Disclaimer: los personajes pertenecen a Suzanne Collins y sus respectivos dueños. Yo sólo los tomo un rato para compartirles la historia que inventé Para el Intercambio "Debajo del árbol" del foro El diente de león. La cual, es un regalo por Navidad (aunque quizás un poquitín atrasado) para una chica a la que, aunque no conozco, le deseo que haya tenido una excelente noche, y un año nuevo lleno de éxitos.


Querida Ann:

No nos conocemos demasiado, pero por ahí decían que siempre tendrás un amigo mientras tengas algo en común con él. En esta ocasión, no tenemos casi nada en común, pasando por alto el hecho que nos ha traído hasta aquí: un intercambio. Me encantaron tus peticiones y tardé un poco en decidir cual prefería escribir, pensando en el hecho de que te pudiera entregar un regalo bonito, que me gustara a mí y que te gustara a ti. Espero que esto que he escrito para ti te guste tanto (o más) como a mí me gustó escribirlo. Me ofrecí en escribir peticiones de alguna persona a la que su amigo no haya podido hacerlo porque me suele encantar hacer este tipo de cosas, espero que sea lo que tú pediste o un poquito más que eso, pero que no te deje de gustar. Me tardé unos cuantos días porque la inspiración no llegaba, y cuando llegó para que no se fuera, la tuve que escribir en un cuaderno, para después pasarla a la computadora. Te traigo esta historia en lartes para que puedas ir "disfrutándola" (xd) por pequeños días, mañana te daré el resto de la historia, pensada para que sea un pequeño two-shot's y no pases más días sin un regalo de navidad, xd.

"Navidad y Año Nuevo, sin duda los mejores momentos recuerdos de nuestra vida. Que cada día del Año Nuevo sea un motivo para sonreír... Doce meses, cuatro estaciones, un corazón alegre y unos ojos soñadores... ¡Feliz Año Nuevo!"


Entre telas y agujas

Este es un regalo para Ann Reed Adler●


Resulta gracioso llegar a pensar que al final de cuentas, siempre terminanos volviendo al inicio, lo quieras o no. Porque al fin y al cabo, tú no decides tu destino... ¿O sí? ¿Hasta que punto tenemos un control acerca del rumbo que tomará nuestra vida? ¿Son nuestras decisiones las únicas que nos conducirán durante este sendero que llamamos existir? ¿O la suerte desempeña un papel mucho más importante de lo que creemos? ¿Cómo sabemos cuándo la suerte está de nuestra parte? ¿Cuándo sabemos que no?

Me resulta extraño en algunas ocasiones estar vagando por las diferentes calles y callejones que tiene el Capitolio, desde los barrios más lujosos hasta los callejones más pobres de mi ciudad, y eso que podríamos llegar a pensar que ellos tienen una posición económica muchísimo mejor que mucha gente que vive en los distritos que componen a Panem. Esta gente apenas y tiene que trabajar o mover un dedo para obtener todas las comodidades con las que puede contar, nada en comparación a todísimos los hombres y mujeres que día con día deben trabajar arduamente para tener un pedazo de pan que llevarse a la boca y muchas veces, ni siquiera es suficiente. Aunque se crea que en el Capitolio la gente lo tiene todo, que tiene una vida perfecta, sin ninguna carencia material, eso no estará lejos de ser cierto, pero nadie nunca habla de los sentimientos que se guardan en un corazón cubierto con plumas y colores extravagantes. Nadie reconoce ni comprende los pensamientos de las personas que basta con que apuesten una vez al año en un evento anual para mantener su infinita fortuna. Muchos han caído en problemas psicológicos, espirituales, personales y sentimentales por tener diferentes formas de escapar de la realidad, porque ¿hasta qué punto, una persona que se deleita inmensamente al ver a dos seres humanos prácticamente iguales a él, hiriéndose hasta la muerte en un sangriento y estúpido juego, queda completamente libre de la atrocidad que está cometiendo? No salen inmunes de esa situación, muchos de ellos viven dañados por situaciones de la vida normal de una persona, la realización personal de un ser humano, lejana de las necesidades fisiológicas como comer o una vivienda digna. Personas que caen tanto en el divertinaje que pierden todos los lujos y el buen vivir que habían conseguido a lo largo de su asenso al poder, hombres y mujeres que se dejan llevar tanto por sustancias tan nocivas como el alcohol, el tabaco, las drogas, como para seguir disfrutando de su vida aparentemente perfecta, sin siquiera saber lo que es un verdadero sufrimiento.

Aún recuerdo lo que es eso, tan claro en mi memoria que nunca sería capaz de olvidarlo; mi padre era un alcohólico. Tenía perdidas aficiones por distintas pasiones con una terriblemente insana adicción al juego, a las apuestas, y a los malvados placeres que la noche te puede ofrecer. No era extraño que desapareciera cuando el sol se ponía, saliéndose de la casa sin dejar ningún aviso o advertirnos de su futura ausencia, dejándonos a mi madre y a mí solos en nuestro hogar. De una u otra manera, no me podía quejar: nunca me faltó nada, siempre fui un niño con muchos lujos, con una muy buena vida incluso entre los de mi misma "clase social". Si algo podría llegar a agradecerle a mi padre era precisamente eso: que logró enseñarme a encontrar las diferencias entre una persona y tú... Aunque no hubiera aprendido exactamente la lección que él quería que aprendiera, entendiendo solamente lo que yo verdaderamente apreciaba, una lección que absolutamente nada tenía que ver con menospreciar al prójimo...

"—¿Lo ves a él, Cinna? —recuerdo claramente cuando me dijo—. Mira la manera en que habla, observa la manera tan poco correcta que tiene de caminar, sus andares desgarbados y sin ninguna gracia. Simplemente, déjate guiar por su forma de vestir: poca o nula congruencia entre los colores que usa, ningún patrón que nos hable que puede tener al menos un pequeño sentido del gusto en cuanto a la moda. Yo por ejemplo nunca usaría esos zapatos ni esa bufanda, por no hablar de esos pantalones, que tienen un una completa pinta de ser una terrible imitación.

—Pero papá —recuerdo haber respondido—, ¿se puede juzgar a una persona sólo por su manera de vestir? ¿eso será suficiente para saber todo lo que necesitamos saber de un posible amigo o enemigo?

—Por supuesto que sí —fue su argumento en ese entonces—. Mira a Caesar Flickerman: su vestimenta es despampanante, fantástica, completamente alucinante y con un excelente gusto. —Explicó, haciendo distintos movimientos con las manos que descataban cada una de las palabras—. Eso nos hace tener un pleno conocimiento de su extrovertida forma de ser: un excelente gusto para vivir, selectividad digna de un caballero, una personalidad despampanante y alucinante.

—Voy entendiendo —respondí, intentando tomar nota y rescatando la información verdaderamente importante.

—Te pongo otro ejemplo, mira al presidente Coriolanus Snow: sus prendas siempre de una inmaculada tonalidad blanca, su imponente presencia gracias a la llamatividad justa de sus sacos y camisas de vestir, su magnífica gama de accesorios y ropajes capaces de resaltar su magnificencia —hablaba casi con embelesamiento, admirando al hombre cuya forma de vestir intentaba describir en palabras—. ¿Qué podemos deducir de éste hombre? Dínoslo tú, hijo mío.

—Pues... Que es una persona de una inmaculada pureza, una inocencia similar a la de un niño —intenté atinar a los pensamientos que mi padre quería que expresara por los dos—, que tiene una gran gama de herramientas bajo su manga, todas las cuales están dispuestas a ponerse en práctica en la búsqueda de un Panem más próspero y... ¿mucho mejor? —Terminé, esperando haber alcanzado el nivel de asertividad que mi padre deseaba. Él sonrió a modo de respuesta, indicándome que mi pensamiento había sido muy asertado."

Pero mis dudas de ese entonces no terminaban. Aún ahora que me he convertido en un adulto hecho y derecho tengo muchas interrogantes a las cuales quizás nunca encontraré una respuesta, mientras que preguntas que nunca me hice ya han encontrado su razón de existir y de nunca haber existido dentro de mí. Sin embargo, una de esas veces en las noches que mi mamá y yo nos quedábamos a solas en nuestra casa, le hice la misma pregunta. ¿Se podía juzgar y obtener una completa impresión de una persona simplemente con la sola forma de vestir? ¿Acaso era esa pequeña y minúscula elección de prendas ser capaz de definirte? Su respuesta logró esclarecer varias de mis dudas en ese momento de mi ya casi terminada infancia, encaminándome a una forma de pensar más concreta, dejando que sus palabras dejaran un igual impacto en mi memoria:

"—Tus elecciones reflejan, de una forma u otra, lo que hay en tu interior —respondió mi madre, pensando un poco hablando a la vez que arreglaba con cuidado el jardín que para entonces había en mi casa—. Así que podíamos decir que sí, que de una u otra manera la ropa que escoges para ponerte día con día podría hacerle una idea de cómo eres a las personas...

—De acuerdo, entiendo —respondí asintiendo, pensando que quizás las palabras de mi padre no estaban tan lejos de ser una realidad, sobre todo en una sociedad en la que importaba tanto la forma de verte que tenía la gente. Pero fue entonces cuando mi madre continuó como si no hubiera terminado su respuesta:

—...Pero es sólo una apariencia. Tu exterior no siempre reflejará lo que hay en el interior, a veces puede ser una máscara capaz de encubrir y dejar eternamente ocultos secretos que el elector de prendas no quiere revelar."

Muchas veces preferíamos quedarnos solos como en aquella ocasión, sólo mi madre y yo, mientras mi padre consumía su vida en vicios que, algún día, le cobrarían la factura con creces que serían mucho mayores que él, pero incluso antes de que ese día llegara, ocurrieron muchísimas cosas. Mi madre y yo vivíamos momentos mucho muy felices: disfrutaba sentir y comparar las distintas telas de las que estaban hechas las chaquetas y sacos de mi mamá, cortábamos la ropa que ya no me quedaba e intentábamos hacer nuevas prendas con ellas. (No porque no tuviéramos los recursos para comorar más ropa, sino porque eso es lo que yo mismo disfrutaba muchísimo haciéndolo). Y claro, ayudaba a mi madre con su jardín: flores de todos los colores crecían a lo largo del terreno repleto de plantas que había detrás de mi casa. Yo para entonces tenía catorce años, y era muy feliz con mi madre y ella lo era también conmigo.

Pero en muchas ocasiones (desgraciadamente, más de las que quiero y me gustaría contar) cuando mi padre regresaba molesto de las apuestas, se encontraba frustrado o (lo que no era muy extraño, para mi mala suerte casi llegaba a ser parte de mi rutina semanal) perdido en el alcohol, terminaba descargando toda su ira retenida con mi madre o conmigo, únicos seres vivos que seguíamos con él a pesar de todo el daño que su alcoholismo ya nos había hecho, confiando ciegamente en que algún día él abandonaría su vicio y volveríamos a ser la familia que éramos antes de que ese problema sin fundamentos iniciara... Aunque ese día no llegó. Mi padre nos golpeaba, nos maltrataba o nos gritaba cosas horribles; hacía volar por los aires los jarrones y macetas de mi madre, en un inconsciente intento de golpearnos con ellos. Nos dolían los golpes, nos dolían las palabras, pero lo que más nos lastimaba a mi madre y a mí, era el hecho de que no pudiéramos hacer nada por él.