Prólogo

UNA ANTIGUA LEYENDA CLÁSICA...

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Poseedor de una inteligencia suprema y de un poder sin parangón, fue aceptado por los dioses desde el inicio de los tiempos, amado por sus semejantes y deseado por todas las mujeres u hombres que posaron los ojos en él. Era alguien que no reconocía leyes ni mostraba clemencia alguna.

Su habilidad en la batalla y sus estrategias superiores rivalizaban con los de los mismísimos Héroes o hijos de dioses. De él se escribió que ni tan siquiera el poderoso Ares en persona podría derrotarlo en la lucha.

Y por si el don del poderoso dios de la guerra no hubiera sido suficiente, también se decía que la diosa Afrodita en persona reconoció su atractivo y se aseguró de que su nombre quedase grabado para siempre en la memoria de los mortales.

Bendecido por la amistad de diversas divinidades, se convirtió en alguien a quien ninguna mujer u hombre podía negarle el uso de su cuerpo. Porque en lo referente al sublime Arte del Amor, no tenía igual: su resistencia iba más allá de la de cualquier mero mortal, sus ardientes y salvajes deseos no podían ser doblegados.

Ni rechazados.

De piel y cabellos dorados, y con los resplandecientes ojos de un guerrero, de él se comentaba que su sola presencia era suficiente para satisfacer a las personas y que un solo roce de su mano proporcionaba un indecible placer.

Nadie podía resistirse a su encanto. Y así, los celos arrojaron sobre él una maldición. Una que jamás podría romperse. Como la de muchos otros que se relacionaban con entidades divinas, su condena fue eterna: obligado a buscar su propia satisfacción sin poder alcanzarla nunca. Obligado a anhelar las caricias de quien lo invocara y a proporcionarle un placer exquisito y supremo.

De luna a luna, yacería junto a una mujer o un hombre y le haría el amor hasta que se viera obligado de nuevo a abandonar este mundo.

Pero hay que tener cuidado, porque una vez que se conocen sus caricias, quedan impresas en la memoria de su amante. Ningún otro hombre podrá satisfacerla jamás. Porque ningún simple mortal puede ser comparado con alguien de tal apostura, de tal pasión, de tan denodada sensualidad.

Contempla al maldito.

Bill Cipher.

Apriétalo contra tu pecho y pronuncia su nombre tres veces cuando llegue la medianoche bajo la luz de la luna llena. Él vendrá a ti y, hasta la siguiente luna, su cuerpo estará a tu disposición.

Su único objetivo será complacerte, servirte.

Saborearte.

Entre sus brazos aprenderás el verdadero significado de la palabra paraíso.

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Bienvenidos a esta adaptación de la novela con ese mismo nombre. Me pareció una idea divertida y espero que les agrade. No olviden comentar.