Aún llegan con nitidez los recuerdos de todo lo ocurrido esos años; como una película que se repite una y otra vez en mi cabeza, siempre tan real como la primera vez. A veces pienso en las cosas, me pregunto porque tenía que pasar de ese modo y nunca llego a encontrar la respuesta. Me gusta creer que el destino no siempre te da lo que pides, sino lo que necesitas, aunque quizá es mi manera de justificar como la adversidad había tocado nuestras vidas y fracturado nuestros corazones; pero si algo había aprendido estos últimos meses, era a vivir mi presente sin lamentar lo pasado. Y ahora, a pesar de todo y luego de mucho tiempo, podía decir que era feliz.
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Principios de febrero 1938.
La actividad en Berlín era escasa en esas fechas, pocos autos transitaban las calles y las aceras cubiertas de niebla se veían casi vacías; desde la ventana se podía observar una ligera llovizna sobre la ciudad, indicando que el invierno estaba por finalizar. Suspiré con abatimiento al darme cuenta que había pasado las dos últimas horas de mi vida mirando el aburrido panorama, aunque para ser sinceros, no había nada más interesante que hacer.
Ya estaba comenzando a oscurecer y había decidido desistir de mi inútil esfuerzo para entretenerme, cuando un auto negro bastante lujoso y un camión que iba justo detrás de él aparcaron en la calle de en frente. Aquello llamó mi atención y mi curiosidad se activó al instante, haciendo que pegara el rostro contra el cristal de la ventana para obtener una mejor vista.
Desde el segundo piso solo se podía atisbar cuatro pequeñas figuritas bajando del coche, y otras dos personas que habían salido del camión comenzando a sacar cajas de la parte trasera de este, perdiéndose luego en la oscuridad de la noche. Fruncí el ceño ante el extraño acontecimiento y comencé a analizar la situación; al recordar que meses atrás se había puesto en venta una de las casas del vecindario, no tardé en entender que aquello era una mudanza. Y aunque fuese evidente, me resultaba realmente sorprendente como en tan poco tiempo volvían a habitar la imponente mansión; y más que sorprenderme, me intrigaba. ¿Quiénes serían esos extraños ricachones que acababan de convertirse en nuestros vecinos? ¿Serían tan huraños y fríos como los anteriores?
Si bien estaba seguro de que no lograría averiguar nada desde el lugar en el que me encontraba, no fue sino hasta una hora después que me decidí a salir; quizá no para hacer presentaciones, pero sí para poder fisgonear mejor.
Al abrir la puerta una ráfaga de gélido viento azotó directamente mi rostro, haciendo que un escalofrío recorriera involuntariamente todo mi cuerpo. Instintivamente traté de cubrirme mejor con el abrigo de piel que me había enfundado antes de salir de casa; pero aún con el tempestuoso clima que intentaba intimidarme para que volviera, no me dí por vencido y con decisión crucé la calle.
Cuando llegué al lugar, me quedé en un silencioso rincón observando con detenimiento como iban y venían las figuritas que había visto minutos atrás desde la ventana. Ahora que podía mirarlos de cerca, caí en cuenta de que había cometido una insensatez al bajar a esas horas de la noche. Lo más seguro es que pensaran que su nuevo vecino era un entrometido, así que antes de que repararan en mi presencia decidí darme media vuelta y regresar por donde había venido. Con lo que no contaba, era con que en realidad ya alguien se había percatado de que yo estaba allí.
—Hola. — al oír una voz atrás me sobresalté; pero supuse que no se dirigía a mí, por lo que seguí caminando. — Hey, tú. Te estoy hablando. — ahora el sonido se escuchaba más cercano y parecía bastante impaciente, por lo que comprendí que estaba esperando una respuesta.
De mala gana me di la vuelta para observar a la persona que hablaba. Me encontré con una niña, de no más de trece años, que estaba cubierta por una chaqueta de color negro y me observaba fijamente cruzando los brazos con expresión malhumorada.
—Buenas noches pequeña. — contesté con una sonrisa, intentando aplacar su ánimo, pero lo único que logré fue que su ceño se frunciera más.
—No soy pequeña. — interrumpió con voz tajante mientras se enderezaba un poco.— He cumplido los quince en diciembre. — afirmó, haciendo que mi anterior comentario sobre su apariencia perdiera validez.
—Entonces, disculpe usted señorita. Ha sido mi error —dije con expresión divertida. —Quince años es suficiente edad como para considerársele todo una mujer, aunque quizá su tamaño no ayude. — no pude evitar soltar aquel comentario sarcástico, al cual la pequeña joven respondió haciendo un mohín.
— Como sea, mi nombre es Alice. Alice Brandon. — me tendió la mano sin demostrar otro sentimiento que no fuese irritación hacia mi presencia.
— Mucho gusto, Alice. Jasper Whitlock para servirle. — respondí, y como el caballero que era, estreché su mano componiendo una sonrisa para tratar de romper el hielo.
—Supongo que usted será uno de mis vecinos, así que cuénteme, ¿que edad tiene? — interrogó con un extraño brillo en los ojos.
—Tiene razón, vivo en la casa de en frente. — asentí señalando donde se encontraba mi hogar; aunque ella no se molestó en voltear, demostrando así su poco interés. — Y tengo veinte años, señorita. — añadí.
— Oh, todo un vejestorio. — exclamó ella. — Quizá no debería entablar conversación con usted, podría hacerme vieja antes de tiempo. — comentó más para sí misma que para mí.
No pude evitar enojarme por aquello ¿yo, vejestorio?
— ¿Cómo dice señorita Brandon? — pregunté intentando mantener mi tono cortés. Al fin y al cabo, acabábamos de conocernos y no quería dejar una mala impresión.
— Ya lo oyó, señor Whitlock. No estoy acostumbrada a tratar con gente tan anciana como usted, así que le ruego me disculpe pero no seguiré dirigiéndole la palabra. — la niña no solo lo afirmaba, sino que componía una mueca; mirándome como si de un ser extraño se tratase.
— Disculpará que le diga esto, pero considero que es una estupidez lo que piensa. — mis buenos modales habían sido tirados a la borda en ese momento. — Puedo hablar con usted tan bien como lo haría otra persona más joven. Y además de que cinco años no hacen mucha diferencia, no importa tanto la edad como la madurez que se tenga. — la chica arqueó las cejas sin inmutarse ante mi grosero comportamiento.
—Lo ha dicho usted, Jasper. — confirmó con tono triunfal, aunque seguí sin entender a que iba toda esta charla. — Si quiere una recomendación personal, le sugiero que comience por escuchar sus palabras antes de sermonear a los demás con ellas, y le ruego no vuelva a dirigirse a mí como si de una niña pequeña se tratase. — de acuerdo, aquella declaración me había dejado con la boca abierta. ¡Ahora resultaba que era yo el problema! —Supongo que nos veremos otro día, pero hoy me ha hecho enojar lo suficiente y no deseo hablar más con usted, hasta luego señor Whitlock. — sin darme tiempo para pensar en sus palabras, la diminuta figura de Alice se perdió entre las sombras, dejándome allí plantado con una muda expresión.
¡Que niñata tan insolente! ¿Cómo se atrevía a hablarme de ese modo? Al parecer, en lo referido a modales, su educación había sido bastante precaria. Es que, ¡no había derecho! Aunque tal vez yo había sido el que había actuado mal… por supuesto que no. Inconscientemente, me encontré negando frenéticamente en medio de la nada. Y de esa manera regresé a casa, despotricando acerca de todo lo ocurrido.
Al entrar seguí refunfuñando hasta llegar a mi habitación, esa salida en definitiva había sido una insensatez. El problema, es que aunque seguía bastante enojado, la idea de que yo fuese el causante de aquella discusión no abandonaba mi cabeza. Suspiré frustrado, sabiendo que las relaciones con mi nueva vecina no serían exactamente como dar un paseo por un campo de rosas.
Abril 1938.
Alice resultó ser mejor persona de lo que esperaba. Al dejar mi orgullo de lado y ofrecer una disculpa, las cosas comenzaron a mejorar notablemente. Nuestra relación iba tan bien que hasta podía decirse que habíamos llegado a entablar una amistad.
Ahora caminaba por la acera, mientras mi sonrisa se ensanchaba pensando en lo mucho que podía cambiar la manera en que veías a una persona cuando le conocías. Y es que, era imposible no tomarle afecto a la pequeña; aunque en realidad lo único que podía tener de pequeña era su tamaño. Y luego de la lección que me había dado la noche de la mudanza, entendí que lo más saludable era no meterse con su problema de estatura.
Más como un reflejo que por cualquier otra cosa, me detuve al ver de reojo una menuda figura sentada en un banco. Al voltear, efectivamente Alice se encontraba allí observando con desdén el panorama; no pude evitar soltar una risita al ver su cara deformada en aquella graciosa expresión.
— ¿Qué le ocurre, señorita? — pregunté acercándome. — ¿Acaso algo le ha hecho molestar?
— Jasper, ya te dije que no me gustaba que te dirigieras a mi como lo hace mi mayordomo. — comentó frunciendo el ceño y palmeando un puesto vacío a su lado para que tomara asiento.
— Lo se, pero me divierte sacarte de tus casillas. — respondí sentándome en el lugar. — Aún no has respondido a mi pregunta, ¿por qué tienes esa expresión? — insistí en saber.
— Es Jessica. — suspiró teatralmente. — Ha quedado conmigo para mostrarme la ciudad y le ha salido un compromiso de última hora. — hizo un mohín tratando de parecer molesta, aunque pude adivinar que solo había aceptado aquella oferta por pura cortesía. — ¿Puedes creerlo? Dejarme plantada a mí. Y ahora, me quedaré aburrida y sentada en este banco. — dejó escapar otro suspiro mientras se cruzaba de brazos.
— Tienes razón, ha sido todo una falta de su parte. — afirmé convencido. — Aunque, por lo que he podido ver, Jessica no es de tu agrado; así que quizá no se hubiese hecho tan ameno aquel paseo…
— Es verdad. — confirmó pensativa.
— No me has dejado terminar. — le reprendí, ganándome una mirada interrogante y un gesto para indicarme que prosiguiera. — Lo que iba a decir, es que quizá prefieras realizar aquel paseo que tenías planeado conmigo. A menos claro, que se te haga más interesante quedarte en este banco sentada todo el día.
— ¡Oh, eso me encantaría! — exclamó juntando las manos con un brillo de emoción en sus ojos. — Pero, no se si sería correcto aceptar. ¿Tú que dices?
— Bueno, yo no veo nada de malo en que un amigo acompañe a su amiga a dar un paseo por la ciudad. ¿Es que acaso puede la sociedad ver aquello mal? — me quejé con falso dramatismo, negando con la cabeza. — Para nada. Y más cuando ese amigo es casi un hermano para la señorita Alice. ¿No esta de acuerdo usted? — ella asintió efusivamente. Me puse de pie y le tendí la mano, la cual no dudó en recibir.
— Vamos entonces. — dijo sonriendo y dando saltitos de la emoción.
Caminamos tomados del brazo rumbo a Alexanderplatz, una plaza ubicada en el centro de la ciudad. Ese día fue grandioso, podía decirse que la sola compañía de Alice lograba alegrarme realmente el día. Y mientras más la iba conociendo, más quedaba encantado con su personalidad.
Estaba convencido de que aquello no podía ser más que un buen augurio, que aseguraba que nuestra amistad sería de las más fuertes y duraderas. El problema, es que a veces los pronósticos podían fallar…
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Julio 1938.
— ¿Estas segura de lo que dices? ¿No te parece que es muy pronto para ese tipo de cosas? — interrogué de nuevo, aún sin creer lo que acababa de oír.
— Claro que estoy segura de lo que digo. — confirmó ella con falsa indignación. — Royce King es un chico encantador y me gusta. Y aquí entre nosotros, creo que yo también le gusto a él — dijo esto último en un murmullo, dándole así más confidencialidad al asunto y luego soltó una risita.
— No lo sé, Alice. — negué con la cabeza, haciendo un esfuerzo por mantener un tono delicado. — Ese tal Royce no me parece más que un crío demasiado consentido.
— Oye, el no es así. — se quejó ella haciendo un mohín. — No veo que hay de malo en que me guste.
— Lo malo es que estás demasiado joven para pensar en muchachos. — respondí con irritación, no podía entender aún porque aquel comentario había logrado ponerme de tan mal humor.
— ¿En que siglo crees que estas, Jasper?
— Oh, disculpa. Se me ha olvidado lo desinhibida que ha venido esta nueva generación. — afirmé escandalizado, por lo cual Alice puso los ojos en blanco. — De acuerdo, estoy pareciéndome a mi abuelo; pero es que… ¡no entiendo como te puede gustar Royce!
— Vamos, no es tan malo. Además, yo ya soy una chica grande y tengo que pensar en cosas de chicas grandes. — replicó con picardía, por lo cual le miré con cara de pocos amigos.— ¡Jasper, si no te conociese tan bien, diría que estas celoso! — exclamó poniendo ambas manos sobre su cadera.
— ¿Celoso, yo? Para nada. — me apresuré a negar. No, yo no estaba celoso.
— Como digas, pero he visto muchas películas en el cine y cuando los chicos están celosos se comportan igual que tú. — rebatió ella en lo que parecía ser un comentario en broma, aunque para mí era una revelación por mucho impactante. Guardé silencio y me quedé observándola fijamente. Quizá en la oscuridad pudiese confundirse su figura con la de una niña; pero a la luz del sol era obvio que aquel cuerpo pertenecía a una jovencita, y una jovencita muy guapa por cierto. Sus cabellos lisos color azabache caían hasta sus hombros haciendo que su pálida piel resaltara y sus ojos celestes tan claros como… — ¿Qué tanto miras? — inquirió con expresión divertida rompiendo la línea por la que iban mis pensamientos en ese momento.
—Nada. No miro nada. — respondí instantáneamente, cosa que hizo que frunciera el ceño.
—Hoy te noto bastante raro, Jasper. — comentó dando una mirada al cielo. — Y creo que debería ir a casa, se hace tarde. — añadió antes de que yo pudiese pensar en que decir. — Hasta luego. — por primera vez en todo el tiempo que llevábamos conociéndonos, Alice se inclinó para darme un beso en la mejilla. Luego de eso, sonrió con dulzura y se alejó del parque despidiéndose con la mano.
Me quedé sentado en aquel banco sin mover un solo músculo. Y es que no podía dejar de pensar en lo ocurrido. ¿Acaso estaba celoso, como había dicho Alice? Ya no sabía ni que sentía; pero lo cierto era que acababa de adquirir una aversión hacia aquel tal Royce, al cual ni siquiera conocía. Entonces, si estaba celoso, ¿podría ella gustarme?
Resoplé con frustración, este tipo de sentimientos me confundían y hacían que mi cabeza diera vueltas. Yo no debía estar pensando de ese modo, había muchas razones por las cuales ella y yo no podíamos ser más que amigos. La primera era la edad, aunque ya había aprendido a tratarle como a una igual, no había que olvidar que ella era una pequeña de solo quince años; pero una pequeña muy madura para… ¡basta, Jasper! No podía seguir tratando de dar explicaciones a lo que no tenía. Además, no era solo la edad el factor preocupante, también estaba mi familia, ellos no aceptarían nunca el que siquiera pensase en esa relación; la amistad era una cosa, pero a la hora de elegir pareja tenía que tomar en cuenta un factor importante: la religión. Los judíos no aceptaban un matrimonio con… ¡pero santo cielo! ¿Matrimonio? ¿Hacia donde estaban yendo mis pensamientos?
El que siquiera pasase por mi cabeza la visión de Alice como algo más que una amiga, era por mucho una locura. Y como era algo imposible, debía desterrar inmediatamente aquellas ideas que comenzaban a invadir mi cabeza; pero ¿y si no podía? ¿se vería nuestra amistad amenazada?
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Octubre 1938.
Los últimos meses habían pasado demasiado lentos. Lentos, aburridos y grises. Y es que, nada había ido como debía luego de comprender los sentimientos que tenía por Alice. Al principio pensé que la cuestión sería fácil de ignorar; pero pronto entendí que el problema estaba en que ya no la veía de la misma manera. Entonces, opté por la salida más cobarde, alejarme de ella. Ahora nuestra relación no era la misma, y todo era únicamente gracias a mí.
Cada vez que caminaba frente a su casa, llegaban a mí pensamientos nostálgicos de lo que pudo ser; y aunque siempre encontraba la manera de convencerme de que no había otra forma mejor de cómo llevar las cosas, no podía evitar extrañar esos momentos que habíamos pasado juntos. Es que ¡era todo más fácil cuando éramos amigos y disfrutábamos de nuestra simple compañía! Odiaba tener que arruinarlo todo con mis estupideces románticas y cambiar las cosas de un día para otro…
La bocina de un carro interrumpió mi monólogo interior autocompasivo. Caí en cuenta de que me encontraba en medio de la calle, a punto de ser arrollado. Suspiré y apuré el paso, era la segunda vez en esta semana que pasaba, andaba demasiado distraído estos días.
Traté de concentrarme con todas mis fuerzas en observar detenidamente el paisaje, quizá eso me ayudaría a mantener la mente en blanco y dejaría de caminar como un muerto viviente. El problema, es que estaba cerca del mismo banco en el mismo parque donde Alice y yo siempre nos sentábamos a conversar. Decidí mirar al otro lado para no evocar ningún tipo de recuerdo; pero justo antes de lograr salir de ahí tuve la irremediable necesidad de voltear… y entonces la vi.
No era como cualquier otro día en el que podía pasarle de largo y luego reprenderme mentalmente por aquel trato indiferente. Hoy una sonrisa soñadora no curvaba sus labios, sino que era reemplazada por una mueca de tristeza; sus ojos, siempre brillantes de emoción, se encontraban vidriosos y unas lágrimas corrían libremente por su mejilla. Aquella imagen hizo que me parara en seco y sin pensarlo me dirigiera hasta donde se encontraba.
— ¿Qué ocurre, Alice? — interrogué al estar frente a ella mientras me ponía en cuclillas para que nuestros rostros quedaran al mismo nivel. Ella levantó la vista del suelo y me miró a los ojos fijamente, para luego dejar escapar un sollozo. — Sabes que puedes confiar en mí, pequeña. — intenté infundirle ánimos.
— No soy pequeña. — respondió casi instantáneamente haciendo un mohín. En otros momentos me hubiese reído de aquello; pero ahora me importaba más saber que era lo que le hacía tan infeliz. — No se si contarte, siento que te molestarás mucho.
— Alice, puedes confiar en mí, prometo no molestarme. — dije con voz suave, alargando el brazo para secar una lágrima que aún corría por su mejilla.
— ¡Pero es que no puedes decidir molestarte, es algo que pasa y ya! — exclamó mientras nuevas lágrimas salían de sus ojos. Pensé el silencio sería lo más prudente en este cas y que si esperaba quizá terminaría por contarme, así que tomé asiento. Y estaba en lo cierto, pues luego de unos minutos, suspiró y comenzó a hablar. — Es Royce, el ha hecho que me ponga así.
— ¿Royce? — murmuré con voz contenida. — ¿Qué te ha hecho ese crío?
— Yo sabía que te ibas a molestar. — comentó con voz débil.
— No estoy molesto contigo. Es solo que… posiblemente tenga ganas de golpearle por haberte hecho llorar. — no pude evitar confesar mientras ella abría desmesuradamente los ojos en respuesta. Y es que, mi mente trabajaba al máximo ideando diversas formas de torturarlo, él no tenía derecho a lastimarla, nadie podía hacerlo.
— No tienes que hacerle daño, creo que ya lo he hecho yo. He herido su orgullo que es lo que más le duele. — asintió dejando escapar una media sonrisa y secándose con el dorso de la mano la cara.
— Aún no me has contado que te ha hecho ese despreciable se. — le recordé.
— Bueno, el… — observé como se mordía el labio inferior y su cara se ponía roja, le hice un gesto para que prosiguiese. — El ha intentado robarme un beso. — murmuró volviendo a bajar la mirada. — ¡Oh, pero no creas que le he dejado! Antes de lo que pudiera pensar, ya había estampado mi mano contra su mejilla. — contó bastante pagada de si misma. ¿Robarle un beso? ¡Ese abusador! Ahora sí que debía morir… aunque lo que en realidad me molestaba es que él se había atrevido a hacer lo que yo intentaba todos los días reprimir en mi interior.
— No entiendo que tenga eso de malo, Alice. Hace unos meses me habías dicho que él te gustaba. — comenté, ocultando lo mejor que podía el enojo que me causaba decir aquello.
— Jasper, eso fue hace meses, tenías razón en decir que era un crío malcriado y consentido, ahora le detesto. — confesó ella, y yo no pude estar más feliz por eso. La declaración había hecho que toda la tensión se alejase de mis músculos y que las ganas de golpear al chico, el cual seguro había caído irremediablemente a sus encantos, se esfumaran al instante. — Además, ahora me gusta otra persona. — Oh, Dios santo ¡Tan poco me había durado la felicidad! ¿Quién sería el desgraciado que había logrado robarse su corazón?
— ¿Y me dirías quien es el nuevo afortunado?
— No te lo diré. — negó ella casi al instante. — Además, no importa, porque es una persona que jamás se fijaría en mí. — sentí como cada palabra estaba teñida de tristeza y añoranza. — El punto, es que me he enojado bastante por aquella atrocidad que ha intentado cometer Royce. ¡Es que, el muy idiota ni siquiera se tomó la molestia de buscar un escenario perfecto, sino que simplemente esperó a que terminaran las clases! Y yo no quiero que mi primer beso sea en el instituto, mientras todos están recogiendo sus cosas y con una persona que no me atrae ni un poco. — exclamó indignada cruzándose de brazos.
— ¿Y cómo quisieras que fuese tu primer beso? — me atreví a preguntar sin poder ocultar mi curiosidad.
— Bueno. —comenzó. — Primero que todo, me gustaría que fuese en un lugar donde no hubiese nadie que interrumpiese como… ¡un parque! — asintió emocionada. — Y que ambos nos encontráramos sentados en un banco mientras observábamos el paisaje, justo en el momento en el que sus ojos se posan en los míos, intercambiando una mirada fija y… decide besarme. — suspiró al fin.
Ninguna palabra salió de mi boca en ese momento. ¿Es que acaso Alice era tan inocente como para no darse cuenta de lo que acababa de hacer? ¡Estaba describiendo exactamente el lugar donde nos encontrábamos! Y aunque a ella ni siquiera se le pasase por la cabeza, yo no podía evitar pensar en que quizá yo podría darle aquel primer beso ideal que ella tanto esperaba.
Cuando tomé su cara entre mis manos, realmente no pensé en nada, sabía que aquello no estaba bien por muchos motivos; pero no podía elaborar pensamientos coherentes mientras acercaba mi rostro al suyo. Esperé a que replicara, a que dijera alguna palabra que me hiciese entrar en razón, pero ella simplemente se limitó a mirarme a los ojos sin hacer algún gesto de querer apartarse; así que finalmente cerré los ojos y junté nuestros labios en un fino beso.
Fue muy poco lo que duró mi felicidad, pues unos segundos después de que todo aquello ocurriese, sentí como unos delgados brazos me empujaban con fuerza.
— ¡Como has podido! — exclamó estampando su mano contra mi mejilla en una bofetada. Luego de ello no se tomó otro momento para observarme, sino que se dio media vuelta y salió corriendo de allí en dirección a su casa.
Maldije internamente mientras veía como se alejaba. Estúpido, estúpido, estúpido. ¿Cómo había podido dejarme llevar de ese modo, y hasta llegar a creer que ella estaba esperando que la besase? Era obvio que a veces mi instinto dominaba a mi mente, haciendo que me comportara como un animal. Y así era como me sentía, como un cerdo.
Dos días pasaron hasta que me decidí a ofrecerle disculpas a Alice. Aunque no merecía su perdón, la culpa me carcomía y necesitaba arreglar lo que había hecho. Había momentos en los cuales me daba asco a mi mismo, cuando recordaba sus suaves labios contra los míos y no podía evitar que la lujuria me dominase.
Luego de haber repasado por lo menos unas cien veces las palabras que diría, decidí ir a la mansión de los Brandon. Mis dedos estaban agarrotados, no tanto por el frío, sino más bien por los nervios cuando finalmente llegó el momento de tocar el timbre. Sin esperar mucho, un sujeto alto y de aspecto sobrio abrió la puerta.
— ¿Qué deseaba? — preguntó con voz monótona.
— ¿La señorita Alice se encontrará en casa? — devolví en respuesta.
— ¿Su nombre es…? —
— Jasper. Jasper Whitlock. Soy vecino de los Brandon. — afirmé con impaciencia.
— Ah, claro. — asintió en reconocimiento. — Pase usted, ella se encuentra dando un paseo por el Jardín.
Inmediatamente el hombre se quitó de la puerta, salí despedido hacia el jardín. Al llegar observé a Alice arreglando algunas flores en la parte trasera y me acerqué a ella sin muchos rodeos, era mejor hacerlo rápido antes de arrepentirme.
—Jasper ¿qué haces aquí? — preguntó en un hilo de voz al verme caminar en su dirección, deteniendo inmediatamente aquello que hacía.
— Vine a ofrecerte una disculpa. — solté apuradamente. Ella frunció el ceño, por lo cual yo suspiré y le miré a los ojos. — Sé que haberte besado estuvo mal de mi parte, y realmente no entiendo que me sucedió. — en realidad, si sabía que había sucedido; pero no estaba dispuesto a arruinar nuestra amistad confesándole lo mucho que me gustaba.
— No acepto tu disculpa. —interrumpió secamente dándose la vuelta para seguir en lo suyo sin darme siquiera una segunda mirada.
— ¿Que? ¿Pero porque…? — me incliné para tomarla del brazo y hacer que se girara y me mirara a los ojos. Ahora estábamos muy cerca el uno del otro, lo suficiente como para poder sentir su acompasada respiración.
— Porque no debes lamentar el haberme besado, puesto que yo también quería que lo hicieras. — contestó con impaciencia, como tratando de explicar algo que era más que obvio. — Debes disculparte por no haber pedido permiso para hacerlo.
— ¿No haber pedido permiso? — repetí, aún sin haber digerido las anteriores palabras.
— Claro, en el cine siempre lo hacen. — asintió. — Los chicos le preguntan a las chicas si les pueden dar un beso, y tú no has hecho eso y por ello te he golpeado. — suspiró, pareciendo que intentaba explicarle algo muy complejo a un niño pequeño.
— ¿Estas queriendo decir que si hubiese pedido permiso, hubieses dejado que te besara? — inquirí sin estar seguro todavía de que lo que estaba diciendo era verdad.
— Sí, eso es lo que digo. — confirmó con voz tranquila. ¿Esto realmente estaba pasando? Ahora no sabía si estaba soñando o si era cierto que esta mala comedia era mi vida.
— ¿Entonces, la señorita Brandon podría permitirme darle un beso? — solté sin detenerme a pensar en lo que decía.
— Aunque ha llegado tarde el ofrecimiento, acepto con gusto señor Whitlock. — sonrió acercándose a mí y poniéndose de puntitas para rodear con sus brazos mi cuello.
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Diciembre 1938.
Observé por última vez mi reflejo frente al espejo, asegurándome de que estaba bien antes de tocar la puerta de la casa de en frente. Ese día Alice cumplía dieciséis años y habían decidido celebrarlo por todo lo alto.
El salón estaba finamente decorado en tonos de dorado que daban un aspecto más amplio y lujoso a la mansión de los Brandon. Noté como todos los presentes, enfundados en sus mejores trajes conversaban tranquilamente; pero a la única que no pude ver fue a la cumpleañera, la cual supuse que aún no había salido.
— Oh, ya esta bajando. — comentó una muchacha por lo cual me giré al instante hacia la escalera.
No pude evitar quedarme con expresión atontada mientras ella bajaba, estaba simplemente hermosa con un vestido color crema que llegaba hasta el suelo y se adhería perfectamente a su cuerpo. Su cabello estaba rizado ese día y su expresión era radiante.
Quería correr hasta donde se encontraba y besarla, gritar al mundo que era mía y que nadie se atreviese a mirarla; pero tuve que reprimir todos aquellos impulsos. Luego de aquel día en su jardín, ambos nos habíamos sentado a conversar y habíamos decidido mantener una relación en secreto. Podría sonar romántico, pero no era nada fácil.
Esperé unos minutos para acercarme a Alice, que estaba conversando con algunos muchachos de la cuadra. Puse una mano sobre su hombro, indicándole con la mirada que quería hablar con ella y ambos caminamos hacia una esquina del salón que estaba oculta por algunas plantas bastante grandes.
— Quisiera darte mi regalo en privado. — murmuré cerca de su oído.
—Entonces vamos. —contestó tomándome de la mano.
Y así, en secreto logramos escabullirnos de toda aquella algarabía y llegamos a uno de los cuartos del servicio, ubicado detrás de la cocina. Ella abrió la puerta con una sonrisa traviesa en su rostro y me invitó a pasar. Al encender las luces, observé que era un cuarto no muy grande con solo una cama y a su lado una mesita de noche.
— Cuéntame, ¿cuál es ese regalo tan importante que tienes que me has hecho huir de mi propia fiesta? — preguntó divertida cerrando la puerta tras sí.
— Yo… quizá no sea tan algo tan ostentoso; pero es que cuando lo vi… no pude evitar pensar en ti, bueno en nosotros — afirmé sacando una pequeña cajita con un envoltorio dorado de uno de mis bolsillos.
— Dámelo y ya. — dijo impacientemente quitándome el paquete de las manos y abriéndolo como si de un niño pequeño se tratase. Observé como su expresión cambiaba al abrir la cajita en algo que no pude descifrar que era. — Jasper es… hermoso. — susurró con algo que quizá podría ser… ¿fascinación? Y sacó el collar de plata en forma de corazón que había dentro.
— ¿Te agrada? Tiene nuestras iniciales grabadas por detrás. — señalé con nerviosismo, expectante a su respuesta.
— Me encanta. — afirmó mirándome a los ojos, por lo cual pude respirar con alivio. Realmente, esto de escoger regalos para una mujer era más difícil de lo que parecía. — ¿Puedes ayudarme a ponérmelo? — preguntó tendiéndome el collar y dándose la espalda, hice lo que me pedía y lo abroché sobre su pálido cuello.
— Listo. — concluí.
— Gracias por todo. — dijo con una sonrisa. — ¿Pasarás la navidad con nosotros? — preguntó casi inmediatamente.
— Yo esto… los judíos no celebran navidad—expliqué apenado. — Además, mañana saldremos de la ciudad temprano.
—Ah, supongo que esta bien — asintió aunque pude percibir que la desilusión teñía su voz.
— No te pongas triste, volveré en enero. — intenté animarla. — Y prometo que alguno de estos años estaré en una fiesta de navidad contigo, y que ese día podremos bailar al ritmo de la música, olvidándonos de nuestras preocupaciones. — bien, quizá estaba fantaseando despierto; pero se sentía bien hacerlo.
— ¿Harías eso por mí? — inquirió con un extraño brillo en sus ojos.
— Eso y mucho más. — contesté convencido.
— Perfecto, entonces será en otra oportunidad. — dijo ella para luego suspirar. —Oh, pero si no te quedarás para navidad tendré que darte tu regalo ahora. — comentó frunciendo el ceño.
— ¿Regalo? — repetí extrañado.
— Claro tontito, un regalo. En navidad se dan regalos, y aunque tú no lo celebres conmigo, no te dejaré sin uno. — explicó como si fuese algo tan obvio que lo debiese entender al instante.
— Si tu lo dices, entonces esta bien. — asentí divertido ante su forma de actuar.
— ¡Claro que esta bien! — exclamó emocionada juntando las manos. — ¿Puedes esperar allí mientras lo busco? — señaló la cama que se encontraba en una esquina. Me encogí de hombros y me dirigí allí para sentarme a esperar, observando con atención cada uno de sus movimientos. — Hum. Cierra los ojos.
— ¿Qué? — inquirí frunciendo el ceño.
— Ya lo oíste. No podrá ser una sorpresa si estas allí mirando cada cosa que hago. — replicó haciendo un mohín.
— Como digas. — y sin entender aún que estaba por ocurrir, le hice caso y cerré los ojos.
— No los abras hasta que te diga. — ordenó.
— Aja. — ahora, la curiosidad me estaba matando así que traté de escuchar atentamente cada sonido que llenaba la habitación; pero no tuve mucho éxito, ya que ningún sonido perturbaba el silencio.
— Ya casi… — oí que su voz se oía mas cerca. — Ahora. — dijo en el momento en que sentí su mano posarse en mi hombro.
Lentamente abrí los ojos y lo primero que ocupó mi vista fueron sus ojos celestes observándome fijamente. Al revisar la imagen completa vi que no llevaba puesto el vestido de unos minutos atrás sino que se encontraba en ropa interior, y al recorrer con la mirada la habitación vi que este se estaba tirado en una esquina. Solo pude quedarme estático ante aquella escena, sin ser capaz de lograr hacer salir palabras de mi boca.
— No es algo material lo que pienso darte. — comentó en un murmullo mientras posaba una mano en mi mejilla y acercaba su rostro al mío. — Pero quiero que entiendas que con esto me estoy entregando a ti por completo, porque no quiero ser de nadie más.
—Escucha, yo…— no pude completar mi frase cuando sentí que sus labios se estampaban contra los míos, encendiendo en mi una chispa de deseo incontrolable. En ese momento había dejado de pensar coherentemente, y me había entregado a la necesidad que tenía de sentir su cuerpo más cerca del mío. — Esto esta mal. — murmuré contra su boca en el momento en que tuvimos que separarnos para tomar aire.
— Si se siente bien no tiene porque ser algo malo. — dijo ella en respuesta colocándose a horcajadas sobre mi, cosa que hizo que instintivamente la atrajera más. Sentí como mi chaqueta se deslizaba por mis hombros; pero no tenía la fuerza de voluntad para impedirlo.
— No debes… — murmuré casi imperceptiblemente entre nuestras entrecortadas respiraciones. Observé como sus manos iban hacia mi camisa y comenzaban a desabrochar botones, tenía que parar, no lo podía permitir. Por mucho que quisiera hacerlo, no era yo el que iba a salir perjudicado. — ¡Basta, Alice! Detente ya. — exclamé lo mas firme que pude tomando sus manos y agarrándola de la cintura para quitarla de encima y sentarla a un lado de la cama con la máxima delicadeza que me fue posible.
— ¿Qué ocurre, Jasper? — interrogó ella sorprendida por aquel arrebato, abriendo los ojos desmesuradamente.
— Ocurre, que no puedes hacer eso que estas haciendo. — contesté con la voz ronca intentando controlar mi mente y mi cuerpo.
— ¿Por qué no? Yo quiero hacerlo. — replicó frunciendo el ceño como una niña malcriada.
— Tú eres demasiado joven, no sabes lo que haces. — comenté, y segundos después de decirlo supe que había elegido las palabras incorrectas.
— ¡Soy demasiado joven! — exclamó poniéndose de pie de un salto, sentí que su voz estaba quebrada y sus ojos se humedecían. — ¿Es por eso, Jasper? ¿O por que en realidad no me deseas? Se realista, siempre te he parecido una niña y ya me cansé, yo soy una mujer.
— No es cierto. — negué con voz controlada. — Siempre me has gustado tal y como eres. Y te deseo, más de lo que puedas imaginar; pero no… no puedo hacerte esto, entiéndeme.
— ¡No lo entiendo! — gritó ella dejando correr libremente las lágrimas. — Jasper, por favor, ¿acaso no me amas? — me quedé estático al oír esa pregunta, no sabía que debía hacer y todo se estaba volviendo tan confuso en ese instante; pero supe que ella estaba esperando mi respuesta y que no podría guardar silencio.
— Alice, yo…— sabía lo que debía decir mientras ella me observaba expectante, pero simplemente la tan esperada frase se negó a salir de mi boca. —No puedo hacerlo, lo siento. — fueron mis últimas palabras antes de salir de aquella habitación, dejándola allí con la desilusión marcada en su rostro de porcelana.
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Enero 1939.
A la mañana siguiente de mi discusión con Alice, habíamos partido rumbo a Hannover para visitar a la familia. No me había dado tiempo de volver a intercambiar alguna palabra con ella; pero en ese tiempo que estuve sin su compañía me di cuenta de lo importante que era para mí.
En definitiva, yo era un idiota. Había tenido que pasar por todo esto para poder ver que en realidad siempre había estado enamorado de ella, y ahora le debía una disculpa, que esperaba que aceptara.
Cuando nuestro auto pasó por la muy conocida calle por la que vivíamos, mi corazón se aceleró ante la expectación y al momento en que toda la familia se bajó y comenzó a desempacar yo logré escabullirme y crucé la acera rumbo a la casa de en frente.
Suspiré e intenté dejar atrás mis miedos para poder tocar el timbre; pero luego de esperar cinco minutos me di cuenta de que nadie atendería y comencé a fijarme en los detalles que había pasado por alto con tanto nerviosismo. El coche negro no se encontraba aparcado frente a la casa y todas las cortinas estaban descorridas, pareciendo la casa deshabitada. Fruncí el ceño evidentemente extrañado y miré en todas las direcciones, como buscando una explicación. Al ver a una de las vecinas que pasaban habitualmente por ese lugar decidí averiguar más sobre el asunto.
— ¡Jesicca! — llamé su atención, haciendo que se detuviera y girara para observarme. — ¿Hey, que tal estas?
— Todo muy bien Jasper. — contestó con una sonrisa. — No quiero ser descortés; pero tengo prisa. — añadió haciendo ver que no tenía tiempo para hablar.
— ¿Los Brandon han salido de viaje? Al llamar a la puerta nadie contesta. — solté sin más rodeos, no quería que se fuese sin antes obtener la información necesaria
— ¿Los Brandon? ¿Qué buscabas con ellos? — inquirió con curiosidad, en busca siempre de un nuevo chisme para contar.
— Yo necesitaba… hablar con Alice. — decidí confesar. Ya me había propuesto a que las cosas comenzaran bien, y no sería correcto seguir ocultando mis sentimientos hacia ella.
— Ah, claro. — asintió restándole importancia, aunque sentí que si no hubiese estado tan apurada, me hubiese detenido en ese lugar a interrogarme y no parar hasta obtener toda información y detalle posible. — Bueno, ellos ya no viven aquí.
— ¿Qué dices? — pregunté casi al instante. Las palabras que había dicho no podían llegar a ser comprendidas por mi cabeza, en ese momento era algo que simplemente no estaba dispuesto a aceptar. Tenía que ser una mala broma, una pesadilla, seguramente.
—Ya los has oído, Jasper. Los Brandon se han mudado fuera de la ciudad. — sentenció Jessica y sin darme tiempo a hacer otra pregunta se dio media vuelta y se alejó de allí.
Me quede inmóvil en el lugar que estaba, aún sin creer que esto me estaba pasando a mí. Ese día fue el comienzo de lo que sería una secuencia interminable de sufrimiento, pues al parecer la felicidad no estaría dispuesta a llegar a mi vida.
