¡Hola a todos!

Es la primera vez que escribo algo sobre Harry Potter, adoro esta saga de libros desde que era pequeña, y tras la petición de una amiga (después de 4 meses insistiendo ya era hora que te hiciese caso xD) he decidido publicar este Fic :)

Disclaimer: Los personajes de esta Obra pertenecen enteramente a J.K Rowling, yo solo me limito a tomarlos prestados para escribir esta pequeña historia :)!

-Este fic participa en el reto anual "Long Story 4.0" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black-


La extraña proposición

En algún recóndito lugar de las mazmorras del colegio Hogwarts de magia y hechicería, tras un gran muro de piedra, se encontraba ni más ni menos que la sala común de la casa de las serpientes, aquella que fue fundada por el célebre mago Salazar Slytherin. Estaba siempre iluminada por unas pequeñas lámparas de luz verde las cuales otorgaban a la estancia ese tono esmeralda que los caracterizaba. La sala resguardaba a esos alumnos cuya determinación, astucia y sangre lo suficientemente limpia era probada, y pocos eran los sangre limpia que no pertenecían a Slytherin. Entre ese selecto grupo de magos elegidos, destacaba el joven Draco Malfoy, un alumno de quinto curso, de liso pelo rubio platino y ojos claros el cual se encontraba sentado en un cómodo sillón al lado del fuego, visiblemente apartado de sus amigos.

Él, por supuesto, se enorgullecía más que ninguno de sus compañeros de pertenecer a esta casa, y más aún de su sangre enteramente limpia. Había crecido aprendiendo que solo la gente como él mismo era la merecedora de su respeto y nada ni nadie podía intentar convencerlo de lo contrario. Se encontraba en estos precisos instantes cavilando intensamente sobre ello, como desde hacía algún tiempo repetía todas las noches desde el año pasado, pues por primera vez en su vida, sentimientos contradictorios parecían inundar su confusa mente.

—¿Draco? —La voz de Pansy Parkinson resonó en su cabeza, y poco después, reparó en que la tenía justo enfrente.

La joven de media melena oscura no podía evitar romper la separación que había entre ella y Draco Malfoy. Llevaba demasiados años enamorada, y no iba a ser capaz ahora, cuando por fin tenía probabilidades de convertirse en algo más, de estropearlo por su reciente comportamiento distante. Si él se apartaba, ella se acercaría.

—¿Qué? —Respondió toscamente, intentando que la joven Slytherin se apartase de él cuanto antes—. No estoy de humor para tonterías.

Ella lo miró dubitativa, preguntándose si Draco se encontraba bien, pues eso era para ella lo más importante. Intentó tocar su hombro, en señal de afecto, pero él apartó su mano.

—Pensé que tal vez desearías compañía...

—Pues ya ves que no —La interrumpió a media frase—. Por si no lo has notado, me apetece estar solo, vuelve con los demás.

Un poco ofendida, pero ya acostumbrada, Pansy se retiró al otro extremo de la sala, donde Crabbe, Goyle, Zabini y unos cuantos más de su curso charlaban entre risas bastante ajenos a sus sentimientos contradictorios. Pero a Draco ya no le apetecía tanto como antes unirse a ellos a pesar de que siempre había adorado ser el centro de atención, pues desde este último verano, muchas cosas habían cambiado para él. Su padre le había informado de primera mano sobre la ascensión al poder del Señor Tenebroso, y por consiguiente, de su nueva y aterradora situación. Lord Voldemort quería que se uniese a sus mortífagos al finalizar quinto curso. No había posible vuelta atrás.

Por supuesto, en ningún momento podía negar delante de su padre o su madre que él no estaba más que orgulloso de servir al que consideraban el mago más grande de todos los tiempos, se había obligado a si mismo a sonreír y aceptar de buen grado lo que su nuevo destino como mortífago le deparase, pero, en el fondo de su corazón, no podía negar cuanto lo aterraba.

Si algo tenía claro, era que él, Draco Malfoy, no era ningún asesino, y por lo tanto, no estaba dispuesto a mancharse las manos de sangre, ¿No podían acaso desterrar a esos sangre sucia sin recurrir a la muerte? Podían torturarlos hasta la saciedad si lo deseaban, pero... ¿Matarlos? Al fin y al cabo, ningún sangre sucia tenía la culpa de haber nacido así.

Cerró los ojos fuertemente y presionó los puños contra el cómodo sillón. Odiaba sentirse como un cobarde, pero no podía negar que su vida era más importante que cualquier otra, y si tenía que matar a otros para sobrevivir ¿No debía acaso hacerlo sin preguntarse toda esta sarta de tonterías? Se estaba volviendo loco, y su rendimiento escolar estaba bajando a puntos insospechados, eso estaba empezando a causarle problemas.

Tomó entre sus manos su mochila y buscó medio enfadado una nota que le había enviado a primera hora el profesor Snape, jefe de la casa de Slytherin. La releyó una vez más, esperando que por arte de magia aquellas palabras cambiasen, pero no obtuvo el resultado deseado.

"Lamento comunicarle señor Malfoy que, tras las numerosas faltas de entrega de trabajos en diversas asignaturas, me veo en la obligación de ponerlo a disposición de clases particulares. Jueves a las seis en punto, en el aula de transformaciones.

Prof. Severus Snape."

—Lo que me faltaba... —Susurró para si mismo, mientras arrugaba con fuerza el trozo de pergamino con sus propias manos.

Su único consuelo era que todavía estaban a Lunes, y no tendría que vérselas con ningún estúpido profesor que lo obligase a hacer deberes y más deberes hasta el Jueves, de momento podía respirar tranquilo y aprovechar el poco tiempo que le quedaba en seguir torturándose con sus estúpidas dudas. Se levantó pesadamente y colgó su mochila sobre los hombros mientras consultaba el reloj, si no se daban prisa, todos llegarían tarde a su próxima clase, y no estaba en situación de desobedecer más normas.


Siendo la primera de la clase, Hermione Granger siempre tenía demasiadas preocupaciones en la cabeza para pensar siquiera en tomarse un descanso. Se pasaba el día entre libros y tomando apuntes en clase sin dejarse vencer nunca por el cansancio, y cuando acababa, siempre ponía la mejor cara y toda la paciencia de la que disponía para ayudar a Harry y Ron, sus dos mejores amigos, con sus habituales dudas.

Hoy era uno de esos tantos días en los que la joven Granger no tenía casi ni tiempo de relajarse a la hora de comer, pero aun así, se dirigió al gran comedor con paso firme, y se sentó al lado de sus amigos dejando escapar un largo suspiro.

—¿Estás bien, Hermione? —Le preguntó Harry, mientras llenaba su plato con los más deliciosos alimentos, justo a su lado, Ron llenaba dos.

—Francamente no —Reconoció meneando la cabeza negativamente. —Pero tú tampoco deberías estarlo, ni tu Ronald, después de las tres redacciones que nos han mandado hoy en transformaciones, encantamientos y pociones deberíais pensar en hacerlas cuanto antes...

En cuanto empezó con su típico discurso, sus dos amigos desconectaron automáticamente, y a pesar de que a Hermione no le pasó inadvertido, decidió no discutir con ninguno de los dos, pues con los años, había aprendido que eso era perder el tiempo, y no es que ella andase precisamente bien de tiempo. Empezó a llenar su plato mientras repasaba mentalmente un par de hechizos que se le estaban resistiendo y se apresuró a comer totalmente concentrada en la forma correcta de agitar la varita, cuando, a sus espaldas, una de las voces que más admiración le producían pronunció su nombre.

—Señorita Granger, ¿Puede venir conmigo un momento por favor? —Preguntó la profesora McGonagall, la cual se encontraba justo detrás suya.

Al instante, Harry y Ron se pusieron tensos en sus asientos, y lanzaron a la jefa de la casa de Gryffindor una profunda mirada de respeto. Después de tantas infracciones que entre todos habían cometido, era de esperar que pensasen en lo peor.

—No hemos hecho nada esta vez, profesora —Aseguró Ron con mirada demasiado seria—. Le juro que no...

—Silencio —Dijo agitando la mano en su dirección, sin apartar la mirada de Hermione—. Solo quiero hablar con la señorita Granger en mi despacho.

La joven castaña se levantó como un resorte de su asiento, estaba más que dispuesta a acompañar a la profesora, pero también, en parte, se temía lo peor. Hermione siempre había sido una alumna intachable, y todos los profesores lo sabían, pero el hecho de ser una alma Gryffindor y también la mejor amiga de Harry Potter, habían dañado un poco su reputación, hecho que a ella, sinceramente, no le importaba.

—Siéntate, por favor —Le pidió amablemente en cuanto entraron en su despacho—. Verás Granger...

Su expresión amable cambió directamente a una más seria, y sorprendentemente, la profesora parecía sentirse culpable. Por primera vez desde que Hermione había pisado Hogwarts, Minerva McGonagall parecía dudar.

—¿Qué sucede profesora? —Preguntó muy nerviosa—. ¿He cometido algún error en mi última redacción?

McGonagall negó con la cabeza, pero permaneció unos minutos en silencio, seguramente planteándose la mejor forma de decir lo que necesitaba.

—Como bien sabes, Hogwarts tiene su propio sistema de repaso para alumnos de todos los cursos. —Comenzó—. Soy consciente de que conoces la norma que implica que los prefectos pueden tomar partido en estas clases, pues bien, un alumno ha solicitado ayuda, y desgraciadamente, no disponemos de ningún profesor que pueda ayudarle en las horas que él exige.

McGonagall seguía mirándola con dudas, pero Hermione expuso una de sus mejores sonrisas bastante aliviada en cuanto entendió lo que su profesora le estaba pidiendo. Siempre había adorado que confiase en ella para cosas de alta responsabilidad.

—¡Estaré encantada de hacerlo, profesora! —Aceptó sin dejar de sonreír, pero ella parecía no haberla escuchado.

—Sé que tienes una agenda muy apretada, soy plenamente consciente, estás en el año de tus TIMOS y comprendería que lo que te estoy planteando te suponga más un problema que una ayuda —Le avisó—. Comprendería que termines echandote atrás, y bueno...

—¡No, profesora! —La cortó—. Nunca podría negarme a ayudar a quien lo necesite, al igual que el propio Hogwarts ¿Quién será el alumno en cuestión?

La sorpresa inundó totalmente la cara de la profesora, al parecer, no se esperaba que le hiciese esa pregunta tan pronto, o directamente, que no se la hiciese.

—Bueno... Es un alumno perteneciente a tu curso, por supuesto —Aseguró, y Hermione empezó a notar que le temblaban un poco las manos—. Solo tienes que ayudarle un poco, no es necesario que...

—¿Quién es profesora? —Insistió al notar que intentaba ocultarlo de forma sutil—. Ya le he dicho que lo haré, no veo cual es el problema.

—Es... Un alumno de Slytherin me temo —Contestó, mientras la miraba a los ojos en forma de disculpa—. Sé que no es lo habitual pero... Al fin y al cabo, eres la alumna más brillante de quinto curso.

Hermione sintió que su piel enrojecía a través de sus mejillas por las palabras de Mcgonagall, pero eso no impidió que una fría capa de desencanto la cubrirse de pies a cabeza, ¿Ayudar a un Slytherin? Eso, desde luego, no entraba de ninguna forma en sus planes, pero ya había aceptado, y no podía echarse atrás.

—No se preocupe profesora —Dijo intentando disimular su decepción—. Supongo que podremos dejar nuestras diferencias de lado.

—Eso era precisamente lo que esperaba de usted, señorita Granger, sabía que no me decepcionaría —Exclamó levantándose de su asiento con renovadas expectativas—. El señor Malfoy la esperará en la aula de transformaciones el jueves a las seis, muchas gracias, puede retirarse.

—¡¿Ma... Malfoy?! —Exclamó aterrorizada, levantándose también de la silla situada justo en frente—. Tiene que ser un error, profesora.

Pero McGonagall ya se encontraba al lado de la puerta, manteniéndola abierta para que ella saliese y sonriéndole de forma esperanzadora.

—Ánimo, seguro que todo irá estupendamente bien —Le dijo en cuanto Hermione traspasó el umbral—. Además, es una magnífica forma de que usted, el señor Potter y el señor Weasley arregléis vuestras diferencias con el señor Malfoy.

Dicho esto, cerró la puerta con entusiasmo y la dejó sola y desamparada. Al principio Hermione se quedó quieta, observando la fina madera de la puerta y preguntándose si lo que acababa de suceder era verdad o una simple pesadilla, una de tantas otras que solía tener, pero por más que se concentraba en despertarse, más le parecía que aquello debía ser, sencillamente, la cruda realidad.