¡Bienvenidos de nuevo!
Hola a todos En realidad no espero que me recuerden ni nada, pero hace un par de años comencé a escribir fics y por cuestiones meramente académicas no pude terminar ninguna de las dos historias que me había planteado; pero mi pasión por la escritura no disminuyó. Aproveche estos años para mejorar mi redacción y presentar mejores historias, porque la verdad, aunque esta sea una plataforma para aficionados, la calidad no debe ser subestimada.
En fin, regreso con una nueva historia que espero pueda completar en las pocas semanas que me quedan de vacaciones, como siempre de una de mis series favoritas "The Prince of Tennis" (Porque amo con locura a Ryoma Echizen). Espero que les guste y, si nunca leyeron mis dos primeros fics, entren a mi perfil y les den un vistazo, probablemente los actualice dentro de poco, así que no se van a decepcionar. Gracias de antemano a los que van a seguir esta nueva historia, los quiero!
Disclaimer: Los personajes de PoT no me pertenecen, pero la siguiente historia sí. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
El lado luminoso de la vida
Capítulo 1: Desfase Temporal
El rugido del motor se detuvo luego de cinco minutos. No sabía lo que pasaba, no me atrevía a asomar la cabeza por el filo de la ventana. Tenía miedo. El sonido estrepitoso de las sirenas policiacas se escuchaba como un murmullo en el viento, y no se podía distinguir si se acercaban o se estaban alejando. Rezaba en silencio, a pesar que hace ya varios años me había dado cuenta que eso no me servía de nada, estaba sola y nada más.
Los gritos en la sala tampoco eran desapercibidos, pero era lo normal, eran mis padres nuevamente. Una y otra vez, las peleas se repetían, y siempre era sobre lo mismo "El dinero no llega a esta casa", "Nunca llegas temprano", "Ya no te importa si estamos bien o estamos mal"; mi madre lo repetía una y otra vez y mi padre le gritaba, la empujaba, ella lloraba, y al cabo de unas horas llegaba la calma, ellos volvían a la rutina absurda, ellos repetían el ciclo amor-odio en el que vivían…al final se reconciliaban. A ninguno le importaba si yo, su hija, Sakuno Ryuzaki, escuchaba sus gritos o si lloraba en silencio. Era como un adorno más en la casa.
Levante mi rostro y mire por la ventana, cuando los autos de la policía se habían alejado lo suficiente. Mi vecino se bajó de su auto, como siempre, con la ropa rasgada y sucia. Pero no estaba solo. Sus amigos venían con él. Al parecer esta vez sí se había metido en problemas, él nunca llegaba a su casa acompañado. Corrieron sigilosamente por el patio, y no salieron hasta muy entrada la noche. Estaban riendo, probablemente festejando, por primera vez se habían escapado sin que la policía los encontrara. Y sin que yo me diera cuenta, él volteó a verme. No mi vecino, su mejor amigo, Ryoma Echizen. Tenía la mirada perdida, apuntando hacia mi ventana, donde yo me encontraba observándolos. Fueron quizás dos segundos, pero para mí, había sido una infinidad de tiempo, un desfase temporal. Y antes de que pudiera reaccionar, él ya no estaba.
Esa noche no baje a cenar, no quería ver la cara de mis padres, esas caras que tenían luego de sus peleas, como si nada hubiese pasado, como si fuésemos la familia perfecta.
Y la verdad es que nadie entendía nada. Nadie quería estar en esa casa; sin embargo, nadie quería abandonar su zona de confort, esa en donde te encuentras en paz con la sociedad que te obliga a casarte para poder tener hijos, esa que repudia a las madres solteras y a los homosexuales. En esa sociedad en la que todos somos cómplices de la maldad. Yo ya estaba al borde de la desesperación, porque en cuanto cumpliese la mayoría de edad, me largaría de ahí, a un lugar donde no tuviese que rendirle cuentas a mi madre, ni tuviese que fingir ser la hija perfecta, la que no se queja, la que nunca sobresale en nada pero al menos no da problemas en la escuela.
Había vivido dieciséis largos años escuchando las peleas de mis padres; pero mi peor error había sido leer el diario de mi madre, ese en donde se desahogaba de todo el dolor que sentía, y descubrí la verdad: Mi madre se casó únicamente por compromiso, porque mis abuelos la arrinconaron a eso, porque ya había cumplido veinticuatro años y seguía sin planes de formar una familia, al contrario de mi padre, que ya había tenido un matrimonio, del cual se había divorciado, pero se sentía incapaz, como muchos hombres, de vivir sin una mujer que pudiese cocinarles todas las noches, lavarles la ropa y cuidarlos cuando estuviesen enfermos. Entonces todo se acordó, ella se casaría con él para formar la familia que mis abuelos tanto querían, ella se sacrificaría para hacer feliz a todos, menos a ella.
Durante los tres primeros años de matrimonio, mi padre la engañó innumerables veces, y mi madre lo sabía. Pero nunca le levanto la voz ni le armo un escándalo, ella simplemente iba a divorciarse, iba a hacer lo correcto por primera vez, pero algo la detuvo…Estaba embarazada de mí, y eso arruinó todos sus planes; porque en cuanto mi abuela se enteró de la noticia, la obligó a permanecer al lado de mi padre, haciéndola nuevamente infeliz.
Pero las cosas empeoraron cuando yo nací, porque mi padre no quería una niñita como sucesora, él quería a un varoncito, uno que pudiera seguir sus pasos. Entonces me gritaba todo el tiempo, siempre fui una inútil para él, aunque nunca me lo dijese directamente. Sin embargo, al pasar el tiempo ellos aprendieron a tomarse aprecio, amarse nunca, pero si formaron un vínculo. Nunca me maltrataron físicamente, pero las heridas emocionales nunca desaparecieron; esas que nacen cuando tu padre no te considera indispensable en su vida, cuando nunca te preguntan si eres feliz, cuando nunca te consuelan cuando estas triste, cuando nunca te dan un beso de buenas noches ni te preparan el almuerzo para la escuela, pero sobre todo, cuando te das cuenta que por tu culpa tu madre no fue capaz de rehacer su vida.
Al final me dormí pensando en mi futuro, en uno donde no habían gritos todos los días, me dormí pensando en mi exposición de mañana, en la flores tan bonitas del jardín de mi abuela paterna…y en la mirada perdida de Ryoma Echizen.
Me maldecía internamente por haber olvidado cerrar las cortinas la noche anterior. Siempre me levantaba puntual, a las 6:15 de la mañana, pero hoy era unos de esos días en los que simplemente no quería salir de la cama, había tenido un sueño muy extraño, pero como siempre, nunca pude recordarlo.
Entre al baño arrastrando los pies, abrí la llave de la ducha y deje que el agua me relajara, que desapareciera todo rastro de tristeza en mi piel. Salí y me vestí con mi ropa deportiva, preparada para salir a correr como todos los días. Estaba segura que mis padres no tenían idea de que todas las mañanas salía a correr durante una hora, puesto que mi padre salía de la casa a las 7:45 sin decir adiós a nadie, y mi madre se levantaba a las 8:30, hora en la que yo estaba en la escuela. Nunca salía por la puerta delantera, sino por la puerta de la cocina, la que quedaba al fondo de la casa, así no despertaba a mi madre.
Tokio era realmente hermoso en la mañana. Las flores conservaban el rocío hasta que el sol se encargaba de evaporarlo, y expandían su olor por todas las calles. Ese olor era tan exquisito que siempre a mitad de camino pasaba por un parque muy cercano al residencial donde vivíamos, donde los árboles de cerezo eran los protagonistas del paisaje, pero había uno en especial, el más antiguo de todos, y el de menor altura, tanto así que podías tocar sus ramas más bajas con tan solo empinarte un poco, aunque en mi caso, tenía que dar pequeños saltitos puesto que mi altura de 1.67 metros no me favorecía mucho que digamos.
Siempre llegaba a ese árbol, y me recostaba en su tronco, bajo la sombra de sus hojas y sus flores, y cerraba los ojos, aspiraba profundamente el aroma a sakuras y muchas veces, cuando el olor me embriagaba, tomaba algunas flores caídas en el pasto y las lanzaba por el aire, cayendo en mi cabello, mi rostro y mi regazo, empapándome de naturaleza, y me quedaba así, quieta, escuchando el sonido del silencio, del viento, de las rama crujir y de las personas que caminaban por ahí. Era como si el tiempo se detuviese para mí, era mi propio desfase temporal. Luego de unos minutos me levantaba y volvía a correr, siempre por el mismo lugar, directo a mi segunda parada. Las canchas de tenis.
Siempre me preguntaba a mí misma por qué iba a parar al mismo lugar, pero era inevitable, y al final siempre encontraba una respuesta, en todo caso, la que pensaba era la más realista, ese lugar me recordaba mucho a mi abuela Sumire.
-Flash back
Tenía 9 años, y como siempre mi madre había olvidado ir a traerme a la escuela, era mi último día de clases y yo era una niña demasiado despistaba como para recordar el camino a mi casa, y la verdad era demasiado pequeña como para ir sola, puesto que el instituto donde estudiaba quedaba en una calle principal y los autos no conducían a menos de 80 Km/h.
Estaba sentada en una de las bancas del patio, viendo como los pocos niños que quedaban eran llevados de la mano por sus padres; las lágrimas amenazaban en salir de mis ojos, cuando alguien colocó su mano en mi hombro, alcé la vista y el rostro de una mujer mayor, de unos 52 años aproximadamente, me sonreía y mi rostro se iluminó, era mi abuela Sumire.
Me tomo de la mano y me abrazó, tan fuerte que casi pierdo la respiración, pero no me incomodó, me sentía protegida. Caminamos durante 20 minutos haciendo paradas en algunas dulcerías, en donde mi abuela me mimaba comprando chocolates y caramelos de distinto sabor, yo no paraba de sonreír, era como vivir en una utopía.
Llegamos a la casa, encontrando a mi madre en su habitación, durmiendo; mi abuela no dijo nada, se limitó a cerrar la puerta y preparar el almuerzo. Todo lo que mi abuela cocinaba era delicioso. Comimos sumamente tranquilas y unas horas después mi madre salió de su habitación, con ojeras casi llegando a sus pómulos, y los ojos rojos. Al verla, mi abuela me susurró que fuera un momento al patio a jugar, que debía conversar con mi madre a solas. Salí de la sala, pero no fui al patio, me quedé tras la puerta, agudizando mi oído, intenta escuchar lo que iban a decir.
‒Veo que las cosas no están muy bien por aquí. –dijo Sumire con el rostro serio e impávido.
‒Yo también me alegro de verla, suegra. –dijo Sakura sirviéndose una taza de té de jazmines. –Supongo que usted trajo a Sakuno… Gracias. –musitó, casi susurrando.
‒Mira, sé que no soy nadie para reclamarte sobre cómo llevas tu vida personal, pero no me gusta para nada la manera en que cuidas a Sakuno. La pobre estaba casi llorando cuando llegue a su escuela… ¿Por qué no fuiste por ella? –Esta vez había aumentado el tono de su voz, estaba molesta.
‒Yo… simplemente lo olvidé. Le puede pasar a cualquiera. –dijo sin despejar la vista de la taza, estaba de pie, y el dolor de cabeza poco a poco disminuía. Se sentía mareada, y tuvo que tomar la silla más próxima para recostarse.
‒ ¡¿Disculpa?! –dijo la señora al borde del ataque de rabia. –Una cosa es ir al supermercado y olvidar comprar el jabón de baño y una muy diferente es OLVIDAR A TU PROPIA HIJA EN LA ESCUELA. –estaba completamente exaltada, no podía creer el desinterés de esa mujer por su propia hija. – ¡Por Dios! ¿Es que acaso no te importa la seguridad de Sakuno?
Sakura se quedó callada, cada palabra retumbaba en su cabeza, como una piedra cayendo una y otra vez en un estanque. Quería regresar a la cama, quería recuperar su juventud, quería volver a tener 19 años y ser libre, quería ser feliz. Pasaron unos segundos hasta que se dignó a contestar.
‒ Usted no sabe el infierno que he tenido que vivir. –escupió entre dientes. – ¡Yo no quería esta vida, quería ser feliz, casarme perdidamente enamorada, tener hijos, ser libre! Pero no, su hijo me ha desgraciado la vida de muchas maneras. Lo acepto, mi hija no merece esto, pero… Es solo… Ni siquiera puedo controlar mi propia vida.
Sumire se compadeció por un momento. Estaba muy clara de cómo habían sucedido las cosas entre su hijo y su nuera, y lamentaba los errores de su hijo, pero no iba a permitir que su nieta sufriera a causa de los tropiezos de sus padres; ella no tenía la culpa de nada.
‒Estoy consciente de todos los problemas familiares que tú y mi hijo están pasando, por eso he venido hoy a proponerte algo. Quiero llevarme a Sakuno.
Sumire dijo la última oración de manera tajante, esperando ver alguna reacción en los ojos de Sakura, alguna pizca de asombro, quizá de miedo por semejante propuesta, y creyó ver, en cuestión de milésimas de segundos, un deje de tristeza, pero luego su mirada volvió a ser la misma. Sintió mucha pena por su nieta.
‒No te preocupes –dijo Sumire, queriendo dar una explicación –No te la voy a quitar, por mucho que lo quisiese. Quiero que mi nieta pase las vacaciones conmigo, quiero enseñarle todas las cosas que tú eres incapaz de mostrarle. Deseo que se sienta protegida, pero sobre todo, quiero que sienta que no está sola, que tiene a alguien que la ama mucho.
Sakura siguió en silencio, su mirada se concentraba en un punto fijo en el vacío, suspiró cansada y asintió con la cabeza. Las palabras no le salían de la boca, y muy en el fondo de su corazón, sabía que Sumire tenía la razón, su hija merecía tener, al menos, esos ratos de felicidad.
Esa tarde, Sumire ayudó a Sakuno a preparar todas sus maletas. Se sorprendió de la calma con la que Sakuno tomó la noticia, era obvio que para la niña, cualquier lugar era mejor que quedarse en su casa. Luego de unas palabras de despedida, ambas salieron de la casa Ryuzaki. Sakuno paso todo el camino en silencio, no quería llorar, pero a ratos recordaba el rostro de su madre durante la despedida, permanecía como todos los días, sin emoción alguna.
Esa noche Sakura no durmió, compro un paquete de cigarrillos y fumó en el patio hasta el amanecer. Las lágrimas surcaban sus mejillas, pero esta vez no eran por su mala suerte en la vida, sino por el remordimiento. La culpa que sentía al darse cuenta de lo terrible que era como madre, al recordar el rostro de su hija, su mirada sin brillo, al verse reflejada en ese rostro y saber que estaba desgraciada de por vida.
La casa de Sumire quedaba a 45 minutos de la casa de sus padres, en una zona muy arborizada, casi rural. Sakuno llegó exhausta, tanto que su abuela solo tuvo tiempo de mostrarle su habitación, y se quedó dormida al instante. Al día siguiente se despertó muy temprano, el olor a comida recién hecha la condujo directo hasta la cocina; sus ojos se maravillaron al ver el majar que estaba servido sobre la mesa. Corrió con mucha hambre hasta su asiento y comió como nunca antes.
Su abuela era muy amena en las pláticas, le contaba muchas cosas sobre su vida y Sakuno reía y participaba en la conversación, todo era tan diferente, como estar en otra dimensión. Al final del desayuno, su abuela le ordeno vestirse con ropa deportiva, porque tenía una sorpresa para ella. Sumire la condujo hasta una puerta cercana a los baños, que daba hacia un inmenso patio trasero, donde había una cancha de tenis; lucía un poco deteriorada, pero no lo suficiente como para no jugar en ella. Su abuela le entrego una raqueta y desde ese día se dispuso a enseñarle a su nieta el bello deporte del tenis.
Los primeros días fueron muy decepcionantes. Sakuno ni siquiera sabía agarrar correctamente la raqueta, y cada pelota que su abuela lanzada, se estrellaba en alguna parte de su cuerpo, era doloroso, pero nunca se dio por vencida, lloró un par de veces, sintiéndose impotente y torpe, pero luego de unas semanas, sus movimientos mejoraron, hasta que pudo jugar un partido completo con abuela. No lo ganó, pero si seguía practicando muy pronto iba a ganarle. Y así fue. Dos días antes de terminar las vacaciones, logró vencer a su abuela, por primera vez. Fue uno de los mejores días de su vida.
-Fin del flash back
Me gustaba caminar cerca de las canchas infantiles, sentarme en una banca y observar a los pequeños aprender a jugar tenis. Eran escenas sumamente nostálgicas. Pero hoy no. Por algún motivo quería seguir explorando el resto de canchas que había en el lugar. Camine alrededor de algunas, esperando ver algún buen juego, pero todos eran los mismos, los mismos movimientos unánimes y repetitivos, lanzaban y devolvían, nadie ponía su corazón en el juego, hasta que escuche el ruido de unas latas caer. Camine cerciorándome de que nadie me siguiera, el ruido provenía de la parte de atrás de las graderías de una de las canchas más grandes, donde según había escuchado, se realizaban torneos callejeros, y antes de girar en la esquina, me agaché y asomé ligeramente la cabeza, y ahí estaba…Ryoma, recogiendo las latas caídas, mientras se acomodaba su gorra. Últimamente estaba topándome mucho con él. Estudiábamos en el mismo instituto, y creo que ambos teníamos 16 años, solo que estábamos en salones distintos. Nunca hablé con él, y realmente no es algo que me importe. Lo único que sabía es que jugaba tenis en la escuela, y según había escuchado, era muy bueno en eso; además de ser el chico más popular de la secundaria. Pero eso no me importaba en lo absoluto… Él no me importaba en lo absoluto, pero aún era temprano, así que me quede ahí, observando como lanzaba la pelota, la golpeaba con la raqueta y derribaba una a una las 5 latas puestas de manera consecutiva en el piso. Mientras más lo veía sentía como mi cuerpo se relajaba, era como estar hipnotizada, sus movimientos eran perfectos, era como si fuese uno con la raqueta, el viento corría a su favor, todo a su alrededor se sincronizaba con su cuerpo, era como arte en movimiento. Y poco a poco fui despertando de mi ensueño, vi el reloj y corrí lo más rápido que pude, sin percatarme que la pulsera en mi mano se había desprendido por la rapidez de mis movimientos, cayendo a tan solo unos metros de donde me encontraba. Era la segunda vez en la mañana que sentí que el tiempo se detenía a mí alrededor… pero me gustaba esa sensación. Y quería más desfases temporales en mi vida.
Continuará…
Kya! Aquí termina el primer capítulo, yo sé que contiene muchas divagaciones pero con los siguientes capítulos las cosas se van a ir aclarando más y más. Espero les guste y les interese el argumento, las cosas se van a poner mejores más adelante.
Mientras escribía se me ocurrió que podría hacer una segunda parte de este fic, pero aun no me decido, eso sí, pienso ponerle muuuchos caps, para aquellas que les gustan las historias largas.
Me despido, no sin antes desearles un lindo día (o noche), nos leemos en el próximo cap… Les quiere, Nad.
