que llevaba en la nevera carecían del atractivo de una buena cerveza fría y espumosa.
El equipamiento de su viejo Oldsmobile no incluía aire acondicionado. En realidad, sus comodidades eran penosamente escasas, si se descontaba, claro, el equipo de música que había instalado en el descascarillado salpicadero de cuero falso. El estéreo le había costado un ojo de la cara, pero la música era necesaria. Cuando estaba en la carretera, le gustaba subirla a tope y cantar a pleno pulmón con los Beatles o los Stones.
El potente motor de ocho válvulas que había debajo del capó gris y abollado estaba afinado con tanta meticulosidad como un reloj suizo, y llevaba a Jasper allá donde quería ir, y a la velocidad del rayo. En ese momento se hallaba en estado de reposo, y, por respeto a aquel apacible barrio del noroeste de Washington D.C., el reproductor de CD sólo emitía un murmullo sofocado mientras Jasper acompañaba tarareando a Bonnie Raitt, una de las raras concesiones que hacía a la música posterior a 1975.
Jasper pensaba a menudo que había nacido a destiempo. Tenía la impresión de que habría sido un buen caballero andante. Un caballero negro. Le gustaba esa filosofía franca y directa que ponía la fuerza al servicio del bien. Él, naturalmente, se habría puesto del lado de Arturo, reflexionaba mientras tamborileaba con los dedos en el volante. Pero los asuntos de Camelot los habría resuelto a su modo. Las normas no hacían más que complicar las cosas.
También le habría gustado cabalgar por el salvaje Oeste. Perseguir forajidos sin tanto papeleo ni tanta monserga. Simplemente, seguirles la pista y atraparlos. Vivos o muertos. En los tiempos que corrían, los malos contrataban un abogado, o el Estado les proporcionaba uno, y al final los jueces acababan pidiéndoles disculpas por las molestias. «Lo sentimos muchísimo, señor. El hecho de que haya usted robado, violado y asesinado no es excusa para abusar de su tiempo ni de sus derechos civiles».
Era muy triste.
Ésa era una de las razones por las que él, Jasper Withlock, no se había metido a policía, a pesar de que poco después de cumplir los veinte había jugueteado una temporada con esa posibilidad. Para él siempre había sido importante la justicia. Sin embargo, no veía mucha justicia en las normas, ni en los reglamentos. Razón por la cual, a sus treinta años, Jasper Withlock era un cazarrecompensas. Así podía atrapar a los malos y, al mismo tiempo, trabajar las horas que le diera la gana y ganarse la vida sin tener que someterse a un montón de basura burocrática. Tenía que seguir ciertas normas, claro está, pero un tipo listo sabía cómo esquivarlas. Y él siempre había sido un tipo listo.
Llevaba en el bolsillo los papeles de su nueva presa. Ralph Finkleman lo había llamado a las ocho de la mañana para darle el encargo. Ralph era un cagueta y un optimista, una mezcla que, en opinión de Jasper, era requisito imprescindible si uno se dedicaba a prestar fianzas. Él, al menos, no lograba entender que alguien pudiera prestarle dinero a perfectos desconocidos que, dado que tenían que pagar fianza por su libertad, eran de poco fiar. Pero al parecer la cosa daba dinero, y el dinero era motivo suficiente para hacer casi cualquier cosa, suponía Jasper.
Jasper acababa de regresar de seguir a un mangante que había huido a Carolina del Norte, y Ralph se había mostrado patéticamente agradecido porque hubiera puesto a la sombra a aquel chaval de campo, más burro que un poste, que había intentado hacer fortuna asaltando tiendas de electrodomésticos. Ralph le había prestado la fianza, alegando que el chico parecía demasiado estúpido como para huir. Jasper podía haberle dicho desde el principio que el chaval era demasiado estúpido como para no huir. Pero a él no le pagaban por dar consejos.
Tenía previsto tomarse unos días de relax, ver quizás unos cuantos partidos en Camden Yards y llamar a una de sus amigas para que lo ayudara a gastarse la paga. Había estado a punto de rechazar la oferta de Ralph, pero éste se había puesto tan pesado, tan lastimero, que no había tenido valor para negarse. Así que se había ido a Fianzas Primera Parada y había recogido la documentación relativa a una tal M.B. Alice, quien, al parecer, había decidido no acudir al juzgado para explicar por qué le había pegado un tiro a su novio, un tipo casado.
Jasper imaginaba que aquella chica era también más bruta que un poste. A una chica guapa, o eso parecía por la foto y la descripción, y con unas pocas neuronas en activo, no le costaría mucho esfuerzo engatusar a un juez y a un jurado y salirse de rositas por algo tan nimio como agredir a un contable adúltero. Y, además, no había matado a aquel capullo.
Aquello era pan comido. Por eso Jasper no se explicaba por qué estaba Ralph tan nervioso, por qué tartamudeaba más de lo normal y recorría sin cesar con los ojos la destartalada y polvorienta oficina. Pero a Jasper no le interesaba analizar a Ralph. Quería acabar cuanto antes con aquel asunto, tomarse una cerveza y empezar a disfrutar de sus ganancias. Sin embargo, con el dinero extra que iba a ganar con aquel trabajito, podía comprarse la primera edición del Quijote de la que tantas ganas tenía. De modo que estaba dispuesto a sudar unas cuantas horas metido en el coche.
Jasper no tenía pinta de buscador de libros raros, ni de aficionado a los debates filosóficos sobre la naturaleza humana. Tenía el pelo rubio oscuro, recogido en una cola de caballo corta y gruesa que, más que una afirmación de estilo, era la constatación del recelo que sentía hacia los peluqueros. Su lustrosa melena, sin embargo, realzaba su cara alargada y estrecha, de pómulos cortados a pico y hoyuelos en las mejillas. Sobre el hoyuelo de la barbilla, su boca era carnosa y firme, y hasta tenía cierto aire poético cuando no se torcía en un gesto de desdén.
Sus ojos, grises y aguzados como cuchillas, podían suavizarse hasta adquirir el color del humo ante la vista de las páginas amarillentas de una primera edición de Dante, o enturbiarse de placer al vislumbrar a una mujer bonita con un fresco vestido de verano. Sus cejas arqueadas poseían un leve toque demoníaco, acentuado por la cicatriz blanca que le cruzaba diagonalmente la izquierda y que era el resultado de su encontronazo con la navaja de un homicida que no quería que Jasper cobrara su recompensa. Pero Jasper la había cobrado y aquel tipo había acabado con un brazo roto y una nariz que no volvería a ser la misma, a menos que el Estado apoquinara una rinoplastia. Lo cual no habría sorprendido a Jasper lo más mínimo.
Jasper tenía también otras cicatrices. Su cuerpo fibroso y larguirucho tenía las marcas del de un guerrero, y había mujeres a las que les gustaba ronronear sobre ellas. Cosa que a Jasper no le parecía del todo mal.
Estirando sus larguísimas piernas, desperezó los hombros haciendo crujir los huesos y consideró la idea de abrir otro refresco y fingir que era una cerveza.
Cuando el MG pasó a toda pastilla a su lado con la capota bajada y la radio a todo volumen, Jasper meneó la cabeza de un lado a otro. Más bruta que un poste, pensó. Aunque tenía gusto en cuestión de música, eso había que admitirlo. El coche encajaba con la descripción de sus papeles, y el rápido vislumbre de la mujer que había pasado volando a su lado confirmaba sus sospechas. Aquel cabello corto y negro que volaba al viento resultaba inconfundible.
Qué ironía, pensó Jasper mientras la veía bajar del pequeño coche que había aparcado delante de él, que una mujer tan atractiva fuera tan patéticamente estúpida.
No podía decirse, de todos modos, que su atractivo resultara cómodo a la vista. En realidad, no parecía haber en ella nada cómodo. Era una chica más bien baja... y él sentía debilidad por las mujeres peligrosas y de largas piernas. Tenía las caderas estrechas, como de chico adolescente, enfundadas en unos tejanos descoloridos, rasgados en las rodillas y blanqueados en las zonas de roce. La camiseta que llevaba remetida en los pantalones era de algodón blanco, y sus pequeños pechos sin constreñir se apretaban agradablemente contra la suave tela.
La chica sacó una bolsa del coche y Jasper pudo contemplar una bonita vista de su firme trasero. Sonriendo para sus adentros, se dio un golpecito con la mano en el corazón. No era de extrañar que aquel capullo del contable le hubiera puesto los cuernos a su mujer.
La cara de la chica tenía tantos ángulos como su cuerpo. Aunque era blanca como la leche, como correspondía a aquel casquete de pelo negro, no había en ella nada virginal. Su barbilla puntiaguda y sus pómulos angulosos se combinaban para formar un rostro áspero y atractivo, cuya simetría rompía una boca carnosa y sensual. A pesar de que llevaba puestas unas gafas de sol oscuras y grandes, Jasper sabía por la documentación que tenía los ojos verdes. Se preguntaba si serían verde musgo o verde esmeralda.
Con un enorme bolso colgado al hombro y una bolsa de la compra apoyada en la cadera, la chica echó a andar hacia él, en dirección al edificio de apartamentos. Jasper se permitió un suspiro a cuenta de su paso desenvuelto y firme. Sí, sentía debilidad por las mujeres de piernas largas.
Salió del coche y echó a andar tras ella sin prisa. No creía que fuera a causarle problemas. Tal vez arañara y mordiera un poco, pero no parecía de las que se deshacían en lágrimas y se ponían a suplicar. Eso Jasper no lo soportaba.
Su plan era muy simple. Podía abordarla en plena calle, pero odiaba montar una escena en público si podía evitarlo. Así que se las ingeniaría para entrar en su apartamento, le plantearía la situación y se la llevaría.
La chica parecía estar tan campante, pensó Jasper mientras entraba en el edificio tras ella. ¿De veras imaginaba que los polis no se pasarían por casa de sus familiares y amigos? ¡Y salir a hacer la compra en su propio coche! Era un milagro que no la hubieran atrapado ya. Claro que los polis tenían cosas más importantes que hacer que perseguir a una chica que se había peleado con su amante.
Jasper esperaba que la amiga de la chica que vivía en aquel apartamento no estuviera en casa. Había estado casi una hora vigilando las ventanas, y no había visto que nada se moviera. Y, al pasearse tranquilamente bajo las ventanas abiertas del tercer piso, no había oído nada. Ni tampoco al entrar y pegar la oreja a la puerta. Pero nunca se sabía.
La chica dejó atrás el ascensor y se dirigió hacia la escalera, y lo mismo hizo Jasper. Ella no había mirado atrás ni una sola vez, lo cual le hacía pensar que, o bien estaba absolutamente despreocupada, o bien tenía muchas cosas en la cabeza.
Jasper per acortó la distancia que los separaba y le lanzó una sonrisa deslumbrante.
—¿Te echo una mano con eso?
Las gafas oscuras se giraron hacia él y se fijaron en su cara. Pero los labios de la chica no se curvaron lo más mínimo.
WOw ahora qe pasara jeje bueno pa que vean que no soy mala les subire 3 capis mas
y espero mas que 4 reviews eehh jeje
byee
