DISCLAIMER: Los personajes Naruto y todo lo relacionado con ellos, pertenecen a Kishimoto Masashi. La trama de "Huellas Indelebles" es propiedad de Inner Angel.

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Summary: Los pasos de un lobo no dejan huellas que puedan verse, pero sus colmillos cortan cicatrices que duran por siempre.[Ibiki-Tsume]

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NDA: En el ir y venir de varios mensajes, Kusubana Yoru y yo terminamos por retarnos la una a la otra a escribir un fanfic que estuviese totalmente fuera de nuestra zona de confort para ponernos a prueba (¿!). Ahora bien, quienes la conocen a ella, ya saben que lo más horrible que se le puede pedir incluye, por defecto, a su no tan bien amado Sasuke… xD Por su parte, Kusubana me dejó a mí con este prompt, digno de sus momentos más crack:

Ibiki-Tsume: ¿Podrá un lobo solitario entrar a la manada Inuzuka?

Y aquí está el resultado. Espero de corazón haberle hecho justicia a estos personajes que, hasta ahora, eran sólo una parte del decorado de fondo para mí (con lo cual supongo que esto califica también para tu campaña de los extras, ¿no?) Raiting M por lenguaje, violencia y algunas escenas subidillas de tono. Basado en todo el canon disponible en el manga, que no es mucho, así que alguna cosa me he sacado del anime también para completar. Comentarios y críticas constructivas son siempre bienvenidos!

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Huellas Indelebles

by Inner Angel

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Morino Ibiki había visto toda clase de horrores innombrables a lo largo de su carrera como shinobi de élite. La mayoría de ellos –todo hay que decirlo– habían sido proporcionados por él mismo como parte de su trabajo para las fuerzas especiales ANBU.

Por ello, quizás, le sorprendía tanto que fuese el panorama que ahora se desplegaba ante sus ojos lo primero que le sacudiría tan profundamente luego de curtirse en tantos años de carrera. Viendo atónito como finas motas de polvo flotaban en contra luz sobre las ruinas de Konoha en una especie de bruma siniestra, tan hermosa como devastadora, no podía sino admitir que estaba frente a una clase de horror que nunca había experimentado antes.

Las ruinas de su hogar representaban la pérdida de su razón para luchar, de su razón de ser, dejando un vacío donde antes había una certeza. Era, después de todo, en la rigidez del sistema ninja donde Ibiki había encontrado un refugio seguro muchos años atrás. Sus convicciones, sus lealtades, incluso su única posibilidad de sobrevivir los horrores de su propia niñez como huérfano de la guerra, estaban todas ancladas allí. En su aldea. En su deber como shinobi. En poner al colectivo por encima del individuo.

No había nada más para él.

Ibiki cerró los ojos. No, eso no era del todo cierto… había algo más.

Comenzando a moverse no sin dificultad por entre los escombros, la figura del imponente shinobi no dejaba translucir nada de su tormento interno, mientras avanzaba en busca de sobrevivientes. Katsuyu iba pegado sobre su hombro recordándole con su peso constante que la Hokage aún estaba con vida. Mientras así fuese él tenía trabajo que hacer y nada, salvo la muerte, iba a detenerle. Y en verdad muerte era lo que le rodeaba; Pain no sólo había convertido su hogar en un cráter, lo había convertido en una gigantesca tumba.

Era irónico para él pensar que un ninja con un nombre que significaba 'dolor' había sido el causante de todo. Porque si de algo sabía Morino Ibiki, era sobre dolor. Como inflingirlo eficientemente y como soportarlo. El dolor era un medio de comunicación tanto como una herramienta, que tomaba tantas formas como individuos había en el planeta. Un arte sutil y poco apreciado, pero necesario y absolutamente vital en el equilibrio político del mundo ninja.

Sacar lo peor de sí mismo y de los demás en función de causar dolor, era para él casi tan natural como comer, dormir o respirar.

Dejándose caer en cuclillas, constató el pulso de un par de shinobis a sus pies, más por cumplir con el procedimiento requerido que por esperanza. La expresión de perenne sorpresa grabada en esos rostros salpicados de sangre daba buena cuenta del precio que habían pagado por proteger la información que Pain estaba buscando: el paradero del portador del Kyuubi.

Chasqueando la lengua con evidente desagrado se puso de pie, enterrando sus manos en los bolsillos de su sobretodo. Algunos cuerpos estaban tan destrozados por la gigantesca explosión que ni todo el poder concentrado de Katsuyu habría podido salvarles. Ese tipo de violencia –excesivamente destructiva e innecesaria– le desagradaba sobremanera. ¡Era un desperdicio sin sentido! Pain con todo su poder y recursos como líder de Akatsuki, no entendía sobre las sutilezas del sistema ninja y menos sobre los servicios de inteligencia.

Para él era muy diferente. Después de todo, la información era poder, y conseguirla, manipularla o destruirla era el oficio de Ibiki. Saberlo todo era no sólo una obligación, sino una necesidad si uno quería mantenerse con vida en su línea de trabajo.

Por ello, él no tenía escrúpulos ante su deber. Su filosofía al respecto era sencilla y eficiente: sólo el dolor conduce a la verdad.

Quebrar el cuerpo era, de acuerdo con los métodos más tradicionales, el primer paso para quebrar el espíritu y así penetrar la mente. Poner al interrogado en una posición física de desventaja, de sumisión, someterlo a dolores y padecimientos ilimitados, encontrar sus debilidades y explotarlas. Todo ello llevaba a la llamada muerte cognitiva, donde los lazos del individuo con la realidad eran eliminados, dejando a la víctima completamente vulnerable. Tal era la traición de los secretos de la mente por la debilidad del cuerpo.

Desde luego que, a estas alturas de su carrera, Ibiki no necesitaba emplear medios mundanos de tortura física para lograr los efectos deseados. Sus amplios conocimientos sobre psicología y comportamiento humano le permitían, con unas cuantas palabras bien escogidas, manipular sin dificultad a sus víctimas, acorralándolas y coaccionándolas dentro de sus propias mentes. Todo en base a usar sus propias inseguridades y miedos como catalizadores. Luego, claro, estaban otros jutsus, desarrollados y perfeccionados por él mismo junto con su equipo de trabajo, con los cuales eran capaces de someter la voluntad y dar acceso inmediato a la mente.

Sólo en los casos más resilentes, Ibiki se veía en la necesidad de recurrir a medidas más directas; tal y como le había ocurrido momentos antes, cuando se enfrentó al cuarto cuerpo de Pain, Animal Path. Usando un jutsu que abría una conexión entre el torturado y el torturador, él era capaz de compartir el dolor físico y emocional que inflingía en sus víctimas, creando con ello un vínculo que les acercaba, igualándolos y comunicándolos por medio del sufrimiento como lenguaje.

Se trataba de ser uno en el dolor, para alcanzar la luz de la verdad.

Era por cosas como esta, por las que Morino Ibiki era considerado el mejor en lo que hacía. Él no tenía miedo a experimentar dolor si ello le llevaba a obtener lo que deseaba. Su cuerpo lleno de cicatrices, su rostro marcado, su cráneo destruido, daban buena cuenta del nivel de su compromiso. Y esas eran sólo las heridas más superficiales que llevaba a cuestas.

Pero todas estas cosas, en las que pensaba para distraerse mientras organizaba a los escasos sobrevivientes que iba encontrando, no le daban el alivio que esperaba. Sus pasos le estaban llevando más lejos de lo necesario, fuera de su área inmediata de control, haciéndole perder un tiempo precioso sin necesidad. Sin embargo, por mucho que se dijera a sí mismo que este era su trabajo, que estaba constatando las consecuencias de la batalla, recabando información, organizando las fuerzas disponibles… con cada paso que daba se hacía más evidente que, en realidad, la estaba buscando.

¿Dónde estaría él, Jefe del Escuadrón de Interrogación ANBU, si dejase que algo tan mundano como sus sentimientos violasen el santuario de su mente y tomasen control sobre él?

¡No duraría ni dos putos segundos!

Por eso, Morino Ibiki, conocido como un sádico consumado en toda Konoha y sus países vecinos, era en realidad, un absoluto masoquista consigo mismo. No había otra explicación posible para que un hombre como él, inteligente, analítico, profesional y metódico, se permitiera el ser subyugado y completamente atropellado por una mujer.

Porque eso era exactamente lo que ella había hecho con él, aquél día en que sus caminos se cruzaron cuatro años atrás, en la más improbable de las formas…

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Un Lobo Astuto, Oculta sus Colmillos.-

Tan pronto se cerró la puerta del salón, Ibiki dejó salir el gruñido de legítimo fastidio que tenía atravesado desde que empezara la conversación de la que había sido parte involuntaria. Recogiendo el último examen de la mesa y juntándolo con los demás, se preguntó vagamente a cuantas madres preocupadas más tendría que sacudirse antes de que se terminase el día. Esta última, con sus lagrimeos incesantes y sus amenazas veladas fue tan desagradable como vienen.

¿Cómo rayos querían que sus hijos pasaran a Chunin si continuaban tratando de sobreprotegerles o justificarles como bebes sin destetar?

En realidad, una situación así era de esperarse, tomando en consideración la nueva generación de jóvenes shinobis que participaba este año. Muchos de ellos apenas y habían dejado la niñez (y las faldas de sus madres) atrás. Nunca faltaba quien quisiera refutar los resultados, quejarse por sus métodos poco ortodoxos o acusarle de tener preferencias. A pesar de todas las molestias, Ibiki se encontró sonriendo complacido ante los resultados del examen que acababa de administrar. El grupo de este año era mucho más numeroso de lo que esperaba, sí, pero de seguro Anko se encargaría de desanimar a unos cuantos candidatos más antes del inicio de la siguiente fase. Con todo era un grupo interesante. El hecho de que tantos pasasen su prueba era sin duda testimonio de un potencial en el que el propio Sandaime, no paraba de apostar –literalmente.

Muchos bolsillos iban a vaciarse en favor del viejo Hokage tan sólo con el pase del equipo de Hatake a la siguiente ronda. Y tenía que reconocer que el pequeño rufián de cabello rubio era todo un caso digno del interés de…

Un golpe sonó a sus espaldas interrumpiendo sus reflexiones. Apretando más de la cuenta los exámenes en sus manos se contuvo de soltar un improperio ante lo que era, sin duda, otra madre desconsolada por la seguridad de su pequeñuelo entrando en su salón de examen.

Al volverse lo constató. De corta estatura pero corpulenta, con la piel curtida por el aire libre y facciones afiladas, casi animalísticas. Así era la mujer que con pasos seguros y una mirada asesina se dirigía hacia él, dejándole muy claro que este iba a ser otro caso complicado.

"¿Eres tú el examinador de este año?" preguntó sin preámbulos, su tono tosco y sus maneras abruptas.

'Inuzuka' pensó al reconocer las marcas del famoso Clan en el rostro que se detenía a un par de metros de distancia.

"Morino Ibiki." Se presentó con una inclinación de cabeza. "¿Qué puedo hacer por Ust…?"

"¡Perfecto!" interrumpió. "Entonces seguro tú sí puedes explicarme cómo es que llaman a esta mierda," trazó un círculo amplio con su dedo índice, "un examen Chunin."

"¿¡Disculpe!"

"¡Esto!" ladró, abriendo los brazos y señalando el espacio a su alrededor. "Un salón de clases no es lugar para calificar a un ninja."

"Temo que no le entien…"

"¡Mi Kiba necesita acción! ¡AC-CI-ÓN! ¿Sabe lo que significa?"

Ibiki la miró de arriba a abajo. ¡Tenía que ser una broma!

"Significa salir a poner el pellejo en riesgo, luchar hasta volver a casa lleno de sangre y moretones" explicó sin pausa. "¡No sentarse a contestar su mierda de preguntas! O acaso espera que el enemigo se detenga a interrogarle por la trayectoria que describirá su kunai antes de que lo lance, ¿hm?"

Los ojos de Ibiki estaban abiertos al máximo y si fuera menos del hombre que era, estaría boquiabierto también. Al menos esto era una novedad que rompía con el tedio estupendamente. ¡Una madre quejándose por la falta de violencia en los exámenes! Justo cuando crees que lo has visto todo.

Apoyando las manos en la cintura, la kunoichi le miró expectante, aparentemente decidiendo que por fin, era su turno de hablar.

Ella estaba malinterpretando el verdadero objetivo de su prueba, eso era evidente. Pero considerando el hermetismo previo a los exámenes Chunin y la forma en la que los rumores tienden a desvirtuar los hechos, eso no le extrañaba en lo absoluto. Aun así, el infame torturador no encontró en su ánimo las ganas de corregirla.

Irguiéndose en toda su considerable altura, Ibiki carraspeó con autoridad. "Mi trabajo como examinador es asegurar que las habilidades de la próxima generación de Chunins sean las más completas. Eso, le guste o no, incluye mucho más que el uso de la fuerza física."

"¡No me digas!" la burla en su tono le irritó enseguida. "¿Qué sugieres entonces? ¿Qué defiendan la aldea recitando poesía; arrojando sus lápices en lugar de senbons?"

"Un shinobi es mucho más que el arma que lleva en la mano."

"¡Oh, no me vengas con esa basura!" replicó grosera. "Los Inuzuka conocemos de sobra la crudeza que nos espera en batalla mucho mejor que burócratas como tú, que se sientan todo el día tras un escritorio revolviendo papeles." Con un gesto acusador señaló el montón de exámenes que Ibiki apretaba todavía en su mano.

"Si tiene quejas de mi trabajo será mejor que las lleve directamente al Hokage." Ella no era la primera ni sería la última en malinterpretar en que consistían sus responsabilidades. Sentarse a interrogar a los prisioneros compartiendo con ellos una taza de té, para luego escribir tediosos reportes al respecto, parecía ser la idea más popular respecto a como funcionaba su división. Ese era el precio de trabajar en la sombra, haciendo lo que nadie quería admitir que pasaba tras puertas cerradas, en los más profundos calabozos del ANBU.

"¡Lo haría si pudiera! Ese maldito viejo mañoso siempre se me esconde…" fue su quejumbrosa respuesta. Su rostro descompuesto dejaba claro que acorralar al Hokage era algo que intentaba con relativa frecuencia. Considerando lo que había visto de su carácter, Ibiki no podía reprocharle al Sandaime por mantenerse a distancia prudencial de la feroz kunoichi.

"En ese caso no puedo hacer nada por usted. Mi parte en el examen ya ha concluido." Era hora de poner fin la conversación, antes de perder la paciencia o peor, los estribos, con ella.

"Qué conveniente, ¿no?" gruñó irritada, dejando caer sus caderas contra el escritorio a su lado y cruzándose de brazos.

"Confío en que la siguiente parte del examen le va a parecer más apropiada. Si tiene dudas, Anko es la examinadora a cargo." Que la excéntrica maestra de serpientes se las apañe como pueda. Él ya había tenido suficiente drama por un día.

"¡Pues eso espero!" contestó impaciente, las marcas en sus mejillas centelleando tanto como los colmillos en su boca. "Ya es bastante malo que Kiba no reciba suficiente entrenamiento de forma regular. Kurenai es demasiado blanda con él."

Ibiki se guardó su opinión. No era su estilo el criticar el trabajo de sus colegas.

"Además está llegando a esa edad en que las hormonas lo vuelven loco. Necesita emplear su energía en algo más que tratar de tirarse a todas sus primas."

"Controlar a su hijo no es nuestro trabajo, tal vez su marido deba…"

"¡JA! A ese idiota le faltan los pantalones… quizás porque tuvo a bien dejarme con un montón de ellos cuando huyó de casa hace un par de meses como la sucia alimaña que es, ¡el muy maldito!" Un ladrido a modo de risa se le escapó sin reservas. Parecía genuinamente divertida con la idea, sus ojos brillando como si rememorara una anécdota placentera y no la traición de su pareja. Ibiki sintió de inmediato una extraña simpatía de género por el valiente (o estúpido) que lidió a diario con una mujer así.

"En realidad me gustaría decir que le faltan los cojones, si no hubiera parido a sus dos hijos como evidencia de lo contrario."

Con una sonrisa afilada en el rostro, la menuda mujer delante de él reflejaba una determinación y una seguridad que le resultaban intrigantes, muy a pesar del desagrado general que le causaban sus maneras.

"Claro que la mayoría de los hombres tienen las bolas de adorno nada más…" separándose del escritorio se aproximó a él con movimientos precisos. "¿Me pregunto si tú las tienes bien puestas o eres puro tamaño y mala cara?"

Con esas irritantes pupilas alargadas, fijas en su entrepierna, Ibiki tuvo el súbito impulso irracional de bajarse el pantalón allí mismo y enseñarle lo que sus 'adornos' podían hacer por ella.

"Creo que es muy inapropiado que…"

"¡Ohhh! ¿No me digas que le tienes miedo a un poco de acción?" le interrumpió divertida. "He escuchado hablar de ti en la aldea, Morino Ibiki. Me intriga saber que tanto hay de cierto en los rumores."

"No creo que quiera saberlo."

"¿Me estás retando?" su sonrisa se amplió, llena de malicia.

Con un par de pasos rápidos, ella estaba sobre él antes de que pudiera responderle, deslizando sus manos sobre su torso con gran cuidado. Sus ojos grandes de pestañas imposiblemente espesas le miraban con atención, esperando su reacción a este nuevo asalto, mientras sus dedos jugueteaban con la hilera de botones en su camisa.

"Ehh…" fue su inteligente respuesta.

De repente, ella se echó a reír, su cabeza vuelta hacia atrás, sacudiéndose complacida por haberlo descontrolado fuera de su aparente formalidad a toda prueba.

"¡Ya veo! Parece que eres muy niño para mí, después de todo." Canturreó dejando caer sus manos y dándose media vuelta.

Ibiki apretó los dientes, ofendido. ¿Cómo se atrevía esta mujer a insultarle de esa forma? ¿A jugar con él con semejante descaro? Viéndola caminar hacia la puerta meneando exageradamente sus generosas caderas, el shinobi luchó por encontrar una respuesta apropiada y no la grosería que deseaba decirle. Pero de nuevo ella le ganó el turno.

"Igual te doy tiempo para pensártelo, cariño. ¡Te aseguro que no te vas a arrepentir!" con un guiño divertido se marchó.

Ibiki sólo atinó a dejarse caer en el pupitre más cercano. ¿Qué demonios había sido todo eso?

Entre maravillado por su audacia y horrorizado por su vulgaridad, Ibiki no dejaría de preguntarse en los días venideros las razones por las que eligió no ponerla en su sitio ese día. Incluso podía haberla hecho arrestar por tratar de interferir con un oficial examinador.

Aun así, tenía que reconocer que ella había logrado algo que pocos podían hacer con él: lo había sorprendido en más de una forma, ganándole siempre el paso en todo momento. No era normal que le costara tanto leer a una persona y anticiparse a sus respuestas. Pero esta mujer no se parecía a ninguna que hubiese conocido antes. Su falta de respeto y sus insinuaciones serían mucho más ofensivas si no le halagara todo el asunto de un modo decididamente bizarro.

El shinobi frunció el ceño, concentrándose en recordar los registros que había estudiado con detalle la semana anterior sobre todos los examinados. Ella había usado el nombre de Kiba. Si su memoria no le fallaba su madre se llamaba…

Tsume. Inuzuka Tsume.

¿Por qué la dejó marchar? ¿Por qué se contuvo?

Luego de mucho pensarlo, Ibiki llegaría a la conclusión que era mejor que así fuese. Mantener sus armas en reserva le daría la ventaja para la siguiente ocasión.

Porque algo le decía que, más pronto que tarde, él tendría la oportunidad de mostrarle lo afilados que estaban sus propios colmillos.

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NDA: Originalmente esto era un one–shot, pero no me ha dado tiempo de terminar de editarlo y ya llevo 9 horas de atraso en la hora acordada para publicar. Así que he decidido picarlo en tres y dejarles con las ganas (o no) de seguir leyendo.

Cuando la gripe del infierno que tengo me lo permita, subo lo demás.

Feliz año gente!