Como una madre quiere a su hija.

A veces me gustaría parar el tiempo y contemplar tu sonrisa adormecida, aún bañada por un recién levantado sol. Hasta que se acabe el mundo y más.

Hay noches en las que no quiero dormir. Noches en las que espero con los ojos abiertos a que me llames a gritos, con esa antes infantil y dulce vocecilla, desde tu cama, porque tienes miedo y quieres que te arrope de nuevo. Y, así, disipar tus pesadillas con un leve beso en la frente.

He contado las veces en las que un efecto de vacío inundó mi estómago cuando tú me dabas la espalda, cuando no me devolvías la sonrisa. Me faltan manos todavía.

No son pocas las ocasiones en las que tu simple tacto podía curar todos mis dolores. El tacto de una piel que, en parte, también es la mía. Al igual que ese pelo, rojo intenso, también es en parte el mío. Al igual que esos ojos de un profundo marrón, que siempre están husmeando algo nuevo, buscando una nueva aventura. Tú eres, en parte, yo.

Muchas veces te he abrazado, muchas veces he calmado tus llantos y tus lágrimas limpiado. Muchas veces me has hecho sonreír, y muchas han sido las veces en las que una sola sonrisa tuya me hacía comprender que todo lo que había pasado valía realmente la pena. Muchas veces, tu sola compañía me ha hecho entender que, aunque no quiera a tu padre, te quiero a ti.

Pero algo que nunca me pasó, algo que nunca llegué o quise pensar, algo de lo que nunca me di cuenta, es que algún día te irías. James también se fue, Albus también se fue. Pero siempre te tenía a ti, conmigo, lloriqueando en la estación, cogidas de la mano.

Y hoy, que eres tú la que, esta vez, me suelta de la mano y entra al vagón, con la más amplia de tus sonrisas y con tus dos coletas rojas, una a cada costado de la cabeza, perfectamente peinadas, me doy cuenta de lo que no quería darme cuenta hasta entonces.

Sin ti, estoy sola.

Es un hecho. Estoy, a partir de esta última lágrima en King's Cross, condenada a pasar los meses en una casa demasiado grande para dos personas, esperando el lejano verano. Condenada a saber que creces sin mí. Los días pasan despacio, el tiempo mueve nuestros rostros y alarga tu cuerpo, mientras que yo envejezco sin ti. Condenada a acunar a la nada, a mecerla entre mis brazos con cuidado, para que no se rompa. Cómo hacía contigo.

Y, de ese modo, darme cuenta de que es ahora cuando todo lo que ha pasado pierde el sentido. Porque habrá un momento en el que no tendré, siquiera, la certeza de que cuando llegue el verano, llegarás tú con él.

Ese día, dime, ¿qué haré?

Ya no tendrá causa ni sentido el hecho de que, aunque no quiera a tu padre, te quiera a ti. Perderá el apaciguamiento y la verdad el protector pensamiento de que, aunque tus hermanos mayores se alejen de mi lado, siempre te tendré a ti. Ya no tendré unos traviesos ojos marrones que, en parte, sean los míos, ni un pelo rojo exactamente igual al mío. Ni una piel tan blanca como la mía a la que pueda acariciar mientras duerme en mi regazo.

Por eso, cuando te digo que te quiero, créeme.

Porque como una madre quiere a su hija, como yo te quiero a ti, nadie te va a querer.

____________________

Regalo de cumpleaños a Krizia, mi pequeña Pochis, fundadora Parder, gran escritora, y, sobre todo, una grandísima amiga (: